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Costa Val Andre, hacia 1907, por Jean Baptiste Armand GuillauminLa isla perfecta

Sigue en las mismas playas de donde vino.
Vive en una ciudad de madera
que levanta su olor acre como un puñal.

Rafael Cadenas

1

Atado a una isla, el viaje es incansable. Una lengua enredada alisa el mar que mantiene detenido en medio del silencio. Son tiempos de islas, de revelaciones, de descréditos y ventanas entornadas. Más allá de la mirada una tierra se ofrece entre montañas. No todo ojo la descubre. Ciegos por el salitre, somos perfectos, como la isla que deteriora el casco de los barcos, el vaivén del miedo.

La misma playa, la ola constante nombra y borra. Recogemos las conchas de los fantasmas, caracoles que emigran hacia adentro, en una tormentosa desviación hacia el centro de una tierra rodeada de enigmas por todas partes.

Primitivos son los riscos desde donde se puede mirar el cadáver de aquél que intentó desplazarse hacia la libertad. Huesos coralinos apersogados unos a otros en el último deseo de alejarse. Aún la ciudad menciona al dueño de los despojos, los calumnia, los vocifera, los enjuicia delante de los portadores de hongos y enfermedades abismales.

La isla es perfecta en la medida de su irregularidad. Toda isla es redonda, tan orbe y tan derivada de los cielos. Una isla es un trozo de la altura que la roza.

Isla es ser cuerpo, limadura del destierro, porque quien lo es no viaja, es sólo una tierra, una negación.

El primer día, el que hace la carne y la corrompe, es la frontera inmediata. Detenido en el calendario, suma y se resta en él mismo, en la herida, en la cicatriz antes de la muerte. La perfección de una isla desdice de tierra firme, montañosa, levitante, augusta y condenada a un viaje indetenible. Un continente es mortal por lo que proclama, la variedad y el vacío en su extensión.

 

2

La sal de la sangre sabe a isla. Tantas puñaladas como gritos para espantar las muertes asomadas en la vieja casa, peste de la orilla.

Un recorrido intenso descubre las ruinas de una ciudad donde aún moran los demonios. Quien levanta la única cortina en la única ventana sólo alcanza a mirar los pasos de uno que saltó al vacío, al hoyo donde otros ya son cadáveres, cuerpos inservibles cubiertos de musgo y lamidos por las aletas de los tiburones. Nadie osa asomarse.

Dicen los piratas que a diario colgaban por el cuello a los muertos, para que las aves del aire recobraran la fuerza exigida por las distancias. Uno que se salvó contó la historia y de allí libros y refranes en las esquinas, en los burdeles y conventos donde Dios es mudo y es asaltado de noche por las pesadillas de los pocos habitantes que aún dialogan con las piedras.

Perfecto es el orgullo, la mano que asesta la muerte. Perfecto es el silencio, la isla que recorre la podredumbre, los gritos detrás de las paredes de barro. Quien ose satisfacer el cuerpo es lapidado. Unos que se hacen pasar por sabios parlotean sin descanso, leen las marcas de las manos en la linfa de los degollados.

Una isla cercana, atacada por los tifones, olorosa al metal del crimen. Sólo una ventana es posible en el rostro del prisionero. El mar, siempre el mar por ser isla también, por rodear sus abismos. Insondable, la costa se retira. Una isla vaga en el interior de un asesino, dicta la palabra para que sea copiada en la piel de los desgraciados, los que nos tienen techo para encontrar los enigmas ni cielo para entenderse en la soledad.

Sólo la muerte es tiempo. Tiempo de escapar sin que nadie lo sepa.

¿Cuántos son islas y no lo saben? ¿Cuántos desechos de la marea? ¿Cuántos despojos de la puñalada?

 

3

Sólo el cuerpo es isla, desolación.

El espíritu renueva los regresos. Perfecta, la tempestad agita las hojas detenidas a la orilla de un continente inmenso. Nadie quiere una isla para sondearla. Nadie toca una isla y la abandona. “Sigue en las mismas playas”, agoniza en ellas como isla. E isla es, irremediablemente.

Leproso, deja carne a su paso. Entonces el renegado es perfecto como su isla. Perfecto como un lisiado. Feliz como un muerto sonriente.

Una isla es perfecta sin que nadie lo sepa. Perfecta es la llama, en la brasa de “cierta fragancia bárbara de sol que duerme entre hojas”.

Isla, isla al fin.