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El turno de la poesía

El amor

El amor es mi otra patria
la primera
no la de que me ufano
la que sufro.

R.D.

La primera vez que escuché el nombre de Roque Dalton fue en casa del poeta Waldo Rojas frente a su biblioteca en Santiago, desde cuyos estantes bajó El turno del ofendido. Rojas, quien da clases actualmente en La Sorbona y es autor de Príncipe de naipes y Cielorraso, entre otros poemarios, me comentó la vida insólita, sorprendentemente novelesca, pero real, del poeta salvadoreño, cuyo asesinato y natalicio se conmemoran por estos días. Dalton tenía siete vidas de acuerdo con el relato de Rojas, preso en una de las miserables cárceles de la dictadura de turno salvadoreña, había sido fusilado junto a otros presos, pero su cuerpo, que no fue impactado, quedó debajo de los muertos y no tuvo necesidad siquiera de resucitar y se fugó. En otra de sus detenciones y encarcelamiento, se volvió a fugar. La historia cuenta que en una de esas ocasiones cayó el gobierno, y no fue fusilado. Se dice también que una pared se derribó en un terremoto y escapó. Cualquiera sean las versiones reales, ya es leyenda. Y así partió a su exilio en varios países y terminó en La Habana, que fue donde le conocí, porque Enrique Lihn me pidió que le llevara de regalo su último libro: La musiquilla de las pobres esferas. Lihn había trabajado en Casa de las Américas y era amigo de Dalton, que dicho sea de paso en la Universidad Católica de Chile se transformó en comunista cuando estudió abogacía, o tomó algunas orientaciones izquierdistas. Dalton se encargaría de conformar y precisar: En Chile, “yo llegué a la revolución por la vía de la poesía”. Era de lecturas vallejianas y nerudianas, el poeta pipil.

Nos vimos en el Hotel Habana Libre, el viejo Hilton, y luego de preguntarme por Lihn, Chile, me habló de la mujer cubana con mucha pasión. Dalton, hijo de norteamericano y madre salvadoreña, tenía 30 años y había ganado recientemente ese año el Premio Casa de las Américas, con su (in)discutido poemario: Taberna y otros lugares. La Habana por esos días de febrero recibía el invierno norteamericano, así que su temperatura era agradable y el malecón tibio en las noches con sus mulatas cimbreantes como palmas esbeltas, profundas, amorosas.

(En ese memorable viaje, con escala en el DF, llevaba también el libro de Jorge Teillier Crónicas del forastero, para el poeta cubano Eliseo Diego. Y un tercer encargo, contactar a Fayad Jamís, poeta cubano, para que me entregara unos poemas para la revista Trilce, que dirige aún Omar Lara).

En mis manos La musiquilla de las pobres esferas, con prólogo de Waldo Rojas, y en un penúltimo poema del libro, un poema dedicado a Roque Dalton, una vuelta de un texto prosaico que Dalton le dedicó a Lihn en su boda en la Taberna. Los poetas tienen sus propios caminos, entienden sus códigos, juntan cicatrices. Lihn le dice a Dalton que no puede comprender exactamente la historia y que envejece al margen de su tiempo. Él mismo apunta, en la contraportada del libro, que ha terminando haciendo poesía contra la poesía, pero en su último poema de este libro, luego de reconocer que no pudo ser feliz, escribió y “porque escribí, porque escribí estoy vivo”.

Dalton vivió la historia con sus convicciones, la política, la lucha revolucionaria dentro de El Salvador y su poesía dan cuenta de ello, como que dos más dos son cuatro. Dalton y su poesía escapan de toda solemnidad, de esa visión caricaturesca muchas veces de los acontecimientos políticos y sociales. Le salva su humor, sin duda. El poema es lo que mejor habla del poeta, es decir, su poesía, la palabra en su conjunto, huella de lo visible y real que va dejando el poeta:

Alta hora de la noche

Cuando sepas que he muerto no pronuncies mi nombre
porque se detendrá la muerte y el reposo.
Tu voz, que es la campana de los cinco sentidos,
sería el tenue faro buscado por mi niebla.
Cuando sepas que he muerto di sílabas extrañas.
Pronuncia flor, abeja, lágrima, pan, tormenta.
No dejes que tus labios hallen mis once letras.
Tengo sueño, he amado, he ganado el silencio.
No pronuncies mi nombre cuando sepas que he muerto
desde la oscura tierra vendría por tu voz.
No pronuncies mi nombre, no pronuncies mi nombre,
Cuando sepas que he muerto no pronuncies mi nombre.

