Hace diez años, un elefante se balanceaba

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Hace diez años, un elefante se balanceaba

Lo complicado para un escritor chileno es mirarse el ombligo en un país tan largo, rocoso y desmembrado. En cualquier momento el ombligo aparece por el ojo, la espalda, una rodilla o en el pecho como un hueco profundo convertido en sal o arena del desierto.

Rolando Gabrielli

Hace diez años partió el poeta y narrador chileno Roberto Bolaño en su mágica ceremonia vikinga en el mar Mediterráneo. Debió saber, por las pistas que dejaban sus conversaciones, últimas entrevistas, viajes, encuentros, discursos, premios, que se iba prematuramente y encabezaba una nueva generación de escritores. Personalmente me enteré tarde de que moría inevitablemente, aunque lo supe el mismo 15 de julio de 2003, día que comencé a escribirle un e-mail sabiendo que no lo recibiría. Me había hecho un poco amigo de su literatura y desplantes, con una cierta complicidad en su entrega kafkiana por su obra hasta el final de sus días. Los afectos en literatura suelen ser elementos de alto riesgo, pero a la postre resultan estimulantes, si son verdaderos.

Ahora pienso que siguió caminos distintos a los del poeta vidente y maldito, Arthur Rimbaud —al que tanto admiraba—, que abandonó su poesía a los 18 o 19 años para borrar las huellas de su joven y profundo pasado e iniciar una aventura infinita por África. El poeta de Una temporada en el infierno y de las Iluminaciones no volvió a escribir un poema más en su fulgurante vida y dejó que la aventura del destino que se impuso a sí mismo a partir de Harar, actual Etiopía, concluyera con su existencia a los 37 años, como un hilo que se pierde de su ovillo. En un hospital de Marsella ancló lo que le quedaba de humanidad. Su hermana menor, Isabelle, dibujó el rostro de su última mirada y acunó el sueño final de este pequeño gran dios de la poesía universal. La vida de Bolaño se extinguió en el Hospital Universitario del Valle de Hebrón, Barcelona, a la edad de 50 años.

 

Bolaño sigue escribiendo

Bolaño fue un santiaguino que vivió en la provincia chilena, se instaló posteriormente en la ciudad más poblada del mundo, el DF, un tiempo en Barcelona y volvió finalmente a los pequeños pueblos de Cataluña, donde se “inmoló” y glorificó en su obra literaria, no sin antes deambular por caminos desconocidos. Su paisaje terminó siendo la palabra. En las madrugadas de su presente perpetuo cocinaba su historia y la nueva novela con fervor. No sé de quién es la frase, pero aplica: Bolaño dejó el resto. Pareciera que todo lo demás es la prosa vulgar del elogio de los medios después de su partida. Algo de eso hay tal vez, porque una historia para ser verdadera no termina nunca de completarse. Alguien siempre la volverá a recrear con sus propias lecturas. Ahí sabremos si en verdad perdurará en el tiempo.

En esta década, Bolaño ha seguido concretando su proyecto de escritura, no sólo lo que dejó escrito para publicar, como 2666, o en su ordenador, libretas, cartas, sino en lo que de él se escribe, habla, dice y desdice, que resulta tan poderoso como el primer nombre que escogió para su novela que terminó llamándose: Nocturno de Chile, cuando en verdad le correspondía uno más original y acorde con la historia: Tormenta de mierda. Las editoriales tienen su corazoncito de seda y Anagrama lo cambió. Casi bordea lo nerudiano, con sus crepúsculos. Desde luego son otros los tiempos y realidades, Chile no estaba para puestas de sol. En una mansión bucólica y familiar, donde se hacían tertulias literarias y torturaba al mismo tiempo, el dueño de casa podría ser reconocido ahora como el asesino de Pablo Neruda. La esposa del anfitrión, quien compartía el oficio de escritora y agente de la Dina, había leído a los ocho años de edad al clásico ruso Crimen y castigo, de acuerdo con sus datos biográficos. Sin embargo, fueron sus lecturas de Borges en 1968 las que la llevaron a cultivar la escritura. Cabe destacar que fue alumna aventajada del taller de Enrique Lafourcade. Al parecer comenzó a novelar su propia vida. Uno de sus primeros textos relata la acción de una persona a la que le encargan colocar una bomba bajo un automóvil. Ella estuvo el día en que su esposo hizo volar al general Prats en Buenos Aires. Cualquier coincidencia con la realidad es pura ficción. En el orden de las coincidencias, su primer marido se llamó Pablo. Posteriormente creó su propio taller, al que acudían Carlos Franz, Gonzalo Contreras y Carlos Iturra, entre otros.

Cuentan que Lafourcade invitó a Nicanor Parra a una de esas tertulias de esta naciente escritora. Ocasión en que el antipoeta y un pintor se iban a dar de golpes un 18 de septiembre. Lafourcade pidió a la dueña de casa la expulsión del díscolo pintor. Son veladas en tiempos del apagón cultural, cuando murió la literatura en Chile. El toque de queda escribía sus mejores guiones. Cine mudo, la orden y bando del día.

Esta escalofriante trama de novela negrísima agrega, a la escena del supuesto crimen del poeta, una nueva revelación: saber si el cadáver exhumado para una investigación es el verdadero Neruda y comprobar si fue envenenado o no. El mayor sospechoso del posible envenenamiento es un enigmático llamado doctor Price, cuya descripción corresponde a la de una persona de unos 27 años a 30 años, 1,80 de estatura, rubio y de ojos azules, un físico muy parecido a un ex agente norteamericano de la Dina que participó en la muerte de Orlando Letelier y del general Prats y su esposa. También atentó contra el matrimonio Leighton en Roma y fue un activo militante en la desestabilización de Chile desde la elección de Allende y posterior instauración del terror.

