Un premio para una ardiente paciencia literaria

Antonio Skármeta

Todos los caminos siempre condujeron a Antonio Skármeta. El Premio Nacional de Literatura de Chile tiene una estela de tradicional oficialismo, aunque en ocasiones salta la liebre inevitablemente del sombrero del jurado.

Me dio pereza anunciar al ganador una semana antes sobre este tema que tiene mucho de parroquia, de consagración de los últimos días, una jubilación nunca precoz, un trofeo monetario más ansiado que la propia gloria literaria.

 

Lo que nos decía Mariano Aguirre

Qué pobreza la de nuestro gremio becado hasta que el cuero aguante, aunque advierto que este no es el caso del ex embajador de Chile en Alemania, profesor universitario, becado en ese país europeo, anfitrión literario de la TV chilena y con un extenso currículum de premiaciones allende las fronteras (Premio Planeta) y en el patio. Lauros más o menos, un candidato meritorio al lauro de los lauros nacionales. Casi medio siglo de escritura ininterrumpida y en primera plana, con verdadero entusiasmo y éxito.

A Skármeta lo conozco desde que fue mi profesor en Técnica de la Expresión en la vieja Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile. Un tipo sin corbata ni etiqueta, muy relajado, practicaba un poco la filosofía de la película La Sociedad de los Poetas Muertos. Venía de Columbia, Nueva York, a una sociedad provinciana como Santiago de Chile, un valle enclavado frente a la majestuosa e imponente cordillera de los Andes, filtro natural del aislamiento chileno. Por esos días recuerdo a Mariano Aguirre, un apologista incansable de su obra en el Pedagógico, nos comentaba a diario como en un libreto de cine íntimo sobre este nuevo narrador que se levantaba a pleno pulmón frente a los muros cordilleranos. Le seguía la respiración al entusiasta, incipiente cuentista de ese entonces que venía irrumpiendo. Sabíamos que alguien se debatía día a día con sus personajes e historias que le ilusionaban para crear su propio mundo. Había un escritor vivo y coleando dentro de la pecera de su imaginación.

 

Venía del Norte

Skármeta buscaba historias y lenguajes en las fiestas adolescentes del Pedagógico, compartía ambientes y dialogaba con los estudiantes, construía sus juveniles y entusiastas personajes en una época iniciática. Una voz nueva en el mejor de los mundos democráticos y de transformaciones se erigía, según los críticos, en la nueva narrativa chilena de mediados, finales de los sesenta, en un Chile en plena efervescencia política. Traía este autor lecturas norteamericanas, atmósferas de Saroyan, Kerouac, Salinger, Saul Bellow. El mundo de Skármeta mezclaba sabores, olores y dolores de los sesenta y tanto con su desplante adolescente, una época muy libertaria en Chile, que desembocó en un triunfo popular en las urnas con repercusión mundial y acoso sistemático del gran capital financiero y transnacional. No podemos inventar otro marco histórico, sería un abuso de olvido y un acto ilícito contra la memoria colectiva. Después vendría el terremoto político, el último canto del cisne popular del siglo XX, ahogado por la sedición financiera, la derecha local y los militares.

 

Soñé que la nieve ardía

Como muchos chilenos, el autor de El entusiasmo, Desnudo en el tejado, El ciclista del San Cristóbal y Tiro al blanco se exilió, primero en Argentina y luego en Alemania, y su literatura caminaría con zapatos nuevos, como ocurre a lo largo de la historia de un escritor, de los cambios de época y los nuevos tiempos, hasta que se instaló nuevamente en Santiago de Chile, con otra historia a cuestas en un país nuevamente en ebullición y en búsqueda de su destino. En Argentina escribió Soñé que la nieve ardía. Es la etapa del exilio donde se suceden nuevos libros: No pasó nada, La insurrección, Ardiente paciencia, su novela prima según algunos críticos...

En 1989 regresa a Chile, a continuar su nueva etapa literaria, el retorno a un país al borde de un cambio, país con el cual siempre se ha identificado este nieto de inmigrantes yugoslavos, nacido en Antofagasta, norte de Chile, y de vocación cosmopolita.

