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“Textos de las estaciones”, de Wilfredo CarrizalesTextos de las estaciones

I

Quien inicia esta aventura contempla el Yangtse desde el “Pabellón de la Grulla Amarilla”. Accede en Wuhan y recurre al clima del verano para cerrar con una pregunta lo que habrá de ser una larga caminata por diversos paisajes de la China, asistido por las estaciones, por los cambios de conducta de la naturaleza, por la flexibilidad del bambú y el verde de árboles milenarios, donde “Se abre la tierra por instantes y permite ver la armazón que la sustenta. Cáscaras, huesos de animales y el sudor tardío del otoño. Una simple ojeada da cuenta del traslado y de los ajustes de la materia rocosa a la naturaleza de Shanxi. // Sin más miramientos lo tectónico se impone sobre las capas del vivir campesino”.

Estas palabras lejanas provienen de Beijing, de la mano de Wilfredo Carrizales, quien una vez más nos hace llegar parte de su producción literaria. Esta vez, Textos de las estaciones, una bella edición bilingüe, ilustrada con fotografías tomadas por él mismo y que dan cuenta de lugares del remoto país que hoy lo alberga en su condición de agregado cultural de la Embajada de Venezuela de China.

Se trata entonces de un libro de aventuras visuales, de revelaciones para el lector. Una interminable hilera nos aproxima a los rieles de un tren que no sabemos a qué sitio nos llevaría. Y así, en la voz del poeta/ narrador nos reconocemos: “En el tren, durante unas noches invernales, me hice acompañar por las retículas de la luna y entonces el viaje hasta Yunnan se hizo sidéreo”. Descubrimos la ciudad, la imaginamos mientras la fotografía nos aturde por la textura de una geografía infinita.

 

II

El cielo de China roza la línea curva de Qingdao. El estío de esa comarca atiende a al gusto del poeta. El Mar Amarillo sostiene la mirada de quien tiene en el papel del libro tacto y color. Las casas de la gran nación eluden la quietud de las nubes. Las breves tejas suben hacia un cono donde espera el zumbido del amanecer. Varios edificios cercanos a la playa remedan el Occidente. El escritor de este libro evita las aglomeraciones y se sumerge en otro ámbito: “Los pinos trastabillaron un poco, pero esto redundó en la contemplación de un inusitado fenómeno”. ¿Qué fenómeno apareció en medio de esos pinos? ¿qué silencio es tan posible que se oye?

(Camino lentamente por una calle del antiguo Peking. Intentó apartarme de las jaulas de pájaros vistosos pegados de las paredes. Los ladrillos grises de las casas tejen una visión honda contra la luz que resbala por las aceras. Una muralla evita que traspase el parque. Así me siento en la foto de Wilfredo, así hago la lectura, la acerco para toparme con la primavera).

 

III

“Tanteé a la primavera en medio de la oscuridad de un callejón del viejo Peking. Descubrimos ambos que nuestros ropajes eran los más apropiados para salir al mundo. No perdí la perspectiva que me permitió alcanzar la cintura de las flores, sin menoscabo de la apetencia de los pájaros enjaulados y conducidos en bicicleta. Alcancé a preguntarle a ella, la efímera pasajera, ¿adónde piensas llevarme cuando decrezcas? ¿A tu tiempo de imperfecciones?”.

Entonces la primavera es un instante, una razón para preguntar, para reñir con la luz que se hace sombra vertical en la pared del callejón de los pájaros.

A paso lento, las páginas se abren en un camino de nieve. El invierno chino acaece en silencio. No hay humanos en la calle. Los tejados plenos de blancura simulan un camino aéreo. (Imagino a Carrizales, tropical de Cagua, en medio de esa espesa revelación de la luz, mortecina, lúgubre a veces, otras llena de ramificaciones).

“Para todo lo que yo conozco del invierno habrá un corazón con certidumbre ardiendo en la gallardía de enfrentarlo”.

A la altura de esta estación, ya no es pretendido libro de viaje. Es un libro de estada, de vivir, de un país de costumbre para quien aprendió las suyas y se adentró en los sonidos de un idioma y se hizo parte de ese paisaje, de esa lejanía tan cercana.

 

IV

En medio de ciudades, nieve, sol, tierra verde y el silencio que las hojas auguran un cuerpo desnudo, una mujer sometida a la textura del viento y de la grama. “la muchacha, oriunda de la planicie mongola, se acostó desnuda sobre las mantas que el cielo había depositado en la extensión verdeada de ondas. Me mostró sus nalgas esplendorosas y yo le hablé del serrallo de Kublai Khan. Luego, me aposenté en ella con mi caravana de camellos de tela. Su llamada de apellido me supo a reino y a kumis que se adormila”.

Largo es el paseo por estos Textos de las estaciones, por estas imágenes verbales y visuales, por este viaje interior que se exterioriza en nuestros ojos. Largo este relato poético de Wilfredo Carrizales, como si el tiempo se supiera preso de sus intentos. Largo el regreso a la realidad.

Desde China, desde la otra calle de la tierra, un libro, este de Carrizales que mueve a continuarlo bajo la mirada de las montañas, encajado en las curvas de la muchacha, sometido por los callejones de pájaros y líneas de tren.

Un hermoso instante, una sensación de que hemos regresado luego de un largo recorrido por el mundo que no conocemos.