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Anoche tuve un sueño con Bolaño

Persiguiendo un sueño innombrable,
Inclasificable, el sueño de nuestra juventud,
Es decir el sueño más valiente de todos

Roberto Bolaño

Anoche tuve un sueño con Bolaño

Soñé con detectives perdidos en la ciudad oscura

Los sueños no son nuevos, sí propiedad privada y desde luego originales. Todos soñamos alguna vez, muchas veces soñamos y no nos damos cuenta. Las explicaciones son materia de expertos. Los sueños, sueños son, pero los estimulan los deseos y suelen ser interpretados.

Roberto Bolaño, a quien no tuve el gusto de conocer y cuya literatura comencé a amar cuando ya inevitablemente luchaba contra la muerte (porque la vida es una lucha continua), se presentó anoche en mi cuarto rodeado de sus libros y del hombre que soñaba permanentemente y nos heredó un mundo que lleva su nombre: Franz Kafka. ¿Quién llamó a quién? Bolaño estaba tranquilo, el mismo inconfundible rostro con sus espejuelos de psiquiatra extraviado y su mirada escrutadora del silencio y las palabras, que sobraban, sin duda. Venía del Mediterráneo, su última parada, había cruzado el gran charco en silencio y se instaló frente a mí como dos grandes camaradas, con sencillez, yo diría una cierta solidaridad y amistad natural. Uno comparte en secreto el viento hosco, hostil, horripilante, que se recibe en tránsito de diáspora, siempre en la cara como una bofetada que ya es un ejercicio del tiempo, un verdadero truco de payasos que terminan golpeándose a sí mismos. Indocumentados, sin trabajo, enredados en las oficinas de migración, explotados por las sanguijuelas de turno, extranjeros. Todos somos extranjeros en esta época, es cuestión de tiempo para darse cuenta o de demostrar lo contrario.

No venía con afán polémico, ni a sacar cuentas, una tranquilidad absoluta, esa que da cuando uno tiene toda la muerte por delante, que después de todo, cada uno la posee, aunque sea en distintas fechas. Pero había una paz inmensa y yo más bien le observaba como un activo de solidaridad, compañerismo, afecto, algo tan escurridizo entre las personas y más en los escritores. Él me observaba y miraba el montón de libros a mi alrededor, seguramente los suyos que he ido acumulando con un cierto vicio, complicidad y entrega. Quería decir: misión cumplida, el trabajo ya fue hecho. Hay que seguir.

Sentí que sabía muchas cosas mías, me miraba como que casi todo estuviese hablado, era una suerte de visita de constatación si estaba haciendo las cosas como debía, algo así como una presencia para reforzar, empujar. Los sueños tienen esa claridad donde se expresan las verdaderas intenciones, donde uno se encuentra a veces con alguna mirada dada a un mismo espejo. La atmósfera era la que tenía la palabra en un sobrentendido. Parado frente a mí, venía por algo estaba tácito, como una manera de saber del trabajo que se estaba haciendo, refrendar, apostar a la literatura, a hacer presencia física, mostrarse, porque después de todo hemos pasado tantas noches, insomnios, días juntos leyendo, subrayando, reflexionando, riendo, disfrutando, haciendo de memoria los viajes de los personajes, compartiendo dolores, filosofías, posturas frente a las cosas y la vida. Todo puede llegar a transformarse en un gran chiste cómico, trágico y de lucidez pura. La novela no puede ser un pedazo de manteca fría, agria, sin sabor, debe arder en las manos y sentidos del lector. Sentarlo y traspasarlo. La mirada era de no vine a hablar de mí, creo que me ha ido más que bien, ya todo está hecho, sólo queda el camino que haga cada lector. Las historias y palabras ya fueron escritas. Ahora le corresponde sudar al lector.

Desde el silencio de mi diálogo con Bolaño, le dije que no había leído Los detectives salvajes. No era una mentira, porque sí lo he leído, sino una manera de romper el hielo, aproximarme, yo lo vinculé en mi subconsciente con una tarea personal: no he terminado mi novela. ¿Por esas cuentas viniste, Roberto? Qué distraída y ocupada es la vida, pero se da tiempo para hacer un alto. ¿Todos necesitamos un empujón del más allá en el más acá, pero que comience con uno mismo? Bolaño, hijo de boxeador y camionero, de una profesora, supo pelear y abrirse camino en la compleja ruta literaria llena de pobres minusválidos obstáculos, pero que suelen entorpecer a la buena literatura para que llegue a buen término y puerto. Gran lector, disciplinado, discípulo de la adversidad, “perro urbano”, hombre de todas las patrias y de ninguna, cargó su sueño, su hígado, su vida por distintas geografías, hambriento de hacer la diferencia en una nueva literatura, distanciarse de lo ya hecho, incursionar en una nueva pista de hielo, con el corazón ardiente como si sus manos sostuvieran un clavo en el insomnio de la noche. Se la jugó en el piano sin teclado, la cuerda floja, en la escalera en el aire. Ahora, después de la borrasca, se sentía paz y salvo. Es que hay jornadas más largas que otras y demandan esfuerzos suplementarios. Esto de saltar de país en país, dormir las noches como si fueran un paño de oscuridad y formar parte del agujero negro, hasta que la luz llega a tropezones, es el viejo camino que no alcanza para hacer historia. Al menos, cuando vives. Todo lo demás viene, como si el muerto aplaudiera un último acto. Qué actual, es siempre la muerte, Roberto, vigencia inexpirable.

En mi niñez y adolescencia pasé mucho tiempo a la intemperie, un término duro y real. Las personas que van de frente en la vida y escriben sobre la página en blanco, los escritores, sin más pasión que la verdad, viven y asumen su intemperie. Aquellos que no se apegan a otro negocio que no sea el de la palabra, vivimos a la intemperie. Cada cual se reconoce en su propio corral y patio. Hay códigos de los sin rostro, cuyos muñones aspiran a escribir la historia, a señalar el camino. Poetas en estado de poesía / sin Estado / becados por la gracia de la existencia / alumnos de lo cotidiano metafísico / y extranjeros / cosmopolitas sin polis / en un mundo vigilado / Huerto sin olivos / ni rosas / alguien ha perdido / el timón de las olas / la luna es negra soldado / brújula con el sueño del insomne / la montaña no ha cambiado el horizonte / son tus ojos de perro cansado / Baja el telón / vamos a vivir de nuevo.

Al final, cuando ya se evaporaba el sueño en la duermevela del amanecer del 21 de mayo, le pedí que me firmara Los detectives salvajes, la edición completa, supongo, porque la primera, que compré en un drugstore en Panamá, le faltaban unos capítulos. Igual la conservo, por cábala.