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Virginia, vírgenes son los poetas inéditos

Estimada Virginia:

Soy periodista, escritor, poeta, ensayista, conferenciante, y vivo en un circo pequeño donde le agito las alas al viento. Hace unas semanas vi su anuncio en un portal. Dije, ya le escribiré, cuando se recupere un poco de la avalancha de solicitudes. Son tan incautos los escritores, creen aún en los editores. Yo los adoro por su falta de olfato. La lista es enorme, Joyce, tal vez con algunos récord y la Biblia se escapó, porque es anónima. Las editoriales con su neo-propuesta banal de la literatura global, ha transformado en pordioseros a los escritores.

Ya ve, intento una carta desprejuiciada, y voy camino a la crónica. Estoy trabajando dos libros: una novela, ya en 460 páginas, y uno de crónicas, que tendrá 300 páginas más o menos. Narración poética, el otro periodismo y literatura. Me consagro al lenguaje que lo recicla todo, lo descontamina, oxigena, y le braguetea el alma al lector. Una morosidad pervertida, a veces, pero siempre la aventura, la lúdica esperma de las vocales. Yo escribo esto, Virginia, y no soy yo:

Mazorca de boleros desgranándose

Y la mazorca de las letras sigue desgranándose en el 2005. Guillermo Cabrera Infante es el nuevo difunto en Londres para una Habana que él amó como una mujerzuela inocente a punto de desflorar cada día y manchar en la solemnidad de la alcoba callejera. Se calzó La Habana durante 40 años con sus noches, y le bragueteó la vida dentro de sus columnas, en la humedad que arroja el malecón y la convierte en un bombón del Caribe. Negra, mulata, chocolate, la ciudad se construyó para ser amada, en la imagen desnuda de la inocencia, sobre su mirada impúdica, dentro del huracán que la habita y sostiene. Nos vivió y revivió la ciudad, el mito de la sangre en carne propia, porque este Infante ya vivo, ya difunto, se mudó con su Habana a Londres, y la lleva en su vacilón hacia donde quiera que esté ahora. Era su Dublín, Nueva York, París, la ciudad sin paredes, llena de oídos, música, cuentos, sudor, pasión. Se le detuvo en el tiempo La Habana, que no deja de ser lo que es, hasta para quienes no la conocen y más para aquellos que la dejaron obligados y ya nunca encontrarían un segundo amor. Supo documentar el sabor y la intimidad cubana, viajar por dentro de sus arterias, el humo, la sangre, y ser carne entre venas y grasa, la manteca de una noche a punto de freírse. Fue otra cosa en el exilio y no se instaló en Miami. Se llevó su Pequeña Habana en el corazón, en el humo de su tabaco, en la solemne actualidad de sus invariables días, porque el amor a veces es una cruel lejanía. Dibujó en la palabra gaseosa sus amores, en el vapor bautismal sostuvo la raíz de su verbo. Él, barroco en el barroco, soñaba su literatura real en el arte de la palabra y sus juegos múltiples. Bailó al son del caracol adjetivado en La Habana. Fue todos l os boleros, el bolero melodioso, el Bola de Nieve del lenguaje habanero de La Habana eterna. Sí, la musicalidad del pase adelante caballero, qué mulata, hermano, si va para el cielo y no necesita nubes o el secreto a voces de la noche tropical arrastrada en el hilo agónico, festivo, novelesco de sus cuerdas bucales. El Tropicana con sus escenarios flotantes, mesas redondas, acinturadas, mulatas robadas al deseo, programadas en la virtud del vicio consentido, diosas para pecar. El odio está también contenido en lo que se ama, en el recuerdo vivo de lo que no se puede tocar, acariciar, palpar, sentir, vivir, respirar y sólo se sufre por ausencia. Exilio que un corcho flota y las manos regordetas hunden. Tal vez así fue su agitada respiración en las últimas semanas. Sentado frente al umbral del adiós. El mar, el mar recostado con sus grandes caderas, flujos y reflujos, ojos Caribe sobre el desnudo ventanal de Londres, compartiendo la neblina, el reflejo de la vieja última sombra personal. La cama es hielo fantasmal, yeso que se pudre en la retórica de