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Hace 73 años nació JT
Jorge Teillier: Poeta Sur

No me imagino a Jorge Teillier
pidiendo un borgoña
por celular
mientras preside el ocaso
del atardecer santiaguino
en el juego de la inmortalidad
en el Bar Unión Chica
de Nueva York 11
donde los días
no hacen verano.

Rolando Gabrielli

Jorge Teillier es la pedagogía de la ausencia. El viento blanco, que la infancia no ignora. Siempre llegaba del pasado, aunque tendiera la mano al futuro. La palabra en el resplandor. Arrastraba un verbo en la ilusión residual. Poesía del ayer sin pasado fijo, con su tiempo detenido. La provincia en la inmortal sombra de su infancia. La mágica vida de un presente eterno. El Poeta en estado de gracia. La poesía con su misterioso cuerno de silencio. La poesía en el reflejo, que el espejo esconde en su memoria. ¿La poesía sigue los pasos del poeta o los da por él?

Teillier giraba detrás de la rueda, sólo una señal, la huella, el guiño. En ese mundo de apariencias reales, destellos evanescentes, encontraba un nuevo rostro su poesía. Poeta Sur, que siempre habitó en la Aldea Global. Muy próximo al molino y la carreta o a la estación de trenes, Teillier cuadraba su propia teoría del Lar. El círculo íntimo de la palabra. Sin embargo, prefirió morir de ciudad. Respiraba en la asfixia del verbo, su poesía de andén. No le inmutaba el ocio, lo compartía en la cotidianidad diaria, casi con nostalgia, casi con aburrimiento, casi desprendido de todo lo que le rodeaba. Poesía de la conciencia en y del desamparo. Poeta de un camino. El que traza la poesía sin aspavientos. Poeta del Lar, bautizó su entorno poético, la profundidad real de sus días, el paso del temblor de la hoja. La poesía requiere ese saco sin fondo. La luz que sólo el pozo conoce. La señal que no es certeza, aunque acabe el camino.

Poeta del ocaso. Teillier se dejó consumir por los medios días santiaguinos, esos atardeceres grises, desdibujados en el canto de las horas muertas. El poeta y la ciudad deambulaban en sus desencuentros, mientras sus sueños permanecían casi intactos en la provincia, Lautaro. Su imaginación vivía en y del Sur. Los trenes, el granero, la calle principal, el mesón del bar del pueblo, las caras tristes de los mapuches, el río, los antepasados, La Frontera, y aun así, forastero de forasteros. El poeta se veía en el Otro espejo y cruzaba el río. La noche sobre el tiempo del poema. ¿La ciudad, un andén forzado? ¿La ciudad, la realidad real como la manteca frita? ¿La ciudad, el gran bar? ¿La ciudad agoniza conmigo? ¿La ciudad, poncho que nos arrastra a todos? ¿La ciudad nos arrebata el sueño? ¿La ciudad es la gran provincia? ¿La ciudad, con su abrigo de alquiler? ¿Cruzar la calle es dejar la ciudad?

El río nos cruza a todos, los pasos van y vienen, la ciudad los conoce y siente a todos. Su lomo, rodillas, ambas caderas, gran nariz, las manos alzadas, se pierde la figura en sus huesos, labios grises, ojos de cielo nublado. ¿Qué hacía Teillier deambulando por Santiago? Venía de La Reina, helado en las mañanas, recién afeitado, con su abrigo santiaguino, unos libros, dedos cuadrados, casi morados, atravesaba Macul, por el Pedagógico de la Universidad de Chile, cargado de sus versos nostálgicos de futuro, premoniciones, pájaros raros de sus bolsillos. A Jorge lo inventó el Sur, la lluvia, su propio olvido. Caminaba por la vereda azul de la ciudad, en su propio mundo y a veces pienso que nunca quiso salir del primer día de clases. Se sumergió en un cuento de hadas y se hizo bautizar en cada primavera. Poeta del guijarro alumbrado en el camino.

Teillier no sucumbió a las modas literarias. Fue lector, devorador de libros. Echó raíces desde joven. Se alineó a su propia sombra. Tocó la flauta de la Escuela Lárica, que él creó. Sur-Sur, una visión del mundo del desarraigo. Se consumió en su vertiginoso y borrascoso azar. Vivió los días aciagos de Pinochet y se atrincheró en el Bar La Unión Chica con el poeta Rolando Cárdenas y otros contertulios de Nueva York 11, un nombre y número que marcarían el siglo XXI. Teillier sobrevivió en esa esquina como capitán de un barco anclado en una ciudad sin puerto, de oleaje mudo, avasallado, capitanía ferozmente devorada. Era un poeta bajo Estado de Sitio, y se mantuvo en arresto cuartelario en El Bar La Unión Chica, por orden de la sobrevivencia.

Jorge Teillier Sandoval, autor de Para ángeles y gorriones, El cielo cae con las hojas, Poemas del País de Nunca Jamás, Crónicas del Forastero, cultivó su mito como pocos poetas de Chile y América latina, y convirtió la poesía en un acto de vida.

Lo conocí en tiempos de la Crónica de un forastero, libro que nunca terminó de gustarle, lo encontraba cojo, forzado, sin el vuelo que él esperaba en sus versos de transparente nostalgia, profundos, sutiles, llenos de des(esperanza), desarraigo, la nostalgia del Paraíso perdido. Gran lector de los poetas y narradores franceses, Teillier ancló su poesía en un Sur mítico, reinventado, y su infancia le llevó agua hasta el molino de su muerte.