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Los últimos estandartes de la poesía chilena

Los poetas no mueren, quedan encantados

Nunca fue la palabra mero fulgor de iluminados y nada más

Así se me dio siempre la poesía. Oscura pero no confusa, si entenderla con entendederas lúcidas.

Soy un desinstalado en fin y sigo siéndolo. El ocio es mi negocio, la libertad, la imaginación, el riesgo y hasta el descaro.

Oficio y más oficio, ése es el juego de la poesía, el gran juego incurable: encantamiento y condena. Nadie se cura de ella si te la dan a la palabra.

¡Adiós por otra parte al charco vil! ¡Adiós esté donde esté! En los Bancos vistosos, en las bolsas mercantiles, en la trampa bursátil que no cesa, en la usura, en todos los petróleos habidos y por haber. Alguna vez no habrá otro combustible que el combustible de las estrellas, ya vendrá.

Gonzalo Rojas

La batalla de los viajes, presentaciones internacionales, escenarios, mise en scène, la está “ganando” Gonzalo Rojas, mientras Nicanor Parra, el más vanguardista de nuestros poetas tal vez, aguarda como un misterioso Hamlet en su retiro de Las Cruces. Son, Rojas y Parra, los últimos estandartes de la vieja guardia, tradición y potente poética chilena, equipo que integran Pablo Neruda, Vicente Huidobro, Gabriela Mistral y Pablo de Rokha además de poetas como Rosamel del Valle, Díaz Casanueva, Enrique Lihn, Jorge Teillier, Eduardo Anguita, Efraín Barquero, Oscar Hahn, Armando Uribe Arce, David Ronsenmann-Taub y Gonzalo Millán. La tradición poética estuvo cargada el siglo XX de buena poesía, pero también de desmesurados y continuos enfrentamientos entre Neruda, de Rokha y Huidobro. Todo esto es sabido y está registrado copiosamente en la historia de la poesía chilena. Ahora los cables internacionales califican a Rojas como el poeta más importante de Chile y dicen vivo, por las dudas, y uno de los más grandes del siglo XX en Latinoamérica.

Parra y Rojas continuaron, a su manera, estos pleitos que por momentos superaron la barrera del sonido de las palabras y hubo poemas con sello de epitafio. Y las aguas volvieron a su pacífico remanso, porque ambos tienen obra para no preocuparse. El destino los puso hace algunos años en la antesala del Premio Nobel, pero representan a un país que ya copó esa cuota en ese género tan ninguneado y apartado de la realidad del mercado. Parra, de 93 años, está más próximo a los 100 que Rojas, quien se le aproxima con sus 90 recién cumplidos, pero ninguno de los dos afloja el comando de la poesía chilena y del habla castellana. Sólo Ernesto Cardenal, heredero e innovador de la rica tradición poética nicaragüense, figura en estos super ranking de la poesía global del idioma castellano. Recientemente se asomó a esta cúspide, el poeta argentino Juan Gelman.

 

De Chillán a La Habana

Gonzalo Rojas es quien está ahora en la palestra, con sus recientes viajes a Buenos Aires y La Habana, donde se encuentra en el marco del Premio Casa de Las Américas, y ha brindado un discurso de apertura de ese evento en el tono de sus vaticinios, recuentos, visiones y especulaciones de su firma y sello. Ya venía con el vuelo de Buenos Aires, donde se refirió a Huidobro y Borges. Dijo que el autor de Altazor constituye uno de los autores fundadores de la identidad latinoamericana, junto a Rubén Darío, Borges, Vallejo, Gabriela Mistral, Juan Rulfo, Leopoldo Lugones y Octavio Paz. La obra de Vicente excede largamente el juego del creacionismo, movimiento que interactuó con el surrealismo y el dadaísmo, además de influir en el ultraísmo, tendencia que abrazó a ciegas Borges, paradojalmente detractor de Huidobro. El poeta argentino, aunque creía que el romanticismo era el más importante movimiento literario de la historia, asumía como un principio que no existía el Adán literario y sus obras eran siempre un diálogo permanente con las ideas y los artificios. Huidobro, en cambio, proclamábase el origen. “Para mí, la poesía que más me interesa comienza en mi generación y, para hablar claro, le diré que empieza en mí”, dijo en una entrevista de 1925. Borges llamaba, por ello, a Huidobro, “el poeta malo”, precisa Rojas. Más aun, el escritor Jorge Edwards, premio Cervantes 2000, reveló a DPA que alguna vez Borges le confesó un diálogo con Huidobro en que éste declamaba el carácter fundacional del creacionismo. Ante esa idea, Borges reía. Rojas, sin embargo, descree ese complejo y lo vincula al personaje que Huidobro construyó de sí. “Un día”, recuerda, “salí con mis libros a ver a Huidobro. Cuando apareció, le conté mi fastidio con las clases de Ovidio en la universidad y me respondió altanero. ‘No les he dicho que no se metan con esos carcamanes. Tienen que estudiar las ciencias’, me espetó”. “Yo”, prosigue, “me indigné. ‘Muy Vicente Huidobro serás tú, pero no sabes nada de los clásicos. El creacionismo mismo no es tuyo. Lo inventó Lautréamont’, le grité”. “Me miró, no se enojó y comenzó a caminar sobre una alfombra más bella que la de este piso y recitó en latín a Ovidio. Yo callé y aprendí que él era un escritor de verdad, que conocía lo nuevo y que sabía leer a los clásicos”, asume Rojas, en declaraciones a la DPA, suscritas por Mauricio Weibel.

