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El idioma de la calle

El idioma de la calle

Pedir al poeta que hable el idioma del hombre
de la calle, es como esperar que el profeta aclare
sus predicciones.

Henry Miller.

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La calle hace bulla, habla. La calle dice lo que siente, se desahoga. Vocinglera, crece y grita en medio de la miseria y la abundancia. Pero la calle habla, maneja un idioma muy particular. La calle siempre ha sido palabras. Entender el idioma de la calle precisa de mucha libertad, mucho guáramo. Siempre ha sido un libro de páginas muy usadas, sucias, pero generalmente sabias, pese al agregado novísimo de hacerla parte de las perversiones de débiles y fuertes. Porque el fuerte de la calle está en la manera de cruzar verbos con sustantivos, pleonasmos con metáforas y comparaciones con cuerpos femeninos ondulantes que sin mucho esfuerzo son regalos para la mirada y el pecho. El idioma de la calle está repleto de caderas, bustos, piernas, cabelleras, miradas y deseos.

La calle es eso, un deseo imperturbable, comentado, feliz.

El hombre de la calle, más allá de la consideración de que es directo al hablar, a veces enfatiza y reitera y hace de las palabras una razón para seguir pronunciando las calles, avenidas, rincones, aleros, esquinas y semáforos. El idioma de la calle precipita una suerte de poesía que han dado en llamar urbana, fabricada entre el humo, los gritos, las fritangas y los tantos personajes que por ella abundan. Pero no se le puede pedir a la calle que diga sus secretos, así como la poesía no puede revelar los de ella. No obstante, la calle muchas veces se llena de falsos profetas, de adivinos y locuaces diccionarios sobre una tarima.

 

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Por eso Miller. Por eso, para desnudar a quienes de alguna manera creen que la calle es de quienes hacen de ella una versión de un campo de batalla. Las palabras, cuando no la navaja, el filo gitano del cuchillo, hinchan la presencia de las rúas, manera de decirla en sabroso castellano viejo. De alamedas, cuando se trata de país civilizado, aunque en su asfalto hayan caído los cuerpos de muchos, abaleados por mano criminal y aporreados por el puntapié de algún enloquecido por extrañas sustancias.

Muchos son los atracadores de la democracia callejera que crean un idioma para desbordar la propia calle, pero ésta no cree en ingenieros del odio. La calle tiene el suyo, de fondo, pero no lava cerebros. La calle es tan sincera que arrebata vidas, lo que no debe ser imitado por ningún otro poder aunque sea accesorio. La calle grita, farfulla, rumora, pero es sincera. Criminalmente honesta. Sus groserías son propias de los recodos, pero son sus groserías. Son las voces del común, una poética tan directa que duele.

La calle ve directo a los ojos, pese a que muchos se esconden para arrancar nuestros votos, vetos o la vida. El idioma de la calle no tiene traductores, ella misma se traduce, lo lleva a otros idiomas menos arrogantes, a veces. Otras, la inflexión delictual accede entre las costillas y rompe pulmones y corazón, pero sigue siendo sincero, no miente. Está allí. Es el lenguaje de todas las calles del mundo. Contradictorio.

 

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Muchos hablan como la calle y se le descubren los secretos, las mentiras. Esos muchos no son la calle y es falso que la calle sean ellos, porque ella ya tienen su verdad, aunque sea defectuosa, la libertad. Cuando ésos le ofrecen poder a la calle, ésta pierde el suyo y se hace súbdita de quien recibe los dones materiales o cerebrales. La calle manda, oferta, quita, palabrea, silencia. Es la calle, es su idioma, tan de todos que no es preciso pedir permiso para nombrarla. Cuando un intruso logra penetrar parte de la calle, intenta apropiársela, pero no lo logra totalmente. Es más, la calle va un rato a ciertos lugares y luego se cansa de la misma ruta. Se mueve. Deja sólo a los que intentan hablar como ella, porque la calle tiene su propio tono. No acepta que le quiten sus groserías, sus pasiones, sus alegrías y tristezas. Quien no es de la calle no puede hablar como ella, por eso siempre se equivoca.

El tiempo lo dice y también se hace calle.

Sin embargo, el poeta, el que vive en la calle y se recoge de noche o de día con sus palabras, podrá llegarle cerca, hacerse con ella, reinventar el silencio que tantas veces se esconde en los rincones, en los basureros, en el alma de la gente.