Los días del arcoíris (2012), la novela del plebiscito como se le conoce, la caída de Pinochet, pero no el fin de la dictadura y sus leyes antidemocráticas, encierran este nuevo momento del Premio Nacional de Literatura chileno. Estuvo hace unos meses en Panamá contándonos la historia detrás de la historia. Hay otras novelas del autor, más de diez en total a lo largo de su carrera, pero no se trata de una maratón literaria, ni de sacar cuentas alegres. La literatura no se mide por metros. Léase Juan Rulfo.

 

Exilio y retorno, desnudo en el tejado

La antesala al Premio Nacional, la presentación de los candidatos, los dimes y diretes hasta el final del certamen, las deliberaciones del jurado y la crítica posterior, son los momentos cumbres del mayor suspenso literario en Chile, evento mezquino, cicatero, que ocurre cada dos años. Esta vez no fue diferente y después de las deliberaciones consabidas, revisión de hojas de vida y méritos de obra, cuatro de los cinco votos fueron para Skármeta con una abstención. Trascendió que el poeta Oscar Hahn, ganador del premio anterior, votó por Diamela Eltit, quien había pedido que no la presentaran, aunque se sabe que los candidatos al nacional no requieren de ese trámite oficioso e intimidatorio. Hahn adujo que no había ninguna mujer y la verdad es que Diamela Eltit tiene méritos de sobra para ser premiada. Lo importante es que el poeta de Versos robados puso su pica disidente en el Flandes literario.

Es que hay un historial importante detrás del Premio Nacional, como suele ocurre en este tipo de torneos tan deseado por quienes se dedican al inefable oficio de las letras. En el desván de los imperdonablemente olvidados están Vicente Huidobro, Enrique Lihn y Jorge Teillier. Está el olvido del olvido, Gabriela Mistral, quien obtiene el premio seis años después del Nobel. Gonzalo Rojas recibió el Nacional 23 años después que Parra. Y están también los premios a los ilustres desconocidos que avergüenzan el premio. A Pablo de Rokha le dieron el premio tres años antes de que se suicidara. (En ese velorio me encontré con Skármeta saliendo de la Casa Central de la Universidad de Chile y yo entrando. Nunca vi a De Rokha más solo que esa su última noche solo en la oscuridad.) También los jurados y gobiernos dejaron morir a Moisés Filadelfio Gutiérrez Gutiérrez, es decir, Rosamel del Valle, un poeta que no requiere presentación dentro de la poesía chilena y latinoamericana. Gajes de este oficio que no tiene apelativos. En este ámbito insólito Bolaño también se lanzó a la conquista del Premio Nacional, poco antes de morir. ¿No confiaba en su obra? ¿Le preocupaba el futuro de sus hijos o la inalcanzable gloria chilena? Isabel Allende, indiscutida best-seller mundial (más traducida que Condorito) viajó y viajó al país de nunca jamás hasta que conquistó el codiciado lauro, a pesar de que había pedido que no la postularan. “A ellos podrán no gustarles mis libros, pero a mí puede ser que tampoco me guste Kafka”, dijo en relación a sus detractores, entre los que destacaba Roberto Bolaño. ¿El Premio Nacional de Literatura es kafkiano?

 

¿Qué es un premio nacional de literatura?

Los expertos deben saber qué es un premio nacional de literatura. Las opciones son muchas e infinitas. Cada escritor sabe también, o debiera saber, dónde le aprieta el zapato y hacia dónde dirige sus pasos.

¿Un premio para hacer la historia de la literatura chilena? / ¿Una condecoración a la obra de una vida? / ¿Exorcismo literario para premiar al mejor? ¿Una tradición? / ¿Una carrera de galgos suizos? / ¿Un trofeo para campeones escogidos? / ¿La maratón de un escritor? / ¿El sueño inconfesable del escritor chileno? / ¿La cereza del gran pastel literario? / ¿Una carrera de obstáculos? / ¿La danza de los lobos? / ¿La consagración de una vaca sagrada? / ¿Una vitrina para la posteridad? / ¿El salto del ángel? / ¿Un viaje al país de nunca jamás? / ¿La última chupada del mate? / ¿El premio de la Dulce Patria? / ¿La gran lotería nacional?

La frase que encierra los méritos del autor la dijo el presidente del jurado, el ministro de Educación, Nicolás Eyzaguirre: “Su obra llega mucho más allá del país”. ¿Hasta dónde, me pregunto? ¿No bastaba con el encierro de la cordillera de los Andes, el mar y el desierto de Atacama?