Con esas líneas generales lo describe el doctor de la Clínica Santa María, Sergio Drapper, quien atendió también al asesinado ex presidente Eduardo Frei, en esas mismas instalaciones, en 1982. El “doctor Price” sería el anfitrión, además, de las tertulias literarias en la casa donde se torturaba y se invocaban versos endecasílabos al compás del toque de queda.

El círculo de Neruda fue afectado, primero por las torturas a su chofer, y posteriormente por el asesinato de su secretario privado, el poeta Homero Arce, esposo de la musa del “Poema 20”, Laura Arrué, del emblemático libro nerudiano. El discreto y silencioso sonetista de Isla Negra, Homero Arce, fue brutalmente golpeado y arrojado mortalmente herido a las puertas de su casa. Han pasado cuarenta años desde el empujón de Chile hacia el abismo, el 11 de septiembre de 1973, y aún se suceden muchas preguntas desde un pozo profundo de interrogantes. Una de ellas es la muerte de Neruda. No se ha cerrado el círculo, los forenses de Chile y Estados Unidos deben resolver ese enigma 40 años después, en los próximos días o semanas. El poeta murió sorpresivamente el 23 de septiembre de 1973.

Las manos de los Poncio Pilatos de la Corte Suprema chilena, que insinúan un deslavado perdón, 40 años después, son simplemente antológicas. La ley del embudo sacó patente de corso en Chile.

 

El jardín del terror

La cultura del terror tomaba palco en Chile. Según la agencia alemana DPA, la dictadura militar comenzó a partir de 1980 a remover cuerpos de opositores asesinados en sus cárceles secretas y enterrados clandestinamente, en la llamada operación “Retiro de Televisores”, para borrar pruebas. Bolaño ya estaría escribiendo esa historia, que de comprobarse quedará abierta para un avispado narrador de novela negra y el Chile de Pinochet seguirá bajando un peldaño más barranco abajo.

En este breve relato, Nocturno de Chile, Bolaño muestra la pericia de un narrador que explora el horror desde la literatura en clave literaria chilena. Deja correr, en medio de la tormenta, ese leitmotiv nerudiano que pareciera quitarle el sueño a Bolaño, y asoma en este libro, en un juego sutil con el mito Neruda, para poner a pensar a quien conoce de las veleidades literarias de los dos críticos más representativos de una época pertenecientes al diario más influyente de Chile (al que Bolaño nunca nombra). Bolaño sabe que el arco iris de la poesía nerudiana es de amplio espectro en Chile, para no ir más lejos, y hace referencia a ello en tono irónico. En el fondo del telón de Chile subyace además “una defensa y se busca hacer justicia” al poeta Enrique Lihn. ¿Por qué?, se preguntará usted, amigo lector. Lihn fue injusta y torpemente ignorado por ambos críticos de la crítica oficial, como otros poetas, a los que se les certificaba desde las páginas mercuriales, la vida y la muerte de sus obras. Ambos críticos elogiaron las obras de Neruda, Mistral y Parra.

Uno de los principales personajes de Nocturno de Chile se llama Farewell, título de uno de los más emblemáticos poemas del Neruda adolescente, contenido en su libro Crepusculario, que el crítico literario Alone (Farewell), le habría financiado para publicar en los albores del amanecer nerudiano.

En el cáustico juego literario que Bolaño introduce a través de un encargo de las más altas esferas que hacen dos lugartenientes de la dictadura, Odeim (Miedo) y Oido (Odio), al protagonista Sebastián Urrutia Lacroix, conocido como el cura Ibacache, para que enseñe marxismo a la Junta Militar chilena, queda en claro, para quien haya vivido ese tiempo histórico, que está ante una de las páginas más demoledoras del Chile de Pinochet, quien prohibió, quemó libros y mandó a desaparecer a sus opositores. El augusto dictador interroga al cura Ibacache sobre qué leía Allende y los dos últimos presidentes constitucionalistas de Chile. Él mismo se responde: revistitas, uno de ellos, historias de amor, noticias. Ninguno escribió nada, agrega, mientras que él sí escribió libros de geopolítica sin ayuda de nadie. Nocturno de Chile fue editado el año 2000, Bolaño no alcanzó a conocer la historia real del gran farsante, que con fondos fiscales acumuló 55 mil libros en su inexpugnable y hoy denunciada biblioteca, que contiene primeras ediciones del patrimonio bibliográfico nacional. Entre las curiosidades y coincidencias literarias cabe destacar que el personaje y anfitriona de la casa del terror literario descrita en Nocturno de Chile, escribió su propia historia en La larga noche, un libro financiado y censurado posteriormente por la misma dictadura.

A Bolaño le gustaba el título de su obra en inglés: By night in Chile, es como la noche de Chile. Con esta novela, donde el bien y el mal se miran al espejo, abre una caja de Pandora que nos lleva a estirar más la cuerda que las palabras escritas.

 

La hamaca telúrica de Chile

En este oscuro nocturno se mece el terror en la hamaca telúrica del Chile de Pinochet. Bolaño registra, se desplaza y bucea en estas sombras que algunos hemos vivido. Aquí la noche tiene un espesor y densidad propia, se mueve en silla de ruedas asistida por los retenes y el toque de queda. La realidad es la primera minusválida del país. Con la bayoneta calada vivíamos todos, a la intemperie, como la poesía. Había que haber estado allí para saber que en los toques de queda no se bailaba tango ni se cantaba la marsellesa. Nuestros Tonton Macoute, ordinarios y sádicos, le declararon la muerte a la vida donde ésta se presentara con o sin cédula de identidad.

