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Claudio GiaconiLas dos fechas de Claudio Giaconi

Claudio Giaconi es la imagen perfecta de la derrota de la palabra en Chile. Tres periódicos se han referido a su muerte como una información tangencial y uno de ellos, La Tercera, en la tarde del día después de su fallecimiento, ha puesto una nota con falta de ortografía en su apellido en la modesta sección de cultura. “Falleció el destacado escritor nacional Claudio Yaconi”. La y es para pronunciar en italiano su verdadero apellido: Giaconi. La verdad es que no tiene importancia, si no fuera porque el ninguneo chileno dicta cátedra en esta materia. El Mercurio también editó una nota sobre Giaconi, quien fue corresponsal de la UPI, en Nueva York, recuerda el diario. En F, Giaconi cuenta su historia, su viaje al fondo de sí mismo.

Giaconi fue un personaje mítico. Inclusive existen referencias como exiliado, cuando en verdad se fue de Chile en los años sesenta, mucho antes del Golpe Militar de 1973. Sin embargo, está incluido en una lista de exiliados. Lo cierto es que un escritor vive exiliado, sin duda.

El 2006, cuando lanzó su libro de poemas Etc, dijo que la muerte no le intranquilizaba porque había estado muerto en dos oportunidades, una clínicamente.

 

Cuando leí las dos fechas que solicitaba Borges como único recuerdo, supuse que había muerto. 1927-2007 bajo la fotografía de Claudio Giaconi en un portal que no explicaba más nada. Entonces me sumergí, en la noche de El Sótano, en Internet, con vicio y vocación de búsqueda arqueológica. Puse su nombre en Google para saber qué estaba ocurriendo y lo más que me acerqué a la realidad del personaje es que se había internado en un hospital en Santiago de Chile. Bajo el título Hora de visita, el buscador encabeza algunas informaciones sobre el autor del libro de cuento La difícil juventud, que cambió el rumbo de la narrativa chilena hace poco más de medio siglo.

El artículo del diario oficial de Chile, La Nación, muestra una foto de Giaconi acostado en una cama del hospital Barros Luco, con un semblante agotado de fin de fiesta. La nota diagnostica su paso por ese hospital como una dolencia que había superado en su larga estancia de Nueva York: la temida tuberculosis. Se hablaba eufemísticamente “de un descuido en su alimentación” y todo indica que sobrevivía de una miserable pensión de desempleado de Nueva York. Él decía que estaba bien porque recibía dólares. Santiago es la tercera ciudad más cara de Latinoamérica. No es nuevo el destino de algunos grandes escritores chilenos: Pablo de Rokha, Alfonso Alcalde, Jorge Teillier, Efraín Barquero, etc.

Iván Quezada, el periodista que firma la nota, dice en uno de sus párrafos: “Ahora yace en una cama de ese centro asistencial, por fortuna en un cuarto privado que él presume le asignaron como reconocimiento a su ‘dignidad de escritor’. Si bien afirma que las medicinas han surtido efecto y que pronto estará de regreso en las calles de la ciudad, su apariencia es inquietante. Se le ve muy flaco, la respiración por instantes se le torna difícil y cada cierto tiempo exclama: ‘¡Maldito hipo!’ ”. Esta nota está firmada un 7 de noviembre del 2004 y es la última referencia de Giaconi en Google, dios de la búsqueda. No había caído en cuenta hasta ahora. No se trata de un truco literario. Giaconi fue mucho más misterioso que este gazapo. Vivió intensamente en Nueva York, alcohol, droga, largas noches, y la escritura de su famosa novela F, que tenía 700 páginas al morir, escribía a mano y esperaba derrotar a Joyce con su Ulises o aproximársele al irlandés.

(Esta era una extraordinaria oportunidad para el Fondo de Cultura de Chile. Debió ofrecerle una beca a un escritor emblemático que deambulaba entre la pobreza, el ninguneo, el olvido absoluto en el País de Alicia sin maravillas. El Fondo debiera incluir nuevas “oportunidades” para los escritores chilenos. Por ejemplo, editar libros de calidad inéditos y ofrecer becas a proyectos de esta naturaleza, ya avanzados, meritorios, en poesía, cuento, novela, teatro. Sólo era un paréntesis.) Giaconi, dicen, solía decir que había escapado, sano y salvo, a la tuberculosis, a Nueva York y al ninguneo. Esta última enfermedad chilena es mortal.

Giaconi fue, con Enrique Lihn, el más sobresaliente, destacado hijo de la llamada Generación del 50 en Chile. Eso se ha repetido hasta el cansancio y no le ayudó mucho al inefable F. Ya había cambiado el título de su novela (Vida y opiniones de mi mamá), a la que Enrique Lafourcade se había referido con desdén porque nunca se veía impresa en papel. La nota donde por fin me entero de que Giaconi ha muerto, apareció en el diario Las Últimas Noticias, muy escondida, bajo el título: “Murió Claudio Giaconi, el escritor invisible”.

