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Ilustración: Larry LimnidisLa ética: ¿un servicio público?

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Desde el Concilio Vaticano II, el tema de los medios de comunicación ha sido tratado por la Iglesia como un asunto que toca lo social. Desde esta perspectiva, los mismos mass media han destacado que la ética, el carácter deontológico de este servicio y la visión de mundo de los periodistas, toca puntos relevantes que tienen que ver con esta preocupación del Vaticano.

Es decir, más allá del fondo mercantilista y publicitario —sin olvidar lo propagandístico—, los medios han intentado asumir su responsabilidad frente a una sociedad cada día más compleja.

“La información suministrada por los medios está al servicio del bien común. La sociedad tiene derecho a la información basada en la verdad, la libertad, la justicia y la solidaridad”. Esta tesis, sustentada por el Concilio Vaticano II, no se contradice con los manuales de ética periodística de los más importantes periódicos del mundo.

Esta dialógica, esta pertinencia entre la Iglesia y la ética, ha encontrado muchos escollos que han dado al traste con un verdadero encuentro entre los factores que mueven la sensibilidad y el ejercicio de una profesión tan delicada como la periodística. Gobiernos e intereses económicos han revelado intenciones que podrían torpedear la labor seria de quienes a diario se enfrentan con la realidad, con la verdad convertida en propiedad de quienes se creen “factótum” de la palabra y los hechos del día a día.

En lo concerniente a la ética en la publicidad, se concibe como un servicio público, útil en el desarrollo económico, no sólo de empresas y emporios comerciales, sino de sujetos individuales que atienden a este tipo de información, toda vez que una sociedad es una red de intereses que contribuye con el desarrollo colectivo y personal. La publicidad es una técnica de convencimiento por la vía de la persuasión, por la ruta subliminal. Por supuesto, quien la maneja debe procurar ajustarla a un comportamiento, cuyo impacto favorezca a todos los consumidores. Tanto así que el mismo Papa Pablo VI llegó a decir que “Nadie puede escapar a la influencia de la publicidad”. Cuando afirmó esto no se estaba poniendo al lado de una campaña para prestigiar un producto manejado con fines publicitarios. Se refería al hecho de que vivimos entre mensajes y metamensajes, razón por la cual podemos aceptar el manejo democrático de su incidencia, en el sentido de que la comunidad puede escoger entre las diversas opciones de acuerdo con sus intereses, sus materiales culturales y sus efectos.

La revelación más expedita para entender lo anterior la encontramos en esta declaración del Pontificio Consejo: “La Iglesia aprecia el sistema de la democracia, en la medida en que asegura la participación de los ciudadanos en las opciones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes, o bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica”, en lo que se refiere a los “aspectos positivos de la publicidad política. Sin democracia esto es imposible, por supuesto, no debemos olvidar que la propaganda, tan cara a los regímenes populistas y totalitarios, suele ser disfrazada como publicidad para activar respuestas dadas a prolongarse en el poder. Este es uno de los lados malos, negativos, de la publicidad. Queda entonces que quienes ejerzan el oficio tengan una formación cultural y social lo suficientemente sólida para enfrentar las tentaciones de la maquinaria del poder económico y político. Una publicidad basada sólo en el lucro desfigura la función de este importante factor de los medios de comunicación.

Una vuelta de página nos permite hablar de la ética en la comunicación. Los diez más grandes diarios del mundo, entre ellos Le Monde, The New York Times, The Guardian, Folha de Sao Paulo, El País y el ABC de España, El Universal de México, Clarín de Argentina, El Mercurio de Chile, han entregado a sus periodistas y lectores manuales donde la ética y la deontología refieren la debida conducta de los profesionales de la prensa.

 

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El presidente del Observatorio de Medios de Chile, Marcelo Contreras, en el prólogo del libro de Camilo Taufic titulado La autorregulación del periodismo: Manual de ética periodística comparada, dice: “Se ha llegado a afirmar que la mejor ley de prensa es aquella que no se dicta, pero lejos de ser una actividad desregulada o carente de normas, el periodismo más íntegro se rige por estrictos deberes autoimpuestos, que no sólo establecen las “reglas del juego” para sus periodistas y el marco y límites para el propio medio, sino un compromiso explícito con la sociedad y la opinión pública, en cuanto a veracidad e imparcialidad”. Esta declaración no se contradice con el concepto de “comunión de personas y comunidades” que la Iglesia maneja con fundamentos. En efecto, la ética es un asunto personal y colectivo, va más allá de códigos o reglamentos, razón por la cual hay que concertar para construir un “marco cívico profesional”. En tal sentido, hablar de autorregulación y carácter público implica ahondar en el carácter social del ejercicio periodístico.

