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Casa de las Américas50 años de Casa de las Américas, Chile país invitado

Habana

Habana, después te digo,
Habana, que el tiempo,
todo es un rumor, Habana,
nada más, olas,
sabes después te digo,
una ola, una palabra,
que a ciegas llega
a tu malecón
y todo es un rumor,
nada más, olas
palabras.

Rolando Gabrielli

Las ferias de libros son un gran mesón de oportunidades para escritores y lectores. Un sitio de encuentro, una tribuna para sentir la palabra, la textura de los impresos, contactar a editoriales, tomar el pulso de lo que se está escribiendo en otros países, hacer nuevos amigos, conocer las novedades, tendencias, confrontar ideas y concluir que el mundo no es una isla para nadie. Los libros son una mercancía y se desplazan de una geografía a otra, algo más cansados, lentos, a pesar de la velocidad del transporte, porque la lectura por Internet ocupa un espacio importante e instantáneo.

Pero las ferias son irremplazables por su sabor, el lujo de estar con el autor, entrar en contacto con la voz, con algo que el libro no nos puede decir del todo, a veces, y menos la Pandora Internet, que repite muchas cosas sin conocer el origen ni las inflexiones, esos esguinces del cuerpo y los sentidos. Mil títulos nuevos y seis millones de ejemplares, pondrán a la venta unas 40 librerías cubanas. Las agencias internacionales han informado que el poema “Abdala”, del escritor y prócer de la independencia cubana José Martí, de cuya publicación se cumplen 140 años, y la novela La consagración de la primavera, de Alejo Carpentier, serán algunas de las reediciones. Se reimprimirá además el primer poema cubano, “Espejo de paciencia”, de Silvestre de Balboa, que inicia la literatura de la isla cubana hace 400 años.

Las ferias en América, las más antiguas son las de Portobelo, en el Atlántico panameño, donde se comerciaba bajo la tutela del reino de España y se acumulaba el oro de las Américas para despachar a la metrópolis a través del Camino de Cruces donde esperaban las embarcaciones.

Esta es otro tipo de feria, pero la filosofía de la venta e intercambio entre países tiene un significado, un pasado semejante en algún sentido. Me refiero a la XVIII Feria Internacional del Libro de La Habana, Cuba, donde Chile es el país invitado. Pero también se va a homenajear a los escritores cubanos Fina García Marruz y Jorge Ibarra, y a Casa de las Américas en su aniversario 50. Cuba es una pequeña isla de poco menos de 105 mil kilómetros cuadrados, la mayor de las Antillas, con una fuerte tradición literaria y autores que trascendieron sus fronteras, como José Martí, Alejo Carpentier, Nicolás Guillén, José Lezama Lima, Guillermo Cabrera Infante, Eliseo Diego, Heberto Padilla y Reynaldo Arenas, entre otros.

Lezama Lima fue un gran animador, intelectual universal de la cultura cubana, y el llamado Grupo Orígenes fue una manifestación de una elite lúcida que no se dio en el Caribe con esa fuerza, más que en Cuba. Previo a ese movimiento fundaron las revistas Verbum (1937), Espuela de Plata (1939) y Nadie Parecía (1942), antecesoras directas de Orígenes.

En Cuba hay tradición literaria, indiscutiblemente, y Casa de las Américas llegó a ser el polo más fuerte en la edición de libros y receptividad de la nueva literatura latinoamericana. Encuentros, foros, ediciones, premios. Vino la diáspora, contradicciones, y esa historia de dificultades, exilios y un mar que divide a los de adentro con los de afuera.

Pero esta nota tiene que ver con la feria y la atmósfera que se ha estado creando. Las ferias no son un mar de rosas y a veces más bien un lecho de espinas. Siempre existen arbitrariedades desde los escritores que se escogen, los “invitados”, a los libros que se llevan y en este caso me refiero a Chile, país invitado de Honor. Pareciera algo inevitable, humano, se avivan viejas rencillas y pareciera que la historia se estanca y no avanzara.

Dos escritores chilenos, de reconocida trayectoria conflictiva con el gobierno de La Habana, Jorge Edwards y Roberto Ampuero, denunciaron que Cuba puso censura a sus libros. Cómo voy a ir a la feria del libro de un país que legitima la censura, exclamó Edwards, quien fue declarado persona non grata por Fidel Castro durante el gobierno de Salvador Allende. Ampuero, quien estuvo vinculado por años a la isla y al Partido Comunista, actualmente es profesor en Iowa City, dijo que “me parece complicado para la presidenta Michelle Bachelet llegar a inaugurar una feria en un país en el que hay al menos tres libros de chilenos que han sido prohibidos: Confieso que he vivido, de Pablo Neruda, Persona non grata, de Jorge Edwards, y Nuestros años verde olivo”. La Feria del Libro de Cuba se realizará entre el 12 y el 22 de febrero, donde se homenajeará a Víctor Jara y Violeta Parra. Asimismo, se le entregará el Premio Iberoamericano Pablo Neruda a Fina García-Marruz, poeta cubana y Premio Nacional de Literatura.

