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La sociedad global, ¿paraíso o reino de tinieblas?

Ilustración: Todd Davidson

El mundo se repite de una manera muy diferente. La globalización es un ombligo que cada día se va haciendo más chiquito. Sin ir más lejos de lo que permiten ahora los medios y herramientas digitales, ejes de la trivialización y banalización de lo cotidiano, pilares de las ruinas contemporáneas, donde los poderes fácticos erigen el futuro. La sociedad global, ¿paraíso o reino de tinieblas? es el título de una charla que brindé hace 15 años en Panamá, me parece relativa y afortunadamente sospechoso. Nadie dijo nada ese día y a los 45 minutos en que intentaba de trazar algún mapa, un punto de referencia con lo que ya no éramos o estábamos siendo, pasamos rápidamente a la cena, motivo banal del encuentro o monólogo. Sentí el ruido de los cubiertos y el suave sigilo de las servilletas, como un campo minado al desencuentro, y pensé: así debió caer el Imperio Romano, sin que nadie lo notara. Una exageración, pero preferí el pasado monumental del fracaso, al futuro incierto, a este presente de la nada borrado sobre una mesa redonda con un mantel blanco, extraordinariamente hipócrita y virginal. De qué manera cae asesinada la realidad, se le maquilla, superpone un decorado que le garantice una extraña supervivencia, pasaporte a la nada.

Cuando el sociólogo Marshall McLuhan nos hizo soñar y estremeció nuestras conciencias de provincianos tercermundistas, con La Aldea Global hace más de tres décadas, sentimos el impacto de las ideas innovadoras, pero no estábamos preparados para entender que el visionario canadiense nos enseñaba la punta del Iceberg de una revolución en ciernes, que influiría en todas las esferas de la vida humana. Algo así dije al comienzo, pero ignoraba que con el correr de los años, el tiempo sería el primer derrotado, porque ya no existiría como lo concebíamos y en verdad todo podría suceder a un mismo tiempo. Qué película... Seguí hablando de los tiempos pasados recientes, Guerra Fría, planeta bipolar, confrontación de sistemas, carrera espacial, armamentista, economía compartimentada, UE y la surrealista integración latinoamericana. Un mundo más bien ancho y ajeno, cito al novelista peruano Ciro Alegría, bajo el liderazgo de dos bloques, la hegemonía de las potencias nucleares y sus zonas de influencia económica y cultural.

La tierra pudo estremecerse como un cataclismo cuando los dinosaurios se convirtieron en historia, en la época del hielo, durante las grandes y recurrentes catástrofes naturales y climáticas, pero siempre ha estado en un proceso de cambio desde que el hombre puso un pie en ella.

Como si se buscara en un agujero negro, el hombre se ha preguntado Quién es; De dónde viene y Hacia dónde va. Y a veces toma la fuerza de un chiste, esa feroz incógnita, heredada de la duda, misterio, miedo, asombro. Y en esta era global se han despejado algunas incógnitas de la estructura física humana, porque somos una luciérnaga en el medio del gran agujero negro y en ocasiones sin baterías. Se sabe procedente, arrojado, producto de y se indaga, pero no llega hasta el fondo de su cerebro, más bien otea, toca, palpa la cáscara de su piel, un poco el hígado de su realidad.

Frente al mar Pacífico, en esas mesas ordenadas para esa charla, cité, recuerdo, la creciente ola de los bloques económicos y el distanciamiento, la asimetría, entre el Norte y el Sur, y usé una frase descompuesta en dos contradicciones, pero ferozmente real: la dictadura del mercado. El mercado tiene la etiqueta de libre, pero cuando obedece a las leyes de la manipulación, se borra todo principio, expresión, atisbo de igualdad e intercambio positivo. Caía el siglo XX a pedazos detrás del Muro de Berlín y de los países del llamado socialismo real, y crecía bajo el pie derecho de la historia una nueva semilla de la institucionalidad global.

