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Stop: Chile poesíaStop: Chile poesía

Lanzo una moneda al río Mapocho y sé que no me la devolverá. El río tiene aguas achocolatadas, sucias, no es un espejo. Veo su hilo grueso, pero no estoy allí. Lo siento crujir entre las piedras, su espinazo largo, dormido, herido. Le viene la primavera al río, menos agua, más sombrío. Río sombrero en verano, ardiente, menos cordillerano, lento, de aguas mansas. La moneda va en el aire, siento su silencio. Pienso que la verdad es una esponja que debiera absorber todo. Lanzar en otoño una moneda al río se puede confundir con una hoja dorada. El tiempo se dobla como un papel de diario y se guarda en el bolsillo trasero. Las noticias no duran nada, cada día menos. El hombre inventó la velocidad en este tiempo, para derrotar su propio calendario. La moneda va hacia el vacío y el río la espera inmutable. No sabe si será cara o cruz el primer contacto del metal con el río. La suerte se rifa a sí misma. El río me recuerda un largo sueño que no termina. La despedida en un andén desconocido. El río viaja más en el invierno que en el verano. La moneda no compra más que un segundo, el instante que dejará de serlo. El metal se irá sin sonar en el río. Una moneda que se gasta en el agua. La mano es el último contacto de intercambio para lo que fue creada. Se desprende del mundo que le asignó una función y lugar. Dejará de tintinear en un bolsillo, ser moneda de casino circular en un monedero de bus. Llegará más lejos en el río que en mi bolsillo. La primavera cuenta sus primeras monedas en el brote de sus flores. Huele un nuevo tiempo, ya se puede lanzar una moneda al río. El tiempo, a la vuelta de la esquina, se deja ir en el río. La ciudad es un viejo patio, el lugar común de mis pasos, una calle que me recuerda el abecedario, la deletreo, nombro, e scribo en el pizarrón de clases. El Norte, la entrada a Chile, el Sur, un camino hacia el fin del mundo. Mi tiempo real lo ocupó el ombligo de su geografía, Santiago, el espacio vital de la memoria. Somos Sur simplemente. La metáfora de la S, Una Rompiente ruta de mar. Chile se atraviesa fragmentado en el aire de su espacio, copihue roto sangrante, rojo y blanco, la geografía Sur, eslabón perdido unido a América.

Somos el anca de Fresia e Inés de Suárez, las manos de Galvarino (un perro ladrando en la noche mapuche), las batallas de Caupolicán y Lautaro. La ignorancia de Almagro, la codicia de Pedro de Valdivia. La escopeta europea, blanca, cazando mapuches en la Frontera, la muerte que avanza en la noche india, el resto de nuestra miseria. Somos la geografía que no le concede centímetros al infinito. Se desmembra el país y hace mar Es fuga Sur. Somos nuestro propio olvido y no somos, ni nosotros mismos, ni otros, sino nuestros errores.

 

Donde las piedras hacen poesía

Un país donde las piedras hacen poesía y bajo ella nacen, crecen, los poetas de Chile. Stop, Chile Poesía. Norte y Sur, en el reloj de su Cruz / la poesía, manecillas de un metal ciego / puerta de arena / agua / el tiempo oxida la noche / la rueda gira / en el lejano Sur / el día olvida / y los días se acumulan en una vieja postal / Yo escribo mi futuro, que borra mi pasado / La ciudad tiene escamas poderosas / lentes de plástico / Nadie volverá a retratarme / que otros cambien de imagen / este paisaje no requiere del cristal / para ser visto, el sueño / la ventana azul de la memoria. / Una larga piedra lanzada al mar / Chile, el sol abierto de sus catástrofes / garganta de gorriones / no me asombres con tu mudez / yo te debo el grito helado de una madrugada / noches sin noches, el principio del fin / tantas horas muertas / el hilo de los días / Llueve en este calendario rojo / corre el agua, tal vez el olvido / La marea se recoge como un mantel / doy un paso al revés / nadie responderá / debió haber una puerta / aquí, donde el alba hiela la cicatriz / Suda cuerpo suda / alguien pagará esta fiesta.

