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Jorge Luis BorgesJorge Luis Borges
Los himnos rojos

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Este Borges, como los otros, se niega a él mismo. Se oculta desde todos los años del pasado, recogido por la curiosidad, por traviesos arqueólogos, como dice la nota introductoria a este libro extraño, desconocido, raro. Así, desde sus páginas, Borges comenzaba a buscarse en su propio laberinto.

Este es el libro de la metáfora, el libro del giro analógico donde dos imágenes se pelean para conseguir una sombra alargada. Libro renegado, por las cojeras que todo libro inicial pueda contener. Áridos poemas de la equivocada secta ultraísta, diría Borges. Pero, como siempre, hay quienes guardan en baúles y cajones lo que otros desechan. Guillermo de Torres, Marcos R. Barnatán y Carlos Meneses hicieron de las suyas. Ahora, en este formato, Borges se ve más lejano, como un vértigo que tiene en la distancia las imágenes, los reflejos, los recargamientos que el Borges del más cercano presente rechazó. Un disgusto elegante forzaba sus respuestas cuando era abordado acerca de aquellos poemas que ahora se hacen libro en Los himnos rojos (La Liebre Libre).

El mismo autor de Ficciones, en una nota aparecida el 23 de enero de 1927 en La Nación de Buenos Aires, titulada “La fruición literaria”, dice: “...Ahora es vulgarísima tarea la de hacer metáforas; sustituir tragar por quemar, no es un canje muy provechoso...”. La referencia se centra en la oración “El incendio, con feroces mandíbulas, devora el campo”.

 

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¿A quién pueden atrapar ejemplos como éstos?: Son jirones vagos que gotean isócronos / del cielo raso. / Es la lectura lenta de la sangre. Gusto salobre: texto de alargada torpeza, de imágenes pobres fuera de cualquier antología personal borgeana.

Jorge Luis Borges miraba mal estos poemas. Y tenía razón: El viento es la bandera que se enreda en las lanzas..., huida del ultraísmo y de esa forma de no inmortalizarlos.

El propósito ha sido publicar estos poemas para mostrar al público los inicios de este extraordinario escritor, para que no haya pérdida de la totalidad. Ubicados entre 1919 y 1922, aparecieron en las revistas Grecia, Ultra, Tablero, Baleares y Cosmópolis.

Al calor de la fama, del deslumbramiento universal, estos trabajos del narrador y poeta argentino seguramente causarán —y siguen causando— en los lectores diferentes reacciones. Ideales —los textos— para los que laboran en excavaciones literarias.

 

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El Borges de este inusual libro —por tratarse de este autor, pese al común tropiezo juvenil— no conocía aún a Emmanuel Swedenborg. No sabía de la doctrina de las correspondencias. De una cultura que posteriormente lo convertiría en el más agudo y penetrante pensador de este convulsionado siglo. O del más odiado o amado.

Curiosidad, plato para los buscadores de textos olvidados.