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“Los poetas de Chile”, de Rolando GabrielliLos secretos de la poesía chilena

Cuando muere un poeta
se revela la poesía
de cuerpo entero
con los ojos abiertos
alumbrando el mundo,
palabras desconocidas.
La muerte sólo pare
finalmente,
un último poema.
Con su cabeza de hielo,
tal vez la rosa
nunca muere
(RG).

La noche migró
con su polen oscuro,
abejas reinas,
abejas obreras,
secretan un mismo poema
en el panal,
de la poesía
(RG).

Chile, poema

Ey, ey, es re curioso Chile / mi país natal / lejano volcánico desértico polar austral / de mar crispado / hielos continentales / con su brazo fragmentado / enjuto cuerpo desgarbado delirando / por toda la geografía / su vientre erizado / ombligo luminoso / cálido / puerta Norte de la geografía / En la costa comienza y está anclado en el país de todos los puertos / Es Chile en su invierno colosal de la vida / Qué dimensión territorial / abismales abismos / fantástica caótica desmembrada geografía / un cuerpo de piernas largas / remando / orilla por el aire perdido / en el sombrero de septiembre 11 / los pajaritos llorosos de Chile / algo tarde para los muertos / las velas blancas de la patria / los temblorosos sin memoria / ni cruces / los gélidos yertos árboles / las desconocidas lenguas del Chile austral / cementerios de lirios y claveles vivos / en la vereda del largo miedo de Chile / Ah, viejos aromos / ni me hacen falta / me asfixian de felicidad / Más raro es Santiago / donde curiosamente nací / y me hice ver hasta el aluvión del 73 / Me pateaban huérfano las calles / asfalto vigilado / plomo del cielo gris / azulado envenenado / adiós / Años después aliento podrido frente a una pared / respetar los mensajes de la ciudad / escucharla detenidamente / consejera, amiga / partí / viaje expreso del infierno / del infierno / a la muerte civil / el ataúd pegado al lomo / de la historia personal / quedaba atrás en algún patio / del Santiago de los callados / bajo tierra y cal / Mulo del nuevo amanecer / ecos de la memoria / extremo de Santiago / pozo / huella territorial / Atrás la espalda de la historia / de un cuerpo desconocido / la sombra de un vivo / alguien por nacer / Dejas de estar vivo / sin estar muerto / dejas de estar en ninguna parte / No deja de asombrarnos / este país lejano / de huesos duros / mar crispado / hielos continentales / salitre / Norte / sal de los muertos / desierto amado / huella fragmentada / Puerta arenosa / de Chile / agua / nieve / cal y canto de los sepultados / Sur de los ángeles / santos en procesión de santos arrodillados / altares orinados / el viento Sur de Chile barre el viento / aviva el fuego / de los desesperados / por volver a vivir.

 

Desde el fondo de la mina

La poesía chilena está de duelo. Uno de sus más apasionados amantes la enviudó hace unas cuantas horas. Gonzalo Rojas, poeta del tacto, del cuerpo, del amor, de todos los sentidos, hilvanó desde el silencio la mudez larvaria de una poesía vanguardista sorprendente. Se sobrevivió a sí mismo y a sus pares por 93 años, en una metamorfosis casi perfecta. Fue un corredor de fondo en la maratón poética del Chile de los siglos XX y XXI, un país de grandes e innovadores poetas, diseminados en su larga, fragmentada y accidentada geografía. Poetas de cordillera, mar, ríos, australes, urbanos, malditos, suicidas, marginales, de todas las geografías y confines, vivos en la palabra personal, alabados, discriminados, ninguneados, olvidados, humillados, paseados en altares, inventores de la pólvora poética, magos de provincia, talleristas per se, discípulos de sus sombras, pequeños dioses, dieron un perfil a Chile, pusieron nombre a las cosas. La geografía tomó la dimensión de un país real. La pobre Capitanía de Chile enriquecida por las palabras. El vacío se hizo más pequeño, como si tocara la flauta de Hamelín, la palabra encantó aun a los más sordos en algún momento de sus vidas. Los escépticos nunca dejaron su estado natural y de ninguna manera se arrimaron a la orilla del camino. Siempre una ruta se bifurca hacia otro sendero y los caminos raras veces se encuentran.

Se apagó el relámpago rojiano, agudo y brillante, como si la noche entrara al negro socavón de su natal y germinal Lebu, esa piedra elemental que frotan los duendes para encantar las noches sin luna, ni estrellas, cuando los perros ladran sin sentido. Fue uno de los poetas que más se pronunciaron contra la muerte, quizás la sabía inevitable y la sobrevivió, hasta cuando la vida no pudo evitarla. Sin vida, sin muerte, no hay poesía. / La vida se entierra cada día y la muerte una sola vez. / Es la acumulación de todos los días, / ni uno más, la palabra final. Tierra a la tierra, el gusano al cuerpo. / Las cenizas sobre el mar / viento de la poesía (RG).

Joven, díscolo discípulo, admirador de Vicente Huidobro, surrealista arrepentido, “anarca” en su propia expresión, “poeta de la no adhesión total”, vallejiano, se abrió paso en ancas de su musa, sin pausa ni prisa, ni permiso, en el telúrico y crispado mar de las torrentosas corrientes de la poesía chilena. Editó en 1948 su primer poemario, La miseria del hombre, ridiculizado e ignorado prácticamente por la crítica y solo elogiado por Gabriela Mistral, hada madrina de poetas talentosos, como el joven Neftalí Reyes Basoalto y el mismo N. Parra. Qué olfato el de la maestra rural, dio paso a todos los grandes de la poesía chilena. Grande la Mistral, hasta en su olvido nacional.

Desapareció del escenario poético chileno el futuro Premio Miguel de Cervantes, hasta 1964, cuando editó Contra la muerte, el libro que le abrió las puertas a la gloriola poética nacional, con un tono personal, parodiando a Huidobro. Un libro que nacía del silencio, a vibrar en el aire, un autor que se tuteaba con los lectores, arrancaba las visiones, los ojos cada día y le plantaba cara a la muerte. Un Rojas existencial, despreocupado, lúcido ante y frente la muerte. ¿Más oscuro que la piedra de carbón, más luminoso que el cielo de Elqui? En Victrola vieja, Gonzalo Rojas define su arte poética, que con los años iría redefiniendo en la reescritura: La poesía se escribe sola. Se escribe con los dientes, con el peligro / con la verdad terrible de cada cosa. /...Únicamente el viento de la Palabra... Y critica a Ése que tiene el récord y anda que te anda / descubriendo el principio de los principios / El alfabeto mismo le queda corto / para decir lo mismo que está dicho. Una postura, indudable, frente al quehacer poético, como Huidobro, Neruda, Del Valle, De Rokha, Parra, Lihn, como tantos más, fijaba posiciones en el erizado jardín de la poesía. Hay muchas maneras de hacer sonar flautas y tocar el bombo. Su poema “Sátira a la rima” es una pieza antológica contra el burgués y su vida burguesa y su manera de vivir. Una cátedra de humanismo para ser más humanos: ¡Pensar que sus almas de cerdos / se van al cielo después de morir! Gonzalo Rojas, a partir de Contra la muerte, le dio un nuevo aire a la poesía chilena, oxigenó un camino personal, y nos recordó desde sus páginas que Sólo se aprende aprende aprende / de los propios propios errores.

 

Los cachureos del boticario mayor

Recuerdo que Jorge Teillier me decía que sólo se escribe en la vida un solo poema, es decir, que todos los libros se reunían allí. Para Rojas, él escribía siempre un libro sobre un libro diferente: reescritura. ¿Secretos y mitos de los poetas chilenos? ¿Tantos como poetas? No todos atravesaron el río, algunos a la orilla ciertamente llegaron y van remando los nuevos. Pero las plazas están también llenas de palomas cagando desde las elegantes cornisas, como si el poema se suspendiera contra las leyes de la física, más allá de la palabra, la que lleva alas donde quiera habite.

La historia poética chilena del siglo XX ya la habían escrito Pablo Neruda, Vicente Huidobro, Gabriela Mistral, Pablo de Rokha y Nicanor Parra, quien inauguró y se aferró con dientes y muelas a un nuevo escenario con su libro Poemas y antipoemas (1954), después de su “fracasado”, germinal Cancionero sin nombre, editado en 1937. Parra y Rojas inician, a su manera, en su tiempo y propia respiración, un nuevo proceso para su poesía y la poesía chilena, a partir de una experiencia poética, un nacimiento frustrado. Detienen la máquina de hacer poesía y hacen mutis por el foro, Parra, 17 años y Rojas, 16 años, tiempo que aprovecharon para montarse en su propio carrusel y zepelín que ya nadie detendría, a nivel nacional e internacional. Los dos, junto a Neruda, han sido profetas en su tierra —aunque Parra lo niegue— y a nivel internacional, un paréntesis nada despreciable en el país del ninguneo. Estuve cerca de Parra físicamente viendo cómo diseñaba su antipoética antinerudiana antitodo y ante todo, parriana. Abría y cerraba el paraguas de la poesía de Chile, como Charles Chaplin. Disparaba al establecimiento local y mundial. Su política era no dejar títere con cabeza, humor, ironía, verso blanco, verso negro, antiverso, popular, culto, parriano, en fin, poesía. Repetía ese chilenismo, a diestra y a siniestra, las manos y el orden del producto cambiaban sin permanecer fijos. Quebraba viejos modismos y modos, se apropiaba de palabras sueltas, dichos, eslóganes, chilenismos, frases hechas, coloquiales, refranes, actualidad, y los cachureos contradictorios, en nuevas y otras vías, eminentemente parrianas. Parra después reparaba todos esos cachureos que tal vez habría acumulado el viento de la palabra alrededor de su panal o viña, mejor dicho. Construía, pieza por pieza, poesía al aire libre. El método consistía en proponer a su interlocutor un tema, una atmósfera, una frase, un camino, una aventura verbal que ya venía girando en su mente. El Olimpo que Parra construía estaba aquí en la tierra, entre la gente, donde sus pies pisaran. ¿La palabra parriana deja hojarasca? Eso lo dirán los botánicos en su momento. Boticarios hay en todas las esquinas.