La poesía respira. Usa snoquer, mascarilla de enfermera. Opera un verano y en la morgue recoge su cadáver. No muere. Se escapa del gusano, que no la deja ser mariposa. El poema vuela, cuando alguien lo lee. Las palabras que alguien ve cuando abre el libro dejan de existir cuando son leídas. Se instalan otras para un siguiente lector. Nunca dos lecturas fueron de un mismo río. El poema ejerce su soberanía, cuando alguien lo encuentra y lo lee, descubre, en una palabra. Es su momento de autonomía, plena libertad, gloria. El poema se compromete con la nueva mirada del lector y le otorga su tiempo para que haga su trabajo en solitario. Sólo hay entrega cuando el lector descubre la llave del poema. De lo contrario, el poema es una concha cerrada, ciega, hermética, se asfixia. La seguridad del poema está en la llave del lector.

 

Londres siete

Londres bajo la máscara,
su pálida fuente, jardín colgante,
qué rosas, qué buganvillas,
cemento no te arrodilles,
una luz de huérfanos
pálidos pétalos subterráneos,
Liverpool Street, King’s Cross,
el horror hiela las estaciones,
Oh rieles,
la sangre de Londres,
aroma de perros infieles,
un ladrillo para la dura muerte,
ay amapolas, lirios ciegos,
la vida es un folletín envenenado,
pasajero, la estación del muerto,
su traje nos habla,
habla y corrige los siete puntos cardinales,
La ciudad tiene rodillas blandas.
Julio es más cruel, engendra rojas amapolas,
La fría sangre del verano, los muertos callan.
La ciudad extiende sus sábanas rojas,
plumas que vuelan, señoras,
un sombrero cabecea entre mis manos,
dentaduras doradas, oh cocodrilo,
estas calles dolidas, fangosas,
conversa con mis sueños en un pub
de nalgas aterciopeladas, pelo de chamusquina,
Rojas flores artificiales,
aquí la muerte idolatra su escena, se pavonea,
y a Londres no hay quien le gane en tristeza.
Un pedazo de mierda vomita el Piccadilly,
las ratas viven sin colorete el sueño de Londres.
Londres ok, Londres one way, Londres 7. Stop.
Todos somos impostores vieja capital del capital.
La soga estrecha la cuerda del ahorcado,
mi casa arde en llamas y mi muerte agoniza,
payasos de mi risa, apláudanme,
el público vuela con mis carcajadas.
Escupe un verso para mí, Londres, digo,
la nariz rota, el gusano de oro muerde,
el cuerpo es un libro sin palabras
que el forense hojea.
Támesis, testigo de excepción,
te compro un boleto
con Alicia en el País de Las Maravillas,
until I find you.

Rolando Gabrielli

 

Chile remo, pétalo y espada, un copihue

Norte, Centro y Sur, desierto, valles y grandes lagos, volcanes, fiordos, selvas, caminos ignotos, Patagonia SUR. Santo y seña de la geografía en el poema, verso de mar y tierra, urbano. La palabra rueda el cristal oscuro de su sombra, la opacidad del sueño en el espejo y la memoria que lo cautiva en el recuerdo que es futuro. La palabra está atravesada a lo largo de Chile, remo, pétalo, espada, y es copihue. Poema ciudad, calle, individuo. Stop. Chile poesía. Luz roja / filamento nocturno / mi plaza pública / a ti te debo mi discurso / esta noche de caupolicanazo / A estadio lleno grito la palabra alma / dejo la lengua dorada de la serpiente / arrastra su larga cola / la noche de Chile / espanta desierto / memoria de lo prohibido / luz del nomeolvides / sube al trapecio estrella solitaria / más alto / más cerca de mi mano / el rayo / su luz / la cruz de un mudo silencio / Los cuerpos vuelan.

La vereda de Chile es larga. Un hueso de rocas frías. El que recuerda, luego existe. Memoria borra, borra la imagen del miedo y dolor. Alguien levanta una piedra. Alguien esconde una mano. Alguien cae al piso. Alguien sale corriendo. Alguien ya no estará con nosotros. Chile espectacular, noticioso, brillante: un sueño. De copas se va el país, champagne, vinos rojos y blancos. El tiempo se deja vivir. Alguien que ha muerto ya no nos mira. El día es un ratón cobarde . Un martes 13. / Bajo la escalera, / sólo los sueños se pueden extraviar / un gato negro prefiere el tejado / caliente de agosto / aullar la luna a las tres de la madrugada / el sol está dormido / una esquina, un balcón, la vereda / la noche es propiedad privada del amor.