La escritora francesa Vivianne Forrester advirtió el pasado siglo, en su libro El horror económico, que se estaba produciendo un cambio civilizatorio, y advirtió que la cultura global todo lo prevé, organiza, administra, prohíbe y realiza en función de la ganancia. Se interroga si es útil una vida que no le da ganancia a las ganancias, en un mundo que ya se perfilaba “sin fronteras”. este es un concepto de la modernidad, que nació en la década de los 80 y luego dio paso a la globalización. Lo dije en esa charla y definí el proceso global con palabras de algunos analistas: “La intensificación en escala mundial de las relaciones sociales que enlazan localidades muy distantes, de tal modo que lo que ocurre en una está determinado por acontecimientos a millas de distancia y viceversa”.

Viejo tema actual la globalización, ubicada por estudiosos norteamericanos, japoneses y latinoamericanos, como un proceso a partir de los descubrimientos marítimos que se consolida a fines del siglo XVII y principios del siglo XVIII. La segunda fase, según los expertos, comenzó a fines del siglo XVIII con la industrialización, para afianzarse con los imperios coloniales y la industrialización de Estados Unidos. El tercer período de este fenómeno de la economía y de las comunicaciones que está asociado a una inédita concentración del poder, parte de la Primera Guerra Mundial con la formación de un sistema internacional de comercio y las regulaciones, para fortalecerse después de la Segunda Guerra Mundial con el establecimiento de las Naciones Unidas y la revolución tecnológica de la mitad del siglo XX.

Hay quienes sostienen que la globalización lo abarca todo. Por eso, adquiere la mayor importancia y actualidad, el evento organizado por los estudiantes de postgrado de español y portugués de la Universidad Wisconsin-Madison, bajo el título: escritores, que se realizara del 7 al 10 de marzo. El foro contó con escritores latinoamericanos destacados, la mayoría con residencia en Estados Unidos: Jorge Volpi, Cristina Rivera Garza y Ricardo Chávez Castañeda, de México; Mario Mendoza, de Colombia; Edmundo Paz Soldán, de Bolivia; Mayra Santos Febres, de Puerto Rico; Marta Sanz, de España; y Pedro Mairal, de Argentina. Discutieron temas esenciales en el contexto cultural contemporáneo, relacionados con la violencia, la sexualidad, el cuerpo, la enfermedad, la ciudad y las migraciones. Violencia y literatura en América Latina, Literatura y cine y Escritura y proceso editorial en el mundo globalizado, fueron tratados por los invitados de la Universidad de Madison, Wisconsin.

La globalización es una marea incontenible. Aquella tarde me refería en Panamá, un país globalizado por el sueño de Carlos V hace más de cinco siglos con el tema del Canal Interoceánico que se hizo realidad en 1914, al fenómeno del mercado, comercio, a la economía, fundamentalmente, pero también a los cambios vertiginosos que producía esta nueva cultura, transformaciones impredecibles para el mejor vigía o administrador de brújulas. Cambios en la manera de trabajar, producir, consumir, cambios en la forma de relacionarse entre los hombres, una nueva manera de hacer y crear, porque todo comienza a reinventarse por segunda vez de manera trascendente en el siglo XX. En un mar de dudas, definió al mundo en ese entonces, Michael Camdessus, presidente del FMI, porque entre la miseria y el desarrollo reina el miedo.

El fenómeno global suele centrarse en la economía, porque antes de la rueda, el planeta gira en torno al comercio y sus derivados, aunque el conocimiento y la cultura han probado ser herramientas básicas para un desarrollo sostenible, progresivo y otorgar estabilidad a los procesos de cambios.

Era impensable ese día de la charla en el hotel, vislumbrar siquiera que la caída de un muro puede significar que se construyan dos nuevos muros y que la globalización también significaba banalización, o que un autor desconocido lanzaría la tesis del fin de la historia. Sin duda el mundo se estaba moviendo aceleradamente. Después de un choque de trenes, venía el silencio. Reparada la vía, todo se ponía a volver en marcha con el maquinista que había sobrevivido al impacto. Debajo de las ruinas, supe después, siempre surgen otras ruinas que serán más poderosas un tiempo, para luego ser olvidadas o archivadas.