Esta es una historia que Rojas la ha contado en ocasiones, porque dice que cuando conoció a Huidobro, le fascinó, que no era además el clásico pituco chileno. Y el poeta de Contra la muerte, Rojas, vuelve a la poesía casi como un dios victorioso y derrotado al mismo tiempo: “Las palabras nos las dan los dioses, las recibimos sin merecerlas”.

 

El fantasma de Neruda

“Huidobro dijo que el poeta era un pequeño dios. Neruda le refutó en su discurso el día de la entrega del Premio Nobel: “El poeta no es un “pequeño dios”. No, no es un “pequeño dios”. No está signado por un destino cabalístico superior al de quienes ejercen otros menesteres y oficios. A menudo expresé que el mejor poeta es el hombre que nos entrega el pan de cada día: el panadero... Si el poeta llega a alcanzar esa sencilla conciencia, podrá también la sencilla conciencia convertirse en parte de una colosal artesanía, de una construcción simple o complicada, que es la construcción de la sociedad, la transformación de las condiciones que rodean al hombre, la entrega de la mercadería: pan, verdad, vino, sueños. Si el poeta se incorpora a esa nunca gastada lucha por consignar cada uno en manos de los otros su ración de compromiso, su dedicación y su ternura al trabajo común de cada día y de todos los hombres, el poeta tomará parte en el sudor, en el pan, en el vino, en el sueño de la humanidad entera. Sólo por ese camino inalienable de ser hombres comunes llegaremos a restituirle a la poesía el anchuroso espacio que le van recortando en cada época, que le vamos recortando en cada época nosotros mismos”.

La polémica continuaba después de muerto Huidobro. Rojas y Parra siguen esos pasos, pasando cuenta al referente de la poesía castellana del siglo XX y chilena, desde luego: Pablo Neruda. Gabriela Mistral es otra cosa, intocable por los poetas chilenos mencionados y la mayoría de los ausentes, pero no por la crítica ácida de su época que junto con algunas personas influyentes, terminaron por sacarla del escenario chileno. La Mistral devolvió el juego con la ausencia definitiva de Chile, país que colgó en sus entrañas, al que le dio el primer Premio Nobel de América Latina.

Dejó Chillán de Chile, Buenos Aires y partió a La Habana, y volvió a declararse fidelista y allendero, Rojas fiel a su historia siguió prosando su poesía en tiempo de Rojas, citando, nombrando, refiriéndose, calificando, siendo el mismo, yendo y viniendo con su lenguaje asmático, oxigenado, volviendo a entrar en la poesía oscura y transparente de la vida, la historia, las fundaciones de “las patrias destartaladas” y seguramente bajo el oleaje del malecón habanero. Rojas y Parra son poetas de opinión, como Huidobro, Neruda, la Mistral, De Rokha, Borges, Octavio Paz, Gelman, Benedetti, Cardenal, y no permanecen con la voz muda de la palabra. Los poetas poco se leen, circulan menos, carecen de presencia en los foros, sus voces son hilillos de ríos secundarios contaminados de olvido, amarillos de vergüenza. Todos se pronunciaron de lo humano y divino, pero hoy la poesía carece de protagonistas y los titulares no están para versos. La rueda del mundo gira en sentido contrario del de la poesía. En su mejor momento está atascada frente al precipicio.

