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Octavio PazUn día sin mexicanos:¿felicidad o pesadilla?

Y aún hoy es así en tres cuartas partes del planeta. Porque una nueva esclavitud laboral se ha erigido como norma establecida. Y pilar de una economía arbitraria, desnaturalizada, sin humanismo. Tantos años y vecindad, trasiego, cultura, trasvasije, una guerra, para no aprender nada, y eso va también para el filósofo Samuel Huntington.

Me pregunto si los autores del filme y Samuel Huntington leyeron El laberinto de la soledad, del poeta y lúcido ensayista mexicano Octavio Paz.

No pareciera. El mexicano está cargado de su raza, nos advierte Paz. Dentro de cada individuo que atraviesa la frontera y se instala al otro lado de sus límites, está su propio andamiaje, mitos, la muralla ancestral y la afonía de la soledad y muerte. En esa vasija se cocina lo anglo-azteca, y Paz habló de cosas profundas y puntuales en su ensayo hace 54 años.

Mexicanos y norteamericanos en Estados Unidos prefieren patinar en la resbalosa pista de hielo de las relaciones y el porvenir. El muro ya está levantado en la frontera, pero insisten en cavar un foso en la realidad cotidiana.

Cortar el césped, asear la ciudad, sembrar, cosechar, son labores primarias útiles, necesarias, siempre vigentes en cualquier sociedad. Seguirán existiendo, sin duda. En Panamá, los kuna cortaron el césped, limpiaron, hicieron la comida a miles de soldados durante casi un siglo en la llamada Zona del Canal, el más espectacular jardín natural de las Américas. Hay kunas médicos, abogados, sociólogos, profesores y poetas, pero no suficientes para mejorar de raíz su sociedad, su población. Se hace necesario aspirar a más allá. Debe haber estadísticas de los hijos de latinos (hispanos) que mejoraron esa condición. Las estadísticas deben ser generosas en este aspecto para ilustrar un cambio. Existen estudios que confirman que muchos hijos de latinos sólo hablan inglés, como una manera de integrarse a la sociedad norteamericana y zanjar cualquier división con el origen, el pasado paterno. Pero frente a esa realidad, crece un mercado latino, hispano, en medios periodísticos, y el castellano como lengua confirma y reafirma su vitalidad. El Instituto Cervantes en Manhattan es más que una edificación de tres mil y tantos metros cuadrados.

No necesitan los mexicanos ser conquistados o secuestrados por marcianos, a veces son extraterrestres, como otros latinos, sin piso, abandonados a la imagen global, acarreados como mulas, empacados en latas de sardinas, desayunados al amanecer. Son el pop corn en el mejor de los tiempos en esta película. La entretención mediática del olvido.

La película es más terrorífica, si en verdad se incluye el drama real de los Sin papeles, que no sólo son mexicanos y que viven una vida doblemente más miserable que los miserables que son mal pagados por labores agrícolas y domésticas. La humillación, la ausencia de piso, la angustia permanente, la doble vida, no tienen precio, porque es una muerte anticipada, y un despojo de lo más íntimo, la paz que debiera garantizar la vida de todo individuo.

Más que un largometraje, fue un cortometraje de ideas limitadas, por la ausencia de los temas profundos que agobian a los latinos.

Paz escribió El laberinto de la soledad tras una visita de dos años a Estados Unidos, que le llevó a reflexionar sobre lo mexicano como algo de vida o muerte. Paz despedaza y arma la mexicanidad como un gran ataúd vivo, lleno de olores, risas, complejos, fantasías, dolor, seres envueltos en un disfraz, como sostiene literalmente el premio Nobel azteca. Son seres cuya sensibilidad, enfatiza el poeta mexicano, se asemeja a un péndulo enloquecido.

Hace más de medio siglo que Paz trazó estos conceptos arrancados de la atmósfera de Los Ángeles, cuando recién vivían poco más de un millón de mexicanos, que ahora se estiman en unos 14 millones.