la muerte, el reino de Gran Bretaña le incinera el presente, pero La Habana seguirá siendo su porvenir. Así se fue, siento, su partida, con su cuerpo desvencijado, en el agujero del pecho, un ronco silbido de pájaros sin cabezas aleteando en el espeso paisaje de la mañana final. ¿Una ciudad se vive una sola vez como la muerte? Somos un mar de interrogantes, Heráclito, y sudamos un millón de veces, por y con ellas. Forma parte ahora junto con José Lezama Lima, Alejo Carpentier, Eliseo Diego, Nicolás Guillén, parte esencial de lo cubano, en lo real maravilloso doblemente barroco, algo muy de esa isla caribeña, una mirada de caimán por la geografía de la poesía, la voz esencialmente cubana. La ciudad contravía, a 90 millas del norte, algo estacionada en la memoria de los finales de la década del 50, sobrevive a sus encantos, la magia, debilidades, y sus viejos edificios frente al mar inmutables recogen también un nuevo tiempo. Cabrera Infante pagó el tributo de amar La Habana por sus cuatro costados y le fue fiel hasta sus últimos días, como un amante verdadero, dolido, deshabitado y se la llevó en el viento de su pantalla. Fue un cinéfilo a tiempo completo y tal vez ya esté sentado en la butaca frente a la película que desea ver hace años. Algo de eso habló en una entrevista: la obsesión por la caída de Fidel Castro. De hecho ocurrió, sin mayores consecuencias que un par de fracturas. El Comandante pareciera ser un Quijote en estos 400 años cervantinos, a prueba de molinos de viento, y se transforma en Lázaro ante el verbo lúdico de un viejo camarada, que como tantos otros desertaron de la Revolución. Cada uno en su Rocinante, en algún lugar de Cuba, caribeños caballeros, con sus armaduras que el tiempo va venciendo, entran en sus posadas, va amaneciendo, Sancho que no deja de comer frente a las estrellas atravesado por el porvenir. Una Isla, Una Isla, Sancho, deja de comer. Crecían como hongos los cabarets en los años 50, las plumas del culo de La Habana eran visibles en las noches de fuego y juego, visiones que llegaban a Nueva York y Hollywood también se inspiraba en el naipe abierto de la ciudad. Hijo, Cabrera Infante, de fundadores del partido comunista cubano, vaticinó motines y saqueos. Los peores vistos e imaginados, dijo, en las épocas de Batista y Machado, en La Habana, con la destrucción de los lujosos hoteles españoles y canadienses, una ciudad después de un huracán, tornado y tsunami, que flota sobre un cañaveral alquilado. Los epitafios suelen ser tan lúcidos como innecesarios. Tienen alma de niño, no sé, se siente n eternos como los doblones de oro. Viajan con el muerto, lo sobreviven, le recuerdan que está bajo tierra, pero vive en los corazones de sus deudos. Son tan eternos como la palabra mierda. Murió de septicemia y su esposa, la antigua actriz cubana, Miriam Gómez, maldijo la infección que cogió en el hospital” de Chelsea and Westminster, donde fue ingresado en un primer momento. “Estaba desesperada por sacarlo de allí. Ese hospital es un asco, un horror, aquí no limpian los hospitales, dijo. Su último escrito fue el libreto del filme The Lost City, con pasajes de su novela cumbre Tres tristes tigres, que se estrenará en septiembre bajo la dirección de Andy García y con una breve participación en la pantalla, de Dustin Hoffman. ¿Cuál habrá sido su último trabalenguas? Había una vez una lengua que destrababa una hermosa ciudad en las noches perfumadas del Caribe, sus pilares la sostenían frente al mar, reencuentros tibios, furtivos, con esa carta que son todas las barajas bajo una misma manga, nuestro perdido as de corazones. Voy yo iba ella él en ese entonces viajando volándome frente al Malecón mirando con su aire vista al mar moviéndome como ahora amorosa mía, Habana, déjate amar, chica. La Ninfa inconstante es su trabajo inconcluso. Trabajaba en él desde hace casi una década. Un amor, decía, más allá del recuerdo, como La Habana, seguramente. Cabrera Infante nos cedió sus derechos para seguir amándola.

