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Tibisay Vargas RojasTercera persona

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¿Cuántas veces no ha pasado que un poema condiciona el resto de la lectura de un libro? ¿Cuántas veces un texto se agita en medio del sueño y nos obliga a levantarnos para tomar de nuevo el libro y hacerlo sitio de desvelo, ansia de madrugada y hasta vértigo de sombras como prueba de que otro sueño está en camino?

Con estos versos de Tibisay Vargas Rojas navegamos en el sopor del silencio, allá, muy adentro, donde dormimos con nuestros fantasmas: “Mira, este pequeño pájaro me observa / sereno, puedo sentir / que su cuerpo no tiembla, sólo palpita / en un lenguaje que intuyo, / mira, se acerca a la distancia de mi brazo / detallo mi silueta en sus pupilas / carentes de temor y desconfianza / tan clara su presencia, su silencio...”. Y nadie me saca de la primera vez de esta inflexión que Tercera persona (Conac, Asociación Civil Editorial Guárico, San Juan de los Morros, sin fecha de edición), de la poeta nacida en San Sebastián de los Reyes y paisaje humano en la capital del estado llanero, quien desde hace tiempo ha sabido ser poeta, envuelta por las palabras y los sonidos que sus sueños y amaneceres le conceden.

Con este libro, con este pájaro de hojas blancas, nuestra autora revisa la casa, la carne de la casa, los lugares donde estuvo y donde creyó estar. Los lugares de su respiración, los sitios donde sentarse y dejar sentado con palabras el motivo de vivir y completar las líneas del poema, las líneas de la mano que traza las imágenes:

Siempre una página por escribir
siempre un espacio
sometido a la espera
al capricho de la permanencia
se ordenan en la despensa los víveres
cuelgan del closet
acicaladas galas para el baile
hacemos dieta
en aras de una hipotética esbeltez
y construimos
ladrillo a ladrillo de deseos
la casa de nuestros sueños
el libro galardonado
viajes y frases se elaboran
en la hábil condición de nuestra mente...

 

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El poema sigue invicto en el cuerpo de otro que le sigue en la página. Se desnuda frente a nuestra somnolencia. Nos atrapa hasta dejarnos en la pura piel de sus sonidos. La poesía de Tibisay Vargas Rojas suele provocar que éstos se hagan una reconvención: nos llevan de la mano hacia el precipicio donde se advierte el final del verso. Vemos desde su altura la honda vereda de su afán. Digamos, la poeta se habla desde el texto y nos hace advertir su voz en la nuestra cuando, fantasmas al fin, pronunciamos cada palabra: “Estas líneas / para quienes ignoran que tácitamente / mañana / es sólo el espacio virtual / para las confesiones / hoy / el sitio del cuerpo que nos duele / entre pecho y garganta / sin hacerse palabra / ayer / el escenario de nuestra credulidad / la evidencia de no contar / entre el juego oral con comodines / para el relato de la historia / que postergamos”.

Esa primera persona del plural se hace tercera en la medida en que se convoca a quien es reflejo del texto, de su fuerza, de sus ganas de entregarse. No obstante, el libro cierra en primera del singular, razón por la cual es necesario afirmar que todas las personas gramaticales se congregan alrededor de un texto para multiplicarse, admitir que “Sólo es cierto que su paso me ha instalado / en el incómodo espacio de esta sala de espera / demasiado amplia para mi gusto”.

Alguien ha tocado a la puerta de este libro que es una casa de muchas voces, de terceras personas que han logrado habitarse. Fantasmas al fin, rondan los sonidos, los acosan, se los apropian, los dejan en las páginas para que suenen en cada lugar del mundo.