A lo largo de nuestra amada geografía,
con una vivacidad tal vez mayor que en otras tierras,
conviven varios millones de chamitos.
Eugenio Montejo.
1
A Eduardo Polo no se le despega de la memoria Puerto Malo, el pueblito costero de Blas Coll. Y no lo hace porque en medio de su afán por escribir papeles dejó unos que el viejo tipógrafo convirtió en libro. Los poemitas se hicieron un tomo con un nombre muy singular, toda vez que atiende a la gracia de los muchachos que llenan las calles y los parques con sus gritos y juegos. Pues bien, Chamario, que así se titula el libro, en atención a aquella voz venezolana que siempre anda de boca en boca en boca de adultos y adolescentes, y que se ha convertido en un vocativo la mar de simpático. La palabra chamo, cercana a chaval y a chamaco, proviene de muchacho. De modo que se trata de una suerte de apócope que concentra todos los sentimientos que alberga el corazón de un carajito de esos que viven imaginando, inventando y creando mundos y palabras nuevas, como lo ha hecho Eduardo Polo, uno de los heterónimos de aquel otro muchacho llamado Eugenio Montejo, quien desde la distancia de su ausencia sigue armando rompecabezas, palabras, dameros y juegos para espantar el fantasma del olvido.
Entonces Chamario (publicado por Ediciones Ekaré, Caracas 2007) es un bosque de hojitas escritas por un mago, por un tipo que le saca tripas a un garrote y es capaz de soñar bajo el agua. Es que este hombre, traducido por el talento de Montejo, se ha subido a la nube donde estos textos sacuden la modorra a los niños y a los viejos.
2
Son veinte los juegos. Veinte son los poemas que juegan con la imaginación de quien los lee. Son poemas que Eduardo Polo dejó por ahí y Blas Coll hizo páginas para regarlos por todo el mundo. Así, Eugenio Montejo —al lado del fantasma juguetón y mago— dejó dicho, para gloria de quienes lo leemos, estas palabras: “En la mágica cartilla de sus rimas quiso Eduardo Polo celebrar unas y otras, mediante juegos de lenguaje capaces de proponer a sus jóvenes lectores algunas líneas que los hagan soñar o sonreír”. Y en verdad, más allá de la edad del lector, nos hace soñar y jugar.
¿Quién no esboza una ligera sonrisa cuando lee que un tren se repite, no en el sonido de la máquina locomotora sino en el mismo nombre del tren? El lector viaja en la reiteración, visita lugares una vez que se monta en el aparato, gracias a la insistencia del autor. Sintamos la brisa, la velocidad del ferrocarril en esta estrofa cuyos versos contienen el carbón que alimenta la carrera de la travesía de quien escribió y ahora lee el poema:
Por la puerta de mi casa
Va pasando un tren-tren-tren.
Si se para, yo me monto
Y a ti te monto también.
O éste en el que el cuerpo del tren pasa repartido en un paisaje alegre y lleno de colores, donde los pasajeros son los protagonistas:
Sus vagones son veloces,
los viajeros no se ven.
Si se para, yo me monto
y a ti te monto también.
Los chamos que lo leen en voz alta invitan a una persona que está tumbada en una cama o en un sofá, con la imaginación abierta, presta a ingresar en el tren y disfrutar de la velocidad entre árboles, lagos que se ven por las ventanillas, pájaros y caballos que vuelan y corren al mismo ritmo del sonido que emerge alegre del motor de la máquina.
3
Un poema loco, “La bicicleta”, ha sido y es motivo de risa en los nietos. En los que se sientan alrededor de quien los ilumina con la voz. El autor corta el sustantivo en dos trozos, como una torta, y hace que se convierta en dos significados. Es un poema loquito, sabroso y muy inteligente. Vamos a tenerlo presente aquí:
La bici sigue la cleta
por una ave siempre nida
y una trom suena su peta...
¡Qué canción tan perseguida!
El ferro sigue el carril
por el alti casi plano
como el pere sigue al jil
y el otoño a su verano.
Detrás del hori va el zonte,
detrás del ele va el fante,
corren juntos por el monte
y a veces más adelante.
Allá va el corazón
en aero plano plano
y con él va la canción
escrita en caste muy llano.
Si usted, chamo o chamita, está dispuesto o dispuesta a seguir el juego, los invito a no salirse de estas páginas. Podrán encontrarse con su lado tierno y juguetón. Podrán regresar, en caso de que ya no sean tan chamos, al patio de la casa, a los libros que siempre tuvo cerca, a las canciones de ronda o a los cuentos nocturnos que nos hacían temblar a la hora de dormir. Claro, en estas páginas no están esos relatos. Aquí lo que hay es invento, una locura suave y alegre, tierna, propia de un poeta que nunca dejó de ser un chamito, un carajito, un niño.
Chamariotiene más poemas, más recreaciones, más sonidos para compartir, pero vamos a dejarlo hasta aquí (para que usted o tú, claro) tengan tiempo de buscar el libro y llevarlo a la casa como una mascota, como un animalito de compañía. Porque se trata, en efecto, de un libro vivo donde Eduardo Polo se vale de todos los trucos para no abandonar a quienes ya son sus cómplices.
En algún lugar del cosmos está Eugenio Montejo, jugando con las nubes que caen en el patio donde un niño con sus ojos y sus manos canta y sueña con rimas y trabalenguas. En algún lugar Eugenio Montejo inventa bochinches literarios, imágenes para comer, esas que tienen sabores y colores.
De los colores, precisamente, se encargó el ilustrador Arnal Ballester, quien aportó sus pigmentos para darle más magia a este pequeño mundo de sonidos.