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William OsunaWilliam Osuna
Antología de la mala calle

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El monstruo amado, vívido y olvidado. La ciudad nos recoge con sus tentáculos, se regodea en cada sacudida. Bajo las luces de la urbe, la palabra es la herramienta que usamos para no terminar de morir. La voz del poeta desmiente la falsa felicidad de las capitales y sus ríos putrefactos, la mirada superficial de la gente que deambula por aceras y charcos, espejos de la desolación. William Osuna juega en una vereda de su barriada: allá —cerca o muy lejos— está la ciudad, la bestia que se lo traga. El poeta juega béisbol y pierde la pelota: Antología de la mala calle.

 

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En la sinceridad de estos poemas está la exposición de un cuerpo estético que desnuda la verdadera ciudad, la metrópolis de una soledad exaltada por la palabra, por la voz de un indigente hecho ciudadano. En este arrollador tono, William Osuna hace uso de la ironía y el pesimismo. Ironía que raya en el humor negro: desde una individualidad que mira a su prójimo con la misma dureza del discurso apocalíptico que descorre las perversiones donde agoniza un micromundo.

Entren imperios en decadencia
Y declinen ciudades.
No irán junto a mí
Los espejos que me contemplaron...

Un ojo que presagia la pérdida, resume la ruina y los incendios. Desde su hondura vierte vinagre sobre la ley, la que sólo sirve para glorificar estatuas, silencios y bocas hambrientas. La ley de la razón. El poeta mira —sin apartar los ojos de otras desolaciones— la caída de Babel. La ciudad ajena, la desposeída, la que otros tomaron por asalto para hacerla ceniza y fábrica de mentiras.

 

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En la poesía venezolana tres nombres han profundizado en el tema urbano, sus misterios y luces: Víctor Valera Mora, Juan Calzadilla y William Osuna. La ciudad es un mordisco. En cada verso de estos poemas están el amor y la burla, el desencanto y la abulia, el desasosiego y una paz buscada en los sitios menos oportunos. Porque Caracas siempre ha sido una confusión de rostros / en las tinieblas.

Y con la ciudad, la libertad. El juego, esa fórmula que permite hacer cabriolas, fantasías en medio de la más terrible de las estaciones.

 

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Antología de la mala calle forma parte de una reveladora experiencia en la reciente poesía venezolana. Por este libro transitan las voces de quienes no pueden acceder a la construcción de un texto poético (suerte de Lautréamont que ejercita con la voz de la tribu): el canto de Herméticos túneles / trapo negro donde se cuela el ruido, la calle y sus pasos, la locura y el silencio.

Tabernas, callejones, pensiones, aceras, funerales, manicomios, barrios, oficinas, discotecas: la ciudad y sus órganos vitales son los encuentros de William Osuna. Cada uno vierte la rebeldía, la soledad y el caos que teje un paisaje odiado y amado a la vez. La ciudad de Santiago de León de Caracas es una agresión, también una caricia.

Con ella deshacemos el amor, la libertad, el humor, la rabia. La ciudad es un viejo animal que sigue viviendo en cada uno de nosotros, los lectores de esta herencia que aún se agita bajo nuestros pies.