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SilencioLa ética de la palabra
El silencio

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En estos días, cuando el Breviario de la podredumbre somete el paisaje del espíritu a saltos y estupideces, y las palabras archivan moscas y malos olores, la mirada lejana de Cioran revive la razón de ser de la ética, esa cosa impertinente y manoseada que anda por allí lavando bocas con jabón azul y metiendo manos en los bolsillos ajenos para vengar infinitas afrentas.

Voluminosa es la bibliografía del espíritu y uso de la palabra. El mismo Dios, en medio de la desnuda y desmesurada inocencia de Adán, sacudió la tierra con el verbo. Después, la Palabra se hizo carne hasta convertirla en lo que el filósofo y aforista rumano pronuncia con revelador título. En efecto, más allá de la carne bíblica está la invisibilidad del espíritu, la carnadura del gran libro.

De los griegos, ni hablar de decir. Más adelante, Baruch de Spinosa lo marcó decididamente: “Dios es una cosa pensante”. Es decir, reflexiona, usa palabras. De allí la sacralidad de los sonidos que el hombre expulsa por la boca, por ser extensiones de Aquél.

Más allá, más acá, hemos devenido animal de habla. Bestia palabrera capaz de tejer el tiempo, hacerlo comprensible o enredarlo en la madeja de la más humana de las miserias.

 

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Y mientras nos acercamos cada día más al animal que habíamos dejado atrás, la palabra —afinemos con Alfred J. Ayer en su Verdad y lógica— se desnuda en la más vigorosa vulgaridad antiética, fraudulenta y desquiciada.

Peor, profesionalizada, la palabra impresa toca mucosas y anhela descubrir la superficialidad de la hondura. ¿Ética? ¿Qué cosa es esa? ¿Será Dios enfermo, el mismo de Vallejo? Palabra pública, periódica, hoja adquirida en el estanco de la esquina.

Pero, ¿quién le teme a Virginia Woolf? ¿Quién puede temerle a la reiterada misión de tan mal insultar a diario? Costumbre doméstica, pegarle a los hijos y a la esposa sin ningún remordimiento.

Tiempos malos estos cuando el discurso sirve sólo para agredir y no para persuadir. Malos tiempos, sí, cuando se usa la palabra como instrumento para borrar mensajes. O crear unos que desajustan el mundo.

El polen interior, el alma absoluta, como la que nos germina y nos recubre, este vertedero no sólo de despojos materiales sino de voces, discursos, chatarra verbal, quincalla de ruidos para tratar de hacer del adversario un pequeño animal arrinconado. Hasta caricaturas donde el autor se parece tanto a lo que traza. La palabra estudia a quien la pronuncia, lo retrata. No somos dueños de las palabras, ellas nos poseen.

 

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No se debe usar en vano, como dice Alguien por allí, entre nubes. Toda palabra tiene peso y valor. Traficar con ella para envilecer, lleva a la muerte. “Y para que la Historia resulte posible, se le ha dado la Palabra”, reza Martin Heidegger mientras revisa la esencia de la poesía en Hölderlin.

Hay quienes a diario, sin edad ni experiencia, sin cal ni canto en la tumba, sin suficiente maceración espiritual, se valen de ella para hundir la daga en la carne ya aporreada.

¿Para qué sirven las palabras? Entonces provoca, sí, en medio de tanto torbellino, traer a Antonio Machado: “No, mi corazón no duerme, / está despierto, despierto. / Ni duerme, ni sueña; mira, / los claros ojos abiertos, / señas lejanas y escucha / a orillas del gran silencio”.

Eso, en definitiva, es lo que quedará: un gran silencio. El silencio.

Nuestro imaginario, aquel paisaje que una vez fue amable, bello y plural, es hoy una marca en quienes se valen de la palabra para mancillarse ellos mismos: corrompen la hoja que escriben. Un veneno terrible corre por las venas: muchos celebran “mientras agonizo”: ¡Ay, William Faulkner!

“Todo lo que me deseas, te será devuelto”, dice la voz de todos, la conseja diaria. Todo lo que traduces desde tu infierno te sea revelado al final, parece ser la última bocanada de tierra, el último ahogo verbal. ¿La ética? ¿Qué cosa es esa?

Anda por allí el poema. Nunca ha dejado de ser. Rafael Cadenas lo escribió y lo dejó a merced de nuestras manos: “Años / de enterrar / cartillas, / himnos, / celdas, / anulando / el militante extravío / en un abandono / del que trata de emerger / un hombre / sin cargas. // A prueba de espejismos”. Bien vale decir que el silencio se refleja en la distancia, en el espejismo, en la ilusión de sentirnos en su sonido.