Así reviven los autores, años después, salen de sus páginas imperfectas a hacer sus correcciones que nunca serán definitivas. Cada lector asume su propia responsabilidad con sus lecturas, y al parecer Bolaño daba el ejemplo en esta aventura y releía con pasión a sus autores favoritos. Un autor de la naturaleza de Bolaño, como Borges, existe(n), se forman, surgen, por sus lecturas y obsesión por la literatura, de la cual pueden llegar a renegar, pero es lo único que tienen. Borges, un ciego que sigue guiando a muchos en su camino literario como lo hizo con Bolaño, se reescribió en Otros y no dejó de ser el mismo que se reinventaba en su propio laberinto. Vivió dentro de la palabra y finalmente sólo pidió las dos fechas en su tumba. Bolaño ni eso, se adentró con sus cenizas al mar Mediterráneo. ¿Quiso ser la botella del náufrago? Él supo que en cualquier lugar del planeta existirá un lector que aún no ha nacido y espera(rá) con pasión la palabra aventura, y sentado a la orilla del mar en algún puerto comenzará a descifrar los crucigramas de Roberto Bolaño.

 

¿De qué se trata este oficio?

El autor de La pista de hielo siempre reconoció sus deudas y en especial enfatizó que eran obvias con Julio Cortázar, pero primero, no olvidemos, fue poeta y después prosista, y aró durante años sobre este género y las huellas quedan claramente trazadas en Los detectives salvajes, para referirnos solamente a su novela más conocida. Muy obsesionado con los poetas y sus historias y actuaciones, en especial Neruda, aunque reconoció la grandeza de Residencia en la Tierra, obra que influyó también en Cortázar y en la narrativa del boom y su atmósfera.

La vida de ningún escritor es comparable a la de otro, solo a sus circunstancias, por eso Bolaño no es Borges, ni Cortázar, ni Neruda, quienes gozaron del éxito en vida, además. El chileno, cuya patria la identificó con sus hijos, hizo su propio y accidentado camino apegado a sus muchas intuiciones, y su éxito quizás radica hoy en día en que nunca dejó de arar en el desierto, una y otra vez buscando la inalcanzable belleza de la palabra. De eso se trata el oficio, nos dice Bolaño una y otra vez desde su obra más lúcida. ¿Escribió con la espada de un samurái y se hizo el haraquiri finalmente para no abandonar la libertad? Aunque las madrugadas las sobrevolaba escribiendo, dedicó tiempo no sólo a las lecturas infatigables, sino a la observación obsesiva de los escenarios y gentes que incluía en sus obras. Cuenta uno de sus amigos que era reservado cuando joven, tomaba nota de las conversaciones y ahí ya se insinuaba el detective no tan salvaje que apuntaba hacia su gran novela, mientras los otros al parecer vivían y miraban hacia donde el viento guiara el timón de sus vidas con el compromiso alegre de las palabras.

Un escritor, a pesar de sus circunstancias, no sigue nadando en el líquido amniótico durante toda su vida, necesita de otro oxígeno y también de múltiples contaminaciones a lo largo de su vida física y literaria. Todos, lejos del vientre materno en algún momento, estaremos obligados a caminar con pies propios. No se rompe del todo el verdadero cordón umbilical, pero es importante no ahorcarse con él.

Bolaño durante años fue el elefante que se balanceaba sobre la tela de una araña y como veía que no se caía siguió escribiendo hasta el final de sus días. Ese es el arte de la escritura, de la palabra, un equilibrio entre la sombra y el aire que respiramos, pero sin red.

En este arte de la cocina literaria, a la cual se refiere Bolaño en su libro “autobiográfico” Entre paréntesis, dice preferir instalarse en la de una escritora como Silvina Ocampo, Alejandra Pizarnik, Simone de Beauvoir o la mexicana Carmen Boullosa. La salvedad de esta elección es que no sea la cocina de una escritora chilena. ¿Alude a su desencuentro en una cena en casa de Diamela Eltit y su esposo el ex ministro socialista Jorge Arrate? Su editor y amigo español, Ignacio Echevarría, para no ir más lejos en esta última cena con Eltit, señala en el prólogo de Entre paréntesis que con sus palabras Bolaño “hirió, con razón, susceptibilidades de todo tipo”.

Cada escritor tiene sus obsesiones y Bolaño no era la excepción. Es más interesante lo que dice al final, lejos de las odiosas comparaciones y metáforas: que en su cocina existe un guerrero que, sabiendo que será derrotado, luchará hasta el final.

 

Chile en la memoria

En su libro Entre paréntesis, que es como un ojo de su escritura, da cuenta de sus gustos literarios, autores, comenta, critica, nos abre un itinerario de su interior como escritor en unas 327 páginas donde Bolaño explica algunas cosas y dice que Los detectives salvajes forman parte de la derrota y de la felicidad de una generación. Califica y descalifica autores, a Neruda lo ve ciego viajando por la Unión Soviética, está Chile una vez más y sus poetas en estas páginas personales, su devoción por Borges en la nota “El bibliotecario valiente”, donde habla del inefable porteño, pero no lo menciona por su nombre.

Incómodo, irónico con sus pares, los narradores chilenos más conocidos le ignoraron, el boom le cedió a regañadientes el espacio que la historia le permite a los transgresores, anarquistas, y al final de sus días, cuando la vida pareciera estar de más, quienes le seguían sus pasos y leyendo, sobre todo, no desconocían el destino que le esperaba a su obra.

El siglo pasado, mucho antes que despertara la fiebre Bolaño, Del Valle, un diplomático chileno, me alertó sobre este autor, que le pusiera ojo, recuerdo que me dijo, y recomendó: lee La literatura nazi en América latina, hay que seguirle la pista. El mismo libro que ofreció escribir a cuatro manos a dos poetas chilenos que no aceptaron el desafío. ¿Buscaba alianzas, rumbos, nuevos derroteros y aprendizajes, experiencias, compartir sus ficciones y alucinaciones, la anarquía de su modus vivendi o le movía la maravilla de su loca e irrefrenable imaginación? Aún conservaba fresca, virgen, su caja de Pandora, la que iría destapando con el correr de los años. Al final de los días lanzó como un boomerang inalcanzable su novela monumental: 2666.

