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Régulo y la lotería de animalitos

(a Pedro León Zapata)

Alberto Hernández (izquierda) y Régulo Pérez

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Del barro de Caicara del Orinoco el Mapurite de Régulo Pérez, aquel que se “volvió un peo líquido”. Por eso, cuando quiere, Régulo nos cuenta su vida en pocas líneas, en una Auto-Microbio-Grafía donde no cabe un mosquito, por lo grande:

Nací en casa Piapoco de la Calle Turpial del Barrio Perro Seco en Pueblo Culebra a orillas del Caño Gavilán, que va a dar a Río caimán que es el morir. Jugué a la lotería de animalitos para ganar y entonces pude tomar en Puerto Vendo un avión Urraca para entrar volando a estudiar pintura animal en Ciudad Hormigón en Rinoceronte.

Y al lado de esta declaración bestiaria o zoológica y casi secreta —ya no tanto—, un hombre sin cabeza, y en su lugar una D. Dibujo que alerta de la vocación plástica de quien entra y sale de la boca de leones como si se tratara de un amansador circense.

Porque es que los animales de Régulo Pérez tienen voz propia (tenorinos, tenores, barítonos, sopranos, bajos, mezzos, y así hasta la mudez. Bueno, “falsetes” también, que cómo abundan). En eso coincide con Leoncio Martínez y Aquiles Nazoa. Cada caudillo, cada gesto, cada palabra usada para dañar las paredes tienen rostro y hasta culpas, que nunca se deben olvidar, porque en materia de caricatura también los animales son políticos, pero más decentes.

Pero de animales y loterías ya tenemos demasiado. Hay otros cuentos: el que nos toca de cerca desde que nos hemos metido en este Ridge Bank del humorismo, que no tiene nada que envidiarle a los personajes de nuestra diaria política ecuestre y pedestre, de busto y mosto en plazas y esquinas, y otros animales de la fauna nacional, que es también el morir.

 

2

Nuestro cuento tiene geografía de nacimiento. O decir que tiene ombligo en estacionamiento propio, en la Cantera de la Citá Jardín de la Maracaya de Oro.

Nacía Matarile en el diario El Carabobeño (que lo recuerden Eduardo Casanova o Emilio Agra o León Levy), que por milagro nos hizo meter en aquello de joder la paciencia para vivir más o menos infelices, porque ya felices éramos también, aunque a medias, pero felices a fin de cuentos. Allí, en ese suplemento de mamadores de gallo, Matarile, pernoctamos Isabel Allende, Eneko Las Heras, Kiko Bautista, Aníbal Nazoa, Mahfud Massís, Pedro León Zapata, Régulo, Casanova, Agra, Levy, Claudio Cedeño y quien esto escribe, entre otros, que no éramos otros que “una mochila de conspiradores”, como dijera el sacrosanto Luis Herrera en plena magistratura de su presidencia, cerca del Canódromo de Margarita, y el sapientísimo señor Obispo de la ciudad de Valencia del Rey, para la ocasión, y por la tal creencia religioso subversiva, la izquierdosa, Campins dixit, debimos abandonar las filas de Matarile, excomulgados, porque a uno de nuestros héroes de la caricatura —fue Eneko— se le ocurrió dibujar al Papa Juan Pablo II con poderes de Supermán, a sabiendas de que ya sabíamos su identidad secreta, que no era por cierta la de Clark Kent, como si eso fuese malo, pero no tanto por eso, sino porque el Papa enseñaba el busto —a lo Jane Mansfield— con la “S” del hombre de acero, la que el prelado confundió con la de Satanás. No era tal nuestra intención, ni nada que le pareciera o haya parecido al Camarada Cantinflas.

 

3

Fue nuestra primera “botada” o boutade de un trabajo, al menos para mí, por razones de humor o lo que es lo mismo, “por razones de higiene” (Isaac Chocrón casi andaba por allí, en la broma, por supuesto), Luis Herrera, el obispo y, nosotros, la mar de contentos.

Lo cierto es que por aquí nos cayó de nuevo Régulo, ya canoso, y nos acordamos de la Lotería de Animalitos, de Matarile, y recobramos los meandros de una historia que sí tiene fin.

(Esta crónica pertenece al libro Cambio de sombras, publicado en el año 2001, cuando aún la amistad no había sido afectada por tanto brinco de la historia de nuestro país. La foto del autor —cara de tonto de capirote— con Régulo Pérez tuvo lugar en el diario El Periódico cuando éste se llamada así y en el patio, cuando éste existía, porque tuvo patio, sí señor).