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“Perro del amor”, de Oliver WeldenPerro del amor

Qué será de la vida del poeta Oliver Welden, que una tarde de la primavera nortina viajó hacia Estados Unidos, para confundirse con su propia historia y esfumarse, para nosotros, sus amigos, compañeros de viaje, en esta ruta de la diáspora silente disparada a los cuatro puntos cardinales, sin asco, sin piedad, ni medida, ni clemencia, como en el bolero peruano.

Tengo en mis manos su libro Perro del amor, publicado en 1968, Premio Nacional Luis Tello de la Sociedad de Escritores de Chile, y leo en él una poesía trascendentemente coloquial, humana, de aquello que se anida en la memoria y cuyo paisaje tuvo un costo para transformarse en experiencia.

Poesía de las cosas, objetos, de la vida diaria, de la palmada a lo cotidiano, sin ofuscaciones, con el matiz de la experiencia transfigurada, que es en buenas cuentas la poesía cuando es verdadera.

Welden nos regala poesía “de la buena” y la pongo sobre la mesa más de tres décadas después, porque nunca es tarde cuando la poesía nos pone a experimentar cosas nuevas por más viejas que éstas sean.

Poesía del siglo XXI, quizás, las vivencias de un poeta en el norte de Chile, entre desiertos y playas siempre en primavera, cálidas, como Arica, en la frontera. Sobre todo, cuando nos dice en “Advertencia”:

Érase un hombre solo,
Demasiado solo;
Cuando sentado en el baño
Dejaba correr el agua
Para escuchar su sonido;
En su oficina de correos dialogaba
Con las cartas y en sueños
Visitaba a los destinatarios. Falleció
La primavera recién pasada:
Al cajón le ajustaron las manillas por dentro
Para que esa mañana
Se condujera solo al cementerio.

Una advertencia válida, vigente, visionaria, porque este es un cambio de siglo donde el hombre conversa con la soledad universal de las computadoras en red o vagando por la tel(e)araña de la pantalla en un diálogo virtual y en off, sin el tú a tú con los olores y el paisaje que ve cada ojo disparado al azar.

Welden nos advierte, en el epígrafe introductorio de su Perro del amor, verso nerudiano, hacia dónde va, con un epígrafe de Bachelard: “La grandeza progresa en el mundo a medida que la intimidad se profundiza”.

Sabias, justas, hermosas palabras las de Bachelard y un llamado de alerta a las parejas, sobre la cual profundiza esta poesía de Oliver Welden, una y otra vez, como el péndulo oscilante del reloj que no se detiene.

Detalle, ironía, la pequeña gran pasión del uno y el otro, amor memorioso, instantáneo, fugaz, Welden trabaja con oficio su pequeña gran atmósfera sobre el misterio de la palabra y lo real. Veamos en “Me hubiera gustado quedarme aquí”.

Una canción de boda compuesta de aire inmóvil,
De tierra seca, para darte una nueva dimensión
De amor, deposito en un embudo de papel
Por la cerradura de la puerta de tu casa, mientras
Me vuelvo viejo regresando a mi polvo y a mi noche.

El poeta hace su oficio, no malgasta palabras, y las devuelve como un bumerán sobre el lector para que las encaje sobre un rompecabezas, donde su interpretación es muy personal e íntima.

Hacia ello nos convoca la poesía de Welden, sensual, íntima, coloquial con uno y el otro, trabada en su propia salsa, escurre de su único caldo posible, la relación personal, de la que nos hablara en su magnífico libro de igual nombre, Gonzalo Millán.

¿Por qué escribo de Oliver Welden si no sé dónde está y si aún existe?, podría preguntarse usted, querido lector, pero la respuesta resbala y no es cáscara de plátano: porque la poesía no pasa de moda cuando es verdadera y tocan a rebato las campanas de la vida íntima.

Él nos dice en “Vaivenes”:

Puede que haya pasado demasiado tiempo,
Más que el necesario,
Pero estimo necesario esperar todavía
el amaino de la resaca
Para amarrar mi cuerpo a la roca
Semisumergida,
Cerrar los ojos y abrir la boca
Y esperar, nuevamente,
A que suba del todo la marea.

Son tan sólo 7 poemas en la primera parte, “Cadáver con fruta”, seis en la segunda ybajo eltítulo “De un tiempo a estas partes”, y otros 11 que cierran el libro, con elenunciado de “La manzana del gusano”.