Gonzalo Rojas habló en La Habana e hizo una defensa del libro, la poesía, de Vallejo, y dejó caer en cascada el desfile de citas y citados de Heráclito a Poe, pasando por Darío hasta Mao, Artaud, Novalis, Rulfo, Carpentier, Quevedo, Neruda, la Mistral, Lautaro y Ercilla. La historia tiene más nombres, los dijo, y fundaciones. Puso a César Vallejo “más alto que las nubes, el poeta más grande del idioma, de Darío para acá”, y de alguna manera dijo, con el autor de Trilce, todavía. Dejó al cholo en su pedestal y retomó “la Patria Grande de Simón Rodríguez —maestro de Bolívar—, esa Patria Grande que nos dijo también Martí, nos exige nacer y renacer los unos de los otros en una dinastía de galaxias. Lezama, Carpentier, por decir dos estrellas, dos sistemas imaginarios únicos en su luz, gente grande como Cervantes, Góngora, Quevedo, paridos aquí, dos resurrectos de esos que no mueren. Los poetas no mueren, quedan encantados”.

Discurso de contenido americanista, compromiso (ni un punto ni coma para Nicanor Parra), palabra rojiana que retoma lo andado y se da una vuelta enorme por Nuestra América:

 

La Patria Grande

“¿Quién fundó México para empezar a enumerar las patrias destartaladas? ¿Algún virrey peninsular, algún Emperador recién llegado de París? ¿O los mayas que inventaron el cero hará milenios, o los aztecas, o los tarahumaras que siguen siendo mis hermanos allá arriba en Chihuahua? Porque yo soy de ahí y tengo hambre de México como Buñuel o como Artaud. ¿Y el Perú, para seguir por la otra punta?, ¿otro virrey?, ¿o más bien el que fundó al Perú fue Vallejo, ya dije, sin el cual no anda el Mundo?, ¿o Jorge Eduardo Eielson que se nos fue recién el 2006? (por apurón, se nos habrá ido, pienso). ¿Quién inventó al Perú?, ¿César Moro?, ¿Adolfo von Westphalen? ¿Nada más los ríos profundos, los grandes ríos, José María Arguedas? O, volviendo al gran México, que no termina nunca, ¿qué haríamos sin Paz, sin Octavio Paz que nos vio la suerte en el laberinto de la soledad a escala de Occidente? ¿Y Rulfo, qué haríamos sin Rulfo y no me importa nada que no haya escrito nunca un verso?, ¿y sor Juana y Alfonso Reyes, el de Monterrey?, ¿y Ramón López Velarde?, ¿y todavía, todavía?, ¿y algún Cardoza y Aragón que no será de ahí pero sigue siendo?, ¿y Elizondo? Pampa abajo por el Río de la Plata allá por la mitad del XIX, ¿quién inventó el surrealismo avant la lettre sino ese loco de Lautréamont? A ver, ¿monsieur Breton, quién lo inventó, con humor negro y todo, y dictado automático? ¿Y Darío, Darío, que dijo el fundamento como nadie, desde Juan de la Cruz?, ¿quién se atrevió a llamarlo poeta de segunda clase cuando su centenario? ¿Quién si no el aullido del rencor? ¿Y Borges, Borges, primo de Macedonio el grande?, ¿qué haríamos sin Borges, sin El Aleph? ¿Y sin Lezama?, ¿qué?, ¿quién nos diría el Mundo, el caracol del universo desde la inmensidad de un rectángulo de agua?”. “Todo ello sin insistir en los cronistas, deslumbrantes precursores de Neftalí, de Vicente, de Gabriela Mistral, con Nobel o sin él, o de algún otro de cuyo nombre no me acuerdo, o no quiero acordarme”. No fue a tocar guitarra a La Habana, Gonzalo Rojas, sino a repasar su bolero, socavón adentro, de minero sureño, con lámpara sobre la frente de América. Y se fue soñando con las palabras, jugando con el verbo, arrastrándolo hasta el hartazgo de su poesía: “México, México, el otro México que somos todos, del Río Grande hasta la Antártica. De ahí vino el Granma aquella vez, de ahí estará viniendo”.

 

Lean, América es la casa

Repasando América por los cuatro costados en La Habana y en enero. Así vieron a Gonzalo Rojas quienes le vieron: “Nademos hondo en ese oleaje. ¿Usted cree que es chileno por mistraliano?, ¿que es argentino por borgiano, lezámico por Paradiso o por Dador, carpenteriano por El reino de este mundo, cree usted?, ¿que es peruano por vallejiano, que es dariano por esa curva preciosa, martiano por coraje y por martirio, guimaraesrosiano por fluminense, lautreamoniano por montevideano, costino, andino por mero azar; que vino en burro o a caballo porque sí, paisano de paisanería de esas patrias despedazadas, cree usted? No, mi señor, usted anda con su México a cuestas desde los grandes días presurosos desde hace tres milenios, su México en el seso y en el corazón, su Perú, su Colombia, su Tiahuanaco airoso, su Venezuela, su Brasil anchuroso, su Chile parto de volcanes. Y sus islas, sus islas, sus bellísimas islas. Esa nariz siempre adivina de lo uno y lo múltiple. Óigalo bien: América es la casa”. “Fidel puso a Cuba en la Historia y eso lo saben las estrellas”, dijo Rojas.

