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Alfredo Chacón
Alfredo Chacón.

Salomario, nueve libros de poemas

Una dinámica cuya cualidad geométrica se hace
necesariamente intelectual, acompañada por la gran
emoción radical de la existencia...

Oscar Rodríguez Ortiz

1

Poesía geométrica, fría, medida sobre la base de un terreno en el que crece “una naturaleza desbordante y barroca”, como afirma en el mismo prólogo Rodríguez Ortiz. Esta declaración va pareja con la idea de que la poesía de Alfredo Chacón ocupa un ser y un espacio. Una traducción libre de esta idea nos conduce a pensar que lo arriba dicho es falso: no es una poética fría sino reveladora de una solitaria fe que lo arrima a un clima tan humano como que forma parte de la misma hondura del frío que habita en el ser. Digamos: ser y espacio. Quien ocupa un lugar vive, se desliza sobre una línea, quiebra una curva, pronuncia una voz, se silencia. Es una poesía —definitivamente— callada, pero no porque no hable sino porque sabe hablarse a ella misma, a ese “sí” reflexivo que anuda el espíritu, lo comprime, lo aguza y lo echa al afuera donde vive y se estira el poema. Es una poesía que habla en el interior del poeta y del mismo lector. No es una poesía que habla desde el adentro. Es una poesía que está donde está el lugar del espíritu. Habla en el adentro. De allí que éste, el espíritu, tenga forma, sea medido con cabeza fría, calculadora, inteligente. Pero también, para contradecir parte de lo arriba expuesto: no se trata de que el poeta sea frío en su manera de abordar la poesía. Es que la poesía se hace fría en la medida en que se hace espacio de afuera, sitio de acomodo en el oído, en el ojo, en la tierra que pisa. De modo que quien buscaba una lectura fácil se encuentra con un agujero negro donde impera una extraña luz, una poesía confirmada en su propia solidez.

El mismo prologuista dice de una poesía barroca. Si barroca es por la manera de usar adjetivos e impulsos, o por saberse cercano a Carpentier en préstamo por el complejo sistema de la poética, también es bueno dejar sentado que el mismo tono, proferido por la voz en soledad, acompañada por el sonido metálico, sonoramente silencioso, hace de la poesía de Chacón un mundo donde impera una madeja de riesgos y peligros, que va más allá de imaginar que el poeta se confronta, se hace su propio lector desde su más carnal y ósea cercanía. Es barroco porque hace pensar desde una selva de sonidos. Que son intelectuales, pero que están cruzados por el espíritu. Es decir, la geometría poética de este autor venezolano toca lo que no se ve, pero se siente. Una línea recta o curva llega al sitio donde se elaboran los motivos del ser, del sentir.

 

2

Abstracción que se mueve, naturaleza que anuncia el comienzo de una aventura verbal: “Nube. Madeja brusca. Urdimbre / de un solo temporal, / en cuenco lleno / altivo risco se abandona. Cala grandiosa. Seda / domando el movimiento”. Tiempo y desplazamiento. Que aparezca el lugar que se mueve: “Un pájaro se encumbra / en los aires que arrastran su presencia. / De antiguas marejadas entre el aire y la piedra, / surgen, dueñas del campo, / vislumbres nuevas que nos dan lo propio”. He allí, entonces, el espacio abierto: se mueve el lugar, la geometría invisible: nube es altura; madeja es pensamiento; tiempo es movimiento. Todo lugar se mueve. Entre el aire y la tierra: entre el pájaro y el paisaje de abajo, “lo propio”, la mirada, el mundo, el lugar, el poema.

El texto respira: el poeta sigue su curso verbal. Escribe y piensa, geometriza con los ojos abiertos. Toma tiempo y lugar, se mueve: “cada roce / en asalto / desparrama / su tiempo / y nos recorre”. No en vano somos tiempo, edad, deterioro.

Toda lectura es contradictoria. Afirmo: toda mirada se contradice. Se contrapone. Quien escribe, afirma: “Estamos en guerra, no hay tiempo, no hay fuerzas para más. / Estamos en guerra con nosotros mismos. Los cuarteles cam- / bian constantemente de apariencia, tanteamos puertas falsas, / salidas de emergencia”. Este es un tiempo real, donde emblema, signo, código se muestran para decirnos una verdad: el tiempo existe, los uniformes existen.

El poema viene de una abstracción, pero sabe llegar a una versión de la realidad: “guerra”, “cuarteles”. Los contrarios confirman que somos, que el poema tiene razón: se razona. De allí entonces que el mismo texto, páginas más adelante, meses más adelante, añada: “Predispuesto; entresacado por sí mismo / del caos y el marasmo, / el acto personal / acoge a solas o en tumulto / las chispas de su abrazo / con las multitudes y las soledades”. Una confirmación de que hay alguien entre las palabras, apresado en la voz. Alguien, el poema, dice, habla, medido por sí mismo, por él y su circunstancia, su tiempo y su significado. Por eso se hace breve y pregunta: “Eres tú, ¿no éramos nosotros?”. Uno y múltiple. Solo y multitud. Uno y nosotros.

