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Correspondencia entre cronopios

Julio Cortázar y Carol Dunlop

Julio Cortázar se reescribe gracias a una correspondencia secreta, íntima, que se conoce íntegramente desde el pasado 13 de abril, cuando la editorial Alpha Decay editó las cartas en España. Es una revelación que hizo el diario hispano El País, que publicó pasajes de las misivas entre Julio Cortázar, su esposa Carol Dunlop (en la gráfica con él) y su amiga y traductora de Rayuela al serbo-croata, Silvia Monrós-Stojakovic. El título del libro es justamente Julio Cortázar, Carol Dunlop, Silvia Monrós-Stojakovic. Correspondencia, que es un paso profundo, puente sin amarras, entre la vida y la literatura, la amistad, el amor y la entrega. No hay retórica más transparente que una carta y más en las circunstancias en que el trío de cronopios se escribe. La vida que se va, atada a un hilo, se corta. Son 19 cartas, 9 de JC y las 10 restantes de las dos mujeres. Es una correspondencia de epílogo para dos de los tres autores, porque Carol, quien sabía que Cortázar padecía de una leucemia que él desconocía, moriría dos años antes que el autor de Historias de cronopios y de famas. La intimidad del dolor asoma por las cuatro esquinas de estas misivas, sin más pretensiones por parte de sus autores que retratar una situación, el sentir y paso de sus días, estados de ánimo, esperanzas, todo lo humano posible. Lo destacable, por algunas que he leído, tal vez sea la gran humanidad de Cortázar, y desde luego de las dos mujeres.

La Correspondencia es de comienzo de los años 80; un año después François Mitterrand, en un gesto propio de un hombre de Estado, intelectual, le otorga la nacionalidad francesa a Julio Cortázar, regateada por la mezquindad gala previa al primer socialista que llegaba a los Campos Elíseos. Cortázar moriría de leucemia un 12 de febrero de 1984, y sólo su esposa, una gringa encantadora, 30 años más joven que él, sabía de esa mortal enfermedad junto con el médico que la diagnosticó como crónica. “Hace casi un año que sé, y soy la única en saberlo fuera de los médicos, que Julio tiene una leucemia crónica. Él no lo sabe, no lo tiene que saber, porque siendo como es, su mejor esperanza de vivir más y bien es no saberlo”, relata con preocupación.

Una Correspondencia real es corresponderse mutuamente, alguien escribe y otro responde, y refleja el cariño, amistad, preocupación, amor, la calidez humana de la persona a través de su palabra. No todo el mundo se co-responde, hay quienes caen en el mudo silencio del olvido o en el simple compromiso de responder sin compromiso, más bien formalizar un escrito que podría ser para cualquier destinatario, porque carecen de la esencia de una correspondencia: la sintonía, el hallazgo de caminos de mutua comprensión.

Me ha llamado la atención, sabiendo que Cortázar es la parte central de esta Correspondencia por su prominencia de personaje literario, una nota de Carol a Silvia, fechada el 10 de agosto de 1981 en Aix en Provence y que comienza así:

“Querida Silvia, me encantan tus cartas, que casi me siento culpable de contestar (pero las cartas de veras, no se contestan, llaman a otras cartas y al final se hacen serpientes en el aire, y la gente que saben deslizar la mirada entre aire y nubes saben que son puentes, puentes donde se puede ir y venir y inclusive encontrarse, y sí, es cierto que la gente se puede contestar, pero los puentes, no —ves que con recibir tu carta en el momento que tenía realmente que recibir algo en el estilo, y puedes imaginar que muchas cosas en el estilo no hay en mi vida, pero hoy llegó la tuya...”.

La misiva es extensa y no he corregido sintaxis, ni nada, tal y como decidió respetar la editorial, ya que se trata de una norteamericana y una serbia, las que escriben junto a Cortázar y ella que por ahí dice que le hace falta un diccionario para su castellano. Carol moriría en noviembre del 82 y Julio Cortázar le escribiría a Silvia el 29 de noviembre de ese año:

“Silvia, recibo hoy tu postal de Túnez. Lo que tengo que decirte es horrible: Carol murió el 2 de este mes, después de dos meses en el hospital donde nada pudieron hacer para salvarla. No puedo agregar nada, salvo que ella te quería mucho y se alegraba con cada una de tus cartas. Estoy en un pozo negro y sin fondo. Pero no pienses en mí, piensa en ella, luminosa y tan querida, y guárdala en tu corazón. Te abraza, Julio”.

La carta a Silvia es confesional de su estado y derrocha intimidad, humor, amistad. Incluye paréntesis y dice que éste le comió la frase. Relata que recibió a su hijo en Francia... así, de esta manera...

