Comparte este contenido con tus amigos

Orlando ChirinosImagen de la bestia

I

Una atmósfera icónica, la cabeza de un toro, emergida de las fijaciones plásticas de Juan Clemente Francia Mosadegh, adviene subcorpus de una historia que se desarrolla en el tránsito de un personaje cuya sintaxis vital ocurre en un tiempo fragmentado.

Imagen de la bestia (Edit. Grijalbo, 1993) tiene como materiales de escritura los diversos mundos de una personalidad que se mueve en la perspectiva de una ciudad que lo envuelve, que lo hace reflejo de la memoria, isotopía del fracaso, de la decadencia.

 

II

Orlando Chirinos se desplaza —desde sus anteriores obras— en una sucesión de anécdotas logradas en una novela que tiene soporte en elementos autobiográficos. Se vale de aquello que Foucault denomina trasplante o multiplicación de identidades, para hacer de esta pieza una muestra de técnicas pensadas con rigurosidad y conciencia de narrador maduro.

Haciendo juegos con los sonidos, adjetivando, usando la complejidad de un ritmo muy particular, como si el lenguaje designara un palimpsesto, Orlando Chirinos se pasea por una historia propia de las ciudades nuestras: un hombre cuya memoria permanece en el lugar de origen, en la provincia, en las sombras de una familia que desaparece en la medida en que aparecen otros personajes más cercanos. Un matrimonio, los hijos, “trabajos con aviones y cosas de eso”, la pintura, los premios ganados, todas las mujeres que han sido carne y sudor de su lecho. Un hombre que, como una silueta kierkergaardiana, intenta disipar el yo, hacerlo varios, hasta convertirlo en una referencia, en una tragedia, en la bestia que se lleva adentro cuando la violencia, el orgullo y la intensidad por mantener el equilibrio que siempre se ha deseado, desata la muerte, la desaparición para siempre mediante un pistoletazo, la locura, en medio de sus propias heces. En una caída que es el anuncio de los ruidos interiores.

 

III

Ebriedad. Deslizamiento de la personalidad. Adquisición de un nuevo interior que se hace volumen narrativo a través del delirio. El logos de una conciencia secundaria que crea un paisaje alucinado. En esta forma de encarar la historia, Orlando Chirinos establece una técnica narrativa: el delirium tremens como signo y corpus del antihéroe: envuelto por la memoria —si se quiere, portátil—, aparecen como elementos simuladores: actores de cine (Chaplin, Marilyn Monroe, Clark Gable), hombres de letras (Ovidio, Nabokov, Pepe Barroeta), boxeadores (Joe Louis, Big Joe, Rocky Marciano, Archie Moore), títulos de películas (Los peligrosos de Nioka, Los tambores de Fumanchú, El Gordo y el Flaco, Tarzán contra el mundo), como eslabones que defienden la personalidad de un hombre que tiene como correlato el mundo de una cultura disipada en la muerte.

 

IV

Esta novela de Orlando Chirinos se inscribe en una visión primigenia, para este autor, de la ciudad y sus fantasmas, las bestias engendradas desde el ruido y el silencio de un lenguaje vigoroso.