Se espera que Chile esté representado por unos 30 escritores. Camilo Marks, abogado de derechos humanos y uno de los críticos literarios más respetados y resistidos de las letras chilenas, según el diario La Nación, ha dicho sobre Ampuero: “Me he enterado de que no participará. Pero bueno, él es un pésimo escritor, y además tiene una relación muy especial con Cuba, que la cuenta en sus libros y columnas. Él siempre ha estado en una posición privilegiada, y descubrió los horrores del sistema comunista después de haberse aprovechado de él por más de 20 años”.

El arte de los trapos sucios es un arte, sobre todo cuando hay ropa tendida y ésta se puede lavar en público sin asco.

En menos de 48 horas, el ministro de Relaciones Exteriores de Chile, Alejandro Foxley, aseguró que el gobierno no tiene constancia de “ningún intento de censura” por parte de las autoridades cubanas sobre las obras que Chile expondrá en la Feria del Libro de La Habana. Entre el 12 y el 22 de febrero, se instalarán los catálogos de 34 editoriales nacionales, así como una selección de obras de instituciones públicas y privadas chilenas, informaron las autoridades competentes en el marco de las próximas actividades, a pesar de los desacuerdos existentes entre las editoriales. Ese, al parecer, es un viejo tema. Las tres ferias que he visitado con presencia de Chile no han estado a la altura del país del sur. Me refiero a la de Bogotá, Colombia, donde fue invitado de honor, y a dos en Panamá, una también en su honor. La discriminación de los libros es lamentable y en muchos casos los olvidos voluntarios de autores indispensables. Esperamos que en esta oportunidad Chile presente su potencial, nada desestimable, y esté a la altura de estos desafíos en favor del libro. Que las rencillas de siúticos despechados o de inquisidores de la Belle Époque, sean superadas.

Para un enfoque más global y completo para nuestros internautas, incluyo esta entrevista del diario La Nación de Chile.

 

Camilo MarksCamilo Marks: “Tengo un juicio horrible acerca del legado de mi generación”

El crítico literario habla de su última novela, Altiva música de la tormenta, y con su lenguaje corrosivo cuestiona a los escritores que “apenas leen lo que escriben”.

Leyla Ramírez - lanacion.cl

“La opinión de los escritores chilenos me importa un cuesco. En Chile nadie lee nada. Y la inmensa mayoría de los escritores tampoco lee nada, apenas leen lo que escriben, a juzgar por los resultados. ¿Los críticos? ¿Cuáles, por favor? Fuera de unos pocos, nómbrame a alguien serio, culto, responsable, con amplitud de lecturas y vastedad de referencias, con genuina formación intelectual. Por lo demás, La dictadura del proletariado, mi primer libro de ficciones, fue muy bien criticado. A los poquísimos autores que conozco les gustó mucho. La antología Grandes cuentos chilenos del siglo XX tuvo excelente recepción. Si soy exigente con los demás, no voy a salir editando un bodrio. ¿Por qué habría de temer la crítica?”.

Así, corrosivo y directo, es Camilo Marks, abogado de derechos humanos y uno de los críticos literarios más respetados y resistidos de las letras chilenas.

Apsi, La Época, Qué Pasa y ahora El Mercurio, son las tribunas donde ha brillado su aguda y prolija pluma por más de 16 años, tiempo en que ha hecho una notable y variada colección de enemistades.

Eso, sin embargo, no lo detuvo cuando decidió publicar su primera novela, La dictadura del proletariado (2001), que no sólo cosechó buenas críticas en la prensa, sino que llegó a ser finalista del Premio Rómulo Gallegos 2003.

Ahora vuelve con Altiva música de la tormenta (Sudamericana), una historia de amor que tiene por telón de fondo el plebiscito de 1988 y en un país lleno de contrastes.

—Altiva música de la tormenta es un gran poema de Walt Whitman. ¿Por qué lo elegiste para titular tu libro?

—Originalmente, era otro título, muy distinto. Pero como hay una historia de amor entre gente de cierta cultura y en una época en que la literatura y la poesía eran muy importantes, uní a los protagonistas con ese verso. Mientras escribía, me vino la idea de ese gran poema de Whitman —“Proud Music of the Storm”—, publicado después de la guerra civil norteamericana. Y más allá de los paralelismos políticos, que sólo los veo recién ahora, las estrofas hablan de lucha y victoria, del fracaso y la imposibilidad del cariño bajo determinadas circunstancias.

—¿Por eso escogiste el plebiscito como marco para desarrollar tu novela?

