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Poética personal...

Un poema, es un poema, y nace en el poema. Eliot lo comprendió cuando Pound le podó La tierra baldía: la encontró demasiado fértil en adjetivos, y desde luego, il magglior fabbro, tenía oficio, estaba apegado a los clásicos, pero sobre todo creía en la imagen, en el verso libre sin la imprudencia del vuelo metafísico, o desligado de la realidad que él le asignaba a la estructura verbal, al Poema.

Fue un maestro de la concentración poética, y como dice Octavio Paz hizo un fenomenal poema descosido, reiterativo y difuso, como lo fueron los Cantos pisanos, porque en casa de herrero, cuchillo de palo.

No le copien al copión de Ezra, bien dijo Gonzalo Rojas, y en poesía no todo está escrito, sino que muchos rescriben lo del compañero de al lado, de atrás y de más adelante, porque las influencias están en el ambiente, son contagiosas, se pegan, porque el aire de época es así: penetrante.

Un poeta no teoriza, nace en el poema. Si el poema no respira, es como si la ciudad no tuviera parques, o nunca dejara que el sol cayera por sus tejados en alguna época del año. Hay ocaso en el poema. Agonía, pero contiene todas las libertades la palabra, por eso reina en el poema.

Ni con ideas, ni con palabras, el poema es, más que el poema en sí, fruto del hartazgo de la felicidad y la náusea, del vértigo, del lenguaje que se deja pervertir a sí mismo de todas las ondulaciones corporales, se despoja de la túnica del verbo, un sudor, yo diría, que resopla desde las venas su cuerpo original, mitad vértigo, mitad desierto, rosa sangrante y cactus, sin olvidar el bosque donde todo muere y renace.

La ideología es un zapato chino en el arte, un recurso olvidado de los tiempos, un manifiesto oxidado, amarillo, que sólo cobra brillo con la altanería de la historia, pero no de las palabras. Es un perno imprescindible en algunas épocas. Un lúcido grito apagado de un cuervo a la noche es más certero quizás que una copla destemplada de un bardo con cabeza de adoquín. Pero tampoco todo es a la violeta, un volador de luces en un velorio.

Para mí, el poema no tiene reglas, quizás la poesía. Un elefante es poético por donde se le mire, mientras que una mosca me jode la paciencia. Me altera los cuatro puntos cardinales y agrega el suyo.

Fue un acto poético el de Pound morir en Venecia lejos de la jaula matriz, pero no el de Hitler al descender al sótano de su locura en casa.

No hay receta, en mi opinión, pasado, sí, reflexión, lectura, una curiosa piedad por la palabra y también un irrespeto por la informalidad, sobre todo, diría, un vicio inclaudicable, la razón de la tensión que no espera, el desenlace anunciado que no llega. La agonía en el poema es vital como la cuerda que lo tensa, y lo hace inatrapable o lo convierte en algo distinto en cada lectura.

Un poema debe hacer cómplice desde un inicio al lector o estará perdido. Tantas definiciones para un oficio, una manera de ver, palpar, sentir, morir el mundo. Es mejor escribir que entrar en la explicación del verbo. Que otros jinetes suban a ala cabalgadura del poema.

El Dante aún nos tiene con su infierno medieval a cuestas. Un piso, dos pisos, todos los pisos hacia el infierno.

Y no sigamos, que la poesía es un vicio condenable.