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Truman Capote, por Andy WarholPeriodismo a sangre fría

La desinformación tiene escuela. En la falsedad de su espíritu, cohabita con los hechos y la verdad. Es una gran simuladora. Tiene pasta de la triunfadora, mueve su abanico como si el aire le perteneciera sólo a ella. Es una gran recicladora de hechos. Situaciones, información pasajera, y goza inaugurando escenarios que superan la imaginación y la ficción. Es la nueva realidad, la voz de los incautos, la patrona del deseo de muchos, administradora de causas perdidas, dueña viciosa de la ignorancia. Goebbels, voz, imagen, propaganda del nazismo, fue un maestro, padre de la desinformación: mentir, mentir, que algo queda. No el único, ni el último, sus discípulos informales y profesionales existen en todas partes del mundo. Desde seudorrepúblicas afiebradas en las sábanas de la corrupción hasta grandes voceros de los países más poderosos de la tierra. La mentira, la desinformación, es un capital, rinde tributos, afianza por un tiempo el poder y permite cumplir objetivos oscuros, fuera de la ley internacional o del propio país infractor. Es un respaldo al demonio que impulsa esos actos.

Requiere de un preparativo especial, único, y su condición es que se parezca lo más posible a la realidad. La desinformación es materia primera, no sólo un subproducto de los hechos, tiene fábrica propia, es más que la realidad, a veces, la realidad misma. Es una mecha que, una vez encendida, ya no se puede apagar. Se incuba en cuatro paredes, amasa en unas pocas mentes, adquiere forma, poder físico, verbo, potencialidad y se dispara en la confidencialidad del mediodía, y a esperar. Ya está en carrera. El receptor es el primero en creer en ella. La asimila y va regándose como el fuego en la yerba. Es la nueva realidad. Flamante, encapsulada, hecha a imagen y semejanza del deseo, de una política de Estado, una visión de conquista de lo real. La imagen digital con su eficaz repicar de campana global desde la sacristía a las catedrales, alcanzará el eco deseado del fabricante de la mentira. Y el mundo seguirá consumiendo esta sustancia pegajosa, maléfica, verdosa, biliar, pequeño engendro de un millón de cabezas, se anida como un chicle en la mente humana, en las instituciones que aprueban la verdad, en el gran carrusel de la palabra golondrina digital que no siempre hace verano.

La verdad, por humilde, acomplejada, falta de glamour, apoyo institucional, por ser tan incómodamente verdadera para los poderes fácticos, tarde o temprano termina por imponerse. Sale a la superficie como el iceberg, y van desenmascarándose las falsas sonrisas de las propias máscaras. Cae el telón, el viejo disfraz de la mentira, se descubre el uso artificioso de la gran utilería de la mentira. Los ejemplos son tan abundantes, que resultan ser una realidad paralela. La realidad tragada por la sombra, su verdadera esponja. Es una vitrina en cristal blindado la realidad, porque siempre se impone ante el dardo venenoso o la bala de plata que impulsa la mentira, el fraude, la trampa, el cuento. En algún minuto del día se deshace la nieve, el blanco se hace invisible, recobra todo el espacio natural sin tiempo, o quizás la realidad bajo la súbita nieve aparece y desaparece sin intermediarios.

Es una carrera de largo aliento, en el maratón mundial en que el mundo se mueve de Norte a Sur, Este a Oeste, sin brújula, sin un Norte definido ni un Sur satisfecho. Oriente y Occidente en una misma mecha y caldero. Mundo bizantino en estos tiempos. Tierra de nadie o de unos pocos. Se acuñan las frases, en el sentido de demolición, un pequeño dominó de fichas que caen y se superponen, sin ganadores. La mentira mediática sigue reinando desde la pantalla. Moldea a los jóvenes, a los sectores menos ilustrados e informados, a quienes no hacen un esfuerzo por traducir la realidad. Sin duda, el bombardeo y el tiempo dedicado al trabajo, para quienes lo tienen, no les permite, muchas veces, aproximarse a los problemas desde el fondo, viendo sus causas y consecuencias. Se está creando una deliciosa clase idiota, no pensante, monosilábica y tiernamente estúpida. No son palabras groseras, sino rigurosamente ciertas, ajustadas a una atmósfera de bobería en muchos hogares. La hipnosis del agujero negro iluminado que no deja ver el bosque, las candilejas permanecen en off, Carlitos bailando con su nostálgico paraguas, y un gran horizonte enfrente, como si un desierto se agrandara en el mediodía y nos comenzara a devorar como una aspiradora.

Los medios son también ese gran vacío, lo que se ignora, no se dice, calla, olvida a propósito. Se miente sobre la realidad y no precisamente en detalles, porque los asuntos de la guerra no son pecata minuta, y en esto, los más influyentes diarios de Estados Unidos, han cometido errores imperdonables por la gravedad de sus faltas. Inventar historias es uno de los actos más deleznables en la profesión de un periodista. No son los únicos, ni los primeros, ni los últimos, en hacerlo. Ganar lectores, influir, más bien torcer los acontecimientos, para ganar lectores, sintonía, audiencia y guiar el curso de la historia, de las batallas, las luchas políticas, la opinión pública nacional y mundial.

La objetividad per se, inmaculada, no existe en periodismo. Pero la verdad, aunque deban usarse varios espejos, debe reflejarse en todo texto, nota, historia. Truman Capote nos enseñó algo fundamental en A sangre fría: una buena nota requiere de investigación, paciencia, trabajo prolijo, de confrontación de datos, conocimiento a cabalidad de la historia basada en hechos reales, comprobados, inclusive las circunstancias, el perfil psicológico de sus protagonistas. Cinco años demoró en escribir ese reportaje literario escalofriante e inaugurar un nuevo periodismo. No se equivocó Capote, trazó un largo y seguro camino al periodismo moderno. Algunos medios reputados, muy influyentes en Estados Unidos y otros lugares del mundo, han olvidado las sabias enseñanzas de Capote. El periodismo trascendente, que rescata la historia y conmueve al lector, requiere de una sagrada dosis de poesía, lenguaje, toda la veracidad, como si quien leyera la nota estuviera frente a un espejo.