Nicanor Parra

¿El destino nerudiano de Parra?

Comparte este contenido con tus amigos

“En 1970, Silvia Pinto le pregunta: ‘Y de Neruda, ¿es amigo, enemigo, desconocido, admirador?’. El vate contesta: ‘No sería posible yo como poeta sin el antecedente de Neruda. Creo que no pasa un día sin que piense en él siete veces... Mira a la muchacha, casi de espaldas a él, sentada junto a la chimenea y corrige: ‘No, siete veces es mucho, digamos tres’. ‘La joven sonríe’ ” (Nacional, 14 de junio de 1970).

La fiesta parriana no estaría completa sin esta nueva cuadratura del antipoeta. Este premio es un lujo para el más nerudiano de los antinerudianos y también para la poesía chilena, que no tiene límites entre el mar, la montaña y el desierto. Los premios son para disfrutarlos en vida y en plenas facultades mentales. Nicanor Parra se recicla por segundos. ¿Es un fijo en el Derby de la poesía? Solo le falta, al autor de Versos de salón, dinamitar la santa sede de Estocolmo y volar al Olimpo con el Nobel. Ganas no le faltan, aún tiene cuerda con sus 97 años, y ya guardó bajo el poncho recientemente el Cervantes.

Esta vez, Nicanor Parra le ha arrastrado el poncho al propio Pablo Neruda, al obtener el emblemático Premio Iberoamericano Pablo Neruda. La decisión de un jurado variopinto, integrado por chilenos, un inglés, una argentina, un cubano, fue unánime.

El galardonado, muy ducho en esta materia, dijo: “No es la primera vez que me dan un premio que no merezco y espero que no sea la última. Me querellaré contra quienes resulten responsables”.

Las razones de este nuevo reconocimiento, las dio el jurado: en la trayectoria de Parra y su aporte al enriquecimiento del lenguaje poético latinoamericano. También “por su humor, su ironía, su mirada infatigablemente crítica y por la extraordinaria diversidad de sus búsquedas como antipoeta, poeta visual y traductor”.

Parra y su antipoesía cierran un ciclo a tambor batiente, de casi sesenta años de renovación poética, en Chile y en lengua española, pero él forma parte de un eje poderoso de la poética chilena con Neruda, Huidobro, Mistral, De Rokha, Gonzalo Rojas, Rosamel del Valle, Enrique Lihn, Jorge Teillier, Armando Uribe Arce, Oscar Hahn, Gonzalo Millán y una serie de otros poetas vivos y muertos, que le han dado forma, contenido y sobre todo, lenguaje, personalidad, si se pudiera decir, a este género que solo las musas parecieran tener plena confianza en él.

Desde Poemas y antipoemas, 1954, Parra no dejó de sacarle la suerte a las palabras. Un vicio que supera a sus estudios de mecánica racional y cosmología. No pudo abandonar esa manía, compulsión, de arrojar palabras al viento, sabiendo la existencia de los boomerangs.

Según Parra, la breva tiene cuesco y hay que pedirle peras al olmo hasta que las dé. Chile parecía nombrado por varios grandes poetas, alguien podría decir uno solo, y Parra armó su propia ruta con manifiestos, interrogantes, respuestas, críticas permanentes, aparentes contradicciones, señales, y se fue adentrando en lo que consideró tierra de nadie y de todos. Compró su propio ticket para subir, compartir y conducir el gran carrusel de la poesía chilena. Una buena dosis de trasgresión anima la vida del antipoeta, sin eso no se podría explicar del todo su propuesta. Polemizó a muerte con Gonzalo Rojas por un puesto en la lírica nacional y tácitamente con Neruda en vida y muerte. Rojas y Parra son los dos poetas que han tenido más tiempo para enmendar la plana de su poética y recorrer los dos siglos olímpicamente. Las generaciones posteriores, los poetas post Parra, Rojas, Lihn, abandonaron la ácida polémica entre pares. Lihn le llegó a llamar a Millán, el mudo, por su elocuente silencio, donde su poesía no dejaba lugar a estridencias mayores, ni menores. Salvo pequeñas veleidades entre artistas, concursos, becas, viajes, oportunismos humanos, se acabaron los manifiestos, y la polémica un tiempo la entronizó un narrador, Roberto Bolaño. Curiosamente un escritor del círculo y con materia prima de Parra, Lihn y Borges, tres polemistas y críticos legendarios. En una especie de limbo, quedó flotando la sombra de Neruda, la última vez la vi en las calles de Santiago, por allá por el año 1987.

