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“El bululú de las ninfas”, de José PulidoEl bululú de las ninfas

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El cadáver de una mujer, Marta Kruguer, aparece en una playa de la costa central venezolana. Es un cuerpo blanco, sucio de algas, salado, con los ojos abiertos, inflado por las horas. Se trata de una turista alemana que vino a pasar vacaciones a La Guaira y allí —en busca de placeres— encontró la muerte. Una muerte ligada al sexo, a la disipación tropical.

A raíz de ese hallazgo, la policía local, representada por un joven de la zona, Pancho Cumbancha, y un emisario, Hans, enviado por el gobierno de Alemania, iniciaron las investigaciones en medio de las fiestas de Corpus Christi y del deslave que azotó la costa guaireña y mirandina.

José Pulido, autor de esta nueva novela, se vale de un lenguaje desenfadado, pleno de humor y de diálogos donde prevalece la forma del habla del venezolano de esa región, no en cuanto a las palabras que salen de la boca de los personajes, sino del espíritu semántico, toda vez que recurre a los modismos y fórmulas producto de años de uso, referencias y deslizamientos lingüísticos. Es decir, Pulido hace que los actuantes revisen el paisaje de una lengua que para muchos podría parecer un abuso. Uso y abuso, El bululú de las ninfas (Editorial Alfa, Colección Orinoco, Caracas, 2007) es la recreación de un país: un cadáver hace que aparezca otra realidad, la que se debate entre la sensualidad, la política y los desmanes de una sociedad volcada a encontrarse con sus miedos, ocultos por la cotidianidad.

El inicio, poético, hace que el lector no se despegue de la trama hasta el final. He aquí la muestra de arranque de este trabajo del narrador aragüeño:

Un cangrejo casi transparente, de esos que asumen el color amarillento de la arena, se detiene justamente entre los muslos, en las esquinas redondas de las nalgas. Está vibrando de miedo o de quién sabe qué, en el fondo de un risco y si por casualidad su mirada es amplia y ve más allá de lo que su tamañito merece, quién sabe qué impresión le dará esa parte de arriba, donde se abren unos labios de caracola revelando una gruta.

 

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El texto, re-creativo, da inicio a una trama que termina cuando se descubre que la defunción de la turista fue producto de la ingesta de un menjurje que la llevó a una ensoñación interminable. Se pudo saber, en medio de la tragedia de Vargas, que la causante de ese evento fue una mujer, Justina, amante de Pancho, el policía costeño que llevaba las investigaciones.

Pulido —en uso de sus atribuciones humorísticas— da rienda suelta a esa suerte de perversión que sólo una inteligencia libre como la de él puede desarrollar. La mujer, víctima de los excesos, presentaba una protuberancia en sus genitales. El clítoris lucía exageradamente brotado, lo que suscitó en el policía sospechas que lo condujeron a pensar que el cura del pueblo, Ronaldito, y Bubute, un poblador de la misma localidad, campeones en el consumo de ostras, eran los culpables, hipótesis que se cayó toda vez que un diablo le confesó al mismo sacerdote, durante las festividades, que había chupado hasta el agotamiento el clítoris de la alemana, quien murió llena de gozo. El personaje disfrazado de demonio llevó al párroco hasta la verdad, al atar cabos y concluir que se trataba de una mujer ataviada de diablo, quien no aguantó el peso de la conciencia y quiso buscar el perdón. El cura, al final de la trama, suelta la verdad, porque Justina había perdido la vida en el deslave. Pero Pancho nunca se enteró por recomendaciones del policía alemán: la amistad los había unido y quería evitarle más dolores al policía.

La tragedia de Vargas se ve en una dimensión tan narrativamente poética que podría servir para que José Pulido se concentre en otra ficción dedicada a este acontecimiento.

 

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Alrededor del evento se mueven acciones periféricas. Tres muchachas de la costa, tres morenazas, son la atención de todos los jóvenes del lugar. Antonia, “diosa sabrosona”, es la angustia de Bubute, quien es despreciado, no sólo por la joven sino por Pancho, hermano de ésta. Yuleisis y Anaconda, las otras que forman parte del club de las buenotas, se pavonean como en una vitrina. Sus cuerpos de escultura, sus ojos acaramelados, el olor de sus deseos, todo junto las hace el plato más apetecible, la carne más cara de la comunidad.

Esta obra de José Pulido llena al lector de sensaciones. El bululú de las ninfas, esas tres chamas que enloquecen a cualquiera, ellas, son la justificación para contar, para deshilvanar parte de lo que se percibe como un país agobiado por una treta histórica que se fija en dos personajes, los “políticos”, los oportunistas del momento, quienes enarbolan un “un patria o muerte” con carnet y todo. En medio de la crisis natural hacen de las suyas y desnudan la cara de una verdad que a diario se observa en el mapa de un país que dejó de ser imaginario. El otro espacio que dibuja el país se confirma en la pasión lúdica del venezolano, quien se imagina rico, ganador del Kino, dueño de una vida de lujos y excesos, como fue el caso de Bubute. La muerte de este personaje emerge de un sueño, que siempre fue su pesadilla: no ser aceptado por Antonia y por el resto del mundo.

Un verdadero bululú representa la lectura de esta novela. Una vez más, un desenfadado José Pulido hace entrar al lector en un mundo del cual se sale con marcas en el cuerpo y en el alma.