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“Lecturas nómadas”, de Eduardo MogaLecturas nómadas

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¿Cómo se le “entra” a un libro como éste, de crítica, y más si se trata de un compendio de reflexiones nómadas, movedizas? Habría entonces que centrarse o descentrarse, revelarse o rebelarse ante el espejo o contra cualquier imposición. Nada. Es un libro de crítica que logró cohesionar a quien a final de cuentas “a cierta edad (...) sólo puede leer versos”, venido e ido en reversa o de frente, sin residencia fija.

Es así, Lecturas nómadas, de Eduardo Moga, editado por Candaya, Barcelona, España, 2007, tomo que recoge cinco años de “reseña tras reseña durante algún tiempo”, y que se hizo público de la mano de Olga Martínez y Paco Robles, responsables de tanto acierto de este y de aquel lado del océano.

¿Cómo “entrarle” entonces a un libro que habla de otros libros, los arma, los desbarata, lo que nos hace culpables de algún desliz, de alguna culpa deshilachada por quien se cree inocente? Nada, entremos sin ningún complejo, como si saliéramos, por la primera y la última página, con índice y todo, para guiarnos si nos extraviamos.

 

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Lecturas nómadas se escribe entre escritores españoles, pero también entre españoles e hispanoamericanos, para concluir la apuesta con otros idiomas y temas que conciernen a las palabras y se tienen seguras de su autor.

Esa primera parte es la de una España desconocida (pese a tanto esfuerzo personal) para quienes buceamos en la Península y en otros terronales literarios. Digamos que estamos desconectados. Esa es una de las bondades de este inventario del barcelonés Eduardo Moga (1962): descubrir que no nos conocemos, que seguimos sin encontrar el hilo del encuentro entre los pueblos que hablamos castellano. Ciertamente, este “Sobre autores españoles” nos acerca a nombres y títulos que están muy lejos de nosotros: apenas Antonio Gamoneda, José Ángel Valente y Carlos Vitale nos suenan en los oídos de leer y dolernos. Muy lejanos: Juan Pastor, Marta Agudo, Manuel Álvarez Ortega, Jordi Balló y Xavier Pérez, así como Juan Luis Calbarro, Pedro Casariego Córdoba, sólo para mencionar a algunos que forman parte de nuestra parcela de ignorancia. Las políticas editoriales de nuestros países, sobre todo las del nuestro, son anuncios para dentífricos. Lamentablemente, se pierde la gracia crítica frente a la ausencia de lecturas de los libros comentados. ¿Somos lectores nómadas, movidos de lugar para no enterarnos de las destrezas o torpezas del mundo literario hispano?

 

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Nos toca muy de cerca el segundo capítulo de Lecturas nómadas. Allí nos vemos en Pepe Barroeta, Gustavo Guerrero, Eugenio Montejo, tres venezolanos que han logrado llegar al sitio de esas páginas y dejar dicho en boca de otro que existen “caminos de palabras” para sabernos unos y todos. Allí también Pedro Serrano, Tomás Segovia, Rosamel del Valle, Humberto Díaz-Casanueva y Javier Bello. Nos queda en la memoria: “La literatura es un diálogo infinito: un ‘escuchar con los ojos a los muertos’, como escribió Quevedo —muerto ya, y que habla, no obstante, con nosotros...”, para hacerse semilla en Borges, Azorín, Ortega, Octavio Paz, en Otero Silva, Roque Dalton, Darío, Lugones, Huidobro, Neruda, quienes se sostienen en estas palabras de Eduardo Moga, pronunciadas en la Universidad Autónoma de México en 2005: “Cada vez es más rara, no obstante, la recompensa institucional, lo que resulta lamentable. Pero ni un ápice ha declinado la recompensa personal, ésa que nos aguarda tras la ejecución de un verso hermoso y verdadero, como sin duda sentía, a tenor de las palabras de su hermoso y verdadero discurso, Miguel de Cervantes Saavedra”. En el clavo, todos herederos de Don Miguel, como de nuestro otro padre, Don Francisco Quevedo.

(Un salto de mata: una lectura a “Senos” de Pepe Barroeta nos empuja a limitarnos en la estimación de Moga, quien abrevia en una semántica prevista desde un “lejos” al que se le podría añadir otra mirada. Pero esta es materia para otro día, con miche, calentaíto y demás curiosidades andinas).

 

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La tercera parte nos instala en las otras lenguas que dice el autor: Ambrose Bierce y su infaltable Diccionario del diablo; John Milton y su Paraíso perdido; Arthur Rimbaud y su Temporada en el infierno. Igual, Eugenio Montale, visto en Huesos de sepia, Las ocasiones y Diario póstumo.