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El Valdivia de Panero

Leopoldo María Panero

Leopoldo María Panero, el mayor de los poetas vivos de España, vive como un loco recluido en el Manicomio de Mondragón, su última residencia.

Por él nadie da un diez, ni pide un respiro: el establecimiento lo condenó de por vida, donde le inyectan razón, de esa que los verdaderos locos no entienden. Panero es un poeta lúcido, culto, original, estudioso, más cuerdo que muchos que viven en la cuerda floja de las apariencias, esnobismo, estupidez y banalidad. Es un auténtico transgresor, aventurero de la palabra en el buen sentido de la exploración, de tocar a fondo y se la juega, sabiendo que nunca lo tocará. Panero es fruto de su vida, lecturas, audacia, de su tiempo y bien administrada locura. Es su propio caracol hablándose a sí mismo, pero, sobre todo, a los demás.

Sobre la muerte, una de sus obsesiones, respondió en una oportunidad, de visita en Chile. (Salió con permiso y acompañado con su enfermero a dar un recital) “No, no soy yo quien debe hablar de la muerte. Déjale eso a mis poemas. Ahí está todo. Escribir es una partida de ajedrez contra la muerte; yo sólo pongo el tablero, pero los movimientos y las piezas le pertenecen a ella”, le contestó a Armando Roa.

Panero se considera un apátrida y que vive en un país de pesadilla. A mí, dijo, me llaman Pertur y resolvió el enigma del periodista, cuando culminó la frase: Perturbado.

De él no sé nada hace mucho tiempo. Seguramente su sombra tiene la respuesta de su estado de salud y razón, de lo que nos queda de Panero: su palabra enloquecida para la sociedad y sigue respirando.

Hoy es mi invitado en este blog, que nadie leerá con seguridad en el Manicomio de Mondragón.

He escogido un poema de Panero, que tiene que ver con la cruenta, sangrienta conquista española de Chile, la llamada Araucanía por Alonso de Ercilla y Zúñiga, tierra Mapuche. Allí donde se escribió la más grande epopeya de la conquista en las Américas, la nuestra, única, irrepetible y de siglos sangrientos. Si los chilenos nos sentimos tan orgullosos de las palabras de reconocimiento del poeta de la conquista y fundación epopéyica de Chile, cuando habla de gente tan gallarda, valiente, jamás regida por rey alguno, y sabemos que se refieren a los mapuches, llamados araucanos por los españoles, ¿por qué no respetamos a su gente?

El texto de Panero se refiere al propio conquistador y fundador de Santiago de Chile, Pedro de Valdivia. En mi infancia, lugar de todas las pestes: la cristal, escarlatina, gripes memorables, asma, las pasaba leyendo un libro de historia de Chile de grandes tapas rojas y tamaño que sobrepasaba mis manos, pero ha quedado en mi memoria. Y ahí estaba la imagen de un mapuche con un mazo en la mano y el conquistador listo para recibir el golpe final. Los historiadores nunca se pusieron de acuerdo en cómo murió. A mazazos, descuartizado y por ahí en Internet, la caja de todas las Pandoras, dice que los mapuches, luego de torturarlo pieza por pieza, se lo comieron, aplicando los mismos suplicios que los españoles daban a los indios. El Toqui Caupolicán había sido empalado en una pica de hierro, y Galvarino, cortadas sus dos manos, y así sucesivamente. Otras páginas del libro ilustraban con la amante de Valdivia, Inés de Suárez, cortando cabezas indígenas. Una historia que aún no termina, casi 500 años después.

Panero pone en el centro del poema a Lautaro y con razón... Lautaro fue asistente de Valdivia, lo habían secuestrado, y cuentan que aprendió a distinguir entre el caballo y el cuerpo del español, que no eran una sola pieza. No fue un hallazgo estratégico de poca monta para la técnica de los combates y victorias sucesivas de los mapuches. Pablo Neruda, en su Canto general: “Lautaro era una flecha delgada. / Elástico y azul fue nuestro padre. / Fue su primera edad sólo silencio. / Su adolescencia fue dominio. / Su juventud fue un viento dirigido. / Se preparó como una larga lanza... Se aceitó como el alma de la oliva. / Se hizo cristal de transparencia dura. / Estudió para viento huracanado. / Se combatió hasta apagar la sangre. / Sólo entonces fue digno de su pueblo”.