Un poeta debe escribir / después del futuro / Decir nada y todo estará por decir / Afirmar en su horizonte / una palabra que conmueva.

En mi trabajo Las víboras de Parra digo, a modo de explicación del significado para Chile de la antipoesía: “La antipoesía echa todo en su saco, pero no roto, en la Caja de Parrandora, recicla los materiales, inhala desde el estiércol a la primavera, de nada se priva el poeta, su oficio: boxear con las sombras del mediodía, arrancarle espuma al verbo, sacar del cuidado intensivo a la ‘poesía tradicional’, Parra se siente un sepulturero de adjetivos y metáforas, porque si no dan vida, matan. Hombre de poca fe, pone toda su fe en la antipoesía”. Qué bombo, señor Corales. Lo cierto es que Parra se convierte en un trasgresor a tiempo completo, francotirador, y no se detendrá hasta el final de sus días. A su poesía ya le han salido nietos.

Del prolongado silencio de ambos poetas y de sus futuras confrontaciones, incesantes búsquedas, pequeñas guerrillas con versos incluidos, surgirían dos de los más grandes exponentes de la poesía chilena e iberoamericana. Parra y Rojas, dos poéticas distintas, admiradores de un mismo maestro: Huidobro. Gonzalo Rojas gustaba recordar que le había dado la libertad, y Parra siguió los consejos huidobrianos cuando dijo: “Un poeta debe decir aquellas cosas que nunca se dirían sin él”. Sólo por medio de la poesía, remataba Vicente Huidobro, el hombre resuelve sus desequilibrios, creando un equilibrio mágico o, tal vez, un mayor desequilibrio. En eso han andado Parra y Rojas, al parecer. Huidobro suspendía el adjetivo hasta nueva orden, porque si no da vida, mata, decía, lo trataba como un sepulturero de las imágenes. Una de sus grandes recetas. Ahí no había afrancesamiento alguno, más bien técnica, y un llamado de atención a los calificadores de grandes metaforones adjetivados.

Huidobro había fijado posiciones en 1916 con su libro El espejo de agua: Arte Poética: Que el verso sea como una llave / Que abra mil puertas / Una hoja cae; algo pasa volando / Cuanto miren los ojos creado sea, / Y el alma del oyente quede temblando. / Inventa mundos nuevos y cuida tu palabra; el adjetivo, cuando no da vida, mata. Más que una advertencia, una sentencia huidobriana en lo rotundo de la palabra creación que tanto amaba. Para ser sinceros, esta es una palabra que nunca le gustó a Nicanor Parra. Varias veces le escuché criticarla ácida, irónicamente, quizás por ampulosa, falsa, inexistente, absolutamente inmanejable, porque crear es partir de cero, algo que no existe. ¿De tanto amar al maestro, se le mata inconscientemente de un solo plumazo o resbalón?

 

El aedo de la Araucanía raya la cancha

Neruda citó solo a dos poetas en su discurso cuando recibió el Premio Nobel de Literatura en 1971, en Suecia: el francés A. Rimbaud y de manera indirecta-directa, a Huidobro, lo que termina siendo un homenaje a la estatura del vanguardista sin paracaídas que representó este singular personaje, y cito: “El poeta no es un ‘pequeño dios’. No, no es un ‘pequeño dios’. No está signado por un destino cabalístico superior al de quienes ejercen otros menesteres y oficios”. Neruda plantaba banderas en Estocolmo.

La incertidumbre es materia vital de la poesía, allí nacen y mueren todas las certezas y vuelven a florecer como los aromos en primavera las más sólidas interrogantes en sus propias cabalgaduras, a lomo de mula, a pie por los abismos, con la respiración entrecortada y la esperanza de que un espejismo nos ilumine. Gonzalo Rojas trabajó en mi opinión esa línea libre sin horizonte que la retuviera o enmarcara, indagó en la palabra hasta su silencio, para comunicarnos lo mejor de su mundo y espanto. Reducir la poética rojiana al erotismo como ocurre en estos días finales y aun antes, no sólo sería un error, una tontería al desconocer la obra de un poeta total que utiliza todos los recursos del lenguaje y los sentidos, oralidad e intertextualidad. Para Rojas el poema pareciera un edificio de múltiples compartimentos que se van comunicando entre sí como si fueran en el aire de las palabras.

¿Sabes cómo escribo cuando escribo?
Remo en el aire, cierro
las cortinas del cráneo-mundo, remo
párrafo tras párrafo, repito el número
XXI por egipcio, a ver
si llego ahí cantando, los pies alzados
hacia las estrellas...
(Rojas)

El siglo XX fue la época dorada de la poesía chilena y un escenario de choque de elefantes, Neruda, Huidobro y De Rokha —en un país largo como una tira tragicómica, que se perdía en la búsqueda y mirada impúdica, casi obscena de su propio ombligo de país insular. Octavio Paz, el mexicano que le dio un nuevo fundamento a México, no era precisamente amigo ni apologista de Neruda, sobre todo el político, dijo en una conversación telefónica a Jorge Edwards, según cita en su libro Adiós, poeta:“Mira, quiero decirte una cosa, ya que tú estabas tan cerca del personaje. El año pasado releí las obras completas de Neruda, desde la primera página hasta la última. Creo en mi edición faltaban algunas cosas del final, pero leí entero y por orden todo lo que tenía. Mi conclusión es que Neruda es el mejor poeta de su generación. ¡De lejos! Mejor que Huidobro, mejor que Vallejo, mejor que Borges. Y mejor que todos los españoles. Es un poeta muy irregular, desde luego, pero en sus grandes momentos es el mejor. Siempre lo he pensado así: uno de los mejores del idioma. Residencia en la Tierra es un libro extraordinario”. ¿Nicanor Parra no figuraba en el canon del mexicano Paz, un ensayista luminoso? ¿La atmósfera Neruda era una caja fuerte hasta los setenta?

Años más tarde el poeta mexicano, José Emilio Pacheco, diría que Residencia en la Tierra es el libro más importante del surrealismo. No es cualquier afirmación, ni ligera complacencia. Pienso que Residencia en la Tierra es el libro mayor de la poesía chilena y latinoamericana, a los españoles les dejo que indaguen en su poesía. Es el más citado por los amigos y detractores del poeta, referenciado como pocos, estudiado, leído, citado, salvado de la hoguera en que algunos ponen la poesía de Neruda. Es un gran secreto a voces que es un libro influyente ayer, ahora y mañana. Con mi razón apenas, con mis dedos / con lentas aguas lentas inundadas / caigo al imperio de los nomeolvides / a una tenaz atmósfera de luto.... Dulce materia, oh rosa de alas secas / en mi hundimiento tus pétalos subo / con pies pesados de roja fatiga / y en tu catedral dura me arrodillo / golpeándome los labios con un ángel... Neruda, en Residencia en la Tierra, en el texto “Ritual de mis piernas”, juega en solitario con su cuerpo, en un poema notable, profundamente erótico, vital, telúrico, donde la soledad se siente sola... Lo de Neruda es más carnal, ya no es el adolescente provinciano, vive en Rangún, ha atravesado su largo cuerpo geográfico desde el Sur al Asia, con el espanto de los cuartos vacíos, de los atardeceres solitarios...

Largamente he permanecido mirando mis largas piernas,
con ternura infinita y curiosa, con mi acostumbrada pasión,
como si hubieran sido las piernas de una mujer divina
profundamente sumida en el abismo de mi tórax.

Pablo Neruda, antes de los 30 años de vida, había rayado la cancha de la poesía chilena, latinoamericana y de habla hispana, con su Residencia en la Tierra, un libro mayor, del cual también beberían sus detractores, y poesía toda, de la cual surgiría contra ella Nicanor Parra, y el mismo Gonzalo Rojas se cuidaría de no ser tragado por el dragón mayor del fuego de la poesía chilena. Siglo de la hegemonía nerudiana hasta su muerte en 1973 —a pesar del protagonismo parriano en la última década— pero no debemos pasar por alto la obra de brillantes castillos en el aire, sueños, libertades, búsqueda, del Altazor huidobriano, como Los gemidos angustiosos y a veces líricos pasos por la república del Macho anciano de la poesía, Pablo de Rokha, la Mistral, indudablemente, y un coro de poetas que siempre estuvieron y siguen estando a la altura de este movimiento poético de múltiples cabezas y ramificaciones. Es largo el rosario de poetas chilenos que pusieron sus picas en el Flandes poético de la loca geografía de Chile, de Norte a Sur y de Este a Oeste. Si el gran momento histórico nerudiano, mistraliano, huidobriano, rokhiano, parriano, rojiano, los ocultó bajo las piedras de Chile, puso al borde de los caminos y los acantilados de la geografía, durante la Guerra Fría, el golpe de Estado, en esos tiempos de agonía cultural debemos nombrarlos, a riesgo de no estar todos los que debieran: Rosamel del Valle, Humberto Díaz Casanueva, Carlos de Rokha, Miguel Arteche, David Rosenmann Taub, Alberto Rubio, Eduardo Anguita, Alfonso Alcalde, Armando Uribe Arce, Braulio Arenas, Efraín Barquero, Enrique Lihn, Jorge Teillier, Oscar Hahn, Rolando Cárdenas, Floridor Pérez, Gonzalo Millán, Omar Lara, Waldo Rojas, Manuel Silva Acevedo, Jaime Quezada, Oliver Welden, Hernán Miranda, José Cuevas, Raúl Zurita... Roberto Bolaño es un poeta de la prosa, un poeta del relato, un poeta de la historia de la vida, de poetas y sus circunstancias.