La literatura, los escritores, en especial los poetas, dejaron de significar en el mundo que se estaba construyendo sin voces críticas, sin oídos receptores, sin corazones ardientes. El escritor fetiche como lo conocíamos en Sartre, Camus, Passolini, Neruda, Borges, Gabriel García Márquez, en pintores como Picasso, había desaparecido, y el mercado dictaba las nuevas leyes e imponía el orden a través de sus best-seller. Un tema que sigue en pie, vivito y coleando. La globalización ponía fuera del juego una manera de ver, sentir, asumir el mundo, y abría un nuevo mercado, lo orientaba, para ver, sentir, desear, aplaudir, gozar, con un rumbo absolutamente desconocido. Otras relaciones y los ratones siguen una nueva Flauta de Hamelín.

Hoy leo ya sin asombro titulares mundiales: los 50 web más importantes; los blogs más leidos; los videos más vistos. La palabra es un subproducto más oscuro que en la Edad Media. Además de disminuírsele y tratársele como una inválida, tullida, o una anoréxica del paisaje, se le exhibe ante la golosina de la imagen en este gran club de la idiotización colectiva, un requisito sine qua non de la parálisis cerebral.

Erick Marshall McLuhan, hijo del profeta canadiense, sostuvo hace unos años que en la nueva cultura producto de la globalización, todos somos pasajeros de hotel. Tenemos un hardware, que es el cuerpo, y un software que es la tecnología. Hoy los titulares que mueven el mundo de la información dicen: los 50 web más importantes, los blogs más leídos; los videos más vistos. Hay quienes reciben más de 50 millones de llamadas en sus páginas. Impacto, cifras, realidad impensable, son el fenómeno de la globalización. Después de 40 años de edición, la novela Cien años de soledad de Gabriel García Márquez alcanzó los 30 millones de venta. No son las cifras las que aterrorizan, porque soplan vientos muy distintos en esta nueva era, sino la fijación por la imagen, la escandalosa devoción por el mundo del espectáculo, la fiebre inútil de lo banal, el monótono carrusel de sí mismo frente a la nada.

La banalización tiene fuerza propia en estos tiempos y se expresa de múltiples formas. Es como una mano enguantada en grasa y todo lo toca con alguna puerilidad. La construcción de una sucursal del Louvre en uno de los países de los Emiratos Árabes nos refiere a esta afirmación. Por mil millones de dólares se banalizará un icono francés. El arquitecto Jean Nouvel lo ha concebido como un domo flotante, que dejará ingresar los rayos de sol causando el mismo efecto que produce la luz cuando se filtra entre las hojas de una palmera.

La globalización barre con lo público y privado, ese límite que confunde al diablo y a dios, y que sin embargo existe. Los límites que nos “limitan”, decía el recién fallecido filósofo francés Jean Baudrillard, son un sentimiento de nuestros tiempos y se traduce en miedos, desilusiones, un no saber dónde realmente estamos. Es apenas una idea, un dato, saber que estamos en crisis, vivimos cambios continuos, aluviones de la nada, principios sin fin, la famosa crisis de la modernidad. Baudrillard escribió unos 50 libros y no fue condescendiente con Occidente. En su libro América dijo que Estados Unidos es un desierto, un vasto vacío cultural, donde lo real y lo irreal están tan fundidos que las distinciones desaparecieron. Un poco mide el espacio global, cerrado, hermético, de la globalización, donde todo se ha masificado, inclusive aquello que distinguía el espíritu de las masas. Baudrillard nos advirtió en verdad que descubrir la realidad, constatarla en estos tiempos, es pura coincidencia, porque nunca es la misma, ni logramos identificarla como tal. Nunca en otra época la realidad tomó ese carácter de subproducto, materia difusa, oscura, confusa, patéticamente engañosa. Esta afirmación es uno de los pasos propios de la globalización, modelo de espejismos y ausencias.

