Comparte este contenido con tus amigos

Eugenio MontejoTiempo transfigurado

1

Cambiante es la hora de decir cuando se trata de recoger la voz poética de quien nunca se ha separado de la palabra. Cambiante porque luego de tanto tiempo andado, merece otras lecturas. Nos obliga a imaginar, a cambiar como lectores y a convertirnos en las distintas entonaciones que el texto revela en su devenir.

Eugenio Montejo es poeta de muchas voces, como de distintos rostros, personajes que lo han destinado a ser “uno y múltiple”, de allí la transfiguración del tiempo que lo ha ocupado y lo sigue ocupando en el oficio de escribir.

Desde sus heterónimos, un poco Pessoa bajo los astros, un Montejo ausente, anclado en la casa donde “el tiempo dio cuenta de la llama”, nos conmina a verificar su tránsito por la poesía, la que comenzó a escribir en Valencia y se extendió por el mundo, a la orilla de estaciones dispersas o en el centro de ciudades donde aún restallan el silencio y “la fugaz hora del poema”.

Tiempo transfigurado (Ediciones Poesía, Valencia, 2001) es su antología, la que le permitió destinar los poemas más cercanos, los más íntimos, apegados a aquello que precisó el poeta alguna vez: “La poesía es un melodioso ajedrez que jugamos con Dios en solitario...”.

 

2

Todos los libros de Eugenio Montejo se contienen airosos en esta selección personal. Selección al fin, se siente el acento de quien mira el fruto y lo descuelga. Se siente el gusto por lo que íntimamente transfiguró las edades, los días de decir con toda la obra recogida en un solo título.

Desde Orfeo, a su paso por Algunas palabras, hasta arribar a Partitura de la cigarra, Montejo figuró una antología cuya lectura nos regresa al hilo de la totalidad, y como él mismo lo afirma en la entrada del libro, con los nuevos días vendrán novedosas formas de la palabra poética, porque “Siempre terminará por sonar más hermosa la canción que no se deje predecir”. Así, si todo cambia que quede la “necesidad de la palabra poética como fundamento de los días del hombre sobre la tierra, de la poesía como lumbre de nuestra humana terredad”.

 

3

“Tuyo es el tiempo cuando tu cuerpo pasa / con el temblor del mundo, / el tiempo, no tu cuerpo”. El poema —la recurrencia del tiempo— encarna la hora, aviva el afuera eterno, mientras el cuerpo, quien dice y se desdice, pasa, se aleja y desaparece: “Sólo trajimos el tiempo de estar vivos / entre el relámpago y el viento”.

Desde su primer soplo verbal, Montejo ha sido favorecedor del “melodioso ajedrez que jugamos con Dios en solitario”. De allí entonces la fuerza de la poesía que “cruza la tierra sola”.

Su arte humaniza el poema, aquel artificio que Octavio Paz fecunda con las imágenes. Montejo mueve la presencia de la poesía, la traslada de un tiempo a otro: “Llega de lejos y sin hora, nunca avisa; / tiene la llave de la puerta. / Al entrar siempre se detiene a mirarnos. / Después abre su mano y nos entrega / una flor o un guijarro, algo secreto, / pero tan intenso que el corazón palpita / demasiado veloz. Y despertamos”.

 

4

El poeta viaja por su libro. Con él sonamos en conjunto, polifónicos, y nos estacionamos en su Adiós al Siglo XX, en las calles nombradas, tocadas por el tiempo que termina, orillado por las vocales del “rumor infinito”.

Un viaje por una ciudad que podría ser Lisboa, límite entre el tiempo vertical, teórico y frecuente de guerras, “sangre abismos”.

Todos los libros transfigurados, tiempo de la poesía de Eugenio Montejo en una antología que nos prolonga y nos verifica en el misterio de lo cotidiano universal.