Si la poesía chilena recayera solo en los seis poetas históricos que los críticos de una u otra manera señalan, se habría estancado y no tuviera destino, ni la variedad y riqueza que sabemos ha alcanzado. Dentro de Chile surgió una cantera de poetas en las revistas que se han editado de Norte a Sur, como Trilce en Valdivia, Arúspice en Concepción y Tebaida en Arica. Todas tienen nombres reconocidos, como Omar Lara, Waldo Rojas, Oliver Welden, Jaime Quezada, Floridor Pérez, Gonzalo Millán. Trilce aún se mantiene en el tiempo, lo que es un récord para este tipo de publicaciones. Árbol de Letras, que dirigió Jorge Teillier, y Cormorán, Enrique Lihn, ambas en Santiago, también ocupan un lugar importante dentro de la poesía y literatura chilenas. Poesía en estado puro, directamente del fabricante.

 

Relevo de un corredor de fondo

Pienso que Oscar Hahn seguirá con el timón que en algún momento físico abandonará Nicanor Parra de 97 años, porque ha recogido esos saberes ocultos y visibles, la Gran Receta de la Poesía Chilena, sus secretos más reales, invisibles y propios: armar la vida y la agonía, la protesta, el amor, adentrarse en las cosas, ser parte de la geografía con un sentido de identidad y pertenencia, no dejar de nombrar, pero todo a través del lenguaje. Hacer y ser historia. Nada al azar, nada casual, sin desprenderse de los sueños, ni olvidar los laberintos del insomnio por los que pagamos algunos un justo precio. A partir de la derrota nace la esperanza, como nos dice en este texto Oscar Hahn:

Después del incendio

Tengo que recoger mis escombros
darles la forma humana que tenían
y seguir adelante
Que no haya brasas en los ojos
ni nubes de humo negro en el alma
Algunas cicatrices
por aquí y por allá son aceptables
Lo demás es echarse el dolor a la espalda
limpiarse las cenizas
y continuar andando

Lamentablemente para la poesía chilena, la temprana desaparición física de Gonzalo Millán truncó tiempos aún más excepcionacionales (está bien dicho) para la poética chilena e iberoamericana. Gonzalo Millán siempre fue un constructor de prolijas, grandes, reales y fantásticas miniaturas. De escenarios donde estaba el ojo acucioso, detallista, obsesivo del poeta. Todo detrás de la sombra de la palabra. Ánforas que cultivaba en las estaciones de la vida. Vasijas griegas que asomaban bajo las arenas. Islas, solitarias islas nunca abandonadas.

Su gran receta: escribir nueve versiones sobre un poema, como si fuera una cábala, y nunca sentirse satisfecho, entrar y salir por la aguja del sastre. Gonzalo Millán era el guardián de la palabra, y donde quiera que esté sigue trabajando en sus quimeras. Investigaba el canto de la palabra en su filo, toda su voz, color y textura de la palabra en la palabra. El poema para Millán era como una cabeza de cebolla con múltiples capas, hasta encontrar la perfecta. La cebolla es clave en la cocina chilena. Escribía con la yema de los dedos algo que ocultaba la luz a la sombra y viceversa. Al otro lado del poema siempre asomará Millán.

La receta de Neruda era no tener receta, sólo escribir, despreciaba el “intelectualismo”, él, un viejo y zorro lector de los clásicos españoles, franceses, ingleses, Whitman, traductor de Shakespeare y más. Se lo dijo a un crítico francés, Claude Couffon: “La poesía de Mallarmé la defenderé siempre, pero en nuestras casas americanas, donde penetran el frío y la nieve y el sol abrasador, la poesía debe ser diferente”.

Uno de los grandes secretos de la poesía chilena es que sus poetas son estudiosos de la poesía, leen, viajan, no temen la contaminación en un ejercicio absolutamente personal y que sobrevive por la tenacidad frente a la página en blanco. No hay un modelo a seguir, pero leer es recomendable, insustituible. ¿Todos los caminos conducen a la poesía? Diría que el personal es el más válido, pero existen muchos Ulises que ya hicieron algún tipo de recorrido hacia Ítaca. En esto, de cómo anduvo la poesía chilena y lo sigue haciendo, no todos opinaron, ni se confrontaron. Neruda, como Parra, lo hicieron cuando les atacaron. Gonzalo Millán fue llamado “el mudo” por Lihn, pero construyó una poética que deja sin voz ni palabras al más exigente lector. Su secreto fue también su silencio constructor y traductor de mundos invisibles.

 

Una poesía de antologías

Rojas y Parra volverían tras la huella de las antiguas confrontaciones nerudianas, huidobrianas y rokhianas, como delfines visibles de las nuevas ramas del frondoso árbol de la poesía chilena del siglo XX, que marca distancia de América Latina, con contadas excepciones como el peruano César Vallejo, fallecido prematuramente en 1938 y que escribió sobre roca andina. Jorge Luis Borges, Ernesto Cardenal, lo mejor de Octavio Paz, José Lezama Lima, Eliseo Diego, Juan Gelman, José Emilio Pacheco, Alejandra Pizarnik, Carlos Germán Belli, Roque Dalton, son voces de primer orden, sin duda, en el concierto poético latinoamericano. Rubén Darío es cabeza de generación, padre del modernismo, que dicho sea de paso en Chile no tuvo una repercusión interesante a pesar de que allí vivió y escribió Azul, su principal libro. Seguramente no están todos, para más de algún lector, pero si los que están, son y no sobran. En este escenario latinoamericano de poetas, todos son tan distintos como el lugar a donde pertenecen, aunque vienen de las palabras que leyeron, siempre se pone el cuerpo, sudor, la vida. Vienen de islas, países aislados, geografías urbanas, extremos somnolientos, capitales porteñas, hay historia, memoria, raíces, sueños, la vida que acumula otras vidas y la cuentan las palabras. No todo se va por un caño, y tampoco lo recoge un río, que siempre es movimiento.

El Dragón de la poesía chilena tiene muchas lenguas de fuego y es su diversidad, riqueza, lo que la diferencia no solo del resto de América, sino de España, en la centuria pasada y en esta época, aunque han desaparecido prematuramente poetas de una retórica personalísima, como Enrique Lihn, Jorge Teillier, Gonzalo Millán, dueños de su propio mundo poético y referentes obligados de la poesía chilena. Todos autores indispensables en el largo recorrido que iniciara Alonso de Ercilla y Zúñiga, con La Araucana, en 1569, aunque el libro lo terminó de escribir en España dos décadas después. Chile, país de fundación épica, país de poetas, nacía en la perdida Capitanía General atravesado por las luchas de sus valientes guerreros indígenas (mapuches) y la pluma del conquistador que retrataba la gesta heroica de un pueblo “belicoso” y amante de su tierra. Había sido redescubierto por un analfabeto, Diego de Almagro, una curiosidad nada despreciable en la antología de la conquista española. El cero sumatorio de la historia chilena entrando por el desierto de Atacama. Diego de Almagro / maravilloso, apestoso, ruin aventurero / ciego de gloria, vacío de oro / pequeño ambicioso / ¿Qué te dijo el desierto? No encontrarás nada / huye pobre atorrante / con tu espada de sal / entierra tu armadura analfabeta / y tus tristes ojos de mula / Chile es mar y fuego / aguas plateadas y torrentosas / desierto sin paradero / bosques de lamas / No pases / no pases / Vuelve sobre tu espalda / entierra tu vida / en la sombra / descubridor del miedo (RG).

El mapa de la poesía chilena es más amplio, diverso, enjundioso, plural, profundo, que sorprendería a cualquier lector avezado y curioso. Algunos nombres vitales ya están en estas páginas. La verdadera poesía siempre aflora, en algún momento sube a cubierta y comienza a navegar. Hay libros y poetas, escritores náufragos que se rescatan como si fueran una botella lanzada al mar por manos anónimas, mensajes por la sola aventura de la palabra. Ahí también surge un aprendizaje, porque la palabra nunca termina abandonada del todo.

La poesía chilena es de antología, por obra y gracia de la diversidad de sus poetas. Algunos pueden venir de las aldeas, pero sus textos gozan de universalidad. Pienso que además la poesía tiene sus propios canales de comunicación, fermentación de sus uvas, aroma de vinos y frutos del mar. Aun en las ciudades más encementadas, los poetas respiran toda la geografía y desde luego su lar asfaltado, los mundos de la ciudad y del individuo como materia prima de sus trabajos. Complejos pisos psicológicos del individuo parriano, por ejemplo.

 

“Los poetas de Chile”, de Rolando GabrielliLos poetas de la provincia uniformada

A partir del golpe militar, el fantasma de los muertos, desaparecidos, torturados, exiliados, dentro y fuera de Chile, recorrió el mundo y desde luego la frontera nacional. La provincia uniformada que fue Chile por 17 años y medio, expulsó por a b c motivos a numerosos artistas y puso un gran bozal en el interior de la República. Oh, provincia uniformada / tu palabra coagulada asfixia con sus cuchillos filosos / Amanecer de alas en bandada. / Un ruiseñor ha muerto (RG).