¿Cuál es el papel de un escritor en la era de la globalización?, podría ser una de las preguntas claves. ¿O el escritor carece de papel social ante un mundo masificado perfectamente idiota? ¿El escritor es un aguafiestas, convidado de piedra o un baúl sin fondo? ¿Los escritores se reúnen para operar sobre una realidad inexistente? ¿El escritor llega a ser en el mejor de los casos un marginal del éxito? ¿El escritor es un adorno social? ¿El escritor es un perdedor por naturaleza? ¿El escritor necesita un manual de autoayuda para superar su anonimato? ¿El verbo del escritor es real o virtual? ¿El escritor venderá su alma a la banalidad? ¿El ex escritor forma parte de la masificación global? ¿El papel del escritor es letra muerta? ¿El escritor es un servidor servil de la realidad o un crítico viril de la sociedad? Algunos piensan: si el Diablo existe, por qué no el escritor.

¿Es como pensar el tema al revés? ¿O dar un revés a la realidad? ¿La realidad sólo tiene revés y no derecho? A lo sumo son preguntas, paréntesis, intervalos, treguas... Uno lee una noticia, la escucha y ve, siente el ruido, la atmósfera danzante de la imagen que penetra los sentidos y destapa el hecho nauseabundo, desmembrado, minusválido, agónico, falso y siempre al contrario de la verdad. Tal vez me he influenciado por el fantasma real de Baudrillard, que nos ha dejado un poco más solos con este anticipo de su partida, que gracias a su palabra es menos real que la realidad. Qué mala frase: desnudó a la realidad en su tiempo, pero qué real es. Nos mostró la virtualidad de un mundo aparente, algo más impactante que un espejismo en el desierto. Algo más que un fragmento que arrastra el carromato de la globalización.

La noche no es un ejercicio menor del día, es una necesidad de la oscuridad. Así es la verdad para un escritor, como las palabras. Detrás de la imagen quizás, un barril de petróleo. Dentro de la realidad, un agujero oscuro esperando salir a la superficie por un poco de luz. En el horizonte, la ilusión, una mezcla de copia y paraíso perdido, esa nostalgia que un domingo se borra con una cerveza y una película sin realidad. Baudrillard documentó nuestro tiempo y no se dejó engañar por la realidad que custodia un portero de un céntrico hotel. La tarea mínima de un pensador de su tiempo. Hacer los deberes con un sentido ético.

¿La globalización es un globo que se infla o desinfla?, puede preguntarse con propiedad cualquier pasajero de este globo terráqueo, a la distancia que se encuentre de la tierra. Sus pies quizás miren hacia el cielo o entren en la profunda cavidad de la tierra. Pueden ir descalzos, viajando por otra realidad, muy distante, pero en nada cambia el paisaje. La bella pisa un mall y le sonríe a unas bragas mínimas.

La revolución digital es un hecho. La información digital disponible, archivada, es tres millones de veces más, que las contenidas en todos los libros del planeta. Qué diría Gutenberg. Esto es tan sólo un dato hacia dónde vamos. Lo sorprendente es que el almacenamiento no es tan seguro como una piedra, papiro o la misma pared de una caverna. Y en un mundo sin tiempo, cada día se invierten muchas horas en procesar este volumen de información que supera la imaginación. El 72 por ciento de los contenidos de Internet se genera en Estados Unidos y Europa. En fin, todo ejercicio estadístico es inútil, nos lleva siempre a la misma asimetría, a la cabeza deforme sobre el cuerpo pequeño

Seguimos en un juego de fuerzas en todo tipo de situaciones internacionales. Las fuerzas del mercado siguen siendo las más implacables. Costos y oportunidades. Una mano invisible. ¿Mundo global, hombre irreal?