Para darle fuerza a lo señalado, el libro mencionado en líneas anteriores destaca sobre la búsqueda de la verdad: “La primera misión de un periódico es decir la verdad tan fielmente como la verdad pueda ser comprobada. En la búsqueda de la verdad, el periódico debe estar preparado incluso para sacrificar sus propias posiciones, si tal cosa es necesaria para el interés público”. Un viejo y sabio dicho popular, que tiene como fuente la Biblia, destaca: “Por la verdad murió Cristo”. La verdad y la vida son la fuente del cristianismo. La verdad y la vida atañen al tiempo de la justicia.

Los medios elaboran campañas; sobre este aspecto señala la fuente: “Este diario (se refiere a cualquiera de los mencionados en líneas anteriores) no realiza campañas ni a favor ni en contra de posiciones ajenas, sino que se limita a reflejar los debates que se dan al respecto en el seno de la sociedad”, lo que toca necesariamente el equilibrio, el cual “requiere la presentación de hechos relevantes sin distorsiones, en su contexto e incluyendo la visión de todos los actores involucrados en éstos. Es decir, el diario y los periodistas no deben tomar partido respecto de ningún tema, persona, organización, partido político o credo religioso”. Hablamos de la objetividad. Así, de la imparcialidad. Y de allí a rechazar las presiones de sujetos individuales, grupos políticos, económicos, ideológicos o religiosos. De allí, igualmente, y valga la seguidilla, la dignidad humana, tan en boca de poderes y nuevos profetas. La Iglesia, que es la voz del que clama, nos avisa sobre este asunto: la vocación es comienzo y fin, alfa y omega. Que nada perturbe el camino de la palabra, de la que sana y construye. La ética no es una fórmula, es una manera de respirar, de vivir, de mirar el paisaje, de hacerse parte de él. Si la soledad fuese un designio, no habría ética. Su invento, allá lejos en la inspiración clásica, tuvo sustento en el colectivo, en la “polis”, en la “civitas”, en la reflexión urbana. Así, el sentido de la comunión. Del pan compartido. En algo se parece una nota de prensa en la que quien escribe enseña y recibe de la calle la retroalimentación. Para los cristianos, Dios siempre recurre al feedback. Quien no lo advierta admite que su soledad es tan ética como la de un grupo de hooligans en un campo de fútbol alemán.

 

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Quiero dejarle a los amigos que me leen un fragmento del Código de Ética de la Sociedad de Periodistas Profesionales de los Estados Unidos, tan universal como el Manual de Estilo del diario El Nacional o el del alicaído Diario de Caracas, redactado el primero por el periodista Ramón Hernández y el segundo por el escritor Tomás Eloy Martínez. Se trata de lo que deben hacer los periodistas —o reporteros, como también me gusta llamarlos—: “Compadecerse de los que puedan ser afectados adversamente por la cobertura noticiosa. Mostrar una especial sensibilidad al tratar con niños y con fuentes o protagonistas sin experiencia ante la prensa. Mostrar sensibilidad al solicitar o utilizar entrevistas o fotos de personas afectadas por la tragedia o la desgracia. Reconocer que buscar o reportar información puede causar daño o malestar. La búsqueda de la noticia no da permiso para la arrogancia. Reconocer que los particulares tienen mayor derecho a controlar la información sobre sí mismos que los funcionarios públicos y otras personas que buscan poder, influencia o atención. Sólo una extraordinaria necesidad pública puede justificar la intromisión en la vida privada de alguien. Proceder con buen gusto. Evitar ceder a la curiosidad sensacionalista. Ser cautos en cuanto a identificar a sospechosos menores de edad o a víctimas de delitos sexuales. Ser juiciosos en cuanto a nombrar a los sospechosos de delitos antes de la formulación oficial de cargos. Contrapesar el derecho de un sospechoso de un delito a un juicio justo con el derecho del público a estar informado”.

Esta lista de deberes se ajusta a la de todos los códigos de comportamiento profesional o humano. ¿No es próxima a la ética cristiana que habla acerca de la verdad del humano ser? Es decir, sobre el servicio de la persona como colectivo, como la Iglesia que es.

La ética de Dios es un servicio de salvación individual. La ética de los profesionales de la comunicación es un servicio público. ¿Es Dios un servicio privado o un servicio colectivo? Queda entre nosotros esa pregunta. Seguramente de fácil respuesta, la que habrá de llegar con la certidumbre de que el periodismo es uno de los trabajos más delicados y peligrosos pero a la vez más hermosos que hombre o mujer algunos puedan ejercitar.