Comparte este contenido con tus amigos

Raúl RuizAleph de Raúl Ruiz: los misterios del cineasta

Raúl Ruiz es un clásico del cine, un raro ejemplar del celuloide chileno, ha multiplicado los cuadritos blancos y negros hasta sumar más de cien películas desde que vimos su primera premiere: Tres tristes tigres, en 1968, en el Teatro Marconi de avenida Providencia. RR, como miles de chilenos, se exilió en 1974 en Francia, después del golpe militar que encabezó Pinochet, pero a él no se le borró la película y siguió filmando en Europa, con la visión de su calidoscopio infinito, siempre con su propio alfabeto. El aleph de Raúl Ruiz se extendió por el mundo y nunca olvidó su identidad chilena, dejó rodar el ojo mágico a uno y otro lado del océano como si las aguas no le permitieran parpadear. A Raúl lo veía rodar La colonia penal, donde hice un papel extra, de esos instantáneos, insólitos, con que el cineasta homenajeaba a la realidad, a sus amigos, a sus sueños y a su eterna ficción que le soplaba sobre el hombro. Fueron días alucinantes, vertiginosos, electrizantes, tiempo convertido en imagen robada a los sueños. Partió a Francia Ruiz y siguió rodando para parar sólo cuando su hígado le acaba de pedir hacer un alto en Lisboa, Portugal, donde filmaba hace dos semanas Los misterios de Lisboa. Fuentes del diario La Nación de Chile han revelado esta sorprendente información, donde califican de delicado el estado de salud del reconocido cineasta, aunque sostienen que no existe riesgo vital. La información explica que al autor de El tiempo recobrado, La isla del tesoro y Las tres coronas del marinero, le extirparon un tumor del hígado y que se encuentra en recuperación en la capital lusitana.

Ruiz volvió por primera vez a Chile en 1987 y para mi sorpresa lo encontré en Ahumada, como un visitante más. Me invitó a tomar unos vinos y a comer unas empanadas y aprovechó de explicarme que el régimen militar le había quitado la fatídica letra L, lo que sellaba como prohibidos a esos pasaportes de algunos chilenos a los que se le impedía volver a Chile. Nos reímos, recuerdo, porque el vaso que él escogió traía dibujada una trizadura en forma de L. (Esto ya lo he contado. Mi memoria aún funciona y no se disfunciona).

Raúl es uno de los cineastas más singulares que me ha tocado ver y disfrutar en el cine. Su imaginación no tiene techo, como su libertad, pasión y visión de la realidad. Siempre ha encontrado una puerta de escape para sus propuestas. Esperamos que en esta ocasión la use para seguir filmando, contándonos a su manera lo que aún le sigue interesando y asombrando de este mundo que se enreda como una cola de chancho. Raúl Ruiz es un experimentador sin límites ni tiempo y cree en la imagen que ordeña con paciencia la introspección, sabe y denuncia que existe una saturación peligrosa de imágenes a través de estas nuevas herramientas que nos ponen el mundo del cine a la mano, pero cuyo riesgo está en la banalidad de la imagen por la imagen.

La intensa y dilatada trayectoria cinematográfica de Raúl Ruiz es conocida por sus críticos y público. Francia posiblemente haya sido el país que más le haya honrado, con la cesión de los derechos para filmar su más célebre novela: En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, un clásico, y su revista emblemática de la cinematografía europea, Cahiers du Cinéma, le dedicara un número especial e íntegro a su obra y poética cinematográfica. Ese privilegió lo compartió en esa mítica publicación con autores como Rohmer, Bresson, Godard, Eisenstein, Pasolini, Hitchcock, Welles... Ha sido jurado en el Festival de Cannes en la Riviera francesa y tenido como actores y actrices en alguna de sus películas a Marcello Mastroiani (la última actuación de este legendario actor italiano, fetiche de Fellini) y Catherine Deneuve.

El Festival de Berlín le otorgó el Oso de Plata “por su aporte cinematográfico a nuestro tiempo”. Ruiz ha sido profesor visitante en Harvard y conferencista en distintas universidades europeas y norteamericanas.

De RR se pueden decir muchas cosas, se han dicho y se seguirán diciendo, pero tengo la impresión de que le agregó un tercer ojo al cine chileno. Siempre pensé que el ojo de Raúl Ruiz tenía otros ojos, que comprometía su filmografía con la realidad dentro de la realidad, algo más que la ficción corriente, a la que se suele apelar como un recurso real. Filma, a mi entender, la realidad de la ficción y viceversa, en un mundo barroco donde la ironía, el espacio, la memoria, los laberintos, el tiempo sin tiempo, convierten el rodaje en una película fil(r)mada por Raúl Ruiz. Si era preciso, filmaba la espalda de la realidad, como su presente y futuro, en un pasado que recoge todas las memorias, como un gran espejo sin fondo. Siempre fue, y será, el rollo de Ruiz. Es como si naciera una segunda película del propio espectador, claro, rodada por Ruiz.

Cuando comenzó a viajar a Chile y filmar, acuñó una frase de profunda ironía: “Vivo en Chile, pero paso 11 meses al año viajando por Europa”. Era su reconocimiento explícito a su chilenidad. Nunca la ha abandonado, aunque como Claudio Arrau, Roberto Bolaño, Gabriela Mistral, pertenece al mundo, cuyo paraguas y sombrero universal les protegió allende las fronteras chilenas, a estos grandes artistas que por alguna razón, o varias, no pudieron seguir viviendo en su país.

No serían los únicos, unos antes, Roberto Matta, otros después, decenas de artistas, diría yo, en un ir y venir, quedarse fuera, retornar, viajar en lo que somos. El sombrero sin cabeza de la diáspora.