Siempre estuvo más atento de lo que pareciera a lo que ocurría en Chile. El narrador chileno Mauricio Electorat lo calificó como un “obsesivo lector enciclopédico que leía todo y sabía cada paso de hasta el poeta más anónimo de Chile o México”. También quería que supieran los suyos. Regresó 25 años después de su última y definitiva partida, y dos poetas chilenos, Enrique Lihn y Nicanor Parra, influyeron en su manera de ver, acercarse a la literatura y poesía chilena, y diría, en su postura “iconoclasta” frente al mundo literario y político. De Borges aprendió a leer y releer, unas ciertas posturas también frente a la literatura y los escritores, a tratar la ficción como realidad y viceversa. A convertirse también en personaje de su obra.

 

Roberto BolañoHacia nuevos temblores formales

En su artículo “8 segundos con Nicanor Parra” canoniza al antipoeta. En esa postal parriana lanzó su manifiesto poético encubierto a la manera de un infrarrealista salvaje que puso sus picas en Blanes: “La poesía de las primeras décadas del siglo XX será una poesía híbrida, como ya lo está siendo la narrativa. Posiblemente nos encaminamos, con una lentitud espantosa, hacia nuevos temblores formales”. La poesía, pienso y digo yo, nunca ha ido ni irá a la retaguardia. No es un género muerto como un riel de una línea férrea, sino el humo, la palabra y la belleza en cualquier andén del camino. La poesía viaja en tercera clase / pero es reina en la memoria / pasajera / verbo / acción pura / no tiene estación / ni paradero / crece donde menos se espera / se ríe del mercado / no necesita / ni se escuda en lectores cobardes / Rompe en los ríos / agita mares / el caudal de su palabra / Quien la nombra / se nombra a sí mismo. RG.

Nada impide a un lector aguzado darse cuenta de que Bolaño es Bolaño. Ahora, se equivocan quienes creen que Bolaño es un chileno con sello europeo. Él despotricó mucho sobre la novela chilena, con algunas excepciones, y elogió a cuatro o cinco poetas en el canon histórico de ese país suramericano, como si fueran dioses del Olimpo, y también recurrió a algunos trucos en la joda parriana. Se deslumbró con la narrativa argentina y algunos de los autores están identificados en esta nota, aunque la lista de sus lecturas clásicas y diversas es interminable. Sus aires son muy del sur, aunque tiene muchas lecturas sin fronteras, universales, de Rimbaud a Violeta Parra; de Joyce a Lemebel; de Kafka a Juan Emar; de Rulfo a Arlt; de Ezra Pound a Mark Twain; de Ercilla a Cervantes y todos los libros que le acompañaron a lo largo de sus 50 años de vida. Pero son estos papeles impresos los que definen el universo de un escritor, sus plácidas praderas y oscuras grietas, esas rendijas insondables de lo que no se puede escribir.

No era el único Del Valle; al parecer Susan Sontag, quien recomendó años después la introducción editorial de Bolaño en Estados Unidos, lo calificó como “el más influyente y admirado novelista en lengua española de su generación”. Fue Nocturno de Chile el libro que cautivó a Susan Sontag, quien afirmó de manera rotunda que la obra de Bolaño perdurará y tendrá un lugar permanente en la literatura mundial. Por ahí llegó a las páginas del influyente The New York Times y estuvo en boca de los jóvenes escritores norteamericanos como si no existiera otro referente de habla española. Una pintora chilena residente en México, a poco de editarse, me recomendó Los detectives salvajes como si fuera un ritual. El libro llegó a Panamá años después en una edición chimba, truncada, que guardo con celo en mi biblioteca, faltan páginas y quizás esta edición no la escribió Bolaño, sino Belano.

 

“La orquesta lumpen visceral”

La ola Bolaño se ha mantenido fresca en esta década post Bolaño, especialmente en los jóvenes, como le ocurrió a Rayuela, y ambos escritores sudamericanos terminaron siendo autores de culto con una aureola de innovadora rebeldía. Los poetas ninguneados y en general se identifican en Los detectives salvajes con uno que nunca dejó la tribu y supo identificarse con ella. ¿Los poetas son esa materia encriptada en la realidad? ¿El último vagón del mercado?

Defensor a ultranza de los poetas marginales, de una cierta manera de hacer y, sobre todo, vivir la poesía, pareciera que recogió el guante al revés de Rimbaud, y salió lanza en ristre como el Quijote a luchar y defender el honor de los jóvenes bardos ausentes de los podios presidenciales de la poesía, academias, de los lauros institucionales, de las grandes editoriales dueñas del mercado, de las antologías doradas, oficiales, y de quienes vivieron como verdaderos guardianes del verbo puro y de la insolencia. Él y sus amigos formaban un poco una cierta afinada “orquesta lumpen visceral”, pero plenamente conocedora de su oficio y potencial musical de la palabra en el DF, el gran Valle de México. Ahí, en Tenochtitlán, los infra-visceral-realistas ponían el cuerpo, quizás antes que la palabra, la arenga y el sabotaje de eventos literarios como una acción directa contra la llamada cultura oficial. En sus actos surrealistas, dadaístas, agitaban sus propias banderas, performances disociadoras, irrumpiendo los plácidos escenarios y predios oficiales con sus manifiestos y clarines estridentes.

Irónicamente, Bolaño fue sepultado —a pesar de que sus cenizas se fueron al Mediterráneo— por alrededor de 40 contratos editoriales post mórtem, y despedido en vida por sus pares en Europa como si vieran morir al padre delante de sus ojos, un gladiador felizmente derrotado por la vida. Vivió gran parte de su vida con una mano atrás y otra adelante, premios de provincia, rechazos editoriales, ninguneos diversos, polémicas, su enfermedad y por fin los primeros verdaderos reconocimientos a un pie de la muerte, no siempre tan fecunda en éxitos.

