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“El señor de la montaña”, de Eduardo CasanovaEl señor de la montaña

I

Andrés Pérez, testigo de excepción de la fundación de Santiago de León de Caracas, pariente de Diego de Losada, rodado en el tiempo narrativo para ser amigo de Simón Bolívar, imagen inalterable de acciones que marcaron la historia de Venezuela, es la voz que guía a Eduardo Casanova por la trama de El señor de la montaña, novela/testimonio publicada por la Editorial Actum de Caracas.

 

II

Más que un ser de carne y hueso, Andrés Pérez es la conciencia del tiempo. Más aun, es el tiempo: justificación de la que se vale Casanova para prolongar el aliento de un canto a la capital que fuese escenario de todas las historias.

Conciencia que se instala en el paisaje tropical del Cerro Ávila para extraer de él todo el registro mágico de un personaje que sufre una transformación: de conquistador pasa a ser conquistado por la pasión de la tierra y de los nuevos hombres que habrían de realizar la gesta de independencia.

 

III

A dos voces se va haciendo el cuerpo y el soplo de vida de un paisaje que atiende a la mirada de Guaraira Repano. Desde su más interior vocación contemplativa, desliza el tiempo en que ocurre el nacimiento accidental de esa ciudad y los misterios inencontrados de muchos hombres que parecieran arrastrados por una corriente invisible.

Dos tonos que se conjugan para desdoblar, a la vez, la mirada y el silencio de Andrés Pérez, aventurero como Losada, codicioso como él, pero con la diferencia de que Pérez (o Puerta, como lo confunde el joven Simón Bolívar) tiene en la montaña el paisaje encantatorio de un acento que lo marca y lo detiene.

Esta novela de Eduardo Casanova, inscrita en la mejor vocación de una historia llena de historias (caja rusa que descubre detalles y momentos de la Venezuela de los héroes), se hace ficción en la medida en que se contradice (el tiempo: el personaje, una dualidad polar), porque el riesgo que corre el narrador es adquirir, desde un escondite, desde el bosque de la trama, la voz del personaje, suerte de fantasma que agota a los demás y los entrega al fragor de la muerte (el tiempo siempre hace lo suyo) y la resurrección.

 

IV

El señor de la montaña es Cabré que despinta la atmósfera de la niebla. Observador que oye las viejas voces caribes, los árboles que serán más tarde cortejo y eslabón, timbre y palabra, vocablo instantáneo, vaga contemplación de quien narra y no deja de correr una historia multiplicada.

Eduardo Casanova vuelve luego de la saga de Cuarteto en sol, en la que la historia es la más cercana, epidérmica, la que toca en este siglo de gritos y silencios. Con El señor de la montaña hay otro espíritu, otra sombra que se repite, vuelve, se ahoga, regresa y se pierde hasta conseguir la veta de su propio silencio, extremo ajeno y personal.