 

Se busca un poeta

Y esto va para largo, Virginia. El texto anterior es el tono del libro de crónicas, que maneja diez ganchos para atrapar al lector, hundirlo si es preciso en una ciénaga, asfixiarlo, para regalarle un caramelo, que él mismo sabrá ganarse y ampliarse con el correr de las páginas. Es prosa poética, con poesía, canciones, cuentos, el escenario global, toda la contaminación de nuestra época, el periodismo, homenajes a los escritores, la palabra: nuestro tiempo, el inquilino de la Casa Blanca, norte, sur. Es una pantalla del cine mudo, Virginia, con y sin sonido, To be continued.

Las páginas de la gran prensa caen como ese papel higiénico que usan los hipopótamos. Pero ahí está instalada la recicladora para que cada lector la use, cuando lo considere necesario. (Usted no sabe cuánto placer siento en dirigirme a una agente literaria. Cuando deje de escribir, me dedicaré a ese oficio y no tendré compasión. Se lo aseguro. Uno de mis lemas: No escriba poesía, se acostumbrará. El teatro es una mascarada. Pondré esos avisos tipo oeste: Se busca un poeta, vivo o muerto.

Los poetas, Virginia son culpables de tantas e inconfesables cosas. Las estúpidas dictaduras los creyeron importantes y los prohibieron. Los emperadores fueron más listos, se asociaron a su voz y palabra. Ser poeta hoy es un complejo de inferioridad. Ver la realidad al revés es una soberana tontería. El mundo es lineal como una manzana podrida. Yo prefiero las curvas del Paraíso que nos trazó Eva antes de dejarlo.

La poesía hoy es abandono. Vive modestamente en un cuartito de provincia. Escribe por las noches, casi sin luz. Es inmigrante, indocumentada. Una putita casi lésbica, algo alucinada, por irresponsable. No sabe ubicarse. Es tímida, sugerente, hermética, pero cuando se lanza en su eroticidad, se transforma en una sutil striptisera de la palabra.

Esto lo acabo de escribir porque odio a la poesía y los poetas, tienen demasiadas alas y son pájaros de mal agüero en las librerías: no venden.

Una parte del cuerpo y de la especie humana pareciera no poder vivir sin algo de poesía en sus carnes y espíritu, en la corporalidad esencial de su humanidad. O legítimamente, en el cuerpo cotidiano de las cosas. Es el recurso del gesto, guiño, la otra voz que aún es alquimia y lenguaje, ilusión, otra mirada de la vida.

La poesía tiene tantas definiciones como indefiniciones, es la palabra más contaminada de lo nuevo, sorprendentemente innovadora, comunicación y lenguaje, cuando es verdaderamente poesía.

 

Por amor a la palabra

Palabra universal e intraducible, el poema. Sin embargo, responde a los mismos resortes universales en cada época, al sentimiento mayor, único de la humanidad: el amor.

Se escribe por amor y amor a la palabra, al otro, a la vida.

La poesía tiene un listado innumerable de temas desde la palabra fundacional, avisada en la remota memoria de los tiempos, en la pausa de algún mar, detrás de la noche de un imperio en expansión, en la casa habitada por la poesía. Amor, muerte, política, temas sin época, ni tiempo, y ahora la poesía nada ante la consagración de la banalidad.

La frase más desgarradora, patéticamente poética, sublimemente erótica, sensual, prisionera en la audacia de sí misma, me la dijo una Mujer-Poema: “Qué quieres, estaba hambrienta de poesía”. Pensé, lo dijo todo, y más allá de esa afirmación, sólo el lenguaje, lo que anilla en la convicción del verbo. Definió el paisaje íntimo, visceral, la razón de ser de la poesía, un viejo apetito ancestral incubado en la caverna, matriz de un espíritu vivo que ama lo bello y se deja seducir.

La poesía es seducción de los sentidos, y en este caso la mujer es un animal de múltiples recepciones y posesiones, y en ellas cabalga(mos).Lucidez y privilegio de quien escucha y es caracol en el oído de la poesía.

¿La poesía es hembra o no tiene sexo?

Lo que sí marca esta nueva era, la centuria 21 que nos ha tocado, es que nos toca seguir viviendo dentro de la nuez global que se deshace en las manos de una ardilla, y en pasarela, el show continúa en un escenario circular, de goma de mascar, elástico, pegajoso, estólido.

Hoy muy pocos avivan el seso y despiertan en medio del cloroformo del mundo virtual, el inmenso mar de la estupidez. Es un magnífico altar creado a la diosa banalidad.