Del libro, papel que respiramos, dijo, advirtió, precisó, señaló: “Esa especie de arcángel que vino del papiro y que ya empieza a ser proscrito del planeta por obra de la hibridez, la malversación del pensamiento, de la plata y la muerte. Usura, usura, caos tecnolátrico, globalización. Áspera conjetura, una vez hubo libros, empresas temerarias de renombre a todo vuelo, en todos los idiomas, casas editoras de máximo prestigio en Buenos Aires, México, en Madrid, en París. Ahora revenden su destello, se comen, se devoran entre sí en la era convulsa de los lagartos venenosos. Libro, ¿qué será libro?, ya no queda: ése es el vaticinio amenazante en las próximas décadas cuando el pantallazo informático lo haya consumado todo”.

Y va recomendando qué hacer el poeta: “No le tengan miedo al miedo, lean, sigan leyendo hasta el amanecer, hasta que se les reseque el seso sigan, sigan leyendo, apréndanle a ese flaco prodigioso, que prefirió volverse loco leyendo y releyendo, y lo dio todo por la caballería, la nariz y el ‘celebro’, como decía él. Personalmente yo soy libro y vivo libro, su aroma, su frescor y su sabor, su zumbido precioso, su secreto”.

Y en sus palabras, Rojas reconoce que desde hace 90 años anda en las aguas, vive en ellas, dice, y se va en las aguas con sus autores favoritos, río abajo, río arriba... “Los niños en el río miden el fondo de la transparencia”, cita a Renata, una poeta de Chihuahua. Y así se va en viajando con la palabra y sus maestros Homero, Ovidio, Virgilio, Catulo, Lautréamont, Pound más veneciano que Venecia y más, hasta llegar al mar. Antes, cita al príncipe parapléjico de las galaxias, el físico inglés, Stephen Hawking, y ya llega al mar. Se pregunta: ¿quién dijo el mar entre nosotros? ¿Huidobro por ejemplo en Monumento al mar?, ¿Neruda en El fantasma del buque de carga?, ¿la Mistral en Beber, una pequeña pieza cumbre de las que no hay en español? Transcribamos sin hermenéutica esa ráfaga única para que se oiga y se reoiga setenta veces siete como habrá que leer siempre la poesía alta. Por puro encantamiento transcribámosla. Y es la Mistral con Beber, que yo también transcribo aquí:

Recuerdo gestos de criaturas
y son gestos de darme el agua.

En el valle de Río Blanco,
en donde nace el Aconcagua,
llegué a beber, salté a beber
en el fuete de una cascada,
que caía crinada y dura
y se rompía yerta y blanca.
Pegué mi boca al hervidero,
y me quemaba el agua santa,
y tres días sangró mi boca
de aquel sorbo del Aconcagua.

En el campo de Mitla, un día
de cigarras, de sol, de marcha,
me doblé a un pozo y vino un indio
a sostenerme sobre el agua,
y mi cabeza, como un fruto,
estaba dentro de sus palmas.
Bebía yo lo que bebía,
que era su cara con mi cara,
y en un relámpago yo supe
carne de Mitla ser mi casta.

En la Isla de Puerto Rico,
a la siesta de azul colmada,
mi cuerpo quieto, las olas locas,
y como cien madres las palmas,
rompió una niña por donaire
junto a mi boca un coco de agua,
y yo bebí, como una hija,
agua de madre, agua de palma.
Y más dulzura no he bebido
con el cuerpo ni con el alma.

A la casa de mis niñeces
mi madre me llevaba el agua.
Entre un sorbo y el otro sorbo
la veía sobre la jarra.
La cabeza más se subía
y la jarra más se abajaba.
Todavía yo tengo el valle,
tengo mi sed y su mirada.
Será esto la eternidad
que aún estamos como estábamos.

Recuerdos gestos de criaturas
y son gestos de darme el agua.