“Era algo raro ir a buscarlo al aeropuerto, llegó tan grande como yo, me esperaba a ello, lo que dio verdaderamente un golpe fue ver sus zapatos en el suelo... mi primera reacción era que ha venido con un difraso de payaso... Como su padre tiene el mismo sentido práctico de siempre, lo mandó con ropa de hace cinco años... sin problemas, me robó shorts, mis jeans, me robó también la mirada y es tan parecido a mí que a veces tengo miedo que yo sea más que un espejo que cambia de sexo... y es tan tierno y lo pasamos tan bien, caminando, charlando, descubriéndonos de nuevo, que un poco más y me roba también el alma”.

“Julio Cortázar, Carol Dunlop, Silvia Monrós-Stojakovic. Correspondencia”La gringa y Cortázar escribieron a cuatro manos el libro Los autonautas de la cosmopista, un viaje de 33 días entre París y Marsella, arriba de una furgoneta y un puñado de sueños, la aventura sin fechas. Es esta carta extensa de Carol a Silvia la que va revelando más intimidad, que incluye a Cortázar. Carol le comenta:

“Escribir es como el amor y si uno está de acuerdo para acostarse con alguien, no es cuestión una vez en la cama de decir —pero yo guardo el slip puesto, no podía correr el riesgo de caer en algo que no hubiera podido esconder a Julio, ni escribir cartas de veras. He vivido en una especie de simbiosis con Julio, una hermosa y vertiginosa continuación de lo que vivimos desde hace años y que nos lleva cada vez más allá; y paralelamente, he vivido una solitud tan grande, que nunca hubiera imaginado nisquiera que fuera posible. Y ya no puedo más por un lado y estoy más serena por el otro, tal vez porque poco a poco he venido mirando las cosas en frente. He dejado venir los fantasmas más negativos, he vivido con ellos durante no sé cuántas noches de insomnio, no sé cuántas veces en la calle, en el mercado, he sentido que de repente un horror sin nombre me caía encima, y pues, no es que sean más simpáticos ahora, pero las decisiones por lo menos han sido tomadas, y puedo cerrar los ojos un poco mejor”.

Este epistolario adquiere dramatismo constantemente, en medio de la felicidad que Carol reconoce, cuando Cortázar se enfrenta a la muerte de su esposa y se sabe enfermo, aunque aún, dice, tiene que culminar la tarea que hizo junto a ella y que ha quedado inconclusa. “No tengo planes y sólo pienso en terminar el libro que hicimos juntos Carol y yo, y que tengo que completar yo solo ahora. Se lo debo, quiero que salga, en este momento es mi única manera de seguir junto a ella, hablándole y escuchándola”. El amor de Cortázar es total como su dolor, al final de sus días, resulta absolutamente dramático. Se sentía deshabitado, un término de soledad con soledad.

Carol, en su misiva a Silvia, continúa hablándole desde adentro, mientras recorría con el autor de Bestiario la autopista camino a Marsella, y da cuenta de su estado físico y emocional en un paréntesis... “Ahora está muy bien, en forma y viviendo locuras como te contaré después, pero hace cinco o seis semanas me dio un susto de veras, de pronto tenía todos los síntomas del cambio a la etapa aguda —finalmente no era más que una alergia al medicamento. Hace tiempo que no tiene tiempo de escribir, le contaba a la amiga, y ya no podía más de leer entrevistas donde dice ‘tengo dos novelas en la cabeza, y un día voy a partir para una isla para escribirlas’ ”.

Después de relatar que Cortázar tiene dos médicos que difieren en sus procedimientos, ella afirma que nadie puede saber cuánto tiempo puede durar la enfermedad. “Yo creo, realmente creo, que serán años y años. Tal vez entre tanto tomaremos en el buen momento el mal avión”, dice irónicamente, porque a JC uno de los médicos le recomendó no ir a Nicaragua por su salud, viaje que realizaron y resultó espectacular, según relata Carol.

De esta maravillosa carta se desprende que ella lo hacía vivir lejos de la enfermedad, se transformó en una guardiana, hasta que le fue posible, de la felicidad compartida. En medio de la enfermedad de Cortázar y de la de ella, anunciada en esta carta a Silvia...

“Tuve yo por fin que ir a ver un médico, muy avergonzada y colorada, pero tenía lo que conviene realmente llamar a pain in the ass desde mucho tiempo. Supongo (después de todo nací en Boston y algo me quedará) que si no hubiera llegado el momento en que sangraba tanto que tenía que ponerme Kotex, que nunca utilisé por otras razones en toda mi vida de mujer, nunca hubiera ido. Diagnosticaron un ‘pequeño principio de cáncer’, me lo sacaron...”.

