Bradbury viajó a Marte

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Ray Bradbury

Danny Karapetian tiene nombre de personaje de Marte, y esta mañana me enteré por él de que su abuelo, llamado Ray Bradbury, viajó finalmente a Marte, como era su deseo, reposar para siempre en su planeta favorito. Lo dijo en una de sus declaraciones, cuando vivía en la Tierra, porque Ray Bradbury, maestro de la ficción poética, nostálgica y futurista, partió hoy a los 91 años, pero su imaginación ha quedado intacta en sus grandiosos libros.

Seguramente tenía preparado un cohete en alguna de las calles de Los Ángeles para dirigirse a descansar para siempre, su adorado planeta rojo, lleno de esperanza y alejado del torturante mercado global, mediático y rampante consumismo. Exento de las pobres guerras humanas y libre de libertad.

Todo ocurrió tal vez en Los Ángeles hoy, como en enero de 1999 y la atmósfera la describió el propio Ray Bradbury en sus famosas Crónicas marcianas en 1950, en el breve relato “El verano del cohete”, que abre uno de sus libros más enigmáticos y sorprendentes. No sé si habríamos de recordarlo, quizás su intención sólo fue desaparecer como llegó al mundo, sin más valija que sus propias palabras ya escritas para que siguiéramos soñando con aventuras y conquistas de otros mundos, como de nosotros mismos.

Siempre me dio la impresión de que era un hombre discreto, no veía televisión cuando la caja idiota vivía el esplendor de todo nacimiento; él, como autodidacta, se había hecho en las bibliotecas públicas de Nueva York; ahí, leyendo, se formó, educó y transformó en el gran escritor que siempre fue. Nunca se identificó con Internet y expresó su adhesión total al libro impreso. En Fahrenheit 451 nos hizo una severa advertencia sobre la quema de libros, tan proclive en las dictaduras. Tiempo después advirtió algo que ocurre en nuestros tiempos, ya no hace falta quemar libros, se le está enseñando a la gente a no leerlos.

Libros de Ray BradburyPeriódicos como el New York Times ya lo dieron por muerto, recogieron los hechos, dirán ellos, sus famosos investigadores, y se apuraron en difundir la noticia a primera hora, tan pronto el nieto la dio a conocer a través de la voz de ese pajarito cibernético que no para de tuitear. Ray Bradbury ya había volado a otros mundos, ese era su principio y fin, lo desconocido por conocer y ver con sus ojos algún día. Su literatura simplemente es fantástica y sus famosas Crónicas marcianas están en el Polo Norte de Marte desde 2007, cuando la nave Phoenix de la Nasa las depositó en su superficie. Él nunca aprendió a manejar un automóvil, ni se idiotizó por las máquinas ni aparatitos.

En una de sus últimas aventuras por la tierra, un día cuando leyó en un periódico que estaban cerrando una de las bibliotecas donde él devoraba libros, pidió que le subieran sus libros a su vehículo y a él en su silla de ruedas para visitar el lugar. Como un marciano, apareció el patriarca de la ficción —el fantástico Ray— y comenzó el rescate, firmaba y vendía sus increíbles historias, que he recomendado a lo largo de décadas, hasta que la biblioteca reunió los fondos necesarios para ser reabierta.

Pareciera ser que Bradbury nunca se dejó impresionar por la realidad ni los obstáculos, lo suyo era el más allá, sin perder de vista el más acá, el hombre con sus conflictos perennes, las guerras, su aniquilamiento, la conquista de nuevos mundos y, según Borges, en su prólogo a estas Crónicas, el genio del hombre de Illinois, como le llama, ha puesto sus largos domingos vacíos, su tedio americano, su soledad, la experiencia de un largo tiempo vivido, cuyo norte siempre fue el futuro.

Jorge Luis Borges, un adelantado en los temas fantásticos y de la literatura anglosajona en América Latina, lo descubrió y lo prologó en los años 50, cuando aún veía más allá de sus futuras tinieblas su propio futuro y se preguntó en pleno Buenos Aires: “¿Cómo pueden tocarme estas fantasías y de una manera tan íntima? Toda literatura (me atrevo a contestar) es simbólica; hay unas pocas experiencias fundamentales y es indiferente que un escritor, para transmitirlas, recurra a lo ‘fantástico’ o a lo ‘real’, a Macbeth o a Raskolnikov, a la invasión de Bélgica en agosto de 1914 o a una invasión a Marte”. ¿Qué importa la novela, o la novelería, de la science-fiction?, se cuestionaba el autor de El Aleph. Había descubierto una literatura clásica recreada en una poética del espanto, del terror metafísico, de la luminosidad de las palabras y de un profundo humanismo. Y recordaba sus lecturas de Wells, las compara finalmente con esos días de deleitable terror. Sí, un terror fantástico.

Bradbury conoció muy bien su país, el alma individual, las pasiones colectivas, la idiosincrasia norteamericana, y las Crónicas marcianas son una obra maestra de una realidad trasplantada, visionaria, una suerte de cosmovisión cotidiana dramática y poéticamente lograda.

Atesora los elementos sustanciales de la vida, y nos conmueve como si la solemnidad de la muerte fuera un pasajero inútil, intangible.

He vuelto a releer Crónicas marcianas para seguir viajando y viviendo el mundo de Bradbury, dibujado hace más de medio siglo, y es tan asombrosamente fantástico como real.

Si alguien me preguntara qué pienso de este libro, diría que es fantástico, una poética que ficciona el último grano de arena de la imaginación al servicio de una nueva realidad que se reescribe.