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Autora de su último día

Cuando leo la noticia del suicidio de un escritor, se me atragantan las palabras. No me imagino la escena del “crimen literario”, es un acto que supera la imaginación, que supera la razón, que borra todos los sucesos anteriores de la vida, al menos por ese instante en que el cuerpo pide un último descanso.

Abundan los casos en la literatura femenina y masculina, y no voy a referirme a ninguno de ellos, siento que la palabra está de duelo. Manhattan el escenario, 2003 el año, en octubre el mes, una época que huele a orfandad, a espanto, terror, a indiferencia, a soledad en el desamparo absoluto de la palabra.

Cuando un escritor se suicida se siente crujir la imaginación, se le roba un ala al viento, se apagan las velas en algún cumpleaños de la vida. Alguien que ha estado juntando, ordenando palabras durante toda su vida para darles vida, de pronto apaga su propia luz.

No es fácil acumular pruebas contra el suicida y menos condenarlo. Sus razones tendría al cometer un “crimen tan horrendo”. Él mismo pudo delatar al culpable. Algo más poderoso que él se lo impidió. Y uno llega a la conclusión que fue la poderosa mano de la propia muerte. Un acto superior al propio asesino que es la víctima además. La “asesina”, escritora, había analizado el tema del suicidio en una novela, unos seis años atrás. A nadie se le pasó por la cabeza que se trataba de una confesión por escrito. Somos tan malos lectores. Ella, que había logrado un indudable éxito con el último regalo del tiempo, y otros relatos, supuso que la gente estaría entretenida en la historia de otros, menos en la de ella.

Un misterio la vida y más aun la muerte. Quizás en su defensa podría alegarse que no estaba preparada para seguir viviendo. Hay tantas coartadas para separarse del camino. Un escritor probablemente las conoce mejor que nadie. La autora de su último día escribió también sobre la vida de una mujer. Es decir, no escatimó esfuerzos frente a la vida. Hizo todo lo posible, al parecer, por documentar la vida.

Dejó pruebas, al menos registró la vida y la compartió con sus lectores. Esa es la ventaja de un escritor. Traducir la vida en más vidas que son la misma vida desde distinto ángulo. La literatura es vida, aunque se escriba de la muerte.

Carolyn Heilbrun era una conocida escritora norteamericana feminista nacida en Nueva Jersey, que firmaba como Amanda Cross sus novelas policiales. Es muy probable que sea esta última quien la empujó al suicidio.