 

Un escritor arbitrario

Bolaño cargó a las futuras generaciones de escritores de un pesimismo esperanzador, hizo brillar una luz oscura, en buen chileno: hay mucho de pataleo de ahogado victorioso, diría, en sus libros, guiños literarios, una fe casi religiosa por la literatura, aunque como Borges habiéndose dedicado las 24 horas del día a hacer una obra “inmortal”, pensaban que era “inútil”. Borges se conformaba con que quedaran para la posteridad algunos versos o líneas de su obra. Llegó a desear haber escrito un verso de Verlaine. Bolaño ironizaba a los que creían que la literatura los salvaría. Su estado frente a la literatura, pienso, 10 años después, era vivir en estado de gracia con oxígeno propio y febrilmente. Sin embargo, hay que destacar que Bolaño está muy dentro en algunos de sus libros y prácticamente cuenta parte de su vida, como se ha reconocido, lo que demuestra cuánta importancia le otorgaba a la literatura como a su propio espejo.

Bolaño forma parte del grupo de escritores arbitrarios, grandes arbitrarios como Borges, a quien nunca le llamó la atención por la condecoración que recibió del gobierno de Pinochet y por la certificación magistral de la dictadura chilena en plena violación de los derechos humanos. En cambio, a Neruda le cobró las entradas del cielo, infierno, purgatorio, limbo, donde se encontrara el famoso inquilino de Isla Negra. Durante su visita a Chile, Borges el ficcionador, el hacedor, reconoció en su discurso a Pinochet en una lírica de nivel y que ha quedado para la posteridad como uno de sus mayores exabruptos, porque perdió, entre otras cosas, el Premio Nobel. Dijo en aquel poco glorioso 22 de septiembre de 1976: “Hay un hecho que debe conformarnos a todos, a todo el continente, y acaso a todo el mundo”, dijo en la conferencia. “En esta época de anarquía sé que hay aquí, entre la cordillera y el mar, una patria fuerte. Lugones predicó la patria fuerte cuando habló de la hora de la espada. Yo declaro preferir la espada, la clara espada, a la furtiva dinamita. Y lo digo sabiendo muy claramente, muy precisamente, lo que digo. Pues bien, mi país está emergiendo de la ciénaga, creo, con felicidad. Creo que merecemos salir de la ciénaga en que estuvimos. Ya estamos saliendo, por obra de las espadas, precisamente. Y ya han emergido de esa ciénaga. Y aquí tenemos: Chile, esa región, esa patria, que es a la vez una larga patria y una honrosa espada”. Ese día, la Dina, Policía Secreta de Pinochet, asesinaba en Washington a Orlando Letelier, quien había sido canciller de Salvador Allende, y Borges recibía su doctorado honoris causa. El general Jorge Rafael Videla gobernaba Argentina y comenzaba a desaparecer la vida. La caravana de la muerte ya deambulaba en el imaginario popular y en manos de sus asesinos, de norte a sur, con los cuerpos de la infamia desaparecidos en las frías aguas del desierto de Chile.

 

No hay otro como Bolaño

Borges, en cambio, profundizaría el mito por el desprecio de su obra en la última década de vida que le quedaba, y en 1985 hizo a Clarín esta extraña confesión irónica y sentida: “La inteligencia de los europeos se demuestra por el hecho de que jamás me hayan dado el Premio Nobel. ¿Sabe usted por qué? No hay escritor más aburrido que yo. Es una gran equivocación que la gente me lea, porque ni a mí mismo me gusta lo que escribo y por eso ni yo mismo me leo, nunca me he leído”.

Borges no se merecía ese viaje kamikaze que hizo estallar sobre sí mismo con la dinamita silenciosa de su palabra. Bolaño, que lo leía todo y más sobre Borges, ¿se saltó esta escena?

¿Supo o no supo que su poeta chileno más admirado estuvo en las tertulias en la casa donde se torturaba? Desde luego, los artistas desconocían que el trabajo principal de esos encuentros y talleres eran los interrogatorios sobre una cama eléctrica. La anfitriona, una aspirante a escritora, intentaba brillar por esos días en las letras nacionales y era generosa con los visitantes hasta el amanecer, mientras su marido viajaba a misiones desconocidas.

Más allá de estos “malos entendidos” con la vida, exabruptos, posturas —que después de todo un escritor tiene de una u otra manera— está la obra, y Bolaño, motivo de estos apuntes, escribió cada día como si fuera el último de su vida. Parece sencillo, pero nadó contra la corriente y con éxito. Surgió, creció, como un poeta marginal —un Perro romántico—, igual que muchos otros bardos en cualquier parte del mundo. La poesía y los poetas fueron la principal materia prima de sus historias más determinantes en su obra escrita en prosa. No dejó por fuera de las narraciones a sus amigos ni a la realidad, y menos la fantasía del inagotable narrador de historias que siempre fue y será. No hay otro como Bolaño, habría que inventarlo. Hizo sus deberes de escritor: cambió la realidad de lo posible. Le agregó un plus. Jugó el juego de la vida. No perdió ni ganó, se atrevió.

Su rostro al final de sus días se nos presenta como un árabe emigrado a Europa o de un republicano español que ha perdido la República, de alguien que pareciera que ha dejado todo atrás para emprender un nuevo y largo viaje. Ya era un personaje en tránsito, se había esfumado de las escenas que el tiempo y la vida construyeron para él en los días más difíciles, y sin embargo remaba como si se internara en alta mar. De alguna manera consideraba que había jugado muchas de sus cartas.

Al anarquista sin límites geográficos y literarios, como pareció presentarse Roberto Bolaño, hay que verlo también de otra manera, pero no para cambiar nada. La foto pareciera estar en México, en una ventana de flores marchitas o artificiales, con su mirada de desgracia, cero futuro, quizás emputamiento en el aburrimiento. Pero es Bolaño, el mismo autor de Los detectives salvajes, y que con este rostro nos decía, al parecer —cuánta especulación—: Vean, no tengo nada entre manos. Tan alejado de Chile, aparentemente, el autor de 2666, y sumergido en los infrarrealistas contestatarios, no estaba conforme con su poesía —aunque escribió poemas de pie, en el aire, sentado, viajando, dormido, en el baño, en la calle o en el café La Habana del DF—, pero por su mente pasaban otros proyectos más prosaicos.