Recuerdo a dos grandes sobrevivientes de ese período hablando una noche en un departamento oscuro que había abandonado el poeta brasileño Thiago de Melo en uno de los corazones urbanos de Santiago, discutiendo sobre teorías poéticas, atravesados en la lengua desobediente del arte de las palabras en un Chile fatalmente agónico y mudo. Charles Chaplin y Buster Keaton —Parra y Lihn— en un singular recorrido por una pieza oscura, observados por mis ojos kafkianos, irrepetibles en un Santiago de obsesiones, rutinas castrenses, bandos demencialmente ridículos y ese pasaje estrecho entre el sarcasmo y lo patético. El país, con su espinazo roto, boqueaba, coagulaban los ojos sobre un paisaje muerto, irrespirable, y la poesía crecía en las noches kafkianas, trasplantada en el aire de las voces de dos de sus mayores protagonistas, y deambulaba la palabra. Definitivamente se sentaba frente al abismo, lo poco que quedaba de una historia muerta. Las piernas colgaban de un balcón mientras pasaban los tanques silenciosos bajo la madrugada de horror. Orugas de la muerte. El poema respiraba por su propio riesgo. De una orilla sin autor, la cicatriz volvía paciente en la memoria. Nadie sabía, hasta ese entonces, cuán sospechosa se pondría la poesía a partir de la fecha. Ni hablar, recomendaban los mudos. Oh, ciudad desierta, abrázame sin terror. / Mi espanto te supera. / Paralizas mi cuerpo y anda / en una recta desconocida / Lázaro entre las palabras equivocadas. / No nombro para no llamar a la muerte / ni interrumpir tu sueño probable / Este paisaje no tiene descripción / me es nuevo / Permanecerá bajo los pies cerrados del asfalto / de la noche (RG).

Salí de Chile en 1975, es cierto, he vuelto, pero no he estado todo el tiempo necesario para ponerme al día y menos de los que vienen después del apagón cultural del 73. Esa afonía de fin de mundo que impusieron los panzers del Gran Dictador. No volaba ni una hoja sin el permiso del ángel de la muerte, y las que se escribían las sepultaba el glacial silencio obligado de la dictadura. Otros tantos esperan sacar un conejo del profundo sombrero del frondoso árbol de la poesía, como lo hicieron en otro siglo Vicente Huidobro y tantos otros. Hubo manifiestos en esos tiempos huidobrianos, retórica, elocuencia, tribuna, doctrinas, movimientos, tendencias, revistas, lecturas, condenas, escuelas, cofradías, poetas malditos, francotiradores, oficialistas del establecimiento, lúmpenes adorables, mitómanos fantásticos, lectores insomnes, eruditos, poetas de doble rosca y tuerca, surrealistas irreductibles, poetas domingueros, festivaleros, falderos, de la rima, sectarios, profetas de su propia fe, energúmenos incontrolables por su propio ego, que fueron felices a su manera y se hicieron presente en las Grandes Alamedas y bares de la poesía chilena. No nos repitamos, seamos memoria. La originalidad es un deber, caballeros, responde la poesía desde el espejo roto de la realidad. Hubo siempre vida, en los momentos más difíciles, poesía. No siempre se ha babeado en las esferas oficiales.

La poesía cambia de color, olores, sudores, cuerpo, se sube a todos los sentidos y planta cara en el subconsciente y desde ahí dicta André Breton su famoso Manifiesto surrealista (1924): sueño y vigilia. Escritura automática, el disparador del subconsciente. “Amada imaginación, lo que más amo en ti es que jamás perdonas. Únicamente la palabra libertad tiene el poder de exaltarme”.

La Mandrágora fue un grupo de poetas surrealistas chilenos fundado en 1938 por Teófilo Cid, Enrique Gómez Correa, Braulio Arenas, al que se suma un adolescente, Jorge Cáceres. Dicen, las malas lenguas, que uno de ellos quiso ser más surrealista que Bretón. Lo cierto es que el Surrealismo abrió grandes fronteras a la poesía, fue una estética revolucionaria, y se escribió una notable, única, irrepetible página no sólo en la historia de la poesía universal, sino del arte. El cadáver exquisito se superó a sí mismo. Fue un grupo, La Mandrágora, que giró en torno a Vicente Huidobro, en cuya casa nació el movimiento, y coincide con el inicio de la industrialización de Chile, la creación de un Frente Popular, una época que marca época dentro del devenir político, social y cultural futuro de ese país suramericano. Un tiempo también para las vanguardias. Neruda había escrito sus Residencias en la Tierra, 20 poemas de amor y una canción desesperada, España en el corazón, entre otros libros; Huidobro, El espejo de agua, Temblor de cielo, Altazor o el viaje en paracaídas, etc., la Mistral: Desolación, Ternura y Tala, y De Rokha: Los gemidos, Escritura de Raimundo Contreras, Gran temperatura. Cimientos a los cuales se sumaría la antipoesía de Parra, años después, la verdadera obra gruesa de una nueva arquitectura poética en Chile, Latinoamérica y el mundo de habla hispana. Faltaba humor a la poesía, que le otorga trascendencia, que no es lo mismo que el chiste, que la afea. Cuando el chiste surge, se repite, la carcajada se agria y ella misma corta el switch con el lector que la había puesto a funcionar.

 

Ese otro panorama ante nosotros

Alfonso Alcalde, autor de unos treinta libros, anduvo y desanduvo países, geografías, casas, esposas, hasta que escribió El panorama ante nosotros. Después, cuando le apareció la soledad a corroer el alma, se suicidó y enviudó de cinco ex esposas, pero ya había escrito ensayos, cuentos, biografías, libretos de cine, historias, Balada de la ciudad perdida, con prólogo de Pablo Neruda, libro que quemó íntegramente a pocos días de su edición. Vivió la vida y sus lenguajes, todos los oficios —desde cuidador de jardines a cuervo de funeraria— y la vida lo consagró a la pobreza, un sobreviviente tenaz, como la poesía que nunca muere, dijo, sino duerme. “Poesía y vida es una sola prisión sin escape y con su correspondiente prontuario. En este aspecto no hay vuelta que darle”, precisó en una entrevista única. Alfonso Alcalde es uno de nuestros grandes escritores olvidados, él mismo lo reconoció, y algunos dijeron en su tiempo que exageraba, porque le santificaron Neruda, Rojas, Donoso, Ángel Rama, Jaime Concha y Alfonso Calderón. Alcalde es un personaje como pocos, un día la vida se le paralizó, su cuerpo vivía encerrado en sí mismo, hasta que cuatro meses después volvió rompiendo papeles, pegándolos con engrudo y surgieron exposiciones y dio nuevos pasos. Alcalde es uno de los grandes secretos de la poesía de Chile, una suerte de amuleto para cualquier lector y principiante de escritor dispuesto a avivar el seso. Cuando viajó a Uruguay, antes del golpe militar del 73, su mujer alquiló su casa a un general, quien en presencia de los vecinos quemó toda su obra inédita, unos 20 años de trabajo. Fue un tipo de excepción, reconoció como sus maestros a Neruda y De Rokha, dos poetas irreconciliables.

Escritor de la literatura total con un registro que llegó a superar su propia existencia, porque la obra le consumía, por dentro y por fuera, quemándole las entrañas. Alcalde se consagró a la eterna pobreza y a la chilenidad culta y popular, buceó los hondos meandros del largo río de la poesía chilena. Se supo marginado, a pesar de su consistente, maciza, amplia, vasta y contundente obra. Se metió adentro del espejo de sus hermanos semejantes y quizás allí fue silenciosamente feliz. No me pregunten, no lo conocí, sólo le leo lo que tengo a mano. En testimoniar también hay un compromiso. Pertenece Alcalde a la estirpe de los poetas ninguneados, abolengo insigne en la historia chilena.

Variaciones sobre el tema del amor y de la muerte es un profundo ejercicio sobre el amor-dolor-pasión-redención, un extraordinario agudo divertimento sobre la palabra y la intemperie de la vida. Amor de pobres y errantes amantes de carne y hueso, unidos en la cruz de la vida. A su velorio se presentaron cuatro de sus cinco (ex) esposas y volvieron a enviudar. La poesía seguirá siendo ancha de amores, amante eterna, plaza viva de su espacio, voz húmeda, irrepetible, palabra y polvo enamorado, Quevedo.

La poesía chilena desde 20 poemas de amor, el folletín universal nerudiano, no ha sido escasa de amores y su dedicación también al tema del desamor permanece en el tiempo de manera ejemplar y legendaria. La trágica Mistral, Huidobro, Rojas, Parra, Alcalde, Lihn, Barquero, Teillier, Hahn, Millán, Welden, Silva Acevedo, Lara, escribieron de muchas maneras, como dice Lihn, pero no de cualquier modo. No se trata de lanzar palabras a la deriva de los cuerpos, penetrar como un buzo ciego sin tocar fondo, y dejar las alas muertas sin volar, sino volver a volar a ras de un tiempo ya inexistente. En Rocío de los prados, Hahn da cuenta de un amor terminal con la economía de lenguaje incluida el adiós. En un breve texto de siete versos juega también con el simple corte de una palabra, pero la lectura es inequívoca al reafirmar el contenido del poema con los dos versos finales.

No nos encontraremos tú y yo
No nos
encontraremos ya más
en el solsticio de invier-
no nos
encontraremos nunca más
nunca más

El amor es el gran lugar común de la poesía, tema recurrente, por ello difícil de expresar con algún grado de originalidad. Alfonso Alcalde busca escribir sobre el tema desde su propia costilla y la de sus acompañantes. Es lo que hace en su libro Variaciones sobre el tema del amor y de la muerte:

AQUELLOS
que en los cuartos
circulares se encerraron
y gimieron hasta
silenciar sus ruidos
y luego partieron
y nunca más
volvieron a verse
EL AMOR LOS REDIMA.