 

El mar, el mar

Chile es mar de punta a punta, como un espejo de agua de largo remo, desierto sobre el agua, montaña bajo el agua, Sur de aguas. La Tierra es tres cuartos de agua y el cuerpo humano, agua sobre el agua. El agua nos impulsa desde la caverna ancestral. Los grandes ríos arrastran la sabiduría, dice Rojas. Así el Nilo con sus 6.700 kilómetros que van a dar al Mediterráneo; o el Amazonas al Atlántico con sus 6.280 o el Missouri-Missisippi que entra al golfo de México con los 6.266. O el Yang-Tze Kiang al mar oriental de la China con sus casi 5.000 (encima de cuyo lomo habré navegado una semana con la Hilda), o el Paraná o el Volga o el Bravo o Río Grande del Norte, o el Danubio musical o el Orinoco espléndido o el Ganges que va a parar a Bengala o el Rihn tan amado por Víctor Hugo, o el Ródano o el Tigris o el Éufrates o de repente el Támesis. O por qué no el Buy-Buy antes que se llamara Bío-Bío cuando todavía era fiel a la onomatopeya de las aguas, sin olvidar por un minuto al Caroní donde vuela el Salto del Agua rey de la Gran Sabana por donde anduvo Alejo Carpentier y vio como ninguno la belleza. Y el poeta Rojas nos pide que “nademos largo y sin miedo a lo Lautaro, a lo Picasso nademos, a lo Kafka, a lo Mao que era un buen nadador según parece y todavía anda nadando por ahí”.

(Yo vivo entre dos océanos y muchos ríos, uno a los pies de mi casa o cama, un país donde llueve 8 meses al año de alguna manera. Muchas veces siento que voy naufragando en alguno de los ríos hacia alguno de los mares. Nadie me detendrá cuando llegue la hora).

En este viaje del más allá al más acá, de la palabra y a ninguna parte, el poeta chileno, después de dejar un mundo de viajes por puertos y ciudades, Roma y La Habana, vuelve araucano al Chile de Lautaro y Ercilla en la fundación de la palabra, porque la espada y la pólvora degollaron una parte física de una raza bravía, pero no su espíritu. En palabras de Rojas: “Ercilla que hizo el mito y le dio el nombre a Chile lo hubiera hecho suyo más que el mismo Lautaro. Lautaro, el ventarrón. Permítanme decirles, de viva voz, una octava de fuego escrita a cuchillo en la piel de ese árbol por el joven Ercilla, ¡un verdadero parte clínico del gran parto sangriento! Así se escribe poesía grande. A lo Homero, compañero”.

Aquí llegó, donde otro no ha llegado,
don Alonso de Ercilla, que el primero
en un pequeño barco deslastrado,
con solo diez pasó el Desaguadero
el año de cincuenta y ocho entrado
sobre mil y quinientos por febrero,
a las dos de la tarde el postrer día,
volviendo a la dejada compañía

Así llegamos al Sur de la esperanza, sobre los rieles de la poesía, en el claroscuro del firmamento, con las noches y los días, son estrellas y lunas distintas, vienen del mar, como de otras galaxias, y llenan mi mejor tiempo, el que aún no ha transcurrido.

Un aprendiz, eso soy, subraya Rojas, quizás en alusión a Rimbaud. Otros serán videntes. Dicen que son videntes. Dicen que son. Yo no soy vidente, no alcanzo, me gusta eso de Goethe: “Que no puedas llegar nunca, eso es lo que te hace grande”. Y retorna a La Habana, con Cortázar en los setenta, Darío en Varadero, aquel festival de su poesía y vuelve las fechas a la historia del 73 en Chile... “¡Nos mataron sangrientamente la nieve! Arriemos la bandera ensangrentada con un inmenso viva Chile”. Su exilio como el de miles, pero él en La Habana. Se va despidiendo el poeta sureño con su carbón bajo el mar y recuerdos de aquellos días y tiempos. Da a entender que nunca dejó La Habana... “Aquí aprendí la Tierra. Cuánto y cuánto aprendí. De las estrellas aprendí. Y claro de la grandeza, de la dignidad, del gran pacto solidario. Aquí me dieron ustedes de comer o más bien los padres de ustedes de comer mi hambre y mi pena en los abismos del exilio pero siempre estuve aquí: durmiera donde durmiera; en Rostock o en la Antártica, siempre durmiera aquí; o en Berlín, o en Caracas, durmiera esos 10 años indocumentado, o en París o en Madrid o en Manhattan mismo o en San Francisco o algo así ¿dónde no? Nadara por nadar la inmensidad de los desnudos y los muertos o de los perdedores, me aullara seco el mar, el Báltico, el Yang-Tsé, el Orinoco enorme, tan lejos del Buy-Buy, tan lejos del Buy-Buy antes que fuera Bío-Bío. Paro aquí. Ay, mis hermanos, ya me estoy yendo, ténganme por diáfano”.