(Roque Dalton)

En verdad, la muerte no se detiene ni para tomar impulso...

Fue asesinado por sus propios compañeros del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) el 10 de mayo de 1975. Me encontraba ejerciendo en Colombia como corresponsal extranjero, cuando leí la noticia, una escueta nota fechada en La Habana. Han transcurrido 35 años de su muerte, aunque los hijos señalan nombres de los autores del crimen, aún no se inicia una investigación. A él y a otro guerrillero guatemalteco se les acusó de ser agentes de la CIA, relatan algunas notas de la época, y virtualmente se les ejecutó. En declaraciones a la agencia alemana DPA, dos de sus tres hijos declararon: “Queremos saber la situación real de cómo se dio la muerte de Roque Dalton; quiénes fueron los autores intelectuales y materiales del crimen; cómo, cuándo y dónde lo asesinaron y dónde están los restos de mi padre”, dijo el segundo hijo de Dalton, Juan José, periodista de profesión. “Al saber estas verdades, nosotros estamos dispuesto a perdonar a los victimarios”, ha sostenido también Jorge Dalton, el menor de los hijos del poeta, quien es un destacado cineasta. Los restos del poeta salvadoreño siguen en el limbo, paradero desconocido, como los de Federico García Lorca, un cadáver que vive en la conciencia de España y del mundo, y que aún aterra al franquismo.

Roque Dalton, oriundo del país que Gabriela Mistral bautizó como El Pulgarcito de América, El Salvador, enfrentó cada día la vida y la muerte, de ello testimonian sus luchas y poesía. En un país gobernado por un puñado de familias, la violencia y el ejercicio de la muerte se transforman en algo cotidiano, de tan visible, se torna invisible, y aceptable por los poderes fácticos internacionales. Dalton dio cuenta de todo esto y más... País mío no existes / sólo eres una mala silueta mía / una palabra que le creí al enemigo. Y finaliza con un paréntesis el poema titulado “El gran despecho”: (Quiero decir: por expatriado yo / tú eres ex patria)”. Dice que “Los hombres de este país son como sus madrugadas: mueren siempre demasiado jóvenes”.

Dalton es un poeta que le habló al futuro, fuera del presente vivido, ese con tinta y sangre, se subió siempre en velocidad al carro de la historia sin freno y su propia poesía es obra de la prisa de la misma historia y sus circunstancias. Le tocó una época terrible, y su poema “Lo terrible” muestra al hombre y sus circunstancias, vislumbra lamentablemente en sus palabras el rostro de la muerte prematura, inesperada, absurda.

Mis lágrimas, hasta mis lágrimas
endurecieron
Yo que creía en todo
En todos.
Yo que sólo pedía un poco de ternura,

lo que no cuesta nada,
a no ser el corazón.
Ahora es tarde ya.
Ahora la ternura no basta.

He probado el sabor de la pólvora.

