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“Adiós en Madrid”, de Francisco ArévaloAdiós en Madrid, de Francisco Arévalo

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¿De quién se despide Francisco Arévalo en Madrid? La lectura es antojadiza. La comienzo por el poema que le da nombre al poemario: “Adiós en Madrid”,1 con ella, con la lectura, se descorre una despedida, la de quien se enmarca en un amor que acontece en un viaje de 74 páginas, pero que inclina la sospecha hacia una permanencia más extensa, más larga espiritual y físicamente.

De modo que se trata de un viaje en el que Arévalo le entrega al lector —una vez más— su lado amatorio, una poética que se halla empotrada en los huesos verbales de este autor venezolano, dueño de una larga tradición donde priman las horas de la noche, los fantasmas del día y los más sensibles instantes de un ser que no se cansa de cantar a sus mujeres, a las tristezas y alegrías de las voces que lo acosan.

El texto mencionado en líneas anteriores encaja en lo afirmado por quien escribe esta nota: “Entendí que tu mirada extranjera / Cierta fastuosidad con lágrimas incluidas eran la despedida / Ya no teníamos telarañas ni historias silvestres que contra / El frío conocimiento del camino que se bifurca / Y descorre los sinsabores / Allí estaba Madrid sobria / Como cuando abordas tu delicadísimo oficio / Medio siglo maquillando los espacios / De cierta alegría de utilería que clavetea / la puerta izquierda donde se sienta perfumada la tristeza / Y el Museo Reina Sofía / Y Picasso solito / Con Guernica que te llegaba a los tobillos / Tú sospechabas de mi corrida de arruga / En el almanaque sin diciembre para el festejo / Porque Madrid fue en esta ocasión una pedrada de cerca / El espacio donde anidaron nuestros cuervos”. Fue el 24 de septiembre este poema y allí se estacionó, en el pleno centro de aquella ciudad donde aún habitan nombres que pertenecen al mundo y mujeres anónimas que se llevan los amores al silencio.

 

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Esta aventura de Francisco Arévalo está dividida en dos viajes sonoros. En ellos germinan la despedida, el adiós a alguien que ha marcado a quien se hizo libro para poder decir de todo aquello que lo afectó. Fue entonces la hermosa ciudad española donde comenzó la disolución. El poemario abre con esta confesión: “Nada es definitivo / Cuando se desgarra la tarde / Se apagan los helechos / Tu tallo de chispa y anguila se crece / Permanecemos desvanecidos observando las telarañas / Humeante el aburrido punto de nuestro silencio...”. Cabe otra pregunta: ¿quién se desgarra, la tarde o quien con el pasar de las horas sabe que ya todo acabó, que la amada es sólo un recuerdo, una discusión, una estación ferroviaria o una cama vacía bajo el techo de una habitación ajena?

Y mientras el desgarramiento se pasea por las páginas de esta suerte de destierro, la ciudad se muestra con todos los sentidos de quien la pasea. Sus olores, algún río en la memoria, un sueño que no logra desvanecerse. La tibieza de unas sábanas en la mañana. Un sonido de Paul Éluard mientras el cepillo de dientes espera por un bostezo. Así va este libro, entre una mujer y los contornos de su pérdida. O las migajas de un espacio donde quedan estas palabras:

Amor

Para creer que estoy no es necesaria mi presencia
Los retazos del molino con vitral
Las conchas del río y su galope
Para creer muchas cosas
Este espíritu goloso que te busca
En las curvas del silencio y sus imprevistos
En las rectas del escándalo y sus matices
Los lazos y sus dominios mudos
Cuando la tarde tiene tímpanos para sordos
Y la luz no para de salir sacudida de tus manos

 

Francisco Arévalo3

Pero queda el deseo, esa presencia solitaria, enarcada en el vientre, en la respiración, en las palpitaciones del pecho. Queda esa fatiga adecuada al dolor, a la miseria de la soledad. El espasmo de un domingo con el nombre pronunciado. A pesar de todo eso, el regreso podría estar en ella o en la ciudad que se aleja. El viaje revisa de nuevo la voz del amante: “En espera de no se sabe qué / Como siempre regresaré a Madrid en otoño / Será cuando las hojas tengan el color de tu mirada / Las pisadas en las aceras del Prado / Con los rasguños de la tarde / El tímido Hotel Mora / Donde ya no estarás sentada / Con tus olores de poema prístino / En espera del desencuentro”. La soledad, el vacío preparado para el viaje de retorno a la otra tierra, la de Guayana donde vive el poeta y donde los accidentes geográficos también son amores que llegan y se van, pero siempre se nombran sin desperdicio alguno.

En este libro de Francisco Arévalo están también los momentos en algunos lugares de la península: poemas que se quedan sonando, que se tutean con la distancia. Así, Sevilla, La Mancha, El Toboso, Granada, calles, museos, hoteles y bares hacen estos versos que —una vez más— Arévalo ha sufrido desde la despedida, desde el adiós, desde una agonía que se agita en el vientre de un avión que cruza el océano más arriba de las nubes.

Se trata de una poesía en la que el que la escribe se queda todo, completo.

 


  1. Adiós en Madrid fue editado por Mucuglifo (Mérida, 2009).