Paz nos entrega muchas pistas: “La historia de México es la del hombre que busca su filiación, su origen. Sucesivamente afrancesado, hispanista, indigenista, ‘pocho’, cruza la historia como un cometa de jade que de vez en cuando relampaguea”. Y Paz se interroga: en su excéntrica carrera, ¿qué persigue? Va tras su catástrofe: quiere volver a ser sol, volver al centro de la vida de donde un día —¿en la Conquista o en la Independencia?— fue desprendido. Nuestra soledad, apunta el poeta, tiene las mismas raíces que el sentimiento religioso.

Seres aislados, ensimismados, distantes, seres humillados en su autoestima, hoscos, desencantados, así nos pinta Paz lo que él vivió, casi vomitados por la garganta de la noche, los Sin papeles deambulan en las pequeñas sobras recicladas de un vago atardecer. No es con maquillaje de peluqueras que se acomodarán estos problemas en un carril constructivo, participativo de diálogo entre ambas culturas.

Compartir, convivir, no hay otra ruta que seguir viviendo juntos. Los sectores más avanzados, creativos, desarrollados intelectualmente, de ambos lados, anglosajón y latino, tienen una tarea formidable por delante.

En cambio, sostiene Paz, el norteamericano está en su propio centro, construido por él a su imagen y semejanza: nadie lo ha arrancado de ningún lado. La irritación del norteamericano, advertía Paz hace más de medio siglo, que ve al pachuco como un ser mítico y por tanto virtualmente peligroso. Su peligrosidad brota de su virtualidad: todos coinciden en ver en él algo híbrido, perturbador, fascinante.

Eroticidad, perversión, agresividad, son algunos de los atributos que se le conceden a su personalidad, subraya Paz.

En el agobio, nos intenta decir el ensayista, en esa oscuridad que le pertenece, casi secreta, abandono, surge un conflicto acumulado que por fin estalla, le libera, le quita en alguna medida esa condición de paria, de no pertenecer a nada.

El ser mexicano es mucho más complejo que estas líneas, trazado con maestría, profundidad, respeto, poesía, y un extraordinario amor, por Octavio Paz. Hombres de profundos contrastes, sumergido en sus honduras del alma y trivialidades cotidianas. La muerte como un signo inequívoco del espíritu vivo de una raza. La máscara como un juego de la vida y la realidad. La muerte es una fiesta íntima, heredada de lo indígena y español. En esos dos ámbitos transita el mexicano del siglo XXI, en esa fuga lo vio hace 54 años Octavio Paz. En búsqueda de la libertad. Más de medio siglo, un tiempo largo dentro de Estados Unidos, como para ver algunas transformaciones, no sólo en el azteca, sino en el propio norteamericano.

La inseguridad a partir de 2001, con la caída de las Torres Gemelas, las dificultades económicas para un creciente número de norteamericanos desde la pérdida de los empleos, disminución de los ingresos hasta la crisis económica, son elementos que no pudo vislumbrar Paz en una sociedad más bien feliz, complacida y complaciente con el entorno. Son otros tiempos, otros días, un presente y futuro más complejo

Paz alcanzó a destacar algunas contradicciones entre el ser mexicano y el norteamericano. “Ellos son crédulos, nosotros creyentes; aman los cuentos de hadas y las historias policíacas, nosotros los mitos. Los mexicanos mienten por fantasía, desesperación o para superar su vida sórdida; ellos no mienten, pero sustituyen la verdad verdadera, que es siempre desagradable, por una verdad social. Nos emborrachamos para confesarnos; ellos para olvidarse. Son optimistas; nosotros nihilistas, sólo que nuestro nihilismo no es intelectual, sino una reacción instintiva: por lo tanto es irrefutable. Nosotros somos tristes y sarcásticos; ellos alegres y humorísticos. Los norteamericanos quieren comprender, nosotros contemplar”.

El laberinto de la soledad debiera ser un libro que el Estado norteamericano regalara a cada mexicano que ingrese a Estados Unidos, y ser además texto de estudio en todos los colegios bilingües del país. Es una fuerte corriente de conocimiento, un texto necesario para entrar en el alma del mexicano, mucho más allá que una visa, que compartir un burrito, el chile o el ketchup. Es la esencia del vecino. Hace falta reflexionar sobre quiénes somos para saber cómo o por qué nos comportamos de tal manera. Es un ejercicio necesario, vigente, para asociarse y construir un mundo mejor.