—No elegí el plebiscito como telón de fondo, sino que escribí, en principio, un cuento algo largo, de unas 40 páginas, y eso ocurrió precisamente en esa época. La historia estaba guardada por ahí y decidí desenterrarla, a sugerencia de Germán Marín, editor de Sudamericana, y entonces se fue alargando hasta convertirse en la novela actual.

—¿Qué hacía Camilo Marks el 6 de octubre de 1988? ¿Fuiste, como los protagonistas de Altiva música..., a la fiesta del NO en Lastarria?

—El día siguiente al plebiscito yo estaba de apoderado en los colegios escrutadores de la comuna Estación Central y luego fui a visitar a las presas políticas del anexo femenino de Santo Domingo con Amunátegui, una mansión que perteneció al presidente Juan Esteban Montero. No he pisado en mi vida la casa de Lastarria, que, si bien existió, en la novela es imaginaria y nunca he estado en celebraciones con dirigentes o jerarcas, pasados o actuales.

—En tu libro se ve cómo mucha gente —la victoriosa— estaba a la espera de repartirse desde ya su tajada. ¿Algo común en todo proceso político o especialmente en el nuestro? ¿Hay ahí una mirada descreída de este proceso?

—Fui uno de los primeros que se inscribieron cuando la Concertación llamó a hacerlo, fue a comienzos de 1988, así que me lo creí todo, absolutamente todo. Pero una novela es una ficción literaria, no un panfleto. Esa visión escéptica es relativa y se aplica a algunas personas. Ahora yo, en lo personal, puedo tener una mirada desaprobadora hacia aspectos de la transición democrática, que no son los más evidentes, dicho sea de paso. Pero insisto: la novela vale si es buena, más allá de las apreciaciones extra literarias que surjan tras su lectura. Claro, en todo proceso político hay oportunistas y gente decente, pero esto lo digo sólo para contestar derechamente tu pregunta, porque estuve lejos de pensar en esas consideraciones al trabajar en esta narración.

—Con todo, es posible apreciar claros guiños a ciertas personas en cada uno de tus personajes: el periodista alcohólico y cuesta abajo (Bernardo), los trepadores (Rogelio), los desconcertados (Ignacio) o los descreídos?

—Por supuesto, hay personajes inspirados en casos reales, como Rogelio Ahumada, un típico gestor de ONGs que se hace millonario o Ignacio, un preso político que aún no encuentra trabajo, porque tiene los papeles manchados. Y hay muchísimas personas valiosas que fueron arrojadas al tarro de la basura, hoy cesantes o amenazados en sus trabajos, aterrorizados por sujetos cretinos y mediocres que abusan de su estúpido poder. Pero también están los hermanos Villanueva, Ester y Alfonso, que no son santos ni imbéciles y creen en lo que hacen, aun cuando las dudas sean inevitables. Verónica Livasic tampoco es desagradable, simplemente se aferra a un hombre que está cuesta abajo, como lo dices tú misma, pero ¿quién sabe? A veces tratamos de ayudar a alguien hundido, aun a costa del autoengaño y a veces, quienes parecen perdidos, resultan mejores que aquellos tan triunfadores...

—Todos esos personajes tienen entre 30 y 40 años, la edad que tú tenías en esa fecha. ¿Hay en tu libro una mirada crítica a tu generación?

—Tengo un horrible juicio personal acerca del legado de mi generación. Basta con ver lo que la juventud piensa de nosotros, es cuestión de mirarlos no más. Hubo, claro, y todavía hay, personas muy valiosas, que se sacrificaron hasta lo indecible pero, en conjunto, no nos salvamos y hemos transmitido pura palabrería hueca. Yo no me excluyo de este fenómeno. Por suerte, los muchachos ahora han cambiado mucho, pero no gracias a nosotros, sino por ese poder que tienen los jóvenes de renovarse y vivir su propia vida.

—Trabajaste en el Comité Pro Paz y en la Vicaría de la Solidaridad y por eso no puedo dejar de preguntar tu impresión sobre el Informe de la Tortura que fue entregado al Presidente...

—Mira, yo participé en esa Comisión (de tortura), estuve estudiando todos los casos de procesados políticos de los ‘80, y antes hice un estudio extenso sobre el tema. Y creo que hay dos cosas del informe que son positivas e irrenunciables: la tortura fue una política de Estado, no fueron casos aislados, no fue que a alguien se le pasara la mano no más y eso está requetedicho; lo otro es fruto de lo anterior: nunca se torturó más en Chile y pocas veces en Latinoamérica, como durante el período 1973-1990, porque algunos dicen, “siempre se ha torturado y en todas partes”, pero cuando tú te das cuenta de que, ya desde agosto de 1973 con los marinos, aplicaban electricidad en regimientos remotos, de Ancud, Castro, Illapel, etc., entonces dices, esto viene de antes, es planificado, así quieren gobernar, es una forma de entender la política, destruyendo física y psíquicamente al adversario mediante tormentos que abruman la imaginación humana.