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“Aires de Ellicot City”, de Mario CampañaAires de Ellicot City

I

Se viaja en la palabra, con la palabra, con el cuerpo y los sueños.

La teoría nos lleva de viaje, nos instala en un lugar que se multiplica: viaje sin retorno. La poesía es eso, un viaje sin regreso, un aturdimiento que no cesa. Así el exilio, un razonamiento de espacios, paisajes que se repiten. Se hacen muchos hasta que el yo viajero anuncia la llegada a ninguna parte. O a un lugar que se hace el mismo de la partida.

Aires de Ellicot City (Editorial Candaya, Barcelona, España, 2006), del escritor peruano Mario Campaña, es una reiteración de la conciencia: el yo se construye en el trayecto. Es decir, se trata de una escritura ontológica que viaja, que se mueve. Una escritura exiliada. Largo poema, largo tránsito por paisajes borrosos, imaginados, reales, repetidos, únicos. Se hace el viaje en el mismo lugar, un espacio móvil que recrea el imaginario de quien se desplaza por el mismo espacio aunque haya partido para crear una itinerancia en el tiempo. O para cerrar un ciclo, un tiempo perdido.

Aquí vamos
Rondando esta pasión que aumenta y envejece.

¿De dónde parte este desplazamiento, este alfabeto de imágenes? El mar, suerte de decorado, de instalación anímica, sometido a un sueño. ¿Se hace camino al andar? Sí, pero no se vuelve físicamente en el mismo cuerpo: sólo se mueven las palabras.

 

II

Este es el mismo lugar de entonces.

Quien viaja, quien se hace viaje, tiene en la partida el lugar de llegada. Nadie se convierte en extranjero: la fuerza de la costumbre borra el país del origen, aunque el olvido sea “gesto inmolador, inútil”.

En este poema se recrean todos los viajes: el romántico, el medieval, el renacentista, el viaje clásico, el moderno. La muerte y el amor, sumidos en el paisaje, en la memoria. Plinio el viejo pensó en el suicidio: “Darse muerte no puede, aunque quiera”.

Un sujeto salvador de él mismo, viajante detenido por el paisaje y la guerra (la flama del mar anuncia ahora otra batalla). Nuevos días, nuevos mundos. O aquel de Homero, ciego y luminoso. El de ahora, creador de una poética de recientes utopías: espacios para elevar ciudades de sufrimientos, desiertos donde nada se mueve. Podríamos estar ubicados en el poema, fuera de él, en un lugar, Ellicot City, canto que desdibuja, pero también construye en el mismo trayecto. Así como prefigura los lugares, reelabora el yo, viajero y trashumante, lo que no deja de advertir el traslado de la conciencia a otro imaginario.

Las palabras ajustan los lugares: el de partida y el de llegada:

A mis espaldas el mar, oreando las montañas.
Delante la ciudad, de este a oeste. Como una hoja

De sauce sobre el campo, caigo
En estos matorrales húmedos; en la frontera (...)

El mar
Malversando sus versos de amor desmedido.

¿Es el mar, o el sueño, lo que engaña?

Ven acá, agua, vuela, aléjate de tu orilla.
Húndete en el aire: mírame de frente y vuela.
Habla con el vacío que está a tu lado.

Ara en su lecho. Tú también
Inútilmente.

Doma las flores rebeldes de tus lomos.

Y a la hora de la unión
No pases junto a mí sin detenerte.

 

III

La poética del viaje razona el viaje: los dónde (el de salida y llegada) y el porqué. ¿De dónde parte este viajero, hacia dónde va? ¿Por qué abandona la tierra, la suya y la ajena? Dice adiós, se despide, remite al poema.

Y sin embargo todo sigue ahí
En una asfixiante orgía de espejos.

¿Huida? ¿Huye quien viaja? Pero luego,

Abro los ojos: salgo del sueño. Sueño al sueño.

Dentro del sueño, otro sueño. ¿Cuál de los dos era la pesadilla? Una pared copia el nombre de quien más tarde se alejará del ella. “No vuelvas más tu cuerpo hacia el camino: / Tampoco tu nombre será borrado de aquel muro”.

Luego enmudezco. Mutismo al andar.
Aléjame de la verdad patria de la mentira (...)

Si digo la verdad ya se transforma
En una maldición. Una mentira.

El exilio comienza antes del viaje. Todo viaje es un vacío, una búsqueda, un ahogo. Todo viaje, también, es una pérdida. Por eso, el yo se descubre, se hace lugar, espacio, paisaje, intemperie, descripción, tiempo para envejecer. Detrás de la partida hay una historia, un relato encajado en la realidad, en la mentira. ¿Cuál es esa mentira? ¿Por qué la palabra patria suena tan distinta en medio de dos sustantivos con carga adjetivada? ¿Es la patria un viaje o un motivo de huida, de desapego?