La variedad es casi infinita y no lo es porque el amor tiene esa rara cualidad de reescribirse a sí mismo, no termina de explicarse y nunca lo hará, porque es un motor siempre en estado de alerta, ebullición, esperanza y fuga, reencuentro y partida, conquista, lejanía, presencia y memoria. La poesía amorosa es el arte de la sobrevivencia, colinda con la realidad y la vida personal. El lenguaje no es algo decorativo, surge como un boomerang asido a una cuerda floja.

En este escenario, paisaje de olvido, en la poesía, el folclore, la palabra musical, el lenguaje popular, y en esta apuesta de lo chileno, propio, esa aventura por la identidad, recuperación de lo auténtico y esencial, Violeta Parra forma parte también de la historia universal. Anduvo la geografía y dejó su huella diseminada y compuso la partitura popular de lo chileno olvidado. 21 son los dolores, y los enumeró uno a uno: Una vez que me asediaste / 2 juramentos hiciste / 3 lagrimones vertiste / 4gemidos sacaste5 / minutos sacaste / 6 minutos dudaste / más porque no te vi / 7 pedazos de mí / 8 razones me alejan / 9 que en tu boca sentí... Violeta Parra fue y sigue siendo un himno chileno-latinoamericano y como cantautora nos dejó poesía, su arte, música, su visión de lo chileno, eso que algunos tanto despreciaron en vida de esta mujer de voz áspera, desgarrada, trágica, popular. Le arrinconaron en su carpa, la vida y la muerte en un mismo oficio, y los intereses miopes, mediocres, y un día tomó el camino final de otros grandes artistas excepcionales y trágicos, desamparados por ese olvido embrujado del desprecio. Ya le había dado gracias a la vida.

 

Poetas mudos y ventrílocuos

Muchos buscadores de pepitas de oro, cargadores de lenguaje, inconformes con el verbo y las frases hechas. Y todos en este métier, como si en el oficio les fuera la vida. Hay suicidas y gozadores per se, poetas románticos atravesados por su sino. Poetas mudos y ventrílocuos, Poetas del Sur (el Norte también existe) con una aureola de santones intocables, poetas de todas las latitudes y geografías, poetas de pensiones baratas, adelantados, dueños de su inagotable victrola. Poetas en turno de Oriente a Occidente, Este a Oeste, en todas las direcciones posibles, y compartiendo la teoría del péndulo, dos o tres féminas, con la excepción de la Poeta Mayor que siempre corrió por su propia tangente. Lucila, en sus alucinaciones constantes (en medio de tantas alusiones), huyó de Chile por cielo, mar y tierra, multiplicando sus propios panes y peces de su poesía. Esa fue su materia esencial, en medio del aceite y del vinagre. Ejerció la maternidad con tres de los poetas mayores del país: Neruda, Parra y Rojas, siempre desde la alegría y celebración, el conocimiento de la poesía. Desplegó alas con sus viejas cicatrices de cigüeña del Valle de Elqui, procreó por los demás estos hijos que nunca abandonó en sus sueños y vida de cónsul de Chile en América y Europa. Este es el gran secreto de la cocina de la Mistral, su poesía limada una y otra vez, nunca satisfecha, arrastrando para muchos el mito de la sequía con sus baúles la patiloca más incomprendida del Chile provinciano, pacato, cegato, de ojo polifémico sanguinolento. Escribiendo sobre su tablita mágica, corriendo sus libros impresos, haciendo crujir las palabras, arrancándoles el último aliento y, aun así, archivándolas como si fueran indefensas(os), desprotegidos, desvalidos poemas. Esa fragilidad, ausencia de sí misma aparentemente, quizás fortaleció mucho más el mito de la Mistral, una mujer que mostraba una gran entereza al solo ver el trazo de su escritura sobre sus célebres cartas. Su secreto fue ser quien fue, no dejar de buscar, ni siquiera en las religiones alternativas, en encontrar el lugar para la felicidad, en su ir y venir por el mundo, trasladándose en su imaginario poético real con sus queridos muertos. ¿Nadie ha pensado en dibujar a la Mistral atada al largo cuerpo de Chile, arrastrándolo por el mundo? Chile se mueve, cruje, tiembla, el mar se recoge con sus muertos, pero el país permanece pegado al océano y a la cordillera, sus dos límites como orillas contrastados como su geografía y su largo cuerpo tan duro que no se quiebra más de lo que está. La diversidad fragmentada se une. El país vuela en sus cóndores en el alto vuelo de sus alas. En materia de poesía no todos aterrizan ni llegan a algún aeropuerto. La poesía también migra, se vuela y retroalimenta con la experiencia de la ausencia. Se silencia por partida doble. Cae en el abismo y lo que la luz le niega, cubre la sombra. Pasa el tiempo que tiene todo para sí mismo y recoge los muertos en la vieja y eterna ecuación de la vida y la muerte. Hay un raro polen que permanece en el viento y nacen nuevas palabras.

 

La Diáspora existe detrás de la palabra

La Diáspora también cuenta. Puede tener alguna ala rota, vomitar silencio o ser insomne de por vida, pero existe. Es un viaje que algunos hemos hecho largo. Un viaje en círculo quizás, sobre un mismo punto de partida y una mirada que se puede confundir en uno mismo, aunque presiento que se viaja con un paisaje conocido y registrado en la memoria. Todo círculo vicioso busca su propio encuadre virtuoso. Hay quienes se integran, otros desintegran, algunos visitan la memoria. Se puede borrar el horizonte más próximo o dejar que un paisaje no visitado, forme parte de un futuro en algún lugar.

Neruda no paró de escribir, dejó ocho libros inéditos al morir, y si bien para Enrique Lihn “cedió” la vanguardia, el liderazgo poético a Nicanor Parra, la poesía necesitaba otro proyecto, aire, y esto ocurre en los nuevos ciclos, períodos que tienen las artes para renovarse y trazar caminos inéditos hasta ese momento. El parricidio, más que una metáfora, está en y forma parte de la literatura universal. Y Parra se venía preparando desde su libro iniciático Poemas y antipoemas. Fue hegemónico el proyecto nerudiano por largo tiempo en la poesía chilena y mundial, con todas sus peculiaridades más allá de la poesía. Parra, Gonzalo Rojas, Anguita, Arteche, Rubio, Lihn, Teillier, Barquero, Millán, Hahn, Uribe Arce, Waldo Rojas, Silva Acevedo, Lara, muchos otros buscaron alternativas que le distanciaran del vate de Isla Negra por el simple instinto de supervivencia y la necesidad de presentar un proyecto propio. La Escuela Lárica que fundó Jorge Teillier es un nuevo imaginario para la poética chilena, el mundo dorado de la infancia, su Paraíso perdido, el lugar (lar), una poesía nostálgica, incandescente, surgía del Sur de Chile como un espacio inédito. Teillier, él mismo, es uno de los grandes mitos de la poesía chilena. Fue poeta las 24 horas del día, ni un segundo más ni menos. Teillier es quien nos dice: Lo que importa no es la lluvia / sino sus recuerdos tras los ventanales en pleno verano. Poesía de hallazgos, diademas que la Musa deja flotando en el aire.

En poesía todo es posible, un género noble, flexible, mágico, que se presta y permite una extraordinaria plasticidad. Cada poeta puede hacer su propia performance. Pero Neruda siguió dándole vuelta a la manivela de la poesía y cubrió períodos extensos con sus continuos cambios, innovaciones, desde el romanticismo a la épica, lo eminentemente popular, surrealismo, vanguardismo, realismo y esas Odas elementales que son algo afrodisíacas, parecen amapolas en constante ebullición social, existencial, natural y que dan cuenta de las pequeñas cosas esenciales de la vida.

La poesía chilena no viene de Chile, como ha de entenderse en el estricto sentido de la raíz misma, aunque La Araucana es un primer antecedente y la epopeya arrancó del suelo indígena, mapuche, de la Araucanía para los españoles. Los clásicos chilenos incorporan a los poetas europeos, norteamericanos, el movimiento surrealista, franceses simbolistas —Rimbaud y Baudelaire—, ingleses, españoles, griegos, rusos, alemanes, latinoamericanos, chinos, hindúes, y cocinaron también su propia poesía. La receta criolla, con sus ingredientes, sabores, texturas, la poderosa carga geográfica, historia de cataclismos y primaveras otoñales, la respiración del poema en el nuevo poema. Las comidas y bebidas, la epopeya rokhiana angustiosa, desgarrada, delirante, el folclore parriano y su antipoesía de pisos psicológicos de un nuevo individuo, la chilenidad universal nerudiana y mistraliana, desde los malabarismos huidobrianos —París, París— al lar teillieriano, nostálgico de paraíso perdido, la metafísica de Anguita, Díaz Casanueva, la metáfora del espanto de lo real de Lihn —¿ciudad, ciudad real o irreal?—, Hahn, Millán, los dos Rojas, Rubio, Armando Uribe, Silva Acevedo, Omar Lara, Oliver Welden, Raúl Zurita, José Cuevas, la poesía tiene un cuerpo luminoso y se deja amar, oscurecer, transportar, alimentar con palabras, lenguaje nuevo que sólo ella puede llegar a recrear.


