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Lydda Franco Farías“La mujer que soy, canta”

I

Y canta. Canta para desdecirse, intercambiar voces, respirar palabras, expiarlas con la carne de su cuerpo. Lydda Franco Farías abunda en su propio aliento, y más ahora en esta antología construida por Pedro Cuartín, editada por la Universidad Nacional Experimental Francisco de Miranda y el Fondo Editorial del estado Falcón, Incudef, 2002.

Entramos en el libro y nos extraviamos, toda vez que el editor obvió el índice. Es decir, no hay brújula para ubicar el norte de cada libro contenido en este volumen que nos desvanece como lectores. El descuido editorial revela una extensa fe de erratas que complica mucho más la lectura.

Estos detalles, demasiado obvios, los dejamos a un lado para nadar a contracorriente y hacernos de una poética que siempre nos ha sobresaltado. Lydda Franco Farías ha sido una trabajadora de la palabra desenfadada, en la que la acidez y la ironía inventan una ingeniería verbal donde la voz preconiza la densidad del mundo, un mundo hecho de voces que se tejen y destejen entre variados tonos genéricos, juega para crear o crea para jugar conservando el espíritu crítico que siempre la ha catapultado a un país donde las mujeres eran sólo un murmullo.

 

II

Poemas circunstanciales (1965), Las armas blancas (1969), Summarius (1985), Una (1985), A / Leve (1991), Recordar a los dormidos (1994), Bolero a media luz (1994), Descalabros en obertura mientras ejercito mi coartada (1994), Estantes (1994) y Aracné (2000).

Desprendernos de la crítica acerca de la incomodidad para revisar cada libro, es difícil toda vez que ningún poemario merece ser víctima como éste de nuestra poeta, una de las más reveladoras de una década que arraigó la rebeldía y el desenfado.

Nos apropiamos del primer poema de Lydda Franco Farías para reflejarnos en los que le siguen: la poeta falconiana jamás ha dejado de ser “una” que la precipita a decirse desde su condición de fémina: “La mujer que soy, canta. / Mi génesis: la escoria, la ceniza, los agrarios sudores. / / Mi elemento: la palabra, piedra del camino para ser lanzada, / vínculo secreto que madura sus claros volúmenes, / cópula exacta para que el amor germine. / / Hablo de la mujer que soy e intuyo / que mi presencia trenzará la llegada de minutos fluviales. / / Creo en el privilegio de la sangre nueva, / en la voz que no se escurre, / en la dialéctica orgánica de mi estructura viva. / / Creo en la síntesis del hueso, / en el axioma de mi futura desintegración”. Credo que es el principio y el fin, carne y polvo del cuerpo, pero no de la palabra. Y con este mismo efecto, por tratarse de una poeta que no canta desde el dolor, desde la queja, sino desde la circunstancia que la proyecta, Franco Farías desfigura lo inane, construye una biografía donde el tiempo y el lugar de su cuerpo crecen con imágenes despojadas: “No nací para ocupar un espacio y nada más. / Ignoro cuál será mi participación. / / Me tocó ser mujer y no me quejo, / me tocó caer en la humedad del tiempo, / en la inhóspita sequedad de los caminos / pero aquí me quedo / entre escombros y desperdicios. / Destruyan mi epidermis resentida, / despedacen mis sueños, mi alegría, / aniquílenme / mas no pretendan sancionarme / porque un día aparecí sobre la tierra / y tuve voz y grité / y tuve fronteras y no quise despertar sin ellas / y tuve armas y allí están / perfiladas, inmóviles, ariscas”.

 

III

Pasados algunos años, casi toda la vida poética de Lydda, arribamos a su libro Aracné, a muchas páginas y sueños de los primeros, y nos sigue cantando con el mismo tono, con la misma fuerza, con la misma necesidad de decir. Su nacionalidad verbal no mueve marcas fronterizas, pero sí las formas de expresarse, de cantar: “tejer en el vacío / es desprenderse de uno mismo / caer en el vacío / es recuperar el revés / lo que encandila”.

En uno de sus libros intermedios, Descalabros en obertura mientras ejercito mi coartada, la poeta venezolana vuelve, extiende al lector la constante de su hacer vital: “mi primer hecho de sangre / aconteció a la edad de 13 años / el odio abrió sus abanicos / puso en acción su maquinaria / cancerberos me vigilaron los sueños / se dieron a la tarea infame de tapiar / las primicias de mi cuerpo / cuerpo del delito / prueba contundente del pecado de expiar / ab ovo in aeternum, / guachimanes con ojos de argos y armados hasta los dientes / se encargaron de la custodia / de resguardar el buen nombre / el honor de la familia / la infra y la supra / el andamiaje de la moralidad / la ley y el orden / la paz ciudadana”.

Nos quedamos en la lectura íntima. Dejamos esta nota a quienes seguramente perseguirán con ansias el libro que hoy nos acontece.