Comparte este contenido con tus amigos

Don Quijote y Sancho PanzaEl loco que nos apasiona

I

Cerca del río, un veguero desafía a una inmensa ceiba, obliga con palabras soeces a la mula que lo acompaña a procurar a un burro que del otro lado de la cerca los mira con desdén. Bajo el sol duro y casi rojo del llano, los personajes son una suerte de postal de quien ahora sabe que Don Quijote de La Mancha no sólo fue de esa región de Castilla. El veguero de Guárico guiaba su locura en los cuentos que su padre le narraba en horas de la noche sobre aparecidos y héroes salidos de la oscuridad y la inventiva. Entonces, con la paciencia de quien se sabía salvador del mundo, el sujeto moldeó un imaginario, un compañero de aventuras y en cada árbol al enemigo que en los cuentos siempre era derrotado. Así salvaba a la familia de la Sayona o del Carretón. Más allá de más nunca, una mujer espera.

El Don Quijote de nuestras lecturas, tensión y pasión de los extravíos en plena sabana, es el mismo veguero que renueva la sintaxis de la memoria.

A Alonso Quijada o Quesada “se le secó el celebro, de manera que vino a perder el juicio”. En este estado encontramos, al comienzo de la obra, al personaje que durante 400 años ha cabalgado una herencia en la que la locura personal y la demencia histórica no han dejado de ser compañeros de viaje.

La lecturas de don Alonso, fundadas en Feliciano de Silva, un continuador de los libros de caballería, nublaron su inteligencia y lo volcaron a recorrer el último horizonte en aplicación de justicia, en nombre de su dama Dulcinea del Toboso, porque todo caballero debe tener en mente y alma el nombre de su amada. Cervantes, sabedor de que Feliciano de Silva rubricaba la decadencia de una época, inventa al maravilloso personaje que hace cuatrocientos años hundía sus ojos en la “altisonancia y puerilidades” de una manera de contar, de modo que su obra es una crítica burlona de Amadís de Gaula y otros caballeros andantes salpicados de “poca realidad”.

La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de vuestra fermosura. ¿Quién que lea esta incoherente referencia no cae en fiebre y ve gigantes en el sitio de molinos de viento en una zona desértica como La Mancha? Y así este otro: ...los altos cielos que de vuestra divinidad divinamente con las estrellas os fortifican, y os hacen, merecedora del merecimiento que merece la vuestra grandeza. Esta suerte de Delpinada con acento castizo alberga la imagen del veguero que se querella con la ceiba y le pide a la mula entendimiento amoroso con el burro. ¿Dónde anda Sancho? La soledad de nuestro quijote llanero prefiere asirse del burro, eterno compañero de quien en la vega recoge los frutos del conuco. Don Quijote leía. Nuestro veguero era analfabeta, se alimentaba de la oralidad.

 

II

Alonso Quijano se convirtió en un libro donde respiran muchos libros. De tanto leer, se le fantaseó el seso. Por esa razón, la obra de Cervantes es la multiplicación de muchas locuras. Cervantes es el fundador de la novela total. El hacedor del mundo. Pero Cervantes, facilitador de metaimaginarios, porque fundaba su trabajo en héroes que fueron reales, logró “convencer” a quien por ratos le salía de la imaginación con tanta fuerza: un caballero con armas y caballo, a quien colocó en aventuras para “ejercitarse de todo aquello que él había leído que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo género de agravio, y poniéndose en ocasiones y peligros donde, acabándolos, cobrase eterno nombre y fama”. Y así fue.

El loco que llevamos en cada quijote nos habla. Renueva la herencia de un personaje universal, salido de una pequeña comarca y capaz de revelar la creación de un gobierno en el imperio de Trapisonda. Tanto despliegue de pasión, le lega a Sancho la gobernación de la Ínsula Barataria. El símbolo es un diagnóstico ideológico de la Utopía de Thomas Moro.

Armado caballero, Alonso Quijano dejó de ser. A partir de ese momento, sin titubear y llena la cabeza del polvo de los libros, el personaje, padre de nuestros delirios, salió a correr caminos sobre Rocinante, un caballo que no era caballo y sí rocín. Un caballo que también estaba loco, tanto como Sancho que llevaba la realidad en los ojos y el amor por su amo en la tolerancia. ¿Qué hemos sido desde que Don Quijote nos inyectó su sangre y sus páginas? El libro llegó a América con los primeros barcos. Y desde ese momento somos, los americanos que hablamos español, más locos, soñadores e impertinentes que el propio personaje. Con razón héroes y gobernantes lo tutean y se comparan con él. Bolívar se nombró, junto a Jesús, uno de los más grandes majaderos. Y hay quienes ven en roñosos árboles el símbolo de revoluciones. Juramentos y discursos apremian nuestro tiempo: el Quijote no cambia de rocín. El caballo supo de la muerte del caballero, como seguramente lo supieron los elefantes de Aníbal.

Este loco que nos apasiona es la pasión del loco que En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Ese lugar se ha convertido en muchos lugares, en muchas locuras, en muchas pasiones.

 

III

Cada día que pasa Don Quijote es una nueva lectura. Cada día es un loco distinto.

A cuatrocientos años de su aparición en los campos de Castilla, Alonso Quijano sigue imaginándonos con la locura de los habitantes de esta La Mancha americana, la que habla con otro acento el castellano y sabe que en cada curva de camino está un quijote veguero en pelea con una ceiba: un rebelde que vuelve a la realidad cuando la muerte se acerca a sus huesos.