Comparte este contenido con tus amigos

Cartas a Dios

La creación del hombre, por Miguel Ángel (1510)

1

Viajan, en voz anónima, las misivas dirigidas al cielo, de las que se desprenden autorías varias, atribuidas a monjas que, en “un latín de una retórica compleja”, escriben para desahogar el espíritu humano y verterlo en el regazo de María y en la omnisciencia divina.

La primera correspondencia se diferencia de la segunda por el “estilo, propósito y carácter”, y da cuenta también de una mujer, cuestión que ha provocado en la traductora Ana Belén Rodríguez de la Robla, una suerte de carrera con obstáculos, emprendida para sacar a colación el feeling femenino “enfrentado” al masculino, toda vez que críticos y cronistas han puesto en duda la presencia de una escritora en la redacción de estas Cartas a Dios (La Liebre Libre, 2001).

Desde este punto paréceme discusión sin fondo enfocar la autoría de las epístolas: en todo caso, Dios es portador de los dos sexos, pese a que en la Biblia el predominio masculino ha abierto heridas profundas en el universo del feminismo (que se diga de sexo en Dios es mucho: esta podría ser otra herida difícil de cerrar). No obstante, Rodríguez de la Robla explica ampliamente acerca de la porfía que recorre el mundo: “la supuesta sexualidad de la escritura”.

Me atrae más el contenido de estos papeles del siglo IX, que fueron hallados en el Manuscrito 190 de Saint-Gall. Los manuscritos, cuyo origen se remonta a los finales del siglo IV o a los inicios del V hispano, se creyeron redactados por San Jerónimo, según Bruno Krush.

 

2

Edgar Morin defiende el estilo de Baquiario, un monje que vivió en Galicia en las postrimerías del siglo IV, militante de la orden prisciliana. Mientras, Caspari se aproxima a dos mujeres de monasterio que se cruzan cartas.

El carácter anónimo de las muestras escritas en latín hace interesante y hasta misterioso su estudio, en tanto que se prestan a conjeturas, hipótesis e, inclusive, a la aventura fabuladora de los lectores, quienes enfocarán su intento en el contenido de las dichas epístolas que, si bien no van dirigidas a Dios, atizan sobre la fe o las dudas de quienes las escriben y las leen, a través de la Biblia, específicamente el libro de Job y el Antiguo Testamento.

¿Por qué háblase tanto en ellas de María? ¿Será acaso que la natividad rompe definitivamente con la ley impuesta en el Viejo Testamento para ingresar en la gracia traída por Jesús? ¿Espíritu carnal o carnalidad espiritual? En todo caso, el tono, ciertamente femenino, nos aproxima a la tierra a través de las personas que hablan en ellas. Dios se pronuncia en mayúscula. Quienes escriben se llaman en minúsculas, terrenamente.

El enigma nos conduce a pensar que si bien Dios es un misterio, su presencia en el hombre lo es más gracias a su carácter invisible.

 

3

La primera carta invoca apoyo, cercanía, hasta el silencio de la distancia: carta entre religiosas donde abunda el bosque de citas bíblicas, mientras la segunda alimenta la curiosidad del lector gracias a la enjundia temática: un tejido, un entramado narrativo que nos recuerda la serpiente que se muerde la cola por la circularidad de su estructura. De modo que fue pensada para llegar más adentro de quien la leyera.

De la primera tomamos una muestra: “Sepan quienes dudan cómo concibió y cómo alumbró la Virgen, que lean sus escritos, porque ahí está la fecundidad incorrupta del fruto virginal”. Esta preocupación inunda el texto, de allí el espíritu que se convierte en carne para luego regresar a un espíritu que se eleva al cielo. De la segunda: “¿Acaso en este mes no hemos comprobado los oráculos de esta profecía cuando ha entrado la Palabra (o sea, el verbo e Hijo de Dios) en la tierra de exterminio, esto es, en los mortales miembros, y en la noche de la carne?”. Frente a la incorruptibilidad del “fruto virginal”, es decir, del Hijo de Dios, está “la noche de la carne”, es decir, la muerte, el pecado, el silencio, más adelante nombrado en la epístola: “Sin embargo lo que dije [“y cuando un grave silencio todo lo envolvía”] cree que éste [el silencio] quiso mostrar que todas las cosas eran silenciosas antes de que conocieran y sintieran el Verbo de Dios”. Antes, sí, pero el después también revela el silencio, el que está presente en quien se aleja de Dios.

A pesar de la supuesta diferencia de autores, se concibe una especie de hilo conductor unido por la fe, la concepción de una voz explícitamente reveladora.