A finales de los 70, como es sabido, un Bolaño atormentado por la pobreza y buscando su aguja en el pajar de la literatura le escribía al poeta Enrique Lihn sobre sus penurias catalanas, le enviaba poemas y solicitaba opiniones a un autor que se debatía en el Chile de Pinochet entre su Pieza oscura y El Paseo Ahumada. ¿Quién vivía más desamparado, Bolaño, Lihn o la poesía? A Lihn, un poeta que no le dio cuartel a la realidad, le quedaban unos cuantos años de vida. No alcanzaría a terminar la década de los ochenta, para ser precisos. Conociendo su generosidad con los jóvenes y ejerciendo a toda intensidad su pasión crítica, Lihn le dijo a los poemas de Bolaño que no y que sí, al principio. No todo es tan claro como algunas noches de verano. Bolaño estaba angustiado y carecía de rumbo, miraba hacia el sur, desesperadamente intentaba encontrar una voz de aliento y al mismo tiempo tanteaba, al parecer, una beca que le permitiera atender su escritura sin esos sobresaltos de la pobreza.

Lihn nunca fue un modelo de éxito económico y no merodeaba ningún oficialismo, más bien miraba por el rabillo del ojo la realidad personal y social, con la cual tenía bastante para sobrevivir a su manera. En una segunda lectura, de acuerdo con palabras de Lihn dichas en su correspondencia, los poemas (textos, les llama Lihn) “son muy buenos”.

De estas cartas se infiere un Bolaño preocupado por su edad (casi 30 años) y no arrancar en la literatura, seguramente en medio de algunos poetas chilenos talentosos y precoces: Neruda, Millán, quienes a los 20 años habían escrito una obra original. Así se interroga burlonamente: “¿Es que seré un Braulio/Anguita (sic) del año 2000? Dios no lo permita”. Mezcla a dos poetas chilenos con su destino y posiblemente no sabía que eran amigos de Lihn: Braulio Arenas y Eduardo Anguita. Ambos fueron premios nacionales de literatura durante el gobierno de Pinochet.

Todo es muy anecdótico y estamos con el Bolaño antes del destape de Bolaño, aquel que renegaba de Girona, una ciudad pequeña que sitúa “de espaldas al culo del mundo”.

Este carteo con Lihn es ya de lo más comentado y de hecho, en una nota anterior, lejana, recogía algunas impresiones que en lo esencial demuestran que las palabras y consejos del autor de Poesía de paso fueron un verdadero salvavidas para el deprimido Bolaño, que estaba dispuesto a tirar la toalla, quitarse los guantes y bajarse del ring de la literatura.

Estos días, entre gatos, inviernos crudos sin calefacción, pobreza franciscana, amigas y simpatizantes literarias ocasionales, eran parte importante de sus días anteriores y de lo que ansiosamente buscaba el autor del Nocturno de Chile: un hueco, un camino para su literatura. Recurría a uno de los escritores, poeta, más lúcido de la literatura chilena y latinoamericana, además de desprendido y siempre atento a las corrientes jóvenes. Miraba a Chile y ya había pasado por México, escrito un par de libros de poesía, “injuriado” a Octavio Paz, robado libros en el DF y vagado por ese inconmensurable paraíso perdido con los infrarrealistas, devorando libros en medio de tertulias literarias que serían fuente de Los detectives salvajes.

Ciertamente Bolaño era chileno, publicaba ocasionalmente en la revista Trilce de poesía, comentaba por esos años que no sabía nada del país, pero frecuentaba poetas chilenos, como ocurrió con Gonzalo Millán y Waldo Rojas, residente en Francia.

Ninguno de los dos poetas chilenos aceptó la propuesta de Bolaño, como él lo sospechaba, de escribir a cuatro manos La literatura nazi en América (enciclopedia abreviada de la literatura nazi en América), porque seguramente el autor de Putas asesinas no tomó en cuenta que ambos son “poetas puros”, alejados de la prosa como la mayoría de los poetas chilenos. Es una mera especulación, porque cada autor sabe dónde amarrar su caballo y Bolaño andaba en eso en ese tiempo. Y los poetas tienen también sus propios proyectos, como un cineasta, un novelista, pintor. No es tan fácil compartir un mismo lienzo o un conjunto de páginas para una partitura común.

¿Bolaño buscaba su Bioy Casares? La influencia de Borges en Bolaño está a ojos vista, en cómo ver, leer y manejar la literatura. Un ciego aparentemente le abriría en una buena medida con el tiempo los caminos ficcionales que buscaba. Él confesó que releía con ferocidad al mítico autor de Ficciones. Sin duda también a otros escritores argentinos como reconoció: Cortázar, Lamborghini, Antonio di Benedetto, y otros indispensables como Rulfo. Bolaño fue un devorador de libros, robados, primero, y después encargados. Joyce y Bradbury, como Borges, también los devoraron en bibliotecas. Argentina fue “su patria literaria secreta”. En derivas de la pesada, Bolaño hace su recuento y análisis de la literatura argentina, y concluye que hay que releer a Borges.

En poesía, su poeta más admirado fue el chileno Nicanor Parra, quien ejerció una influencia magnética, casi hipnótica, hasta el final de sus días, y gracias a sus buenos oficios con su amigo, el crítico español Ignacio Echevarría, Nicanor Parra fue re-conocido en España, post mórtem Bolaño. Según Bolaño, comentaba en sus cartas a Waldo Rojas,  el panorama de la poesía chilena era “desolador”. Esta es una afirmación algo peregrina, porque en el 97, fecha de la carta, en Chile estaban Gonzalo Rojas, Gonzalo Millán, Parra, Zurita, Omar Lara, Manuel Silva, Ángel Cuevas y otros tantos jóvenes sumergidos en las ciudades o bajo el silencio abismal del mundo neoliberal. De paso se refirió despectivamente a Miguel Arteche, que es un poeta consagrado, meritorio y original, desde luego no prosaico.

