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Elizabeth SchönLuz oval

Nosotros suponemos ver demasiado claro,
estamos aferrados a una conciencia diurna
que aclara contornos.

Hanni Ossott.

1

A tientas, sobre el mundo, el hombre tropieza con cuerpos extraviados, calles que conducen a un precipicio de sombras. A ciegas, muy a lo lejos, una plaza desierta. Quien camina sabe que en algún recodo encontrará la palabra adecuada, la aún desconocida, impronunciable, la voz que retira el gesto del dolor.

La luz, entonces, es el instinto, el conocimiento de lo desconocido. En la sombra no hay eco que multiplique la sabiduría. Es “la luz del alma / que eres tú mismo”, la que imprime sabiduría a la confusión.

La luz dora el yo, lo amasa, lo trasciende. Quien anda a ciegas, desconoce. Un poder extraordinario, no terrenal, habita donde crece la luz, del adentro humano, de las sombras iluminadas, sosegadas. Así lo hace sentir Elizabeth Schön en Luz oval (Editorial Equinoccio Universidad Simón Bolívar / Colección Papiros Poesía, Caracas, 2007).

¿Qué tiene la paz?
Mírate hacia dentro
y si descubres la luz
que no es la del sol, la de lámpara
exclamarás
¡Allí está el alma!
en esta oveja azul
que refleja al cielo
sobre los largos lagos de la tierra.

 

2

Si la noche —como dice Ossott— “es la posibilidad de nuestro extravío, ella es también una luz guía”, de donde se desprende la iluminación, ese poder que anda y desanda la selva del silencio. La noche es la zona interior de quien huye de la luz para entrar en el sueño. En este libro la despide de su tránsito terrenal, va más allá: “La claridad del pensamiento / se carga del límite / de la esfera y la estrella...”.

Imantación, atracción de contrarios, revelación femenina, la luz penetra y es penetrada: ovalada es cuenco para la seminación, huevo para la multiplicación, para la estirpe del alma, mucosa y músculo del conocimiento. Así,

Alma y pensamiento se enlazan
en el suspenso de lo pretérito
junto al fin que llama
desde la hoja plena
de lo amorosamente iluminado.

Este poemario de Elizabeth Schön, el último de su largo camino poético, se contiene en sus códigos: el abismo, esa realidad excesiva que dice Eliot y que bien expresa nuestra Hanni Ossott, corporiza el poema, sus latidos, su silencio, la bruma de la noche que separa la luz:

Mas
al abismo no retiene
deja pasar la recta, la casta
no le pone cresta al amor
a la hoja, al viento (...)

El abismo intocable, aéreo (...)

El abismo
deja resbalar la palabra
hacia un fin que nunca se descubre (...)

el abismo, sí
y su oscuridad dentro
más allá del dentro, adentro
de un silencio
que llega hasta aquel otro
único, puro
completo

En lo hondo, allá en el dentro, reposa la luz, el silencio que viaja óvalo hasta el paisaje espiritual, borroso, de una calle plena de mendigos, tomada por el caos y la nada en lo más profundo del alma, que “...nos deslumbra / y la llamamos como quien abre la puerta”. Y así el vacío. Líneas curvas, rectas, asidas de las formas: la luz invade el óvalo del mundo, el interior femenino, vaginal del pensamiento, la luz, la pureza, el alma, la nada, el vacío: “Siempre nos llega el vacío / Se asienta despacio / preciso, seguro / para dejar crecer los blasones / de las cortes íntimas, amplias / insospechadas”.

De allí, de esta lectura silenciosa, emerge como de pozo de agua una ética de Dios, de lo sagrado, una trinidad invisible. Contenida el alma en su albergue, la poeta así lo dice:

Ella permanece
dentro del cuerpo
Si se le presenta la nada
la mira
y entre ambas escudriñan
el alboroto de la pasión
al amar y reconocer
como única orden
el encuentro total

La luz, el alma, una y trino, una y múltiple, una y nada. La poeta deja su herencia, un testamento luminoso donde la hondura de la voz es la misma de quienes —desde otros mundos— guardan el más profundo de los silencios. El abismo, el barranco, el precipicio, el alma allá, iluminada, oval.

Cegada por la luz, el alma se purifica. La luz se hace día, “aclara contornos”.