 

IV

Marca registrada este argumento que Campaña funda con la poética del viaje. Un largo continente, como el poema mismo, nos ataja en un cruce de caminos: ¿lance de angustia desde Perú hasta los desiertos de California? No sabemos: como lector juego al extravío: todo viaje confunde, aturde en medio de tantas novedades, castigos y sufrimientos. Su libertad, la cotidianidad de su rotación, la de las palabras y la del mismo productor de imágenes, nos funde en la inmovilidad. A veces aparece un animal en medio de la nada, un lobo, un pájaro que cae. Los restos de cercanas civilizaciones, vidas viajadas, el polvo de lo soñado:

(...)
Donde ahora pastan lobos había un portón
Un placer de tierra húmeda, humilde
Un jardín fragante, fluyente como río, agua
Florecida, unos niños, una mujer de moño limpio
Un honesto hombre de blanco que celaba.

Ruinas, sueños, espejismos. El viajero vuelve a su interior: “Sueño: mundo que cambia de noche. / Algo repica con una obscenidad descarnada”. Lo onírico no aparta la pobreza de la primera persona que se mueve en el mismo viaje, en el mismo sueño: “Llevo un atado ligero, una muda de aire / Tres mazorcas secas y una manta de oro”. Y remata la desesperanza, la duda: “No puedo saber si voy a permanecer / Más tiempo que un instante”.

 

V

Emigrante eterno, inocente o culpable: “Se viaja y de costado se ve / Pero si uno parpadea la visión / Desaparece. Un oasis perdido / Un animal que salta y que se esconde: el alma”. Lo invisible del viaje, el desplazamiento ontológico.

Todo emigrante pierde su paisaje. A veces lo reintegra en otro. Vive en permanente borradura y desmemoria, a oscuras en la paciencia que acumula: “Así, quedito, deshago mi camino / vacilando ciego en este laberinto”. ¿Quién es este hombre que viaja, este yo que se abre a la intemperie, que se cubre con manto de oro pobre? “Curcuncho, forastero y forajido, a trancos escapando”. Permanente espera, ¿de qué escapa?

Y tú, vida, espera también. Deja
De pasar por un momento.
Nada hay sagrado en ti. Nada
Tienes de santa. No

Tenemos el deber de ser alegres contigo.

He venido aquí a perfeccionar la muerte
Apagar destellos del candor
Falaz de la memoria.

¿Viaje al olvido? ¿Ocultamiento interior: viaje psicológico para cambiar de muerte? Se viaja también para morir. Para olvidar la vida anterior, por eso “Mas no es verdad que también los tiempos vuelven”. Y así el epitafio: “Y los muertos en las guerras / Sus dulces, lacónicos memorial garden / “With happy memory of Garry”. Un desconocido en la muerte de quien habla y viaja, una referencia para continuar el camino, sus diversas cruces.

En todo viaje, en toda huida sólo el pasado queda: “Desaparece el futuro y el presente”, por eso el poeta se pregunta si ha llegado al límite. Siempre se viaja con el lugar de origen. O con su olvido.

 

VI

La muerte, ese otro lugar donde el tiempo agobia el retorno: “El tiempo ha terminado y sólo queda / Celebrar la larga ceremonia del regreso”. No obstante, voces y susurros recomiendan dejar el solar pasado, el patio hollado de la infancia:

Oía gente que escapaba, “aléjate de aquella tierra”.
Un día indolente con húmedos tejados derrumbándose
Y estampidos en el valle.

Se encomienda, lo encomiendan, en baños de limpieza. La buena o la mala suerte, el otro viaje de la permanencia, el de ser extranjero desde el silencio, el de las miradas perdidas, desde los caminos acumulados. “Y a pie me quedo”.

El desarraigo ameritaba un palo de sostén, un compañero de viaje. Pero, “El tiempo ha terminado. / Y no hay eternidad (...) El tiempo de este viaje”.

Queda un lugar para disipar tantas imágenes. La utopía reencontrada en el registro de una herencia dejada atrás. O de la ruina revelada en las orillas de los precipicios, en los lobos, los zorros y pájaros de un paisaje ya borrado. “Este es mi inventario de fe, mi legado”. Al final, aparece una voz, una pregunta, la que debió haberse enunciado al comienzo: “¿Hacia dónde?”.

Poesía y casa, alma y paisaje. Poesía y lugar, cuerpo y alma: un sitio decantado, un sueño bajo las nubes. Cuidar lo encontrado. Estos aires de Ellicot City.