Fernando Vallejo, sin pelos en la lengua

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Fernando Vallejo

Fernando Vallejo, narrador colombiano, autoexiliado en México, hace unos meses obtuvo el reputado ex Premio Juan Rulfo, hoy Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances. Un narrador que se puede describir de un solo plumazo: sin pelos en la lengua. No cree en la literatura, pero sigue escribiendo.

La FIL, la mayor feria del libro en idioma español, en su XXV versión tuvo como país invitado a Alemania, se celebra en Guadalajara, lo acaba de homenajear y una vez más Vallejo dona su premio a unas sociedades protectoras de animales.

Vive en México desde 1971, y dos narradores insignes colombianos que no son santos de su devoción, Gabriel García Márquez y Álvaro Mutis, poeta además, son compañeros de ruta en la geografía mexicana.

Habla con ironía, dureza, violencia verbal sobre Colombia y Estados Unidos —Estados Unidos, un país “plano, soso, lleno de gringos ventajosos pero sin música”— y contra todos los establecimientos corruptos y podridos, no tiene límites y el Papa es una de sus presas favoritas junto a los Borbones de España. Su madre ocupa un sitio de preferencia en sus propias historias, que narra a corazón abierto, a tajo mejor dicho, sin anestesia.

No es un escritor a la violeta como muchos podrían pensar, también obtuvo el codiciado Rómulo Gallegos de Venezuela, como García Márquez, Bolaño y Vargas Llosa, y carece de todo patrocinio o autobombo.

Ante el público de la FIL, que recibió a 43 países, 500 escritores, 18 mil profesionales del sector y 1.900 editoriales, destacó y puso en la mesa sus tres máximas que guían su vida: no tenemos derecho infinito a reproducirnos, debemos respetar a los animales porque “son tu prójimo” y no debemos dejarnos engañar “por los bribones de la democracia”, los políticos.

No da cuartel verbal el autor de La puta de Babilonia, de La Virgen de los Sicarios, El desbarrancadero, ni siquiera a la muerte, con la que aspira a conversar cuando llegue el momento. Yo digo que la muerte no es tan terrible como se cree. Ha de ser como un sueño sin sueños, del cual simplemente no despertamos.

En su discurso de agradecimiento dijo: “Mis papás tenían instalada en Medellín una fábrica de niños: niños carnívoros que alimentaban con costales de salchichas, unos demonios, unas fieras, todos contra todos, mi casa era un manicomio, el pandemónium. El papa, Pío Doce, les mandó de Roma un diploma que un vecino nos compró en la Via della Conciliazione con indulgencia plenaria (que costaban más), para que se fueran los dos derechito al cielo sin pasar por el purgatorio por haber fabricado tanto niño que se les habrían de reunir todos allá a medida que el Señor los fuera llamando. ¡Qué nos iba a llamar! Nos hemos ido yendo de uno en uno a los infiernos y el que nos llamó fue Satanás”. La feria tuvo como gancho a dos premios nobeles, Herta Müller y Mario Vargas Llosa, que es una especie de Batman ubicuo de la literatura global, aparece desde Ciudad Gótica hasta la mexicana Guadalajara, pasando por otras capitales variopintas que atiende de una u otra manera. La señora Müller arribó a Guadalajara con un lindo y sugerente título: “Todo lo que tengo lo llevo conmigo”. Ni más ni menos. Así debiéramos andar todos, con una valija ligera de equipaje.

Vallejo fue implacable con sus opiniones, ningún halago o discurso de ocasión le hacen retroceder: “Recuerda siempre que: / aconseja/ que no hay servidores públicos sino aprovechadores públicos. Escoger al malo para evitar al peor es inmoral. No alcahuetees a ninguno de estos sinvergüenzas con tu voto. Que el que llegue llegue respaldado por el viento y por el voto de su madre. Y si por la falta de tu voto, porque el día de las elecciones no saliste a votar, un tirano se apodera de tu país, ¡mátalo!”

Guadalajara, donde asistieron 200 llamados agentes literarios, buscadores de libros, escritores, esperaba develar el mejor secreto guardado de la nueva literatura, una serie de escritores jóvenes que serían los nuevos narradores, aunque ya fueron divulgados sus nombres hace unos meses. Todos son narradores. Los poetas no existen. No venden. Escriben para el antimercado. Por algo Vallejo dijo en su discurso, Jalisco, la tierra de Rulfo, donde los muertos hablan.