Hacía estas confesiones desde la autopista, rodando con su amor, Julio Cortázar, con quien compartía la aventura de escribir un libro sobre una experiencia inédita, inventada, buscada para ficcionar la realidad y viceversa, seguir soñando la vida, en los albores de una partida que ya estaba señalada. Lo ignoraban, se sentían “felices, locos, hemos entrado por fin en un espacio que no tiene tiempo”, comentaba Carol.

Tomaban el camino más rápido, y más “civilisado”, decía con toda la ironía Carol, para hacer un viaje realmente “de tortugas”. “Lo más impresionante es tal vez que desde el segundo día, encontramos tan normal vivir así, que a veces nos preguntamos por qué no vivir siempre así? En diez días, hemos hecho como 14o kilómetros”, acota Carol al describir el viaje hacia Marsella.

La carta a Silvia está escrita con ilusión, no sólo de contar cosas, sino de revelar planes, como por ejemplo: “...ahora tenemos un proyecto serio de comprar o hacernos hacer una case en la isla —al parecer, se trata de Guadalupe— algo muy sencillo donde podríamos vivir seis meses por año, porque es casi mposible trabajar en París”. O mensajes simplemente cotidianos, dentro de las circunstancias del viaje por la autopista, momentos como este: “...hace nueve o diez que estamos viviendo en el camioncito, en la orilla de la autopista Sur, pero volveré a explicártelo todo, es una linda locura —y el grandote dice que ya es hora del trago de la tarde”.

Esta carta desmiente aquellas versiones de que Cortázar y Carol hicieron el viaje porque se sabían desahuciados, ya que en algunos pasajes Carol habla de diversos viajes, proyectos y el deseo de ella de que se cumpla el año sabático que Cortázar le había prometido. Todo indicaba que seguían con planes a futuro.

Carol no deja de pensar en su hijo Stéphane y de decir lo que hace y ella piensa. “Hace un mes o dos que está estudiando español con un profesor, yo quería que tenga unas lecciones para llegar hablándolo bien (ya basta llegar tan alto, con pelo rubio y ojos azules —si no habla bien el idioma, va a sufrir como si fuera gringo), entonces dijo a su padre, sabiendo bien dónde hay que tocarlo y sabiendo muy bien lo burgués que es, ‘tengo que encontrarme un profesor de español, porque Carol me explicó que a penas llegemos (a Nicaragua) tendré que aprender a menjar un arma, y las clases se dan todas en español’ ”.

Casi no deja nada por fuera, es un reporte de muchas actividades, recuento de trazos importantes de la vida, un enfoque de situación y un mar de reflexiones sobre qué está pasando en su vida y con Julio Cortázar, la marcha de su enfermedad. No sólo menciona a los médicos que le atienden, sus recomendaciones, sino que incluye a una joven médica hematóloga, quien es una “maravilla de persona, y quien hizo lo imposible por salvar a Julio y también para ayudarme a mí. La quiero como he querido a poca gente en mi vida, y no solamente por lo que hizo a Julio, sino por lo que es ella”.

No dejó de lado la literatura y se imagina a Silvia “hundida en Rayuela, es una aventura por lo menos tan loca —y tan linda— que la en que estamos metidos nosotros ahora”. Es tan detallada en sus descripciones, que al referirse a JC, dice en un paréntesis: “(Está escribiendo a máquina también, sentado atrás, y tiene la mesita que nos sirve cuando llueve, como es el caso ahora. Estoy yo muy bien instalada en el asiento de pasajero adelante, y mi máquina está en el del conductor. Todo perfecto)”, agrega. “(Tengo una cosa muy freudiana con los paréntesis, me matan las frases!)”, se despide, pero en su P.S. incluye una última información. “Sabías que nos casamos hace un mes?”.

He sido lo más extenso posible con esta epístola, escrita con tanto corazón, humor, fidelidad a sí misma, como arbitrario, porque no está todo, y no siempre uno rescata lo más importante para quien haga su personal lectura. He intentado aproximarme al espíritu de las palabras de esta gringa encantadora, quien le escribió y dijo a su amiga Silvia todo lo que encontró en el tintero de su vida actual y pasado reciente. Es imposible resumir tanto sentimiento y el lector tendrá que leer el libro y seguir adivinando situaciones.

Cortázar cierra este epistolario resumido y parcial, con un “Mi querida Silvia” y se refiere a los desencuentros epistolares entre Carol y Silvia motivados por largos viajes de la pareja, los que el escritor lamenta porque su esposa recibía esas cartas con alegría. “Los azares postales juegan juegos tan siniestros como este”, advierte Cortázar. “Me sublevo ante la idea de que no pudo leer esta larga carta tuya”. “Silvia”, concluye Cortázar, “no te escribiré más por hoy, me cuesta hacerlo, estoy tan solo y tan deshabitado”.