Cuando vivía en Chile, escuché hablar de Giaconi a Lihn, Teillier, Waldo Rojas, Germán Marín. Era realmente un mito. Extrañaban todos su ausencia de las letras después de sendas premiaciones y de una narrativa distinta, que para alguno se secó prematuramente. Giaconi escribió antes de morir un libro de poesía: Etc. Preparaba unas Conversaciones, como las que el poeta Véjar hizo con Teillier, calificadas de su testamento literario. Nunca leí una línea a Bolaño sobre Giaconi. Había logrado mimetizarse con el olvido. Leo dos fechas que no encajan. Giaconi dice en una entrevista que había regresado hacía 14 años a Chile procedente de NY, ciudad que extrañaba porque la cultura está en las calles y se respira como ósmosis. Otra nota habla de que regresó hace cinco años. Para el caso es lo mismo, tal vez nunca regresó porque en Santiago no lo notaron, ni las autoridades de la cultura, ni sus pares.

 

El mito de F en Chile

(En 2005 edité este artículo en el portal de unos chilenos en Suecia llamado Panorama Cultural).

Claudio Giaconi puso la vara alta hace 50 años a la raquítica, patuleca, provinciana y manca narrativa chilena. Hace treinta dinosaurios años que leí ese conjunto de cuentos y escuché sólo loas de algunos escritores chilenos, especialmente poetas, que no tenían velas en ese entierro. Lo leí en uno de esos raros ejemplares que aún quedaban en casa de los escritores leídos y avisados. Prosa articulada en una visión alejada de microcosmos doméstico del criollismo. Giaconi se alejó también de la copia de la realidad social. Prosa que no pertenecía a ningún cuartel literario. La narrativa estaba matriculada al criollismo y realismo socialista, dos caballos de Troya que la arrastraron por la plaza pública del provincianismo y olvido.

Yo entré en contacto con las narraciones de Giaconi a finales de los sesenta, ya el personaje se había esfumado de Chile. El mito estaba en todas partes. Nosotros, tan provincianos, que nuestros límites llegaban hasta la Iglesia San Francisco, Il Bosco, Ñuñoa, Estación Central, unas cuantas calles arrancadas hacia las faldas cordilleranas detrás de un pollo al cognac o de una polola lectora de poesía. Eran los años dorados sin tiempo, ni lugar, ni espacio, más que el que pisábamos diariamente, con el viento en los pies. Giaconi vivía en Estados Unidos, se rumoraba, una especie de gran murciélago de los bares neoyorkinos, con una vida de doble fondo, ya para nosotros esa ciudad volaba por los aires con sus inalcanzables rascacielos. Todos sí coincidían en que no había vuelto a escribir, aunque se decía que tenía entre manos una novela que le haría perder el sentido común a la aplatanada sociedad chilena.

En 1954 publica Giaconi La difícil juventud y es Premio Municipal de Cuento. Al año siguiente, Nicanor Parra, edita Poemas y antipoemas. Ambos escritores, desde sus propias órbitas, renovarían el lenguaje, la literatura chilena. Todo esto hace medio siglo coincidentemente. Giaconi, como Parra, le quitó la camisa de fuerza a la literatura chilena, y eso debiera bastarnos para ambos autores. Parra le agregó un nuevo piso a la poesía chilena, buque insigne de la literatura nacional. Giaconi entró a la historia de la prosa chilena con una obra perdurable. Gogol, Faulkner, Freud, Chejov, lo que sea detrás del autor, pero Giaconi rompió el muro del criollismo y de la fotografía en mal papel de la literatura chilena de los cincuenta y más atrás, con honrosas excepciones. La poesía seguía su curso en y José Donoso dominaba la prosa sin contrapeso. Esos eran los días literarios de Chile, aunque Donoso, Obsceno Pájaro de la Noche, vivía en la España franquista. Cuentos de Antonio Skármeta, no se perfilaban grandes cosas en la prosa, el fantasma de Giaconi, con su Difícil juventud. Paso revista a la memoria y nada notable, con la excepción de Carlos Droguett, abandonado de toda crítica, en el solemne pago de Chile. Pesos livianos, pluma, mosca, nuestros narradores en el Caupolicán, sparrings de los prosistas argentinos, peruanos, uruguayos, colombianos y mexicanos, en ese entonces. Donoso siempre en la cima, un peso más pesado. Un mundo venido a menos, un retrato de la sociedad chilena, literatura con compromiso de lenguaje, de mundo decantado, sugerido, juego de máscaras reales, Donoso abandona la pintura social, el trazo grueso unidimensional, a esa mirada “casi totalitaria”, de un solo ojo, él, no pone límites a su literatura. Giaconi se había aventurado y era el mundo trasgresor que proponía un grupo de jóvenes emergentes, entre ellos el poeta Enrique Lihn. Abandonaban lo social en la literatura, pero no en la política. De esa generación discutida, con apellido igualmente cuestionado, Generación del 50, surgen Armando Cassigoli, Enrique Lafourcade, Jorge Teillier, quien no se identificaba ni reconocía en ella, Claudio Giaconi, Miguel Arteche, etc. Giaconi le puso, en verdad, el cascabel al gato de la narrativa chilena que deambulaba con sus piernas cortas Mapocho abajo, desolada provinciana criollista, un hilo menor del caudaloso río de la poesía.