Perro del amor es un libro personal, el yo del autor, su pasado pesando en el presente inmediato, arrastrando la memoria con las vivencias del dolor, el gozo y con la ironía chilena que muestra los dientes sin que éstos se vean.

El amor inconcluso de la adolescencia y en cualquier época asoma en el texto “Autobiografía”, donde el desencuentro de la pareja es lo más real. Welden nos habla de la patética soledad, del amor y de la intimidad de la familia, esa especie de árbol genealógico del cual no podemos desprendernos, por un destino de pertenencia del cual no podemos escapar.

El poeta trabaja sus textos en torno a unas vivencias que pareciera se van heredando hasta llegar a él y la presencia de la paternidad dolida, cae “como tanto ídolo roto de esos años”.

Welden, en su poema “Las presas son”, con sólo nueve versos, en un lenguaje coloquial, nos muestra a través del nacimiento de un pollo nuestra similitud al nacer, signo de fragilidad ante el mundo, pero la anécdota poética va más allá, amparada por el humor cruel y del destino de la pobre ave, en que también suelen convertirse los humanos, con no poca frecuencia.

Se rompe el huevo y sale el pollo dando píos
De infinita imbecilidad, tambaleándose por el nido,
Hasta decidirse a decir mamá.
Mamá, ¿dónde estás? Tengo frío. Tengo hambre.
Y se fue bamboleando las plumas tiesas, buscándola.
Mamá, ¿dónde estás?
Alguien contó la historia al almuerzo.
Se rieron todos: se rieron mucho.
Me reí yo, con la cazuela en la boca y pregunté:
La mamá, ¿dónde está?

P.D. El tiempo es como un serrucho; corta los días, caen las estaciones y las hojas del calendario son hojas muertas, como si el otoño se repitiera. Los amigos son la memoria, el pasado que no cesa de hacerse presente, una muesca ligera del futuro por conocer. Las palabras son ese viento que sólo pasa y queda, las personas se llevan consigo sus trajes, el perfil de sus días, el humor, las propias vísceras. Welden Welden, una copia de su libro en los 70, la vieja edición Mimbre Tebaida, de Guillermo Deisler, que abre con dos corazones. El amor a boca de jarro como entrando a una duna sin fin en el desierto de la palabra agua. Así las personas desparecen, Chile país missing. Para el azar también está Internet, ubicua zarina global, trotaconventos, celestina del alma y del alba, divina señora de todas las catedrales, espejito mágico del porvenir. Y así sucede, como ocurrió: un mensaje de Oliver Welden desde Estados Unidos. Recordado Rolando Gabrielli. Si estás ahí contáctame. Cariños. Oliver Welden. El desaparecido gozaba de buena salud. A los minutos se puso al habla. El teléfono sigue siendo más personal, la voz. Y se vinieron 30 años de Chile, los amigos, los recuerdos, la voz apagada en el tiempo. El presente como una cascada. ¿Qué hacía yo en un sótano? ¿Me autotorturaba siguiendo la tradición chilena? Los caminos de la poesía son tantos y tan variados, como de la vida. Welden está en Tennessee, la casa de Elvis Presley. Cuida ancianos y escribe. Tiene un nuevo libro para editar que viene camino a mi correo, me adelantó: Oscura palabra. Ya está más claro todo. Se calificó de ermitaño. Un libro mío ganó un primer premio en Chile con el nombre Luz del ermitaño, que ahora se llama De estos y otros sueños. Los sueños van y vienen, como las palabras oscuras de los ermitaños. Dos ermitaños se hablan por Internet. La magia de la tecnología. Pienso en Elvis Presley y en La mujer que yo adoro. Un disco que bailábamos a rabiar en los años rocanroleros. Dejábamos los pies, el sudor en el aire, las piernas volaban, la risa y la vida en un solo cuerpo. Le dije que mi apartado está en El Dorado. No sé qué imagino, el nombre tiene historia, es un mundo, universo propio. Yo tengo en mis manos la primera edición de Perro del amor con sus seis fes de erratas, en las páginas 17, 18, 19, 26, 41 y 44. Pero además es un libro especial, porque está encuadernado al revés. Quizás eso hizo aparecer a Welden, que comencé a leerlo como si estuviera bien compaginado. La magia está en todas partes. Feliz cumpleaños, Internet.