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D. H. Lawrence. Fotografía: Elliott and Fry (1921)David Herbert Lawrence
Poemas

1

¿Fue el aire de Eastwood o la pobreza del hogar el código que perduró en los pulmones de David Herbert Lawrence para lanzarlo a un largo y prolongado jadeo? ¿Sostuvo con entereza los golpes en la puerta por su cama con Frida Von Richthofen Weekley en los tiempos de la primera guerra mundial? ¿Qué de la fatiga que cada verso sacude en forma de vacío, o el deseo que luego se hace novelas prohibidas? ¿Sucumbió en el poema como desahogo?

Con El arco iris cerraron las páginas: con esa novela conoció de los rigores puritanos. Por eso la poesía, canto reseco, desapegado de la vehemencia, muy inglés, lo eleva hasta el misterio sagrado. Si en su narrativa la pasión carnal desoye el chismorreo de los conventillos, en la poesía entra en un espacio donde el dolor, la enfermedad, las mujeres deben ser límites sin sentimientos a través del pansy poem que tanto luce en aforismos y esfuerzos reflexivos.

 

2

Rafael Cadenas lo desempolva: esos poemas que son pensamientos —como el inglés gusta llamarlos— rondan la muerte del deseo, la tragedia cada vez que vuelve a la sombra de aquellas imágenes durante su tiempo de Londres.

La tragedia me parece un gran ruido
más fuerte de lo que conviene.
No me importan mucho las aflicciones e infortunios
de Lear y Macbeth y Hamlet y Timón:
les importaban tan excesivamente a ellos mismos.

Y es que la tragedia usa el espejo del poeta y se marcha a la calle, al lugar donde impera el crimen, la gran tragedia de nuestra civilización material mecánica / aplastando la vida humana natural, y es, entonces, la derrota personal, la pérdida de todas las ideas.

 

3

¿Existe algún parentesco afectivo entre esa derrota, que Lawrence predica desde adentro, con la otra derrota que Rafael Cadenas entregó como arranque de un momento poético especial? ¿Hay algún extraño afecto familiar con estos pensamientos que el mismo autor de Cuadernos del destierro apuesta como fondo de una existencia, de un momento histórico?

La traducción de Cadenas nos acerca a este hombre que tuvo en la novela el rechazo de su tiempo (¿quién mató a Lady Chatterley?), pero que la historia revisó en un éxito mundial.

La misma derrota de Lawrence va decantando la imagen de un hombre que hunde su yo en un canto lacerante: Sé que soy nada. / La vida se ha ido más debajo de mi límite de baja marea. Texto desnudo de todo ornamento, porque lo que procura entregar David Herbert Lawrence es una verdad que finalmente lo vence, sin dejar de pensar que luego de años su trabajo encontraría la tragedia de ser leído.

Las sombras de la mina donde trabajó su padre, los pasos surgidos de su madre, una maestra que lo condujo a los libros, permanecen hoy en estos textos que, hechos pensamientos, funden las fronteras a través de otro poeta que cargó con su derrota y ahora acarrea aquella marca que no hace perenne.