La derrota del silencio

Lihn es uno de los poetas más interesantes, complejos, en búsqueda incesante de un estilo, una poesía, un mundo propio, con su monólogo y fantasmas, espejos reales. La poesía de Lihn tiene una carga personal indiscutible, aunque el yo se desprenda de la estructura del poema, banalice en ocasiones, se esfume, no crea en él mismo. Lihn se divierte contrariando su espejo. Escribió más géneros que la poesía, era un performance, trasgresor, estudioso de la literatura, nunca tragaba en primeras aguas y era hombre de pronunciamientos, opiniones, críticas cuidadosamente elaboradas y siempre fue uno de los grandes animadores del panorama literario chileno y latinoamericano. Mucho se le debe a Lihn, un poeta consecuente, que siempre se pronunció y nunca escondió la mano. Ejercía y practicaba la crítica y la autocrítica, poeta opinante, dueño de su “retórica”, alzaba la voz, agitaba las manos en un redondel de círculos que se descifraban a sí mismos mientras la palabra zafaba hacia pistas desconocidas. Lihn armaba su propio escenario, performer natural, conocía cómo las máscaras de la poesía se miraban unas a otras. La poesía tiene algo de sacerdocio, es palabra. Una cierta prédica, como la del Cristo de Elqui, se produce desde el púlpito de algún poeta. Los poetas aran en el desierto, buscan espejismos, abrazan utopías, las palabras se les vuelven inservibles, imprecisas, afónicas, insuficientes. No toda la poesía es de paso ni los versos son robados, o de salón, ni el poeta puede ser siempre un Príncipe de naipes o un Perro del amor. La poesía no es una Universidad desconocida. La poesía no puede taparse solo con Hojas de Parra.

La poesía chilena tiene más caras que una cambiante moneda desvalorizada y acuña un nuevo, raro valor para asomarse al mercado. Sí, la poesía chilena es de antología y se han realizado varias, en nombre de su historia. Cada antologador tiene su idea más o menos arbitraria producto de sus gustos, lecturas, fijaciones, apreciaciones, conocimientos, lo que hace definitivamente una propuesta. Una antología es una selección parcial, reúne un historial poético de sus autores, poetas de un tiempo, y hay muchas maneras de enfrentar un documento de esta naturaleza. Una de ellas es ignorándolo, digo, el lector, o tomándolo como referencia, un punto de vista de quien se dio el trabajo de recopilar y a veces analizar un género en un espacio dado. El autor puede tomar la antología de una manera arbitraria, hincándole el diente a unos cuantos autores, ampliando el número hasta el infinito, recogiendo una tradición, siguiendo sus intuiciones, lecturas, gustos, revelando sus conocimientos, descubrimientos, hallazgos, reafirmando un tiempo explícito dentro de la historia. Un poema puede salvar el ocioso y productivo trabajo de una antología. Su reverso es el poema mismo leído por un lector distinto.

La poesía chilena es un largo río que atraviesa su geografía y los poetas con sus propios recursos lo navegan, inician una travesía y algunos aparentemente lo cruzan, pero todos, a su manera, permanecen en sus aguas. La larga geografía de la poesía chilena está contenida entre el mar y su montaña. En ese territorio ocurren todo tipo de accidentes geográficos; con una gran metáfora, el crítico y ensayista chileno Jaime Concha, uno de los más acuciosos estudiosos de la poesía nerudiana, comparó a los poetas de Chile con su geografía. Les asignó parte del paisaje como un valor, tamaño, estatura, importancia, y ello revela la diversidad, porque una geografía con una sola montaña sería de un enorme aburrimiento, como toda centralización en un solo objeto. Una geografía poética para la diversidad de un territorio desmembrado, duro, desértico, ártico, calcinante, de rotundos inviernos y primaveras, cuya poesía adquiere la vitalidad de una verdadera residencia en la tierra, se puede escribir en una pieza oscura o en el impecable cuaderno del primer día de clases. La poesía chilena no tiene dueño. Afortunadamente, no es el largo monólogo de un loco.

Seguirán surgiendo pequeños témpanos gigantes de silencio de Norte a Sur y en las geografías urbanas, hundidos como iceberg, aflorando a la superficie, los poemas. Así ha sido la historia y volverá con su monotonía de viento errático, río de sus caudalosas, agitadas, serenas aguas. Poesía del chambergo, de capa y espada, de tradición memoriosa, personal, íntima, épica, metafísica, amorosa, popular, amante de la rosa, del monólogo, trágica, desmitificadora, volándose la libertad en el nido y la jaula, una llave: el poema.

 

La poesía es una relación personal

La poesía es una relación personal, se escribe contra la muerte, el poeta es un forastero. El gran secreto de este negocio de la poesía es el lenguaje, está en las palabras, en repicar una y otra vez en campanas nuevas hasta gastar el sonido y convertirlo en silencio, asombro, uno y el poema. Cuando se sabe que la derrota es inevitable, el poema puede dar paso a una última verdad y aun así no se agota en una lectura. La palabra se sostiene a sí misma o no se ha encontrado.

Uno de los grandes secretos de la poesía chilena, que es fácil descubrir cuando se está dentro de ella como un gran barril de mariposas dormidas, es que las parejas, los binomios generacionales de poetas y poéticas, la han hecho muy diversa, como una espléndida partida de ajedrez jugada desde el desierto de Atacama a su región Antártica famosa, poesía jamás regida por rey alguno, aunque los han habido por períodos, más largos, más cortos, pero siempre han surgido de la gleba poética estos príncipes encantados con la palabra propia y del mundo. Se ha derrumbado una y otra vez más de un castillo en el aire. La poesía no tiene amos, sino amantes, de un amor distinto, único, el poema.

En un principio fueron Neruda, Huidobro, De Rokha, después Rojas y Parra, posteriormente Lihn y Teillier, enfrascados en sus propias ideas, manera de ver y hacer poesía, mundos poéticos encontrados que re-velaron nuevos mundos. Una trilogía y dos binomios. La Mistral en solitario, no tuvo pareja generacional. Esta es parte de la gran historia de la poesía chilena del siglo XX y no es todo en el trasfondo del barril, pero marca épocas, sin duda, por el compromiso con la búsqueda de “lo nuevo” y al mismo tiempo avivaron la polémica de la poesía, potenciaron asimismo un género que hoy duerme en los estantes del mercado banal. Todos ayudaron a crear el Mito real, Chile: país de poetas, aunque los poetas no fueran reconocidos por el establecimiento, con rarísimas excepciones. La Mistral, galardonada con el Nobel, mujer, latinoamericana y poeta, puso la poesía chilena al nivel de la Cordillera de los Andes, majestuosa, sólida, referencial, un fortín prácticamente inexpugnable en el idioma castellano, por su riqueza, variedad, calidad, originalidad y mundos nuevos reflejados en sus páginas de ternura, desolación, dolor, alejada de las vanguardias, americanísima y tan chilena como la gigantesca sombra tutelar de su poesía. “Puertas” es un poema al cual siempre vuelvo, texto que la interpreta: “Entre los gestos del mundo / el que dan las puertas / porque mi duro destino / él también pasó mi puerta”. La Mistral no acunó al niño que la vida pareciera le negó, pero el pozo de sus dichas y desdichas fue más profundo de lo que la crítica alcanzó a vislumbrar. Trágica la poesía de la Mistral, en algunos grandes momentos, abre las venas de su vida.

Rosamel del Valle y Humberto Díaz Casanueva forman también parte de este binomio de ciclos, con una poesía que hizo época y que forma parte de la gran tradición chilena e hispanoamericana. Poetas esenciales del resplandor oscuro. Lo destacable es que fueron amigos, los otros binomios se disputaron la territorialidad de la poesía, el espacio vital, con ferocidad jinetearon la poesía de su tiempo por el bosque cerrado de araucarias, soleado país de Norte desértico, grandes lluvias australes, bajo el cemento oscuro de las ciudades e implacables terremotos. La metafísica nunca ha estado ausente, materialistas, románticos, surrealistas, vanguardistas, modernistas, todos han trabajado aparentemente con la misma materia, las palabras, el lenguaje, la vida. El yo fuerte, imborrable, socializado, suavizado alejado de sí mismo.

Entre los secretos mejor guardados de la poesía chilena están aquellos poetas no populares que desaparecieron jóvenes, que pasaron discretamente por el mundo literario, pero no por el de la poesía. Dejaron intacto su mundo poético, nacido al alba de una poesía personal, y todos de alguna manera vienen volando, porque forman parte del Mito de la poesía chilena. Alberto Rojas Jiménez, Romeo Murga, Carlos de Rokha, Jorge Cáceres, Armando Rubio Huidobro... Se fugaron al este de sus paraísos perdidos.

Ciudadano

No sé de dónde viene mi costumbre
de agravarme a las siete de la tarde.
Quizá sólo por ser un transeúnte
sin bigote o pañuelo, sin zapato ni amante.
No sé para qué vivo y por qué muero,
si ha tiempo me dijeron las gitanas
que tendré vida cara con un final de perros:
o sea que no pienso morir como Dios manda.
Conozco bien las piedras de andar, la vista gacha;
recojo los cigarros que pueblan las cunetas
agradeciendo todo en mis andanzas
de oscuros pies de barro y de madera.
Si yo fuera un cantor como soñaba,
me iría por el mundo cantando mis desdichas
para vivir del canto mío y que me escucharan
los que sueñan con una risa limpia.
Pero no tengo voz, ni pañuelo, ni amante;
no sé por qué me vuelvo amigo de los perros
cuando soy un transeúnte de la tarde
sin saber por qué vivo y por qué muero.