Retirado de la ciudad y del escenario público, más con visitantes que encuentros con sus pares, en el encantador balneario de Las Cruces, un lugar que cura el corazón de los enfermos, Parra atraviesa su propia historia, y con la sagacidad de un huaso choro mantiene al tope la bandera de la antipoesía, sus principios y fin, hasta donde dé la cuerda del reloj de arena, entre Isla Negra y Cartagena. Allí, en el epicentro poético nacional de la Cordillera de la Costa, donde yacen Huidobro y Neruda, Parra le da cuerda al porvenir y sigue proyectando la última ilusión y la imagen de la antipoesía.

Pablo NerudaFue en 1954 cuando Parra se ajustó el cinturón y comenzó a volar, despegó y fue construyendo su propio camino, esperó largos años, hacía sombras en su propio laboratorio, jugaba con sus fórmulas, llevaba una pesada carga, y si quería subir, compartir la cima, con los pesos pesados de la poesía chilena, tenía que hacer otra cosa.

Los españoles intentaron por siglos poner sus picas en tierras mapuches, un esfuerzo titánico, sangriento, imposible, pero Alonso de Ercilla y Zúñiga sí escribió la epopéyica conquista en La Araucana, las primeras palabras de la poesía chilena en idioma español. Es aún fuente de nuestros poetas y origen del origen de la palabra hispana en nuestra loca e irreductible geografía. Después vinieron nuestros bardos, aedos, poetas, a contar nuestra historia, a reconocer y nombrar las cosas, a establecerse en el territorio como “dueños del idioma del conquistador”. ¿De la espada y la sangre vinieron las palabras?

Después vino el gran chorro de la poesía chilena, con sus influencias ya dichas, conocidas, repetidas, pero una gran poesía donde Parra está totalmente emparentado y responde además a lo escrito por Neruda, su gran obsesión reconocida hasta el final de sus días. No habría Parra sin Neruda, Huidobro, la Mistral, sin desconocer los méritos personales del autor, que son muchos y de recursos variados a lo largo de su extraordinario y obsesivo viaje por la palabra y la vida. La genialidad parriana es de Parra, humor, lo popular, el mundo sicológico, social, amoroso, político, de sus personajes, es propiedad registrada del autor. Parra me hablaba en el Pedagógico de la Universidad de Chile de sus lecturas de Aristófanes y proximidades, acercamientos con los beatniks de Ginsberg. La lista es numerosa, variada, va de la antigua Grecia al medioevo, la España de Quevedo, Bécquer, Lorca, Whitman, Pound, Eliot, hasta Kafka y Chaplin, el desvalido Carlos Pezoa Véliz, con nombre de puntero izquierdo del Wanderers de Valparaíso. Dijo que su maestro era Huidobro. ¿La antipoesía se alimenta del viento de todas las voces posibles? ¿Poesía camaleónica? No podemos olvidar al Arcipreste de Hita ni a Bocaccio, Parra encuentra su propio tarot y lo juega. ¿En este amplio universo y naipe mayor de la poesía, siempre ha estado la carta de Neruda?

Parra se puso a conversar y a escuchar a los ciervos de la gleba poética y popular, un poeta que oía atentamente, tomaba nota y confrontaba sus sueños con la realidad y aun así intercambiaba dudas durante sus insomnios. El antipoema de Parra no es un poema disfrazado de poesía, es una nueva retórica, de alguien que le pide más a lo nuevo, a los cambios que se producen necesariamente en un género, renovación, sin apartarse de todas sus coordenadas, pero ascendiendo escalones inéditos.