Esta lectura, desordenada y vuelta de revés, llega a este poema, a un trozo de sus sonidos: “Entretanto / la imagen desbocada y el acto renacido / ávido de una piel nunca mirada / palpando abultamientos / recorriendo declives / con cualquier parte del que era mi cuerpo”. Cuerpo, espacio en pasado, consumido, que fue movimiento, traje medido, tiempo y espacio. Ser y lugar. Fue mirado, tasado. El poema lo alberga, lo dice: “la imagen desbocada” ansía mirarse, hacerse.

 

3

Tomado al azar, un poema entra y sale de otro. Los anteriores se atan con el mismo tono, son líneas del mismo afán. Éste, colocado sobre la curva de la lengua, tan solitario, habla: “Es sólo eso, / pero / eso / es todo”. Aquí se resume una poética tan fáctica como hermosa en su solo empaque. Un poema redondo en su propia afirmación, contradictoriamente afirmativo.

Del anterior, de ese reflejo que agobia, a este que completa el aliento: “El poema es un hecho / vale decir / el acto del trazado de su impulso / y su trasluz”. Desplazamiento: el sentido, la palabra se mueve hacia un lugar que es resquicio de iluminación. Momento, instante del poema.

Chacón celebra a seres humanos, a poetas y pintores, a realidades que se mueven y sienten. En el “Autorretrato” en tributo a Cristóbal Rojas, el texto es continuum, el río que no se detiene. Se trata de un poema que llega al yo del autor y se hace otro en la voz de otro. En el rostro del otro, el que lo mira desde el silencio. Habría que pensar que nuestro poeta ha visitado la sombra y la luz del pintor, que ha medido la geometría de su existencia. He aquí el sonido de esta impronta:

En el trato con la imagen que destina
la imagen de los otros
que se salva
la imagen que me salva con los otros
la que me salva de los otros
pero aun más la imagen mía
la imagen que no salva
que no salvo de los otros
mucho menos de mí mismo
Tal es el modo de no ver mi autorretrato.

Juego de palabras, juego de voces con el otro, con él mismo. “Madeja” “de un solo temporal” en movimiento. El yo se desplaza hacia otro yo que es el otro, pero que redime al otro. Así se ve, así se figura y desfigura. Son trazos de un cuadro que tiene nombre en el poeta fijado en el pintor.

Este juego de voces, de significados, encuentra teoría en este texto: “Palabras asaltantes ¿qué he de hacer? / ¿qué les propongo / en vez de tanto ímpetu incesante / si lo que quiero es coincidir con ellas / y ser su nadador mas no su dique / y que ellas sean mi morichal sombrío / mi caño complaciente / mi caudal de agua en movimiento respirado / como mi apetito de nadar en ellas?”. Continente y contenido, las palabras se mueven, se revuelven, se encuentran en una pregunta que pregunta. Las palabras llegan y se hacen dueñas del lugar, asaltan el alma y la completan, la desmadejan, la desfiguran, la miden, la borran. El poeta se sumerge en ellas para no ahogarse.

El azar me conduce a estas líneas. Tan cercanas al poema anterior, tan alejadas de la intención de relacionarlas, de racionalizarlas, pero allí están, graciosas, bellamente ilustradas en el blanco del ojo, en la página abierta: “justo a tiempo el ave mensajera que me acosa siente que la miro / cae / entierra / su / último graznido en el hueco que se abre al yo cerrar los ojos”.

Y así como el poema es medida por lo que dice, por lo que contiene y acerca al espíritu, igual pasa con lo que mide, con la unidad que marca y agrega a un lugar: “La legua se mide. No sirve para medir / Ella es su medida / / Una legua / no ocupa el espacio que la mide / es el espacio medido / más sus límites / El espacio / del cual se ignora cuánto mide / el espacio que es de ella // El espacio que es una legua / El espacio que es ella”. ¿No podría ser que la legua sea el poema, la poética que Alfredo Chacón ha descubierto, la creada desde la mirada del lector, de ese viajero que migra en las distancias para encontrar la belleza del poema para hacerse el poema en su medida? Esta teoría, este poema de la legua, es el poema del poema.

Llego a las últimas páginas de este libro con este encanto. Es un poema que define todo lo anterior. Es el poema que midió el lugar. Es el poema de la geometría convertida en espíritu. Es el poema/poema revestido de “emoción radical”, de verdadera poesía, de la ilusión de habitarlo y consagrarlo:

El pájaro que en una de sus alas
siente cuando se pone el sol
es el pájaro en cuya otra ala
el sol se está poniendo
cuando pasa frente a mí perdiéndose de vista
hasta que reaparece
dándome la cara
y yo aparezco frente a él...

La lectura de los nueve libros que contiene Salomario (Ediciones El Otro El Mismo, Mérida, Venezuela, 2005) lleva implícita una emergencia: se trata de un libro que está allí para ser leído. Se trata de una aventura verbal llena de asuntos que nos tocan de cerca y nos transforman. El azar me condujo a afirmar que el lector existe en la medida de estos poemas. Que somos todo y nada, que estamos en un verso que más tarde, en la próxima página, nos inventa y nos borra.