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Óscar Hahn, Premio Pablo Neruda

Óscar Hahn

El prestigioso Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda otorgado en su versión 2011 al chileno Oscar Hahn prestigia la poesía de ese país suramericano, latinoamericana e iberoamericana.

Poeta mayor en el continente americano, de lo mejor de la tradición española clásica y chilena, un poeta profundamente chileno, original, con un lenguaje coloquial, a veces irónicamente metafísico, espiritualmente barroco. Surgido en medio de las grandes corrientes poéticas chilenas, Neruda, Huidobro, Mistral, Parra, Rojas, “pasó de largo” casi todas las influencias, se adentró en los clásicos españoles, de donde respiró a su manera, siempre en el aire de su clásico estilo de ahondar en la anécdota, la vida, la poesía, el amor, la muerte, todas cosillas del diario vivir, muy chilenas y universales, asuntos propios de la poesía.

Hahn es un poeta raro, curioso, de adentro y fuera, ha crecido como un hongo luminoso, aunque ha cautivado su propia rosa negra de la poesía de la diáspora chilena. Desde antes de partir como profesor de la Universidad de Iowa, Estados Unidos, ya era Óscar Hahn y se ha mantenido como tal a lo largo de estos años, en una cuerda muy parecida y diferente a Gonzalo Millán, hurgando en el filo, detrás, adentro, río abajo de las palabras y en todas sus corrientes y aguas posibles. Poetas del filo de su propia navaja. Hahn domina la materia y esa es la poesía. Conoce sus pasos, cómo cojea, y la sostiene en su propia cuerda sin obstruirle el camino ni el trabajo a la musa, realidad, imaginación, lenguaje, y echa mano a todo lo que encuentra con tal de hablar y expulsar sus fantasmas si fuera necesario. Los poemas de Hahn cargan su propia tabla de salvación o se hunden en la imaginación del lector. Siempre sobreviven a una lectura, un asedio más. Tienen una autonomía propia y pertenencia, origen, esas raíces profundas que miran hacia dentro.

No estamos ante un poeta a capella, Hahn no improvisa, disecciona la palabra, se revuelca en ella como en un avispero y sutilmente la desflora, porque la palabra es un arte, decirla, esconderla, simularla, transgredirla, soportarla, contenerla, asfixiarla y dispararla. Todo lenguaje es virgen y está contaminado, y puede volver a ser puro con una palabra nueva, un verbo que no respeta las frases hechas sal y agua. De la poesía de Hahn se puede decir que es fiel reflejo de la riqueza, diversidad, pluralidad de formas de ingresar al poema, de acuerdo con los cánones del quehacer poético y la historia chilena, en que los poetas constituyen su propia República.

El autor de Archivo respiratorio, libro antológico que estaba releyendo a saltos de mata cuando sucedió lo del Premio Neruda, es una muestra de esa variedad en una misma cuerda, en distinto tono y tonalidades, colores para un arcoíris que se degrada de acuerdo al nivel de sus lecturas. ¿Es la poesía circular de Hahn que la atraviesa paralela con sus perpendiculares de un mismo círculo que busca su cuadratura? Un edificio que se asienta en sus propias bases contra vientos y mareas. Neruda dijo muy tempranamente de la poesía del profesor emérito de Iowa, Premio Latino de Poesía en Nueva York, que era de gran intensidad y originalidad. Dos calificativos precisos y generosos, el vate no se andaba con chicas para elogiar y eso me parece interesante en un poeta oceánico, que genera tantas polémicas, es imán de las más diversas pequeñeces y grandezas. No se ha hecho el libro como la grosa poesía chilena del siglo XX y XXI, la principal narrativa que es de Roberto Bolaño, ha girado sobre el referente nerudiano. Nunca un muerto ha gozado de tanta salud. Neruda sigue patrocinando causas verdaderas y perdidas, pareciera atravesado por la luz y las sombras que origina su itinerario de río caudaloso sin comienzo ni fin. Fue el único aedo que vivía en su tiempo, como una gran tortuga oceánica inmóvil en Isla Negra, pero viajando como la metáfora de Emir Rodríguez Monegal.

