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Federico García LorcaLa esquina de Federico

La poesía es la poesía,
pon un pie primero,
el verbo después
te dirá que hacer.
Es vida la vida
en el poema y la palabra,
como en el fondo de una taza
el destino y el olvido,
nace en una esquina
de la mesa o de la calle.

Rolando Gabrielli

Caminaba este domingo por Calle 50, una de las principales arterias de Ciudad de Panamá, y de pronto más de un centenar de ciclistas llenaron la avenida como un manchón de ruedas en velocidad. Me quedé inmóvil, en silencio, a la espera de su paso para continuar mi camino hacia un mall de la ciudad, haciendo hora porque White estaba en el veterinario bañándose y examinándose un párpado algo inflamado. Los domingos son espléndidos porque el tráfico vehicular disminuye de manera agradable y se puede manejar frente a la brisa del mar, de cara al sol o la lluvia, con mucha tranquilidad. La ciudad se hace amigable y el paisaje se deja apreciar. Los ciclistas estaban en un circuito, el Tour de Panamá. Y en una esquina viendo este pelotón buscando una presea, esforzándose por alcanzar y llegar a la meta, dejé pasar el tiempo.

La media mañana escarbaba con el sol la espalda y el pecho de los que estábamos pisando o corriendo por el asfalto. El sol literalmente hablando picaba. Y de pronto se me acercó un hombre humilde, con una bolsa de plástico, golpeado por la vida, humillado por el tiempo, sacudido por la existencia. Se detuvo y comenzó a recitar un poema, indudablemente era “La casada infiel”, de Federico García Lorca. Le completé unos versos y seguidamente me dijo que en sus tiempos escribía poesía y cuento, que lo había hecho en varias fiestas nacionales. Me detuve en sus ojos, golpeados por el sol, acuosos, pequeños, y en sus manos que reflejaban su pobreza y abandono. Él siguió hablando de Federico García Lorca: “Mataron a un genio, lo asesinaron, era el jardín que hacía crecer la poesía”. Un artista, me dijo, y cómo es posible que lo asesinaran, se interrogaba. ¿Qué les hizo Federico?, volvió a preguntarse. Yo le miraba y él repetía el sitio, Víznar, Víznar, el nombre del lugar donde cayó asesinado el poeta granadino, el duende de España. Mientras hablaba de García Lorca, la poesía, Franco como un perro rabioso, me hizo repasar mis largas y adolescentes lecturas de Un poeta en Nueva York, del Romancero gitano, la tragedia de España. La fe, el vicio de los poetas por la vida y la poesía. Tantas cosas estaban sucediendo en esta esquina en la voz de un vagabundo apasionado por la poesía y la vida. Pensé en la influencia de García Lorca en el primer Nicanor Parra, en una manera vital de ver la vida, en su espíritu gitano de fiesta, la alegría del genial andaluz, su amistad con Neruda, viaje a Buenos Aires, el teatro garcialorquiano, todo lo que nos había dejado su espíritu creativo. Por estos días España busca reencontrarse con la memoria y es posible que se exhumen las osamentas de García Lorca para saber cómo fue su muerte finalmente. Los poetas vivos del mundo, la gente decente de España, esperamos una respuesta. La memoria de la memoria, es la vida de los pueblos. El hombre miraba con respeto la vida y el día que se le había asignado esa mañana. De pronto le dije, no soy español, sino chileno. La Mistral, me respondió, tengo un libro de ella. Tala, le dije, cómo sabe que tengo ese. Una intuición. Sí, es el que tengo y lo guardo como un tesoro. Neruda, repitió, Chile, un país de poetas. El vagabundo de pie frente al sol de Panamá alegaba en favor de la poesía, él que sólo le quedaba su vida errante por las calles que no eran de su país. Viaje a Costa Rica, me dijo, allí apreciarán su arte, repitió cuando supo mi nacionalidad y que escribía. Sus ojos estaban totalmente acuosos y su mirada era de serena admiración y respeto por el día que le tocaba vivir y estaba viviendo. Nada es por azar, me dijo.

Habían dado muerte al jardín de España, repetía el vagabundo en la equina, en una zona con grama verde, iluminada, y grandes casas y edificios rascacielos. Pensé en ese mal día de García Lorca caminando hacia su sepultura, como millares de otros desconocidos, después de España en Chile, Argentina, Uruguay, Guatemala, Paraguay, Colombia, Nicaragua, El Salvador. La historia se repetía con y sin nombre propio.

La poesía nos permite descubrir la vida y la belleza. Ahora pienso en esos grandes festivales, maravillosos espectáculos de la palabra, gente que cree aún en la poesía, que buscan ser vanguardia, decir lo nuevo, avanzar en la punta de flecha. Digo, me repito, no deben olvidar que detrás, dentro del fruto de la palabra está el hombre. La poesía sigue siendo vida. La poesía tiene voz propia, no requiere de intermediarios. La poesía se inventa y reinventa, su escenario son todos los tiempos, una manera de ver, vivir, sentir una época, el amor, la vida en toda la extensión de la palabra. Hablar mal de la poesía, de los poetas, entre los poetas, sobre los poetas, parece un arte indisoluble del arte de la estupidez. Pero se ejercita a diario, por pose, vicio, costumbre, por joder o porque no tiene nada mejor que decirse o ya no queda poesía. Si la poesía fuera un aborto de la naturaleza, por compleja, difícil, (in)diferente, no se insistiría tanto con esa palabra mágica que se usa para diferenciar en algo la rutina, de la ausencia de belleza, de la carencia de ese algo, cuando se dice: esto es poético. La poesía está en la poesía, en todo lo que no se ve y toca. La poesía no paga publicidad para que la vean y conozcan. Es un ruido misterioso que el silencio escucha. Mientras la poesía siga siendo la contraseña de la literatura y una señal, nos mantendrá en estado alerta a todos. La poesía está escrita. Sólo queda repensarla. Apropiarse de su médula. Descubrir su nuevo fruto. La poesía para algunos regímenes no es tan inocente, la consideran su enemiga y la relegan al sótano del olvido. La llegan hasta a prohibir.

La poesía tiene sus propios recursos. Existe como un círculo, se mueve en su propia espiral, sobrevive, cuando es verdadera, a la tormenta del poder. La poesía respira por el reverso de la moneda. Respira, donde no hay aire. Se crece en el desprecio y desdén.

El poema es un manifiesto de sí mismo. Usted, amigo, querido lector, internauta, lo interpreta. Encuentra su propio camino en esas palabras.