Lo que ha habido y hay en Chile es poesía, un viejo truco de la esperanza y del vicio de la palabra escrita. En pobreza la poesía forma parte de la realeza literaria. El mismo Bolaño, sin irnos del tema, lanzó la consigna: escribir hasta morir. Y los poetas chilenos nacen bajo las piedras de Chile, traen el plus de la dura, accidentada y bella geografía chilena. Con el tiempo, Bolaño se aproximó a otros y los ensalzó en el contexto de su visión poética.

Un hecho relevante en esta nota: Los días anteriores de Bolaño, se desprende de una carta a Rojas, autor de El Príncipe de Naipes y muy amigo de Lihn, donde se nos hace saber que en 1995 le envió el manuscrito de Estrella distante, que al parecer impactó a Rojas, porque Bolaño se sintió “anonadado” por los comentarios que hizo a su libro. Colaboraba además Bolaño con la revista Araucaria, que dirigía en el exilio Volodia Teitelboim, amigo personal y biógrafo de Neruda. Estuvo, esos años previos al pre boom Bolaño, en sintonía con los chilenos de adentro y afuera. Su obra no es solo México, ni sus secretas lecturas de madrugada o sus páginas soñadas. Es un escritor de norte a sur y viceversa, son los dos puntos cardinales más claros de su geografía poética.

En medio de estas idas y venidas de cartas, cambios de domicilio, trabajos furtivos, cargaba su mochila de materiales, porque escribía para vencer todos los miedos que tenía aparentemente al fracaso, a morir antes de desarrollar su obra. En el 93, arroja luces una carta a W. Rojas, su coqueteo con la muerte, y le confidencia desde el hospital donde moriría una década después: “Mi doctora favorita dice que aún no moriré. Puedo escribir un par de novelas más”. Escribiría no sólo mucho más en esos diez años que le quedaban, sino que su obra capital, sin contar sus libros póstumos. Me sorprende que en medio de la larga correspondencia con el poeta Rojas, exiliado en París, en sus 15 años, Bolaño no lo haya citado en sus críticas literarias o biografías de autores a las que era obsesivamente aficionado. Desconozco si eso sucedió en algún momento, pero conociendo a Waldo Rojas, sé que le acogió amical y generosamente como suele hacerlo usualmente. ¿El ninguneo fue al revés porque Rojas está más cerca de Mallarmé que Parra? Es una interrogante para algún estudioso o escritor avezado que escriba la novela sobre Bolaño que Bolaño no alcanzó a escribir.

La nota periodística del diario La Tercera, de Chile, firmada por Roberto Careaga, revela esos pasos anteriores al vendaval Bolaño y cuyo itinerario íntimo queda reflejado de manera inequívoca y personal.

Bolaño es de esos escritores-lectores que arrastran libros propios y ajenos en su memoria y que logró identificar los que le correspondían y llevarlos al papel en vida y muerte. Entre el 93 y el 2000, cuando el siglo agonizaba con Bolaño, él ya había escrito su obra, sus últimos tres años de vida fueron para ordenar y terminar el plazo que le otorgaba el tiempo asignado a su propio paréntesis.

 

Epilogando a un post Bolaño

Cuando aún Bolaño nos hacía sus últimas señas desde el Mediterráneo, los homenajes comenzaron a sucederse y la búsqueda de lo que dejó en su disco duro, libretas, apuntes, se hizo incesante y se transformó en material de culto para editoriales y lectores. De la otra esquina saltaron quienes lo atribuyeron a la moda Bolaño y que este acto final del autor le favorecía grandemente, y pasará como el viento la palabra escrita. El mediático mundo de la literatura suele alcanzar ritmos escalofriantes y el caso de este llamado detective salvaje trascendió, como pocos, las fronteras del idioma español. La obra de Bolaño se instaló cómodamente en Estados Unidos y se abrieron las páginas del New York Times. En sus días anteriores había ordenado su ópera prima (2666) y se editó de manera total, no como había dispuesto su autor, por capítulos. Y todo el arsenal de Bolaño comenzó a salir de sus cofres. En sus últimos 13 años, tras el diagnóstico fatal de su enfermedad, escribió como atrapado en la lámpara de Aladino.

 

Construyó su propio mito

Ya se habían dicho muchas cosas de Bolaño y de su obra y el propio autor había empujado otras tantas leyendas. El impacto entre los jóvenes era y es el mayor saldo para su obra, como ocurrió con Cortázar (lo dijo un catalán). ¿Nada nuevo bajo el sol de Bolaño? Mucho se ha repetido hasta hoy del ninguneo de narradores y críticos chilenos hacia su obra, y del malestar y lejanía de Bolaño con Chile. Su obra y declaraciones públicas, artículos, dicen lo que dijo. Ni lo uno ni lo otro es blanco y negro, se va despejando el acertijo Bolaño en el camino. Bolaño ayudó mucho a construir su mito, como Borges. No son los únicos. A Borges le costó una vida larga, a Neruda una precoz visión poética y su participación en eventos históricos emblemáticos. Parra, en 99 años, ha construido peldaño a peldaño, pacientemente, su legado y mito. Teillier fue un mito viviente, como Alejandra Pizarnik y todos los escritores que vivieron su poesía o literatura; Kerouac, Rimbaud, Lautréamont, Baudelaire, y aquellos que de una u otra manera se confundieron con las palabras. Bolaño fue un detective que dejó pistas.