¿La literatura tiene una vasta, inconmensurable geografía?

El jurado en su conjunto argumentó para premiar en esta oportunidad: “Considerando la trascendencia de su obra en distintos géneros narrativos, la difusión de su obra por distintos medios, como el cine, la ópera, el teatro, la música y la literatura e idiomas”.

La noticia del Premio Nacional de Literatura ha quedado encerrada entre tres paredes, el premiado y los dos más firmes competidores, Pedro Lemebel y Germán Marín, dos prosistas outsider a pesar de que ambos son conocidos y el autor de Tengo miedo torero ha impuesto su sello e identidad desde la marginalidad. Marín, un autor de culto y oculto, incómodo, del pospinochetismo, se declaró antes de la contienda como un eterno perdedor. Un narrador que ingresa en las fauces del poder: Historia de una absolución familiar, integrada por las novelas Círculo vicioso (1994), Las cien águilas (1997) y La ola muerta. Lemebel, a su manera, había expresado: nunca fui reina de ninguna primavera. Marín, antes del escrutinio final, votó por Lemebel, pero la suerte estaba echada como una moneda casi con dos caras. ¿La efigie oficial se repite como una maldición egipcia?

Son estos preámbulos, interioridades, algunas brusquillas verbales, las disonancias, palabras sin filtro, amenidades, las que ponen sal y pimienta a una premiación que no pareciera tener repercusión internacional, cuando el ganador es un reconocido escritor en América latina, Europa y Estados Unidos. Il Postino, El Cartero de Neruda, un filme sobre su obra, le puso en órbita con más de 25 premiaciones. Pablo Neruda es el personaje central de la novela de Skármeta Ardiente paciencia, que le promovió internacionalmente.

 

Neruda viviéndose

Neruda parece un talismán para algunos escritores desde Parra a Isabel Allende, pasando por Edwards, Skármeta y el propio Bolaño, que le criticó severamente y también elogió lo que él consideraba su gran obra. (A cuatro décadas de su muerte, el fantasma de Neruda es real en la literatura chilena y allende sus fronteras. Es un icono que la muerte recrea con persistencia y sigue agitando sus banderas.)

Novelas, cuentos, obras de teatro, cine, periodismo; ahí está el escritor, su obra y su tiempo. Son los lectores los que siempre tendrán la última palabra. Esta vez no será una excepción. No hay posteridad sin lectores.

 

Epilogando el post Premium

No nos olvidemos de que Claudio Giaconi escribió La difícil juventud. Los detectives salvajes se quedaron también sin el premio oficial. La cicatería del gobierno militar, ajeno a la cultura, instituyó el premio bianual. Una vez un narrador, otra un poeta y viceversa. Los prosistas derrotados deberán esperar cuatro largos años para el próximo torneo. Esta es la hora en que comienzan a afilarse los colmillos poéticos y a barajar nombres para 2016. La poesía chilena es la reina de las letras de Chile. Todas las primaveras y oscuridades para la poesía. Se afilan hachas desde el amanecer. Las cartas del Tarot revelan nombres. Revisión de currículums e historias, biografías, logros, méritos varios, peculiaridades, innovaciones, lenguaje, yo soy el que soy (si supieran que no aparezco en ninguna antología de la poesía chilena, por omisión, ausencia debida, por joder, dirán algunos).

¿Cuál será el último de los mohicanos de la poesía chilena escogido para el gran premio? Aún es muy prematuro, Arturo Belano. Se preparan las antologías de toda una vida, la artillería pesada y la caballería montada en los lobbies. Celosos guardianes de las obras, editoriales, cofradías secretas de amigos del autor, contactos universitarios, académicos, duendes de las movidas, nada ha de faltar de remover para ganar el apetecido lauro, la bequita de la jubilación hasta que la muerte nos separe.

¿Qué dirá la Sociedad de los Poetas Muertos? ¡Carpe diem!

El Bolaño mexicano debe estar diciendo, bajo las aguas del Mediterráneo, escriban, pinches cabrones, no mamen, buey (güey o wey), hagan su obra sin mirar atrás como si no existiera más que el horizonte siempre distante y para conquistar.