Haciéndose época, acontecimiento, piedra, guijarro, bosque, ciudad, historia y geografía de Chile. Ese fue su acierto, para algunos, y desacierto, para otros, el Poeta Materia. Neruda nos advirtió que se seguiría viviendo, desde los muelles del alba más allá de la primavera robada del 73 junto con sus lectores y detractores como una callada marea en las torrentosas aguas de Isla Negra. Óscar Hahn, en una entrevista brindada a Luis García Montero y que preside su antología Archivo expiatorio (Poesías completas 1961-2009) (Colección Visor de Poesía), tiene palabras de agradecimiento para Neruda por haberlo conocido, conversado y recibir el apoyo del vate de Isla Negra. “Tuve la suerte de conocer a Neruda en persona. Me habían advertido que era arrogante e inabordable, pero no sentí nada de eso. Muy por el contrario. Aunque en ese tiempo yo era un poeta que recién estaba empezando, él realmente se interesó por mis poemas. La verdad es que me sorprendió que me tomara en serio. Me dijo que yo escribía muy poco y me sugirió que escribiera un poema diario, pero eso es algo que nunca he podido hacer. Desde el punto de vista humano, lo que más me impresionó fue su actitud paternal conmigo. Como muchacho había perdido a su padre a los cuatro años, valoré mucho esa actitud de Neruda”. En esta antología Hahn da cuenta de su vida poética, su itinerario, esconde y no, bajo su capa, el poema. El arte de la poesía es la invisibilidad visible en el poema y se hace real en cada lectura. Un poema también tiene piel, huesos, vísceras, ojos y unas manos que recoge palabra por palabra el texto y lo ordena de una manera arbitraria.

En Apariciones profanas (2002), Hahn define el encanto de su musapoesía, su arte mayor, nos declara el amor, obstinación, fe, dolor, dependencia, su estado de alucinación y arrebato en el poema.

Arte poética

La puta madre de mi poesía
la frígida la virgen la caliente
la que me pone cuernos en la frente
la que aprieta los muslos a porfía

y no me suelta lo que yo querría:
la flor de su hermosura irreverente
su corola que late noche y día
envuelta en llamas y en rocío ardiente

La que me engaña con cualquier vecino
con Rilke con Pessoa con Vallejo
la que traza en los astros mi destino

La beata la agnóstica la impía
la que pinta mis labios en su espejo
la puta madre de mi poesía.

Hahn es una rosa negra y fecunda de la poesía chilena. Con ese título luctuoso, de perdida, nació viuda de amor su poesía en 1961. La muerte y el amor se convertirían en una mixtura permanente, el contraste virtuoso y real de la vida y la muerte, vistos los temas por un actor que usa máscaras y se metamorfosea con la palabra. Esta muerte / esta rosa negra / llenándose de párpados el cuerpo / porque se cierra como un caracol. Hahn siguió escribiendo, amando, viviendo, muriendo, haciendo su poesía de cosas vivas, de cosas muertas, de la vida en un hilo hilando la sombra irrepetible. Son los viejos nuevos temas del amor, lo cotidiano real, el otro, el mundo, los fracasos, el hombre, la mujer, la humanidad, la muerte, la muerte no como un fracaso de la vida, sino esa incertidumbre que nos sobrevuela con paciencia de gitana. El lenguaje y el humor chileno, el dominio de los clásicos españoles, yo diría sus nostalgias de profesor de castellano en el José Victorino Lastarria donde hice preparatorias y buena parte de mis humanidades, toda esa alquimia del viaje y la permanencia en la lengua, convierten a Oscar Hahn en un autor indispensable de la poesía iberoamericana, de Chile, en la saga de los grandes, y su aporte a lo nuevo en este difícil género es encomiable y justo reconocer. Hahn será el Premio Nacional de Literatura el 2012 y después le quedará el Cervantes, a un paso de reflexión del jurado español. Hombre, el hombre ha recreado el idioma a su manera y de una buena manera desde la provincia chilena, capital de la poesía castellana, la vieja capitanía carente de todo, menos de belicosidad de parte de los originarios mapuches.

Óscar Hahn se divierte, juega, trabaja con las palabras y su propia vida, la del otro que lee y la del espejo que sostienen sus máscaras. Versos robados, 1995, es un título ingenioso, sorprendente desde su epígrafe: “Todos mis versos son ajenos. Yo tal vez los robé”. El juego confesional de que toda la poesía está escrita y aun así seguimos enfrentando con pulcritud, transparencia, amor y mucho trabajo la página en blanco. Uno lo que roba es el pasado, saquea la memoria, la suma de todos los presentes compartidos, el pequeño detalle, una sílaba, un letrero, los olores, las sombras, los fantasmas, los sueños, el insomnio. El plagio es otra cosa, muchachos y no tanto. En silla mecedora asistimos a un tipo de crucifixión del hombre que la historia conoce y reconoce que resucitó, pero en esta metáfora adquiere connotaciones nuevas y con elementos modernos, insólitos. La poesía no tiene límites, nos dice en todo momento Hahn, y debemos ser valientes al enfrentar el texto, que muchas veces nos conduce con su poderosa atmósfera hacia un cuerpo que no habíamos vislumbrado siquiera.