Bolaño apostó a México y Chile en su obra, a la universalidad de los géneros que empleó y mezcló, a la flexibilidad de su material literario, una vocalización de voces propias en búsqueda de un lector más aguzado. Le fue útil el método borgeano de la lectura y escritura permanente, su condición de exiliado francotirador anarquista, de ser un parriano convencido y parricida al mismo tiempo, de apuntar a Neruda, la “catedral comunista” de la poesía chilena —así le llamó Parra después del golpe militar—, de narrar a los poetas sus vidas y desventuras, milagros y pellejerías humanas y verbales, describir su mundo poético y denunciar a su propia sombra si fuera posible y necesario. El acto de la escritura: vida, pasión y muerte en un solo Bolaño, como si no pudiera escapar de su laberinto literario.

Le sedujo el Parra que nunca abandonó su contrapunto nerudiano, ni en los más solemnes actos de la muerte del autor del Canto general, y en el poema “Cristo de Elqui deplora la muerte de Pablo Neruda” lo confirma una vez más: “Hombres como Neruda no debieran morir / es lo que yo postulo con este poema / menos aun de cáncer a la próstata / díganme Uds. quién se beneficia / con la muerte de un genio como Neruda”, y sigue el poema de Parra publicado por Bruguera en 1983 en Santiago, en pleno florecimiento de la dictadura.

 

El poeta de la pobre musiquilla

La historia de Bolaño ha sido mezquina con Enrique Lihn, quien le quitó la soga del cuello en sus momentos más oscuros. Bolaño absorbió mucho de la potente tradición poética chilena, de sus míticos poetas y de aquellos que nunca fueron profetas en su tierra. Juan Villoro cita una frase en coincidencia con Bolaño sobre el valor del texto y la obra: “La única prueba confiable del talento es sentir que el texto ha sido escrito por otro”. A Jorge Teillier le escuché, a mediados de los sesenta, decir que se dio por enterado de que era poeta cuando leyó un poema suyo como si fuera escrito por otro. El autor de El cielo cae con las hojas estaba convencido de que había que leer mucho y publicar poco. Teillier es uno de los poetas citados por Bolaño, que algunos lectores creían que era un invento del autor. Bolaño reivindica una y otra vez a los míticos poemas chilenos y no podía olvidar a Neruda, como no lo ha hecho Parra hasta hoy día.

A diez años de su desaparición física, la obra de Bolaño ha crecido como un globo aerostático en movimiento. Traducido al chino, en su tierra natal se conmemoró su prematuro fallecimiento con un ciclo de conferencias. Otros guiños en México, España y Perú (“10 años sin el detective salvaje”) acompañan sus pasos triunfales. Escribió sobre México y Chile, porque decidió arrastrar a esos dos países a Blanes, a 30 metros del mar Mediterráneo, en un autoexilio que su memoria le cobraba palabra por palabra. Dice uno de sus amigos que vivía estoicamente, escribía con guantes cuando el frío le calaba los huesos, y en el mar de sus paradojas, como todo gran escritor que escribe sobre su propia estatura, se presentaba como un caballo de Troya victorioso dentro de la narrativa chilena.

 

Respiró también con el hígado

Bolaño no agradaba con sus desplantes y acento español, es cierto, pero estábamos ante un incorregible. Un escritor que vapuleó el establishment literario chileno y el boom latinoamericano, desde su propia esquina cada vez que se subía al cuadrilátero para boxear, como su padre. Su lenguaje siempre fue el español, primero el de América Latina: chileno-mexicano, con sus dejos del país de su última residencia. De izquierdista soñador después de la derrota pasó a anarquista y terminó estando contra todo en la lucidez.

Respiró en Chile y México, luego en España. Los dos primeros, antípodas de América Latina, donde vivió con vicio ambas épocas vitales que le marcaron, pero no podemos olvidar que disfrutó a sus anchas del banquete y la atmósfera de la narrativa rioplatense. Se universalizó Bolaño, literariamente hablando, en la lectura global, la crítica, las traducciones de sus libros (37 lenguas), revisiones de su obra y una fiebre que no solo está, al parecer, en las sábanas, sino en sus fieles lectores. Fue un autor continental, porque en el trasfondo de nuestra realidad está la larga sombra de Estados Unidos. Las últimas conferencias en su remoto Chile hablan de un escritor infinito, el hombre que dio un paso al abismo, dicen y digo, sin caerse del todo. Una escritura bárbara, y hay quienes llegan a la conclusión, a través de las reglas que ordenan el universo narrativo, como advierte Grinor Rojo, de que es en Chile donde se juega y pierde la última carta.

Chile, al conmemorar una década de su prematura desaparición física, decidió festejar el “universo Bolaño” a través de 9 conferencias, 27 mesas temáticas y 70 ponencias, cuyos títulos hablan de por sí de una tardía y fervorosa “obsesión bolañística chilensis”. Las actividades se realizaron en tres ciudades emblemáticas para el autor: Santiago, lugar de nacimiento, Valparaíso y Viña del Mar, con la participación en la Ciudad Jardín de autores de México, Colombia, Brasil, Alemania, Argentina y Chile. Un Bolaño muy festejado por académicos, cuyo discurso no compartía, críticos y amigos. Carla Rippey, quien hizo su primera portada para el libro Reinventar el amor, habló de la amistad con el autor bajo el título “Bolaño intimo”. El escritor chileno Roberto Brodsky analizó su obra en su conferencia en Valparaíso “Estrella distante: mil lecturas”.

Un reencuentro de la comunidad académica chilena de alto nivel con la obra del irreductible, irreverente e impío Bolaño, la estrella que se hizo distante para descender en Chile un día. Bolaño bajo el bisturí de la crítica docta, que lo disecciona una década después de su muerte. Él tal vez previó ese acto literario y legó sus cenizas al mar Mediterráneo, para que nadie pudiera tener en sus manos el cuerpo del delito.

Un autor no se agota en una nota salpicada de anécdotas, algunas observaciones puntuales, ni aunque dispongamos de las mejores intenciones.