Todos sabemos a qué va un conquistador, cuál es el valor de su acción, objetivos, qué persigue y cuál es el tamaño de su ambiciosa corona. Buscaban Eldorado donde sólo había desierto, rocas, mar, grandes lagos, volcanes nevados, terremotos, selva y mapuches orgullosos y amantes de su tierra.

Fue Lautaro quien se encargó del conquistador, por eso era su noche, en palabras de Panero, leitmotiv del poema, que gira en torno al gran Toqui mapuche, que termina con el sueño de Eldorado del antiguo asistente de Pizarro. Los dioses de Valdivia no toman en cuenta la sangre del hombre, nos recuerda el poeta, y con ese trazo nos describe la violencia de la conquista. Dioses como árboles sin savia / que llevan colgados de sus cuellos... ¿La conquista cristiana? Panero desnuda la mala hora española en toda su desnudez. La mala leche se instala en la Capitanía General de Chile, un lugar extraviado al sur del opulento Virreynato del Perú, imperio inca despojado por Francisco Pizarro, quien viajó desde Panamá impulsado por Eldorado, que dicho sea de paso, encontró. El oro retornaba a Panamá desde donde se enviaba a la metrópoli, siempre y cuando los piratas Morgan y Drake no atacaran la ciudad o interceptaran los barcos españoles.

Casi cuatro siglos combatieron los mapuches, regaron el sur de sangre, y después vino la reconquista cuando el español abandonó la colonia con la cola entre las piernas. En la llamada frontera, los europeos de Europa, suizos, alemanes, ingleses, etc., cazaban a los indios y les robaban sus tierras hasta el día de hoy. El Medio Oeste chileno, hecho a la medida y semejanza del despojo y hacinamiento de la cultura vernacular. El tiempo ha pasado como la flecha de Lautaro, pero no se ha detenido en las reivindicaciones legítimas del pueblo mapuche. Estamos y seguimos en la noche profunda y clara de Lautaro.

Hacen pues un camino con la sangre / entre los más oscuros árboles / y que el hombre ahí se pierda, advierte el poeta con palabras repetidas una y otra vez por la historia.

Eldorado sigue en la memoria del hombre postmoderno, en el aquí y ahora, y las conquistas por metales, recursos, oro negro, son más brutales que en los tiempos de los españoles que arrasaban aldeas igual con sus arcabuces, caballos y armaduras.

¿La historia es una espiral de mierda que no terminará nunca de caer?

 

Inédito de el último hombre

Valdivia tiene más hombres, más caballos
y árboles que escupen fuego y sangre:
ante la bestia de Valdivia el indio
tiene sangre hembra.
Valdivia tiene dioses para los que no cuenta
nada la sangre del hombre,
dioses como árboles sin savia
que llevan colgando de su cuello:
pero era la noche de Lautaro.
Y en la noche de Lautaro tras el árbol hay perros
y la luna ilumina el camino a los lobos.
Entra el hombre barbado, el español a saco
en nuestras casas y muestra su verga a las mujeres:
pero en la selva se pierde, en el laberinto
oscuro de Eldorado.
Hacen pues un camino con la sangre
entre los más oscuros árboles.
y que el hombre ahí se pierda;
porque es la noche de Lautaro.
En la noche de Lautaro el dios castellano
es menos que una víbora, y su cuerpo
es un pálido dibujo en la nieve.
Allí donde te dije que estaba Eldorado
está un artífice para labrar tu muerte:
En el tobillo desnudo están
las joyas que preguntas:
búscalas en la noche de Lautaro.