Sin obsesión no hay arte, pienso en Leonardo y su Gioconda que la hacemos pasar por la Monalisa o viceversa, ese diminuto cuadro que nunca abandonó, ni del que se deshizo, a pesar de sus múltiples grandes invenciones; la Divina permanecía cerca de sus manos y corazón, viajaba con Da Vinci como una verdadera amante. No digamos Picasso, que se devoraba sus propios óleos convertidos en carne. Parra busca su propia aguja en el pajar dentro de la poesía chilena y de una manera obsesiva comienza a construir su Obra gruesa. ¿Echar unos cimientos nuevos y arrancar por los palos? ¿Escribe como el último condenado de la tierra? Yo lo vi entre la razón y la desesperación, con una gula verbal incontenible. No cupo dudas en 1954, después de un largo silencio de un aparente acto fallido, Parra volvía para quedarse, venía con todo, como un cohete disparado a la luna, más que afinar la punta del lápiz, los filos y contrafilos de la antipoesía, que es pura cotidianidad, pescar con red y colar palabras a su manera, peces del ying y del yang.

Todos sabemos que la diversidad poética en Chile no es poca cosa, basta con leer a Waldo Rojas desde sus propias inefabilidades a Millán, Silva, Hahn, Cuevas, Zurita, y un abanico mucho más grande que el viento que vemos soplar. No todo es el contrapunto parriano-nerudiano, sería faltarle el respeto a la palabra, al lenguaje, a la poesía chilena del siglo XX y de lo que va del XXI, a lo que hicieron Huidobro, la Mistral, De Rokha, Gonzalo Rojas, los Rubio, Lihn, Teillier, Rosamel del Valle (voy repitiendo nombres que he dicho una y otra vez), Díaz Casanueva, Arteche, Uribe Arce, Barquero, Anguita, Hahn, y no sé cuántos más. Y aquellos que crearon atmósferas hicieron grandes poemas, trabajaron una palabra a la intemperie que habrá que recoger y estudiar. La Violeta, que puso música a su poesía popular, siguió su propio instinto.

De este largo camino que es la poesía, lo que se desprende a ojo de buen cubero es que todo poeta que se respete debe hacer su propio camino. Hay libros, títulos emblemáticos en este ejercicio chileno, las Residencias nerudianas, grandes fragmentos del Canto general, las Odas elementales; Altazor, Tala, Contra la muerte, Poemas y antipoemas, Greda vasija, Para ángeles y gorriones, La pieza oscura, Archivo expiatorio, Lobos y ovejas y Relación personal, entre otros libros, no tan personales. De la potencia verbal y permanencia en el tiempo, las Residencias nerudianas parecen hacer coincidir las opiniones más críticas sobre la obra nerudiana, partiendo por Enrique Lihn, Bolaño, el propio Parra y aun Gonzalo Rojas. En lo personal me quedo con las Residencias como el libro más total de la poesía chilena. Nadie me ha pedido que llegue a estas conclusiones dentro de un texto dedicado a Parra, pero hablamos de toda la poesía chilena o de ninguna.

Sin embargo, la obra de un autor es su poética, no sólo un libro, aunque hay escritores que sólo con unos cuantos poemas han pasado a la historia. La poesía chilena es la obra de muchos autores, esa es su principal riqueza, la dura roca silenciosa, el río caudaloso, las pavimentadas ciudades, los cerros, la catedrática metafísica de las palabras, los ingenuos orificios de las a, o, e, todas las vocales de Rimbaud, y esta cotidianidad sin paraíso de Nicanor Parra.

Este premio conmemora casi 60 años de búsqueda de Parra, porque la poesía no tiene una sola puerta de entrada. El mundo mediático de la poesía debiera estimular a los lectores a leer las obras de los autores y creo que esta bonanza, racha de premios del antipoeta, le hace bien, en primer lugar a la poesía chilena, y también a la latinoamericana y de habla española. La poesía casi no tiene tribuna editorial y algunos países han tenido que recurrir a los festivales públicos poéticos, como se hacía antiguamente, para llegar a los lectores. En el Chile de Pinochet, Parra abrió su propia carpa y la cerró un fuego intencionado que no alcanzó la palabra. No eran días recomendables para la poesía ni ninguna otra palabra que no fueran escritas en los benditos bandos militares, una suerte de oscuros poemas medievales que daba a conocer de viva voz la única voz autorizada de la autoridad.

Me sumo a las voces vivas y muertas / el mejor poema mañana / palabra encriptada en la palabra / alegre, divertida, oscura, desconocida / Si hay tiempo para la memoria / el presente es / a todas luces / futuro.