Silla mecedora

Me duelen las piernas dijo la silla
Están llenas de várices

Siento unas gotas de sudor frío
bajando por mi respaldo

En vez de astillas tengo espinas
y mi asiento se cubre de llagas

No sé de dónde salió este hombre
que está sentado en mí sangrando

Al tercer día se puso de pie
y voló por la ventana del cuarto

y el viento empezó a mecerme
como si nada hubiera pasado.

Lo usual del dicho, la frase hecha, es pena de muerte, pero Hahn rescata ese horror, tal vez, y lo convierte en Pena de vida, un título de 2008. Su poesía siempre en contraste, a veces en contradicción, otras como recorriendo el nudo de la madera, mirándose al espejo de la realidad fragmentada, unitaria en la dispersión.

El poema, el lenguaje, lo que nos dice sin decir, la intencionalidad, esa carga que el verso reprime y expulsa y coordina con un todo, lo que no nos quiere decir el poeta, ese es el principal elemento de este quinto elemento, lo no vivido y por vivir, y también lo sentenciado, aquello que está en el fondo del pozo y algún día acudiremos a ciegas. No más explicación para un buen poema, a mi manera.

El quinto elemento

Se desvía el curso de la vida

tuerce su rumbo y se va por el camino equivocado
Entra por una puerta que no estaba en sus planes
y no vuelve a salir
Allá adentro
la cercan alambradas murallas
fosos de agua
Entonces la vida marca el paso
desfila en círculos
como los presos en el patio de una cárcel
o sobrevive a ciegas
como el condenado a muerte
que conoce la pena
pero ignora el día de su ejecución

La vida que está afuera
la vida de los otros no cuenta para el muerto
Lo único que cuenta
es la vida que uno lleva adentro
y si se va la vida
uno se va con ella tomado de su mano
que ya no existe

Se fue se acabó desapareció
Y por más que los vivos nos recuerden
por más que pongan flores en nuestra tumba
no cambia nada
porque nadie está hecho
de la materia del recuerdo
Los héroes famosos
cuyas estatuas pueblan la ciudad
no están menos muertos
que los huesos que yacen
en la tumba del soldado desconocido
Y es eso lo que somos: soldados desconocidos
o conocidos (da lo mismo)
que día a día pierden la batalla
pero también la guerra

La memoria es un atributo de los vivos
Los muertos no recuerdan nada
Estar muerto es no tener pasado
ni presente ni futuro
Y todo lo que se dice de los muertos
lo decimos nosotros
expertos en vivencias que nunca hemos tenido
¿Alguien sabe lo que piensa el agua
la tierra el aire el fuego?

La muerte es el quinto elemento

Toda la poesía verdadera es casi secreta en el siglo XXI. Antes lo ha sido por muchas razones. Inclusive los adolescentes escribíamos en diarios de vida para nuestros propios deseos de llamada y la inmortalidad de esos momentos. Romeos con nuestra Julieta imaginaria, intocable, viajando en los veranos tórridos. Días fantásticos, de una poesía natural, la del asombro, transparente. Tiene esa capacidad el género, vivir y morir en un par de líneas. Conmover con lo que el poeta no dice, sin ausentarse del lector. No es una teoría, sino un pálpito. Las ediciones y sus tirajes elementales, el rechazo casi visceral de los llamados agentes literarios y los libreros, confunden al público, el mercado, y ofenden al buen libro escondido, inédito, empolvado, recluido, borrado de los escaparates y reemplazado por el sonriente y banal best-seller de turno. Desconocen que un poemario verdadero es una caja de Pandora abierta a todas y a ninguna de las posibilidades, sino a las que nosotros vamos descubriendo con nuestras propias lecturas.

Poeta de sonetos perfectos, moribundo al borde de la cama, socio, enemigo, cómplice, admirador de la muerte como una buena maestra, Hahn pareciera morderse la cola con su poesía, pero siempre abre una puerta hacia algún camino y puede volver a un cuarto vacío en Iowa City, a sorber esa espantosa sopa Campbell, como la penitencia de un condenado a una habitación con un televisor de por vida. Secuestra lo cotidiano como en un calidoscopio para enaltecer el poema en un lenguaje intenso, donde el poeta forma parte de él, como la vida, en ocasiones, o reflejando su fantasma en un espejo. Sin máscaras, no tendríamos rostros. El poeta se encuentra con situaciones que le sorprenden, aparentemente desarticuladas, en proceso de ser algo, no definido en ese momento, y en las repara con su trabajo de contar historias, trazar imágenes, rescatar lo aparentemente inexistente. Amor y muerte = vida.