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Boom Bum¿Se busca un Boom Bum?

La novela es un ejercicio, un cuento largo de nunca acabar. Se teoriza y especula sobre su sombra, desaparición y cadáver como si la ficción del mundo real no diera para más. Se pauta sobre su competencia, modos, incompetencias, asuntos, y cómo se debe, debiera o no, escribir. Se habla de un nuevo escenario para el género, de los escritores migrantes sin raíces, como si el árbol de la novela no tuviera parentesco alguno, creciera como un pequeño bonsái en la imaginación japonesa del mundo.

Mientras los narradores siguen tejiendo su propia telaraña de cuál es el compromiso de la novela, qué motiva al escritor, cuáles son sus temas y en especial que América Latina se ha quedado sin piso ante esta fiebre cosmopolita, desarraigadora, sucede que sólo se necesita un punto de apoyo para mover las palabras.

Es difícil encontrar un género más contaminado y alcahuete de otros géneros, más promiscuo, camaleónico (ya dicho), en constante acomodo y reacomodo, buscador de nuevos aires, oxígeno y vida para su historia. La novela novelea sus mudanzas y crisis.

¿Se nos vuela de las manos el gran cuento de la novela, en Nuestra América, cuando se sostiene que la narrativa latinoamericana no tiene fronteras? ¿O simplemente se repite la historia de otra manera? Cortázar, Carpentier, Cabrera Infante, Onetti, Roa Bastos, el propio Gabriel García Márquez, todos cargaron de una u otra manera con el imaginario de sus países, y sobre todo, memoria, lecturas, vivencias y secuencias que marcaron sus vidas. El más universal de todos, quizás, Borges, siempre vivió en la Argentina, pero dista mucho de ser un escritor costumbrista, realista, argentinista, latinoamericanista.

Y el listado no está completo: el chileno Donoso que vivió casi eternamente en España, no olvidó Chile y Latinoamérica en su novelística, y los ejemplos abundan de este viejo cosmopolitismo del mismo Vargas Llosa e inclusive del trasvasije de domicilios en nuestro subcontinente americano. Algunos desligan además a este nuevo novelista reencantado con el mundo global, de la política y la llamada cuestión social. Casi todo exime de la realidad a este nuevo prototipo de la ficción.

Quienes registran el itinerario de estos narradores trashumantes, viajeros, incómodos con su lugar de origen o empujados por las circunstancias de la vida, sostienen que ya no escriben sobre el lugar desde donde pertenecían o partieron. Nos olvidamos que quedan otros escritores en casa y que los rumanos, más viajeros que otros por circunstancias históricas y de fuerza mayor, como Canetti y la flamante Herta Müller, o el húngaro Imre Kertész, todos trasplantados y algunos vueltos a retrasplantar, no olvidaron su patio de luz de la infancia de la novela, ni la memoria de su pasado. No hay recetas, antes ni después, sólo un buen lector no garantiza un buen novelista.

La literatura tiene caminos insondables.

Pienso en el poeta inglés T. S. Eliot, que vivió años importantes en Estados Unidos, escribió allí, y luego se trasladó a Londres, donde continuó su obra poética. Ya era amigo del poeta y crítico norteamericano Ezra Pound, quien depuró su poema cumbre: La tierra baldía. Sin esas circunstancias Eliot no sería Eliot, entonces para qué preocuparnos de las vueltas que dan algunos novelistas latinoamericanos y sobre qué escriben, dónde y por qué, cómo.

El tema es qué tan bien lo hacen. La Mistral, Gabriela, erró por el mundo con su Poema de Chile, sobre su espinazo, dentro del alma, que la mantenía en vilo. El argentino Ricardo Piglia vive en Estados Unidos, escribe sobre escritores latinoamericanos, vive preocupado de Argentina, hace literatura como si viviera en el Sur. Ariel Dorfman en Nueva York aún, no olvida el Sur y Antonio Skármeta vivió el exilio en Alemania y está en Chile con sus temas.

La literatura no nace del aire, no es aérea aunque la imaginación vuele, ni tan espontánea como algunos quisieran, se suele cocinar a fuego lento, aunque los hay adelantados más raudos y veloces.

Y como fue Roberto Bolaño quien le puso el tapón al Boom y estiró la cuerda de la novela hacia otra dirección, su fantasma aún pesa. Carlos Fuentes lo recordó en Chile, pero a su manera, citando yo al viejo Frank S. El viejo alumno del Grange School de Santiago de Chile dijo que esperará varios años antes de leerlo porque “no quiere contagiarse del homenaje fúnebre”. Fuentes acaba de cumplir 81 años, y en una visita a Chile en el siglo pasado, dijo que no conocía ni había leído a Bolaño. Está avanzando al parecer, porque lo tiene entre sus planes de lectura pero para más adelante cuando las trompetas dejen de sonar.

La novela está llena de trampas, guiños, caminos, idas y vueltas, se reinventa, de lo contrario se suicidaría. Y de tiempo en tiempo surge alguien que tira la cadena con fuerza y se purga el escenario, decanta el paisaje y viene lo nuevo. Para Carlos Fuentes, uno de los teóricos y animadores permanentes de este género, en la novela caben todos los géneros.

Todos los caminos parecieran apuntar hacia la búsqueda de un nuevo Boom, y lo que hace falta son buenas novelas, en la tradición post o en el estilo eterno de toda novela y narrativa, producir placer, entretenimiento, contar la historia, decir lo nuevo, transformar la vida y recrearla a través del lenguaje, la palabra.