Dalton va y viene por México, Santiago de Chile, Guatemala, Praga, Moscú, La Habana y San Salvador, casi vencido por la historia, escribe más allá de la palabra, no le basta la poesía aunque la poesía se baste a sí misma. Recuerdo las palabras de Lihn en La musiquilla de las pobres esferas y en especial el poema que le dedica a Dalton, donde le dice: Soy un poco poeta del chamabergo flotante, un viejo actor de provincia, y finaliza diciendo que no puede comprender exactamente la historia. América Latina había vivido una eterna historia de derrotas consecutivas. Dalton desde joven testimonia la brutalidad de su entorno y propia existencia en un país-finca con amos, sin ley. Abunda su poesía en denuncias, compromiso y en la búsqueda de un mundo donde exista la esperanza. La ilusión de la esperanza, que no la vería, sería la única herencia para sus hijos, según estableció en un poema. A pesar de todo los poetas heredan, en sus palabras, las nostalgias, derrotas, el amor, su entrega, olvido, aventuras y tiempo vivido. Dejan también las promesas: Tú serás la última mujer de mi vida / Oh Rose Marie blanche colombine labios de flor recién cortada. El poeta reconoce irónicamente que Tú serás la última mujer de mi vida / oh pequeña Cristina, concluye el poema y se devela el misterio de la promesa. Las mejores promesas son las dichas ardientemente / se violan luego con gran dolor / bajo la sombra de todos los remordimientos.

En lo personal, el poema que más me gusta de Roque Dalton es “Estudio con algo de tedio”, texto que abre su libro La ventana en el rostro (México, 1961). El universal tema de la adolescencia escrito con la plasticidad del dolor, la soledad, ese mundo inagotable de la experiencia iniciática. Es un retrato de cualquiera, muy personal, el descubrimiento de uno mismo. La observación corporal, física, donde quizás un espejo y las persianas son los testigos más directos de esa experiencia primaria, absoluta, animal en el amplio sentido del término. Dispara todos los sentidos en cámara lenta del lector, pero quien la vive va en otra velocidad y la mide bajo sus intensos parámetros. Los actores-lectores somos nosotros que compartimos la trascendencia del acto y la recreamos a nuestra manera donde las palabras nos van acomodando como frente a una pantalla.

Neruda, en Residencia en la Tierra, su más poderoso poemario, en el texto “Ritual de mis piernas”, juega en solitario con su cuerpo, en un poema notable, profundamente erótico, vital, telúrico, donde la soledad se siente sola... Lo de Neruda es más carnal, ya no es el adolescente provinciano, vive en Rangún, ha atravesado su largo cuerpo geográfico desde el Sur al Asia, con el espanto de los cuartos vacíos, de los atardeceres solitarios...

Largamente he permanecido mirando mis largas piernas,
con ternura infinita y curiosa, con mi acostumbrada pasión,
como si hubieran sido las piernas de una mujer divina
profundamente sumida en el abismo de mi tórax.

El adolescente de Dalton se lame sus propias heridas, la ausencia de fracasos reales, más bien la exploración de sus posibilidades. El protagonista sueña que vive, pero lo que vive es su angustia, su tedio infinito de cazador de silencios. ¿Cuántas veces hemos mirado la pared o el cielorraso del cuarto en la infancia y adolescencia?

Estudio con algo de tedio

Clov: “Llora”.
Hamm: “Luego vive”.
(Diálogo de “Fin de partida”, de Beckett).

Tengo quince años y lloro por las noches.

Yo sé que ello no es en manera alguna peculiar
y que antes bien hay otras cosas en el mundo
más apropiadas para decíroslas cantando.

Sin embargo hoy he bebido vino por primera vez
y me he quedado desnudo en mis habitaciones para sorber la tarde
hecha minúsculos pedazos
por el reloj.

Pensar a solas duele. No hay nadie a quien golpear.

No hay nadie
a quien dejar piadosamente perdonado.
Está uno y su cara. Uno y su cara
de santón farsante.

Surge la cicatriz que nadie ha visto nunca,
el gesto que escondemos todo el día,
el perfil insepulto que nos hará llorar y hundirnos
el día en que lo sepan todo las buenas gentes
y nos retiren el amor y el saludo hasta los pájaros.
Tengo quince años de cansarme
y lloro por las noches para fingir que vivo.
En ocasiones, cansado de las lágrimas,
hasta sueño que vivo.
Puede ser que vosotros no entendáis lo que son estas cosas.
¿Os habla, más que yo, mi primer vino mientras la piel que
sufro bebe sombra?