La poesía es un raro lenguaje, un objeto aparentemente inútil, mercancía en desuso, y su palabra es contrabando, un producto innecesariamente valioso. Los estantes de las librerías reciben el producto libro poesía con cierta vergüenza, algo de dignidad mancillada y un vendedor se cuida mucho de ofrecer a alguien poesía, no lo vaya a ofender en la ridiculez de los tiempos.

Los poetas actuales parecieran condenados a globalizarle después de la muerte. El mundo virtual los borra. Es casi ridículo leer: Diario de un poeta. Crecen las listas y redes de una poesía espontánea, íntima, personal, en el mal sentido de la palabra, porque no recoge la voz del otro, y se hace ripio, una extraña gelatina sin forma ni luz. El auge de lo visceral, espontáneo, el aire enrarecido que nos hace respirar la globalización desarticulada, en la voz de los muñecos doloridos de la poesía. Son fragmentos de heridas, traumas cotidianos, riñas de parejas, dolores intrascendentes, chismografía personal, biografías sin historias, observaciones periféricos en torno al propio ombligo. Ya lo dijo Ezra Pound: la poesía es el lenguaje cargado de sentido. Es más que una frase bien lograda y yo diría que define esencialmente lo que debiera ser la poesía en todo lugar y tiempo.Trabajan la respiración falsa del maniquí, el gesto desarticulado de su árbol genealógico, un cuerpo inanimado, y aun ahí la poesía tiene espacio para reavivar un corazón muerto.

 

La poesía, voz de la tribu

La poesía no es vitrina de su propio espanto, ni falso o cómodo espejo, de lo que no se tiene, ni puede reflejar en palabras. Algunos, optimistas, se apoyan en la miseria, en las desgracias, infortunios, desajustes, perturbaciones, alucinaciones, en la tragedia personal o bien apuestan a lo insólito, y la propia poesía carga con todos sus escombros, hasta con el mismísimo plagio, el peor de los disfraces de la palabra.

Dije en el pasado que la poesía estaba en bancarrota, que se soñaba a sí misma tal vez como una loca en el ombligo de su propia soledad, sobre la azotea de un edificio de cristales que miran el mar con sus cabezas de cisnes dormidos en el aire. ¿Se agacha el verso en el aire o crece? Pueden caer las cabezas de las mismas golondrinas en pleno vuelo, y el verano continuará invicto. Es lo que debe hacer la poesía en todo tiempo. La palabra verdadera no tiene estaciones y la tribu sabe descifrarla, aun en tiempos verbalmente desmantelados.

La voz oficial siempre tendrá sus poetas oficiales, la vocería huérfana, la orfandad del vacío. El discurso del verbo mediático, desamparado. En eso, la historia se repite con algunos matices que siempre van a dar a la mar, que es el morir de alguna manera. Urracas con sus desalentadores ruidos, seleccionan sus porquerías en el basurero global, y las confunden con perlas. La poesía seguirá siendo un taller en la alcoba personal.

Los poetas nunca han vivido en un Paraíso, ni siquiera en una república. En mi caso, en una Aldea sostenida por palabras.

Se ha inventariado tanto el horror, que da miedo que siga siendo el mismo horror de ayer y de hoy y de mañana y de siempre. Nunca no es nunca, esto fue hace sesenta años, durante la Segunda Guerra Mundial, y el mundo, ocupado en la conflagración, se hizo la vista gorda durante el Holocausto. Las dos palabras: solución final, no fueron una solución, ni el final. Dijeron que no se escribiría más poesía después de Auschwitz. El horror se pasea en pleno siglo XXI por el mundo, como si nadie lo reconociera, en su performance de cristal en la hiel, y tiene ciudadanía global.

 

No seré invitado

Sigamos Virginia, esto es como un vals en el Danubio azul, vea el color. Pero la realidad es otra. Repóngase de su vendaval y conversemos de algunas cosas. Tengo algunos textos que quizás pudieran ser útiles. El libro de crónicas, es lo que hoy se vende junto a la novela, deseo lanzarlo en la Feria del Libro de Panamá. Chile es el país invitado. Yo soy chileno y el único escritor de ese país en Panamá. Inédito, con premios y un vasto vitae profesional. Sé que no seré invitado.

Escribo todos los días sin barranco. Hay mucho que decir, pero es suficiente por ahora. Mis respetos y deseos de éxito. Que encuentre el libro buscado para editar.