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“Ojo de jaguar”, de Efraín BartoloméEfraín Bartolomé
Primera estación: Ojo de jaguar

I

Decirlo con palabras de Efraín Bartolomé, nos acerca al sitio donde crece su poesía. Por ese extravío que es el lector, el cuerpo del poema atrapa los sonidos y los hace parte del absoluto. Negarse a esa trascendencia, nos limita. En el caso del poeta mexicano, la plenitud del mundo se hace verbo, de allí tierra, barro, agua. Un espacio poético.

Crezco al borde del cielo. Lo sé bien. Soy de tierra. Soy de agua. Soy de un húmedo barro pegajoso y oscuro. Lo sé bien. Ardo. Mi biografía avanza entre renglones que sólo la luz mastica. Pongo en aire un grito. Deshojo mis palabras en el abismo...

En ese borde alcanzable por la poesía amanece la voz de este poeta nacido en Ocosingo, Chiapas. Alertado por el primer asombro, convierte la materia verbal en un original desvelo, suerte de atmósfera en la que habitan las voces de la tierra, el gemido lejano de los muertos.

Con esa declaración inicial, la que sirve para abrir la antología Agua lustral (Poesía, 1982-1987), editada por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Lecturas mexicanas, 1994, Bartolomé nos ayuda a sabernos lectores de un inmenso espacio poético: la selva y sus habitantes, la geografía del silencio, el hombre y sus circunstancias, el amor y los tropiezos que carga en sus hábitos diarios. Un universo donde respiran los sueños y las sombras.

El libro que nos convoca contiene los títulos de una época, de una certeza —decisiva, toda vez que acera lo que vendría después de tantos afanes. Aquí visitamos Ojo de jaguar, Ciudad bajo el relámpago, Música solar y Cuadernos contra el ángel. Cada uno es un inventario de emociones que acaudalan a quien ha escrito con labor acuciosa, desde las catacumbas de una rica cultura.

Como una planta selvática, las palabras invaden las páginas de Ojo de jaguar. El animal que ve, nos enlaza con sus lianas y garras, porque también es bestia vegetal. Su mirada arde en el poema. El comienzo afirma el génesis y la cosmovisión de un oficio cercano a la naturaleza, porque afirma, construye, imagina, abreva en los sonidos de la intemperie y sus asuntos.

 

II

“Aquí / la selva / Larga la soledad con que nos nutre / Hora de lentos pies donde el puñal se hunde / Raíz de luna helada sus venenos más fuertes...”.

Esta presentación alcanza el aliento de quien se inicia en los misterios de la selva como lector, auspiciante de una nueva experiencia que nutre un imaginario rico en imágenes: “Aquí el árbol anclado en el asombro: / lagunas congregadas al silbo de serpientes”. La naturaleza tropical es una invasión de sensaciones procuradas por el brillo y composición del texto. Quien habla desde la escritura enumera las sorpresas: “El saraguato rasca su viejo cuerpo / El quetzal pierde la hoja más larga de su cola / La piel come los huesos al jaguar / Muerden balas y fuego su elegante silencio / Su hermosura...”. Imagen tras imagen, la selva dialoga con sus habitantes.

En texto aparecido en la Revista Mexicana de Cultura, el 6 de noviembre de 1983, Vicente Francisco Torres, dijo de este libro: “Desde el primer poema, Ojo de jaguar atrapa al lector con la evocación intensa de la exuberante geografía chiapaneca. Todas sus figuras remiten a la naturaleza. La lluvia implacable, que cae durante días enteros para volver impúdica la vegetación, sumerge al poeta en una atmósfera de aislamiento que lo impulsa a  crear una poesía melancólica...”, y así, bajo la luz filtrada por la altura de los árboles, quien traduce el paisaje lo aproxima al asombro, lo acerca a lo imposible, que es la poesía, un imposible alcanzable.

 

III

Más que un estudio cerrado de la poesía de Bartolomé, prefiero el goce, el tránsito por la algarabía del silencio que a veces nos transmite. Si bien Ojo de jaguar es el primer libro del autor mexicano, también es la grieta por donde entraron los sonidos para otras experiencias, encontradas en los libros que más adelante cultivó, luego del reconocimiento de los lectores y críticos de su país. Digamos que el buen pie estuvo en el barro que pisó la palabra inicial, la que abre brechas y posibilita la madurez.

Un día lo afirmó Guillermo Sucre: “Hablar de un poema supone, primero, hacer visible su texto, su trama. Pero si todo poema es espejo de sí mismo, se va volviendo luego espejeante: refleja otros poemas, que, a su vez, reflejan otros”. Esta idea de Sucre revela fijamente el ojo del animal que llevamos en nuestro interior, animal selvático capaz de administrarnos las imágenes para el poema. Así siento a Bartolomé: un poeta que registra la poesía de todos los referentes. El texto, la trama de Efraín Bartolomé se hace visible en una “cadena de reflejos” que justifica la totalidad, su aventura sobre la piel de los sonidos.

 

IV

La exuberancia del paisaje, mutado en palabras, auspicia una fiesta metafórica. El mismo poema lo advierte: “La fiesta va a empezar”, y en efecto, sucede. Esta constante en la poesía de Bartolomé convoca una lectura entusiasta.

“En la encendida branquia de los peces más puros // En el vientre quemado de la Ceiba // La palabra / enrosca su cuerpo / en el tallo del alba // El sueño ya se cuece a fuego lento // Hora de terminar: / un limpio machetazo / al centro de la orquídea”.

Y así, también la fiesta de quien esto escribe, desordenada al ritmo de los tantos bailes, licores y aguaceros bajo la hoja propicia de la selva.

Las palpitaciones del dominio feraz se hacen discurso en la lluvia. Para el poeta, la selva es la permanencia de la vitalidad, un instante prolongado en la sonoridad del afuera, hecha milagro a través de la palabra: “Se derrumba el silencio contra los tulipanes // Llueve septiembre / Salta la noche sobre el lomo del cerro Chacasib / y desgarra los residuos del día // Te doy la bienvenida / Noche de sapos y de grillos / Bienvenidos los pájaros que se refugian bajo el alero de la casa / Las mariposas negras / alma de nuestros muertos / La lluvia que percute en tejados palmeras y charcos / La noche derrama su esencia de café / y la memoria se revuelve como el tigrillo en su trampa // En el polen más denso de la noche / el silencio se enrosca / como una serpiente”.

Este encadenamiento de eventos poéticos le otorgan a Bartolomé la calidad que con justicia se pregona en su país.

 

V

Toda la poesía de Efraín Bartolomé contiene afirmaciones y descripciones cuya salud sonora revela la carga emocional del autor. Ojo de jaguar también nos remite al silencio, que si bien está instalado en el oído corporal, es más ocupación interior, despojada de ciertos estorbos retóricos. Mesura y desmesura se dan la mano en esta hermosa precipitación de verbos, adjetivos y pequeños detalles, sumados con todos los sentidos. ¿Cuánta sensorialidad en un puñado de tierra bajo la lluvia y el silencio del mundo?

Esta lectura no ha terminado, es tan selvática como los moradores de la poesía de este mexicano viajero, trashumante, cargado de premios y libros. La primera estación de este memorial de asombros le da sentido a los próximos instantes de intimidad con los otros poemas que habrán de acompañarnos.