La poesía es una caja de Pandora sin repuesto. La invención de un pozo sin fondo. La superficie tibia de la yema de los dedos. El resplandor de una luz que no sabemos a quién pertenece. El motor del tiempo acelera, desacelera, se ahoga, caes pieza metálica abandonada a tu propio olvido. País de nobeles poetas, o noveles poetas, noveleros poetas del Norte, Centro y Sur, con sus cajitas de Pandora viajando con la palabra bajo un gran laúd. La originalidad está debajo de una piedra a la vista de todos. Para ser original es necesario escribir bien poesía, no descolgarse con palabras que el autor cree originales, y más bien las mutila. Sin lenguaje no hay poesía. Sin poesía el lenguaje es un turista literario. Darío, Vallejo, Neruda, Whitman, fueron originales porque escribieron con un nuevo lenguaje. La Mistral, Huidobro, Parra, De Rokha, Rosamel del Valle, Díaz Casanueva, Rojas, Hernán Uribe Arce, Oscar Hahn, Rubio, Lihn, Teillier, basaron su originalidad en su manera personal de mirar el mundo, como los poetas predecesores, y en el uso particular del lenguaje. Manuel Silva y Gonzalo Millán, cierran a mi manera de ver, el original ciclo de la poética chilena. Seguramente se me escaparán algunos nombres nuevos y no tanto. Hay una rica diversidad poética chilena desde el siglo XX y no digo nada nuevo bajo el sol de la poesía. Algunas luciérnagas vienen con sus destellos, bengalas, simples fuegos artificiales, voladores de luces, ráfagas de neón. La poesía tiene luz propia, poetas, apaguen la linterna, vamos en un túnel. La luz viene opaca abriéndose paso desde el interior de la palabra y es el lector quien encenderá su propia lámpara. La palabra habita lo desconocido, es reflejo de su memoria, presente de su futuro, un pasado que la convierte en porvenir siempre.

 

Parra forever

Ya no volveré a ver, ni a conversar con Parra,
se puso metafísico y yo tendría que vivir
cien años para encontrarlo despierto,
junto al océano Pacífico y al inmortal Hamlet.
No me hago ilusiones, es un viejo shakespeareano,
un diablo vendiendo cruces y sigue rimando,
junto a su jardín, las palabras del Edén perdido.
Parra nos sigue tomando el tiempo, sin dar la hora.
Viejo Oráculo de Delfos, en un país de tuertos,
la poesía no es reina, ni tiene rey,
solo el verbo la corona en su laurel.

Rolando Gabrielli

 

La poesía tiene ombligo y corazón

Poetas que pisan el aire, etéreos, equilibristas del miedo, se bautizan frente al abismo, escalan en el juego de la noche, artificio, artificio de la media luna, fantasiosos ante el pupitre del viento. La farmacia tiene grandes bodegas y hay de todo, “como en botica”. Sigo creyendo que la poesía tiene corazón, más allá del equilibrio de las palabras.

La poesía tiene ombligo, un centro, y son las palabras las que sostienen el cuerpo. Pero el poeta no debe mirar su propio ombligo, porque su perspectiva será muy inferior al Oráculo de Delfos. La poesía es Utopía, no miopía. Quita luz a la oscuridad donde la sombra orienta a la noche. Ninguna sombra más real que la poesía y su misterio, la palabra. Todo día tiene un ABC, un pizarrón luminoso donde la profesora abre el tiempo de una mañana con las vocales. La materia poesía cuelga del suspenso de sus siglos sin futuro y la profesora comparte sus lecturas en una baraja de riguroso azar. El poema es un azar, antes de su realización y también cuando lo enfrenta un lector X. La sorpresa se va multiplicando y ningún saco debiera estar roto para la poesía. El poema se planta en la boca de la profesora y crece la voz de su semilla, cargada de palabras. Nadie aspira o respira más que el silencio del poema. No hay más centro, la palabra revolotea, mora en la memoria. Es el corazón de la madera. La superficie firme, limpia, hermética del acero. Al Sur del poema ocurre el mundo que yo vivo, describo. El poema ejerce sus convicciones básicas en la inmóvil noche de los tiempos. Se hace ciudad, camino, puente, pequeño reino. El poema es tránsito, un ejercicio en sí mismo, la vocación de su ser, un pequeño universo abierto a la exploración. Es tan hermético el poema como su sombra, y sólo filtra luz en sus palabras. El poema no se equivoca, sus palabras hablan lo que es en apariencia y realidad, lo que podría ser para cada lector. El poema no piensa por el otro, se presenta libremente para cualquiera. Es un acto solitario en sí mismo y se considera resuelto en primera instancia. Nada más redondo que el cuadrado de un poema, porque debe ser un círculo perfecto. Usted, amigo l ector, es quien debe cuadrar su propio círculo, el poema.