(Armando Rubio Huidobro)

Hay libros que marcan época en la poesía chilena, son verdaderos iconos que otorgan identidad a nuestra poesía: Las Residencias en la tierra, Altazor, Tala, Poemas y antipoemas, La greda vasija, El engañoso laúd, Contra la muerte, La pieza oscura, Poemas del país de Nunca Jamás, Arte de morir, Relación personal y Ciudad. Neruda puso sobre la mesa de la poesía, en mi opinión, un par de libros más: 20 poemas de amor y las Odas elementales, fragmentos poderosos también del Canto general. Hay libros jóvenes, de una adolescencia madura, como Relación personal de Millán y Para ángeles y gorriones, Teillier. Libros escritos en momentos históricos, el Canto general de Neruda. Libros de ruptura de épocas y de transición de una poética a otra. Residencia en la Tierra, otra vez Neruda; Poemas y antipoemas, de Nicanor Parra. Libros esenciales, como Altazor de Vicente Huidobro, Tala de Gabriela Mistral, La pieza oscura de Lihn, La greda vasija de Alberto Rubio. Libros que me siguen gustando, Lobo y ovejas de Manuel Silva Acevedo; Príncipe de naipes de Waldo Rojas; Perro del amor, de Oliver Welden; la poesía de Oscar Hahn. Hay poemas que valen por un libro y más. Versos solitarios que permanecerán en el tiempo. Se han escrito numerosos y notables poemas, libros, páginas, que son una muestra muy variada del alto registro de la poesía chilena. Cada autor echa mano de sus lecturas, el principal recurso, la vida. Curiosamente Lihn y Teillier se iniciaron leyendo cuentos de hadas. Quizás hoy no estemos para varitas mágicas, pero el poema seguirá siendo un misterio oscuro y abierto de la palabra. Hay sonetos notables, poemas asombrosos, libros que marcan una época, señales desde el fondo de alguna página, un tiempo de escritura para leer y aprender. Si uno lee un poema o un libro más de una vez, si se vuelve a encontrar con él a lo largo de la vida, es que la lectura ha funcionado, tanto para el escritor como para el lector. Más de algún poeta ha quedado por fuera de este texto (contexto), pero debe estar seguro de que la arbitrariedad es parte de nuestras lecturas, gustos, tiempo, experiencia, lugar, vacio. Este es un ejercicio de la memoria y entre amigos. Lo que no es un secreto es que un libro saca la casta y es verdadero cuando uno se hace amigo del autor, se reconoce en sus páginas, vuelve a ellas como si se hubiese perdido en un bosque, pero sabe que en algún momento se abrirá una puerta.

 

Poesía de exilios

La poesía chilena no se limita a estos polos destacados por su originalidad, propuestas, beligerancia, una manera de estar en el ojo de la tormenta poética, porque existen numerosos autores que también han cambiado la historia de la poesía chilena, que forman parte de ese gran paisaje natural, nacieron allí, escribieron allí, murieron o siguen viviendo allí, y más de alguno se confunde con la diáspora de dentro y fuera, la eterna paradoja de los poetas chilenos olvidados, convertidos en sal y agua de una historia brillante de la poesía hispanoamericana. La poesía chilena es una poesía de exilios, dura, atrapada en una geografía del despojo y la esperanza, poesía del dolor, del amor, pasión, de las contradicciones eternas del hombre, de la naturaleza humana en todas sus expresiones, de las cosas, materias, de lo cotidiano, de los vivos y de los muertos, poesía dentro de la poesía, poesía contra la poesía, poesía, poesía sin apellidos nacida en la grieta oscura, muda, del silencio. Hay quienes piensan que escribir ya es un exilio. Toda poesía va en contravía.

Los poetas no buscan razones por qué hacen poesía
No necesitan justificarse ni identificar su objeto
Solo apropiarse de su metal o corozo
Los poetas no reparan cachureos
ni construyen telarañas,
pasan de gusano a mariposa
y viceversa
Los poetas no necesitan pretextos,
sus textos debieran ser suficientes
Los poetas escriben poesía
por las razones que sean
El mundo debiera mejorar con un poema,
pero nada cambia más la realidad,
que la realidad
(RG).

En el secreto de la poesía chilena está seguir escribiendo —escribir, escribir, para estar vivo—, como dijeron la Mistral y Lihn, y ambos están en la gloria de nuestra poesía, poetas profundos, desgarrados, terminales en la pasión del poema. La poesía es una manera de atreverse a enfrentar todo, a ser más, despojarse de las manguillas negras del funcionario público, y siempre el poeta será el fantasma de su propio cuerpo. No se comete ningún delito con escribir poesía, menos leerla, / es un Arte mayor en perpetua extinción / conservémosla agónica, viva / sigámosle dando una perpetua, digna sepultura, en vida (RG).

La poesía emana de lo que somos, desde nuestra propia fundación nace el poema, individualidad social del texto que se lee, circula, encuentra en algún escaparate, espacio de Internet, y suena, suena la palabra como un pito sin sonajera. En un discreto sueño habría que interrogarse: ¿a quién estorba la poesía o incomoda? ¿Al establecimiento, al mercado, al lector común y corriente, a la estupidez, banalidad o superficialidad? ¿Dónde poner el poema: en la sala, el porche o en el diván frente al televisor? En cualquier lugar escribe la mayoría de los poetas, con o sin luna, y ahí debiera estar el poema, la poesía en todas partes y en ninguna. “Poesía del vaticinio, por más que algunos averigüen de ese arte de vaticinar que se reserva el poeta; poesía amorosa; política; de la vida (siempre): poesía sobre la poesía; poesía del Yo inmenso; antipoesía de la poesía (poema con varios sombreros). Muchos amigos, profetas, pequeños dioses iluminados, alquimistas, redentores, oráculos de los nuevos tiempos, auténticos, dignos falsificadores de la realidad. Toda la poesía en la poesía. La poesía como una rabieta adolescente, / un mal social, / un hobby dominical del insomnio / una frustración amorosa / ping pong del dolor / Poesía visceral / poesía del más allá o del / más acá / Poesía del disfraz / careta / rostro máscara real / Poesía un vicio mayor o menor / Poesía pública o privada / Oye, poesía / de la cual hablamos cada día (RG).

Vacas sagradas, iconos, santones, vedettes, siempre existirán estos ruiseñores dormidos en la palma de una mano. Alguien querrá cortar el sol con una gillette o recoger el mar en una botella y lanzarla al fin de los tiempos. “Poetas del lugar común, poetas malditos, poetas cómicos, cósmicos, cosméticos, poetas del Norte, Centro y Sur de Chile, poetas, poetas, confíen más en la palabra que aún no se ha dicho”. “La palabra debió ser profundamente oscura, hermosamente acariciada, en la caverna bucal de los sentidos y dicho como una clara cascada de rocas suaves” (tomado de Poesía, este verbo, esta palabra, 2006).

 

Los poetas, ¿materia prima de la prosa?

Los poetas no sólo han sido olvidados por escribir poesía y quizás sea una justa penitencia para algunos. Esa idea rara de cortar las palabras y no escribir linealmente. Una apuesta algo confusa para quienes van y ven más allá de las palabras o más acá, dicho sea de paso, donde los sentidos nos hablan. Pero ha sucedido, el poeta más discutido de todos, Pablo Neruda, fue novelado por Roberto Bolaño en Nocturno de Chile. Jorge Edwards también lo biografió en Adiós, poeta, y Antonio Skármeta lo narró en Ardiente paciencia. El poeta, ya en el Olimpo por su poesía, se transformó en materia prosaica además de animita en los tiempos de la dictadura. Enrique Lihn también cayó en la red de Jorge Edwards, es decir, en La casa de Dostoyevski, una novela que no le gustó a su familia. Curiosamente, en la contrapartida de la vida, Enrique Lihn salvó de un probable suicidio a Roberto Bolaño, aniquilado en España, sin aliento, cuando iniciaron una correspondencia que le rescató virtualmente y le puso a andar, con esa dosis de confianza que se requiere en algunos momentos de fracaso absoluto. Humanismo con h muda de esperanza. Así también se salvó la prosa chilena y latinoamericana, tuvo un nuevo aire con el autor de Los detectives salvajes. Los poetas hacen historia. Mientras agonizaba José Donoso, le pidió a su hija que le leyera unos poemas de Huidobro. Los narradores siempre pendientes de los poetas, al menos en Chile. Isabel Allende inicia sus libros escribiendo sobre un libro de Neruda. Nadie ha divulgado más a Neruda que Bolaño, Parra y Lihn, con sus comentarios y críticas. El fetichismo poético también existe desde la óptica de los narradores. La prosa es la que cuenta en ambos sentidos, narra y obtiene resultados tangibles aparentemente de público y económicos.

La novela latinoamericana, la más relevante, es doblemente deudora de dos poetas chilenos en distinta época. Julio Cortázar reconoció la influencia nerudiana de las residencias en Rayuela y Roberto Bolaño simplemente dijo: todo se lo debo a Parra. Parra, y esto es más que un paréntesis, reconoció que Bolaño lo puso nuevamente ad valorem. Este no es un secreto. Son palabras dichas y registradas. El secreto que creo conocer es que Parra tuvo temor de quedar mudo, sin voz, sin poder comunicarse con su público, y por ello ha apelado a todo. Y todo no es poco decir. De partida su antipoesía niega la poesía y todo lo que esté escrito de otra manera. Su manual incluye humor, ironía, sarcasmo, la voz coloquial siempre actualizada, renovada, apela a lo popular, a la tradición chilena, a los clásicos, se nutre de la bala que dispara frente a su propio espejo, si fuera necesario. Al parecer, no hay recurso que no esté al alcance de su mano, su paisaje es interior pero no olvida el escenario que le rodea y entrega los colores de su acuarela popular. Parra se considera un demoledor del establecimiento poético, de la obra de Neruda, para empezar. De este proceso de demolición me habló en varias oportunidades, sin mencionar al personaje en cuestión.

Pienso que se ha escrito una poesía interesante en Chile, sin influencia parriana, en medio del ventarrón parriano que arremetió con todo desde Poemas y antipoemas. Gonzalo Rojas, Gonzalo Millán, Armando Uribe Arce, Óscar Hahn, Waldo Rojas, Manuel Silva Acevedo, Omar Lara, Raúl Zurita, y los más jóvenes que desconozco, sobreviven con sus propias armas y sus silenciosos ruidos se irán escuchando.

En este mismo orden de curiosidades, los deslumbrantes críticos revelaron un hallazgo, característica única de la novelística actual: los más importantes narradores viven fuera de sus países, son cosmopolitas por excelencia. Vicente Huidobro, hace casi un siglo, fue el más cosmopolita poeta latinoamericano, de Santiago a Buenos Aires, París y Madrid, Italia. Pero los grandes poetas chilenos han vivido fuera del país, viajado hasta la saciedad, Neruda, la Mistral, Rojas, el mismo Parra vivió y estudió en Londres y Estados Unidos; Óscar Hahn, Rosamel del Valle, en Nueva York; Efraín Barquero, China y Francia, y Humberto Díaz Casanueva, el mundo por casa. Otros en Rumania, Canadá, Holanda, Venezuela, Suecia, México, Alemania.

A la prosa chilena, algo opaca, desteñida, modestita, le dieron alas Bolaño, Donoso, Giaconi, Eltit, y antes, Emar, Rojas, Coloane, y en sus momentos, Skármeta, Marín, y los que vayan saliendo de las líneas largas de la escritura. La narrativa no ha sido un vaso de leche.

 

¿Generación perdida, inexistente o exonerada?

En mis peores grandes momentos, cuando veo que la página en blanco prácticamente me tiene derrotado, arrinconado, en su paisaje inédito, oscuro, sin una vía de escape, respiro. Sí, se revela por mí torpeza, insistencia, inconsistencia, impertinencia. ¿Es falta de competencia?, se pregunta la rima. Así el verbo tiembla sobre la blanca hoja que la nieve arrastra bajo mis manos en un sueño profundo. Es una escena inevitable, un ejercicio personal.

Pertenezco a una generación inexistente, perdida, exonerada en septiembre del 73, desaparecida en archivos, bibliotecas, periódicos, revistas, antologías, inspirada en el olvido. Una generación no buscada, sin registro, sin época reconocida. Generación N.N. La Generación L dio unos dos pasos más adelante en el abecedario, pero son primas hermanas de un mismo río memorioso. Una generación sin generación. Expuesta al calendario del tiempo. La historia puede decir, tiene todo el tiempo del mundo, borrón y cuenta nueva. Se puede reescribir hasta un epitafio. Subir una sombra a un escenario. Volver a empezar una historia sin nombre ni rostro. Llegar a un andén solitario y dibujar de memoria el Sur o una larga orilla frente al mar. ¿La memoria conoce todas las direcciones? Mi vocación de ciudad no me borra otros paisajes. El cemento también es mi memoria. Piedra dura del silencio que las sirenas no apagan. La muerte seguirá siendo un paciente copiloto. La poesía es otra cosa, un rumor de silencio esperanzador, palabras que buscan una pista de aterrizaje en la niebla del poema. ¿El abismo es una manera de reencontrarse?

En el juego de la poesía, los primeros trazos imaginarios de la palabra, donde había atisbos, señales, silencios, alguna resonancia que viniera de algún lugar o de un presente remoto que se sostuviera como aquello que suele permanecer, me vino a avivar el seso, despertármelo de viejos siglos que en las Coplas de Manrique a la muerte de su padre fueron convirtiéndome en el río que tarde o temprano irá a la mar. La poesía puede ser ese destello que nos visita, instala ante la ventana de las cosas, todo lo que toca la rama invisible de la vida. Uno rima con lo que encuentra a mano, siempre en un principio es el verbo, y luego lo de mayor asombro es descubrir que todo está escrito, que tu poema se repite en el espejo del poema, la imagen que probablemente alguien devoró con tus ojos en algún paisaje que alguna vez conocerás. El poema, afortunadamente, es un misterio que nunca terminaré de descifrar. La poesía está casi en todas partes, es tan común que la evitamos, no la vemos, la ignoramos y terminamos corrigiendo su verdadero sentido con aparentemente nuevas palabras dichas de otra manera. ¿Nos transformamos en el doble del poema? Teorías terminan habiendo muchas, cada uno debe descubrir el secreto del poema. Nunca sabemos, al menos eso me ocurre a mí, de qué nos va a hablar el poema, cuál será su destino, todo inicio suele esconder un oscuro desenlace. El poema nunca morirá mientras exista un lector. Suele terminando ser un texto, curiosamente inacabado, modificado por cada experiencia nueva, no sobre el papel, pero sí en la imaginación del lector que le incorpora su vivencia, actualidad y pasado, su presente perpetuo en una enseñanza constante.

Fue en el colegio que comencé a darme cuenta de que la poesía me visitaba y me ponía palabras en la boca. Los profesores de español, castellano en ese entonces, me repicaban la memoria con lecturas que yo mismo hacia en el aula y también en las tareas en mi casa. Toda adolescencia es un ejercicio poético, el más primario, visceral, solitario, maravillosamente confuso y siempre en construcción. Después, en la universidad intercambiábamos lecturas, autores, asistíamos a recitales, nos visitaban los poetas reales: Lihn, Teillier, Parra. Escritores como Cortázar de paso por el Pedagógico de la Universidad de Chile, profesores: Antonio Skármeta, Ariel Dorfman, amigos como Poli Délano. En la casa del poeta Waldo Rojas, rodeado de su surtida biblioteca, nutrido de sus fantásticas y eruditas conversaciones, comí libros y comencé a enrumbar mi poesía, empujado por la frase reveladora de Ezra Pound: La poesía es el lenguaje cargado de sentido. No era poco para un principiante. El ABC de Pound es un abecedario completo de la poesía para saber qué es y cómo se hace. Waldo Rojas, nuestro Pound chileno, me decía: Abajo los farmacéuticos, y podaba mis versos sin contemplación. La poesía y yo alquilábamos cuartos en Santiago y monologamos por nuestra cuenta y riesgo, palabras más o menos afortunadas. Algo quedó de ello, una sombra quizás más austera que la perfección de un poema que nunca llega. Todo se resuelve en las palabras, me recordaba Humberto Díaz Casanueva.

 

¿Ilusión o realidad? Poesía...

¿El lenguaje de la poesía es el de la ilusión o de la realidad? ¿El poema es una interrogante o una respuesta? ¿La poesía es una manía espiritual, una utopía insumisa, irredenta, inclasificable? ¿El poeta es un vidente ciego, un pequeño dios enloquecido, confuso, arbitrario, un artesano, un hombre común y corriente que juega con las palabras, un espectador avezado, un ilusionista fracasado, un actor de múltiples espejos cuya sombra le contiene, un amante de lo inefable, una piedra en el camino del lenguaje?

¿El poeta es el dueño del secreto de la poesía o la poesía existe por sí misma, para ver y tocar, con la flauta de la realidad?

Rosamel del Valle se pregunta qué es lo que distingue al poeta de los otros seres. Nada, si no fuera por la posesión de este extraño secreto. Pero, ¿cuál es ese secreto para Rosamel del Valle, un encantador de la palabra? Creo, se responde el poeta, sin una certeza absoluta, no es sino un débil contacto exterior o una experiencia. Para Rosamel del Valle hay un punto de partida en la videncia poética, cuando el hombre completamente habilitado para usar los elementos que desee para elaborar un poema, éstos toman una forma tan diferente en sus manos. Rosamel del Valle escribió en el corazón una visión comunicable y pensó que el sol es un pájaro cautivo. Fue un poeta del joven olvido.

A mí me enseñó que Un día los pájaros vuelan por debajo del agua / Tú, la extranjera, recoges la luz exilada en un país del polo. Jorge Teillier solía repetir en sus conversaciones diurnas y nocturnas, siempre en el mediodía de la poesía lárica, que la poesía es la loca de la casa. También repetía que era la Cenicienta de la literatura. La poesía verdadera siempre ha sido el secreto mejor guardado por un poeta, palabra trabajada en el insomnio frente a la temida página en blanco, un as acariciado por un lenguaje siempre en plan lúdico, búsqueda insaciable en la atmósfera, palabras que responden a sí mismas. Debieran abrirse como un abanico de nuevas palabras o molino de viento y aspas lentas a un lector casual. La poesía no se hace ni se borra por decreto. El poema es como el primer amor, casual, solitario, profundo, único, irrepetible, verdadero. Quizás nunca se volverá a amar con esa intensidad y olvido de sí mismo, porque la atmósfera no es igual como ocurre en cada uno de los poemas. Un ejercicio para seguir aprendiendo y sorprendiéndose. Así también el hombre y la mujer, en el poema. En poesía, no hay mejor influencia que leer, amar, respirar, vivir.

Rolando Gabrielli¿La poesía pertenece al valle de los caídos? Quizás no estén todas las preguntas y menos las respuestas. Y esa sea la mejor respuesta que la poesía continúa. El poema es único, puede ser interminable como la pregunta: ¿qué es la poesía? Tú dirás, amigo lector, mi entrañable hipócrita, inefable internauta. Quizás el mejor secreto es el que no se cuenta.

 


Para dar forma y contenido a estas opiniones y comentarios personales sobre la poesía chilena, bajo el título o pretexto: “Los secretos de la poesía chilena”, he recurrido a la memoria, a algunos artículos escritos en el pasado sobre el tema y a las antologías que aún conservo en mi biblioleertoca. El circo en llamas, de Enrique Lihn, es una bibliografía que he considerado prudente consultar. Una que otra obsesión, siempre resultan necesarias y recomendables. Los poemas, conversaciones, recuerdos de mis amigos poetas, mi interés siempre alerta por los compañeros de ruta, han completado parte de las dudas que mantendré por razones literarias. No están todos, ni yo tampoco. Asumo todas mis arbitrariedades, con o sin razón.